jueves, 30 de diciembre de 2010

UN ESTROPICIO PARA NUESTROS RECLAMOS: "LA BOTADA NOCTURNA".


Según algunos entendidos, los reclamos también sueñan y, por tanto, se supone que, cuando éste sea "malo", se pondrán nerviosos y, como resultado de ello, empezarán a dar saltos y botes.

La verdad es que, cuando ocurre esto, se provoca un revuelo  y algarabía entre todos los componentes de nuestros jauleros que da como resultado un gran parte de lesionados.

"Varias son las causas que llevan a la perdiz a saltar sin control dentro de la jaula, o en el terrero, dejándose las plumas enraizadas entre los alambres de la jaula, las cabezas peladas o ensangrentadas, picos rotos o despicados, alas caídas por la excesiva briega que han mantenido, heridas de mayor o menor importancia…y, en definitiva, escenas dantescas y diciplinantes son las que presenciamos cuando llegamos una mañana al jaulero para atender a nuestros campeones" ( Manuel Romero Perea).

En mi caso y no sé porqué motivo, todos los años por estas fechas, ocurre lo reseñado. Si el año pasado dio como resultado la fractura del fémur de mi mejor pájaro -el Cojo a partir de ese momento-, al que hubo que amputarle la pata que tenía totalmente destrozada, en la madrugada pasada, me ha vuelto a ocurrir lo mismo, pero con un resultado más negativo: un pájaro muerto -pollo de Chimenea con una pinta extraordinaria- y cuatro o cinco con las cabezas hechas cisco. Lo único bueno, si así se puede decir, es  que los más perjudicados han sido pollos del año y no los que medio sirven.

Las imágenes que vienen a continuación, sirven para testificar lo ocurrido.









lunes, 27 de diciembre de 2010

CON LA JAULA A LA ESPALDA.


En este mes de diciembre, antesala de nuestros dos grandes meses, hablando, claro está, de la caza de la perdiz con reclamo, traigo a este blog un artículo de mi primo Jerónimo Lluch.

 
Cuando comenzamos a subir la cuesta de enero, cuando ya en el nuevo calendario se han consumido las primeras dos semanas y nos acercamos a San Antón, 17 de dicho mes, cada perdiz, como reza el conocido refrán, estará con su perdigón, tras haber permanecido en bando desde mediados de mayo, fecha del nacimiento de los primeros pollos, hasta que se inicia la picada, ya entrado el invierno, y la agrupación familiar va "abriéndose" para formar nuevas colleras que irán ocupando hábitats próximos, los cuales defenderán de los intrusos que osen invadirlos, porque en ellos se aposentarán durante el celo para anidar primero y sacar más tarde a su prole, cuando la llegada de las calores se deje sentir sobre nuestros campos, resplandecientes de luz, llenos de savia nueva y de despertares a la vida.

Al aproximarnos a febrero los días gozarán de más horas de sol, y éste que calentará con mayor fuerza a medida que transcurran las jornadas, actuará como revulsivo en nuestros pájaros perdices, que con sus recios reclamos proclamarán insistentemente el dominio que poseen sobre el territorio que ocupan.

Será en estas fechas cuando los amantes del reclamo daremos comienzo a las primeras cuelgas, cuyo secreto no es más que introducir un macho de perdiz extraño en el hábitat de otros, o como decimos los aficionados "pisarle el terreno", para que estos acudan cuando cante el de la jaula a expulsarlo, según antes comentaba, del lugar que ocupan en el campo y en el que no están dispuestos a admitir ningún nuevo competidor.

Con la jaula a la espalda, la escopeta en el brazo y el resto de bártulos en bandolera, caminando por una resbaladiza "verea" entre jaguarzos, jaras y retamas, acudieron a mi mente entrañables recuerdos de años que ya se fueron, y en los que quince o veinte días antes de la apertura de la veda, mi abuelo, mi padre y nosotros, mis hermanos y yo, a modo de comparsa, pues tan sólo éramos unos chiquillos, preparábamos los puestos de monte en los lugares donde las perdices tenían sus querencias para que los fueran "tomando" y no los extrañaran a la hora de colgar en ellos; y de este modo, el "Cerro Blanco", "La Coscoja", "El Pleito", "La Loma Cencerro", el "Cerro Redondo", el de "La Retama", "La Vereda del Olivar", etc., etc., iban llenándose de puestos, hechos con el forraje autóctono, los cuales, temporada tras temporada, nos proporcionaban las alegrías de ser el escenario de las "buenas faenas" de nuestros pájaros perdices.

Eran aquellos, tiempos de pelliza, prenda de abrigo que usaban casi todos los aficionados, de gorras y pantalones de pana, de botas hechas a mano con suelas de goma, de cigarrillos liaos, de mantillas elaboradas con pantalones viejos, de cartuchos Orbea, de perdices "apiolás" con plumas de las alas, de bellotas "picás" con la navaja, de olor en la ropa a resina de jaras recién "cortás", a romero y a torvisco; época de otoños lluviosos y gélidos inviernos, vivencias cuya evocación producen en mi ánimo nostalgia, añoranza, melancolía...

Al llegar al lugar donde colgaré no encuentro sino un pequeño espacio para abrir el portátil, allí ya no hay ningún puesto de monte, los nuevos momentos nos han hecho más comodones, menos tradicionales, y muy probablemente, mucho peores aficionados. Ya con el tela "colocao" lo camuflo con algunas matas para disimularle los contornos, acabado lo cual, meto en él el banquillo introduciéndome luego para observar la visión que me proporciona la tronera, tras cuya comprobación apoyo en ella la escopeta, aún descargada, y salgo para colocar el pájaro. Iba a hincar el pincho, pero lo pienso mejor y corto con la cimbarra, la que siempre llevo, jaras largas con las que hago un matojo natural, a la vieja usanza, como los que aprendí a hacer viendo los de mi abuelo y mi padre, y después quito algunas piedrecillas, de la plaza, para evitar, en caso de disparar, que pueda rebotar algún plomo. Pongo en el matojo a "Rivaldo", pollo de dos celos, regalo de mi buen amigo Fernando, en el que tengo puestas muchas esperanzas, le quito la mantilla y pausadamente me meto en el puesto.

"Rivaldo" se sacude como despertando de la pereza de una larga noche, picotea alguna hojilla que alcanza a través de los barrotes de la jaula y engallándose me sale de reclamo para quedarse luego de piñones. Al escuchar su amplio repertorio y la "variada música de que hace gala" siento como un hormigueo que recorre todo mi cuerpo, y soñando despierto imagino inolvidables mañanas, irrepetibles tardes o indescriptibles albas si esas "buenas maneras" que al parecer atesora las prodiga en cada ocasión en la que nos lo echemos a la espalda...

Que duda cabe que el aficionado entendido, el de solera, goza realmente con el buen puesto que le da su reclamo y aunque matarle cacería es un importante aliciente, nunca es carnicero, ni va en busca de la presa, disfrutando mucho más con la forma de comportarse su pájaro, el modo de responder a los estímulos "del campo" y la regularidad que muestra durante todo el celo.

Esta es la verdadera esencia de nuestra modalidad de caza, debiendo así ser entendida por aquellos que desconocedores de la misma pueden criticarla cuando carecen, la mayoría de veces, de elementos de juicio suficientes, para sacar conclusiones precisas y correctas sobre ella.

lunes, 20 de diciembre de 2010

CUANDO LAS FELICITACIONES SON AMARGAS.


Esta historia, ocurrida la temporada pasada, es tan real como la vida misma y es una anécdota más que unir a nuestro gran libro de los hechos increibles, pero ciertos.

A mi hijo Pablo, a su téckel Tania y a todos los cazadores de corazón que ven en su inseparable perro/a de caza mucho más que una simple ayuda para la misma.

Tania, una téckel de pelo duro, como ocurre en muchos hogares de los que amamos a los animales, es en compañía de Mancha -su hija-, casi una más de la familia.

Tania aparece en nuestras vidas hace ocho años, cuando podría tener nueve o diez meses. Pablo, mi hijo, mientras descansaba tumbado en la arena por el esfuerzo realizado tras un partido de un campeonato vóley-playa en La Antilla (Lepe), siente, al tener los ojos cerrados, cómo le lamen la cara. Al abrir los ojos, se quedó estupefacto al comprobar que unos ojos que trasmitían a la vez desasosiego y alegría lo estaban mirando fijamente acompañado con un constante movimiento del rabo.

¡Era Tania! -nombre que recibiría después- ¡Lo que él siempre había andado buscando, hasta ese momento sin éxito!

Su estado físico presentaba un aspecto más que lamentable: descuidada, sucia, mal alimentada… y, lo que es peor, con infinidad de señales de haber sido maltratada antes de ser abandonada o haberse escapado.

Aquella tarde, cuando Pablo vuelve a casa con ella, se encuentra con la negativa de nuestra parte para que se pudiera quedar allí. Pero como amante de los animales, la lavamos, le curamos algunas heridas que tenía y, por supuesto, le dimos de comer y la cuidamos mientras mi hijo le encontraba un nuevo dueño.

Pero..., con el paso de los días, fuimos dándonos cuenta que la pasión -aunque no lo parezca, esta es la palabra justa- que empezaba a sentir por Pablo. Si a esto le añadimos, el cariño y alegría que nos mostraba, acabó ablandándonos el corazón y, entre todos, decidimos que formara parte de nuestras vidas a partir de aquel momento.

Desde entonces hasta hoy, Tania, nunca nos ha dado el más mínimo problema, ni quebradero de cabeza -si exceptuamos cuando ve gatos al salir a la calle-: fuerte, sana, dócil, tranquila, cariñosa con todos, juguetona con los niños...

Además, como compañera de caza de Pablo, es algo sin igual, incluso cuesta trabajo describirlo con palabras. Verla en el campo con esos kilillos de más que siempre ha tenido es todo un espectáculo. Su trabajo, con la compañía de Mancha, es incansable. Si a ello le unimos que está dotada de un olfato finísimo, el resultado es que estamos ante el complemento ideal de todo cazador a la hora de abatir a las escurridizas y veloces liebres y a los ágiles y desconcertantes conejos. De camino, le falta tiempo para saltar al agua –de día o de noche- y traer hasta la orilla a cualquier anátida que ha caído dentro de los pantanos o encontrar cualquier perdiz -creo que son su debilidad-, tórtola, paloma o zorzal que se ha perdido entre la maleza. También, las piezas abatidas son de su “exclusiva propiedad”, ya que no deja que nada ni nadie se le acerquen, a excepción de nosotros, para quitarle lo que celosamente guarda para sus dueños.

No sé si ese encanto especial que le producen las perdices puede venir por mi afición a la “jaula” y el estar en continuo contacto con ellas. Lo cierto es que las huele a distancia y tengo que andar con un cuidado especial en muchas ocasiones, para evitar que acabe con ellas en mis propias manos.

Llega a tal punto su atracción hacia las patirrojas que los muchos vídeos que suelo ver de ellas, son seguidos con todo tipo de detalles por su parte. Normalmente, se sienta sobre sus patas trasera delante del televisor y, sin pestañear, se queda las “horas muertas” siguiendo todo lo que ocurre en aquel “cacharro”.

Debido a ello, este desmesurado fervor hacia nuestra reina de los bosques tuvo su punto álgido la temporada pasada casi a su conclusión. Montero, pollo muy prometedor, de la granja “El Plantel” de Santa Cruz (Córdoba) –con el único que me quedé tras desechar varios de otras procedencias”-, sólo sacado al campo una vez –aquel día de “marras”- y con una pareja abatida, tras excepcional demostración de suavidad y saber hacer las cosas, no tuvo el mejor final, sino todo lo contrario.

La mañana del citado día, tras volver al cortijo, más contento que unas castañuelas por la faena que se había “tirado” Montero y que culminó como queda reseñado antes con la collera a sus pies, le quité la funda, la esterilla y lo puse en la mesa al lado de los otros reclamos que me había llevado ese fin de semana. La alegría que me inundaba me “rebozaba" por todas partes. No faltaron las felicitaciones, ni los buenos tintos, mientras nos contábamos todos los compañeros las incidencias matutinas.

Ya por la tarde, tras dar una cabezada en uno de los sillones frente a la chimenea, Rafael –mi secretario- y yo salimos a dar el segundo puesto del día. Y si el regocijo de la jornada matutina había sido grande, en la vespertina, para no ser menos, no decayó, ya que a Facul, prometedor pollo de dos años, conseguí tirarle un macho, tras otra fenomenal faena. Su “viuda”, aunque escuchó por boca de mi reclamo los piropos y galanteos que se suelen usar en tales acontecimientos, prefirió no dar la cara y dedicarse a incordiar por los alrededores del colgadero. Así, en cuanto vi que Juan Crespo -uno de los compañeros de caza- volvía para el cortijo, tras dar su puesto, nos levantamos y dimos por terminados el nuestro. Le enseñé a Facul el gran macho abatido, mientras Rafael, iba cerrando el portátil. Luego, tras enfundar al reclamo y recoger todos los pertrechos, nos dirigimos “a peón” para la casa.

Por el camino, vimos un lugar idóneo para el puesto del día siguiente y anduvimos arreglando un poco la plaza y colocando el aguardo mientras ya el sol se había perdido en el horizonte y la noche desplegaba poco a poco su tupido velo sobre el Andévalo.

Cuando llegamos a la casa, con las luces de la vecina Minas de Santo Domingo y otras localidades del Alentejo portugués alumbrando a lo lejos Juan Crespo, me esperaba en la puerta con cara de circunstancias.

- ¡José Antonio, tengo que darte una mala noticia! –me refirió con voz entrecortada.

- Dime, Juan -le respondí, mientras mi mente “revoloteaba” intentando descubrir la misma.

-Tu perra, te ha matado uno de los pájaros. Pero es más, no hay quien se le acerque, por lo que no he podido quitárselo.

Tras unos segundos de desconcierto e incertidumbre, abrí la puerta y Tania, que ya me había sentido, me esperaba al pie de la misma con Montero en la boca, moviendo incesantemente la cola en señal de alegría.

Aunque la situación no era agradable, tuve que hacer de tripas corazón para no demostrarle lo que sentía. Me agaché un poco para recoger el reclamo que Tania había soltado a mis pies y la acaricié mientras le dedicaba palabras cariñosas. A la vez, la garganta se me resecaba poco a poco y la angustia me iba inundando por momentos. Pero tenía que guardar la compostura, Tanía no tenía culpa de nada. Algún fallo mío tendría que haber sido el detonante de tal estropicio.

Me acerqué a la mesa donde coloco todos los años los pájaros -por mucho que hubiera saltado la perra nunca lo hubiera alcanzado- y, efectivamente, la puerta de la jaula de Montero no tenía echados los ganchillos de la puerta, se me había olvidado. Por consiguiente, se supone que, en un movimiento del reclamo, ésta se debió de abrir. Luego, se saldría, saltaría al suelo y allí, totalmente indefenso, fue presa fácil para una grandísima cazadora como Tania que, felizmente, venía detrás mía a todos sitios para mostrarme su júbilo por lo que para ella debió ser una gran faena.

 

martes, 14 de diciembre de 2010

¡HASTA SIEMPRE, AMIGO JOSÉ!


Con todo el dolor de mi corazón, quiero dedicarle estas humildes palabras a quien fue mi gran amigo y compañero de caza durante tres décadas y hoy nos ha dicho adiós: José Trujillo Fernández. Está claro que las “cosas” nunca vienen solas, no se acaba de una cuando te llega la siguiente.

Treinta y dos años aguantándome y sin el más mínimo reproche a nada.

¿De qué madera estabas hecho para ser una persona así?: trabajador, leal, honesto, humilde, amigo de tus amigos...

¡Cuantos buenos ratos y malos, porque no decirlo, hemos compartido!

¡Cuántas lecciones me has dado siendo yo maestro!

¡Cuánto has querido a mis hijos y cuánto te han querido ellos a ti!

Pues sí, treinta y dos años, dan para muchas cosas. Pero de esas muchas, nunca pusiste mala cara a ninguna. Todo lo que yo decía o hacía estaba bien dicho o hecho, pero si "olías" algo que no estaba claro y me pudiera perjudicar, siempre tuviste ese sexto sentido para indicarme: ¡cuidado José Antonio!.

¡Qué poca lata distes en tu vida! Incluso así te has ido: sin molestar y sin hacer sufrir a tu María. Como tú querías, de un plumazo.

Seguro que tu familia te echará mucho de menos, pero tú bien sabes que, la mía y yo, no seremos menos. En esos años, nos demostraste cosas difíciles de olvidar, destacando entre ellas, la grandeza de tu corazón.

¡Qué tu Reina de los Ángeles te tenga un lugar a su lado! Seguro que no se arrepentirá. Estará bien acompañada

¡Descansa, amigo y “secretario” José, descansa! Lo tienes más que bien merecido.

Ahora mismo, no tengo muchas más palabras, pero tus gratos recuerdos quedarán para siempre dentro de mi corazón  y en el de los que me rodean.

Esta imagen de mi gran amigo y compañero, la he sacado de este blog en un pequeño homenaje que le dediqué en forma de artículo en el mes de marzo pasado.



domingo, 12 de diciembre de 2010

SEGUNDA FERIA DEL RECLAMO EN BENAMEJÍ/ENCIMAS REALES.


Durante este fin de semana se está celebrando en las localidades cordobesas de Benemejí y Encinas Reales, la segunda Feria del Reclamo, organizada por Jauleros Andaluces.

Creo que, en comparación con el año anterior, la afluencia de público en este sábado ha siso bastante aceptable en cuanto a número y en cuanto a aficionados de primera línea.

Aparte de los diferentes stand con diversos artículos relacionados con la caza del reclamo, perdices incluidas, el sábado se celebró el concurso de Belleza, Nobleza y Canto, del cual, fui uno de los dos jueces -el otro era Isidro Dorado-, porque todos tenemos que arrimar el hombro es pos de esta afición y, por lo tanto, hay veces que, aun no queriéndolo, no se puede decir que no.

En dicho concurso, con todos los "peros" que se le quieran poner,  se presentaron 22 reclamos de diferentes provincias andaluzas, siendo ganador del mismo, el reclamo presentado por D. Cristobal López, de Granada. Dicho pájaro, demostró poseer una buena estampa, un noble comportamiento y un una buena variedad de cantos y saber utilizarlos en cada momento.

Además, conocí "sobre el terreno" a buenos jauleros y excelentes personas con las que no había tenido el gusto de charlar frente a frente. Incluso me traje para casa -aparte de otros presentes de varios amigos- una bellísima jaula que me regaló el amigo Alfonso.

Estas imágenes que cuelgo a continuación son el resumen de un buen día de convivencia entre aficionados al reclamo.

Esta primera, es una vista de la zona con Benamejí al fondo


Imagen de los reclamos participantes y sus respectivos dueños.


Algunos momentos del concurso.





Reclamo vencedor en manos de su dueño y flanqueados por El Sr. Alcalde de Benamejí, D. José Ropero y quien suscribe



La siguiente instantánea, recoge para la posteridad al buen amigo Elías Romero y a mi persona.


Y para finalizar la formidable jornada -doce horas desde que salimos hasta que llegamos-, los tres que nos trasladamos desde Huelva: Rafael, Emilio y yo, al lado del Sr Presidente de Jauleros Andaluces, D. Francisco Reyes -Curro para los amigos-, en el bar Puerta del Sol para "dar cuenta" de productos andaluces.





sábado, 11 de diciembre de 2010

martes, 7 de diciembre de 2010

CUANDO LA MADRE NATURALEZA DICE: ¡“AQUÍ ESTOY YO”…!


No sé si el tiempo está cambiando o algo parecido, pero 87 litros por metro cuadrado en poco más de 6 u 8 horas, es una barbaridad. Y esto ha ocurrido en la Puebla de Guzmán en el día de hoy.

Los pantanos se han llenado, los regajos corren, el pozo está hasta el brocal, pero…¿cuántos destrozos no habrá hecho este aguacero? Afortunadamente, en este punto, no ha ocurrido como en otros rincones de nuesta querida Andalucía dónde la "cosa" ha estado peliaguda. Es más, como se puede comprobar, y va para los ecologistas: "el nido de cigüeñas, ha quedado intacto". Sin embargo, muchas conejeras y crías de liebres recien nacidas, habrán perecido.

Esto es lo que tenemos: o no llueve, o es un diluvio. Así, todas las previsiones que nos hagamos se van al garete.

Estas impresionantes imágenes, tomadas en la mañana de hoy, por el buen amigo y compañero Luis Hernández, nos muestran cómo iba el Arroyo Cubica al paso por nuestro coto. En diez años que llevo allí, nunca había visto nada similar.






El sábado pasado, después de algunos días de lluvia, así iba el arroyo. Es lo que se ve al fondo: arena , algunas piedras y un poco de agua.



miércoles, 1 de diciembre de 2010

LA COCINA EN EL CORTIJO: "POLLO AL AJILLO"


Olvidado y difícil de conseguir el pollo de campo, desgraciadamente nos tenemos que aviar con el de granja y, con él, el maravilloso color y sabor que presentaba el primero. Pero, como lo que hay es lo que hay, olvidémosno de rémoras y vayamos con los tiempos que corren.

Aunque podemos utilizar el pollo entero, el muslo completo y las alas cortados en trozos, son ideales para este plato rápido y fácil de cocinar.

 

Preparación.

1.- Se corta la carne en trozos medianos. Si lo cortamos muy pequeños, al ser el pollo muy blando, terminará deshaciéndose.

2.- En un buen perol de suficiente fondo con bastante aceite de oliva, se doran muchos ajos cortados en cuatro trozos a lo largo con cáscara.

3.- Se apartan los ajos ya bien doraditos y se echa el pollo troceado con unas hojas de laurel, perejil cortadito, un poco de comino, un poco de tomillo y la sal correspondiente. Si gusta el pique, se le puede agregar alguna guindilla.

4.- Se le va dando vueltas a los trozos para que se doren un poquitín por todos sitios.

5.- Una vez que el pollo esté refrito se le quita un poco de aceite, se le agrega buen vino blanco y los ajos antes apartados.

6.- Moviendo de vez en cuando para que no se peguen los ajos en el centro del perol, esperamos a fuego lento que se consuma el vino.

7.- Se debe apartar en plato hondo para echar algún que otro “barco” en el aceitito resultante y en los trocitos de pollo que se han quedado  desmenuzados.

8.- Un buen mosto, que ahora está en su punto, podría ser su acompañante.


El que preparé el sábado pasado en el campo, salió más que bueno. Así andaba de liao.





LAS FRASES PARA DICIEMBRE.

Para  este último mes del año, sirvan estas dos frases como reflexión.

Algunas personas enfocan su vida de modo que vivan con entremeses y guarniciones. El plato principal nunca lo conocen ( José Ortega y Gasset, filósofo español).


Es mejor saber después de haber pensado y discutido que aceptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar (Fernando Savater, filósofo español).

martes, 30 de noviembre de 2010

SE “MARCHÓ” UN JAULERO DE SENTIMIENTO Y UNA FENOMENAL PERSONA: ALEJANDRO ÁVILA.


Sirvan estas humildes líneas de quien suscribe, como homenaje a un compañero de afición y amigo que nos abandonó en el día de ayer.

¡Qué injusto es el destino la mayoría de las veces!

¡Qué palos nos da cuando menos lo esperamos!

¡Cómo de un plumazo se lleva por delante las ilusiones de unos y hunde en la tristeza a los corazones de otros!

Como se suele decir en estos casos buscando la comprensión y el consuelo: “habrá que tomar estos hechos con resignación y fe cristiana”. Pero..., habría que añadir de camino: ¡qué injusta es la vida!

Mi buen amigo Alejandro..., te has ido como viviste toda la vida: sin hacer ruido y sin molestar a nadie, ni a tu familia siquiera. Y lo peor es que eras todavía bastante joven.

Viviste por y para el reclamo y, aunque no llegaste a comprender muchas cosas de la afición, la ilusión y las ganas que siempre le pusiste, superaron con creces los desconocimientos. Seguro que ningún reclamo, de los muchos que tuviste, habrá tenido o tendrá palabras de desagradecimiento hacía tu persona, sino todo lo contrario. Nunca les faltó de nada en ningun momento. Lo que les gustaba, lo tenían independientemente de la época. Seguro que todos tus “chismes” nunca dejaron de estar como el primer día. Seguro que soñaste miles de veces con puestos de diez. Seguro que...

Dejas atrás a tus pájaros, a tus escopetas, a tus “cachivaches“ y hasta pagada la cuota de este año en tu coto. Pero también dejas atrás, muchos amigos y compañeros de “fatigas” y, entre ellos, tus “colegas” de siempre: Vicente y Jerónimo Lluch. Ellos sí que te echarán de menos. Te enseñaron casi todo lo que supiste sobre el reclamo, pero tú les enseñaste lo que significaba la amistad y el compañerismo, la sinceridad y la lealtad.

Puedes irte tranquilo, porque en tus parámetros, no existía la arrogancia, ni el orgullo, ni la maldad..., sino todo lo contrario: la sencillez, la humildad, la bondad... Ese será tu gran legado

Amigo Alejandro.., que allá donde vayas, encuentres lo que siempre buscaste: paz e ilusión.

¡Qué des muchos puestos de alba, como así fue tu despedida!

¡Hasta siempre Alejandro!

AUNQUE NO LO PAREZCA OCURRIÓ: UN BUEN SUSTO.



A todos los gurumeleros que temporada tras temporada sienten casi la misma pasión que nosotros los jauleros por esta otra gran afición que es la recogida de esta maravillosa seta, el gurumelo o amanita ponderosa, y cuyo principal hábitat español está localizado en el Andévalo y la Sierra de Huelva.

Este curioso suceso, otro ejemplo más de los muchos que encierra nuestro interminable anecdotario, ocurrió allá por finales de la década de los noventa en la finca Los López de Puebla de Guzmán.

Era una mañana de niebla espesa, como normalmente suele ocurrir por esta zona de la provincia en la época invernal. Como la visibilidad estaba bajo mínimos, me dirigí a dar el puesto de sol cerca de la linde de la finca colindante, a distancia reglamentaria, pero con estas condiciones meteorológicas evitaba que el guarda de la misma, empezara su rosario de voces y ruidos con que nos regalaba cuando apreciaba, siempre dentro de su “particular metro”, que no estábamos en la legalidad en cuanto a distancia se refería.

Con cuidado y tranquilidad fui preparando el puesto que estaba situado en la confluencia de dos lomeros con una tupida vegetación de retamas, chaparreras y jaguarzos, algunos de los cuales utilicé para tapar concienzudamente el portátil. La zona era de esas que siempre nos atraen por su gran oída y por ser terreno querencioso para nuestras patirrojas. De hecho, poco antes de llegar al colgadero, había volado una pareja que fue a echarse no a mucha distancia y mientras arreglaba un poco la plaza y camuflaba el puesto, una hembra no paraba de reclamear no a más de cien o ciento cincuenta metros.

El reclamo que llevé esa mañana, bien pudiera haber sido Redoble, nombre de guerra de un “mediacuchara” que recibió dicho apelativo porque redoblaba el reclamo. Este pájaro, quizás en manos de otro dueño que hubiera tenido menos jaulero, o que colgara diariamente y no los fines de semana como yo, quizás hubiera llegado a ser una buena jaula.

Recuerdo que no tardé mucho en tirar la hembra, la cual al escuchar los primeros reclamos de la jaula, rauda y veloz se presentó en la plaza buscando desesperadamente. Como traía bastante celo, se la dejé para que se recreara con ella todo el tiempo que consideré necesario para su regocijo particular, según nuestro evangelio de caza.

Tras el estampido del disparo, el reclamo no interrumpió su más que aceptable trabajo, a la vez que la pájara aleteaba débilmente en su agonía.

La espesa niebla no acababa se levantarse, pero Redoble seguía con su insistente trabajo, lo que al final dio sus frutos, ya que un macho, posiblemente de la pareja que había volado a nuestro paso, empezó a contestarle a media falda de la umbría donde más o menos se habían echado con anterioridad.

Al canto del macho le siguió un reclamo suave y delicado que debería de ser de su compañera y pareja. Ambas patirrojas se acercaban apeonando lentamente y la jaula empezó a venirse abajo, por lo que supuse que no deberían estar muy lejos.

En estas estábamos, cuando aprecio que por debajo del farolillo, a no más de un centenar de metros, empezó a escucharse un “tarameo” entre la vegetación que me hizo pensar primeramente en el guarda vecino, cosa que deseché porque no pronunció palabra alguna en ningún momento, como era su costumbre. Luego, mientras la pareja iba acercándose cada vez más, pensé que podía tratarse de un jabalí que buscaba su acomodo matinal, pero también descarté esta opción porque al venirme el aire de espalda, me hubiera venteado al instante y hubiera salido de estampida.

No me quería mover mucho porque la jaula empezó a recibir de pluma, signo inequívoco de que los habría divisado por detrás del puesto, pero la situación empezó a empeorar de tal forma ante el ruido cada vez más cercano, que la pareja comenzó a alejarse “rajeando” cada vez con mayor intensidad y Redoble enmudeció por completo.

Al instante, me levanté sobre el portátil y cuál no sería mi sorpresa cuando entre aquella densa niebla que nos envolvía, emergió una figura humana, que “con canasto en ristre” y cara desencajada al verme, no hizo otra cosa que llevarse la otra mano al pecho, sobre la zona del corazón y tras un ¡Ay, que me muero! desgarrador, cayó al suelo presa del pánico.

A toda velocidad y como pude llegué hasta él y tras incorporarlo sobre su cintura, lo fui calmando hasta que pudo articular palabra.

De su canasto, que había rodado por los suelos, observé que se había salido una buena cantidad de gurumelos, con lo que rápidamente me hice cargo de la situación: aquel buen hombre era uno de tantos que durante el fin de semana se dedicaba a buscar tan apreciada seta, posiblemente para ganarse unas buenas pesetillas o para llenar estómagos en la familia.

Según me contó con posterioridad, no se había percatado de que allí se estaba dando un puesto, lo que le pudo costar muy caro, pero que afortunadamente sólo se quedó en el susto y una anécdota más de las muchas por las que pasamos.

Lógicamente, di por finalizado el puesto y mientras conversábamos, fui recogiendo todos los “cacharros” y tras despedirme afectuosamente de él, emprendí camino para el coche, pero dándole mil vueltas a la cabeza sobre la rocambolesca historia acabada de vivir, no sin antes afirmarme el amigo gurumelero que, a partir de ese momento, tendría mucho cuidado en no volver a tropezar en la misma piedra.

domingo, 21 de noviembre de 2010

CAZAR POR NECESIDAD.

Esta entrañable y bonita historia es un relato más que cuelgo de mi primo Jerónimo.

Amanecía en el pueblo. La temperatura era suave y una fina llovizna, que desde la noche anterior caía ininterrumpidamente, estaba empapándolo todo, volviendo resbaladizos los senderos y veredas por los que los lugareños transitaban habitualmente camino de sus quehaceres y faenas cotidianas.

Manuel abrió el postigo de la ventana, observó la atmósfera pacientemente y considerando que la lluvia no sería impedimento para salir al campo cogió su escopeta “Jabalí” de un solo tiro, sacó de una caja cuatro o cinco cartuchos, que la noche anterior había recargado, y se encaminó al corral en busca de “la Morena”, la perra podenca con la que tantos y tantos momentos había compartido desde que años atrás la iniciara en actividad tan antigua como el hombre sobre la Tierra: la caza.

“El Escurrío”, pues este era el apodo de Manuel dadas sus enjutas carnes y la rapidez con que se movía, rompió su mutismo cuando en las cercanías el canto de un gallo anunció la llegada de un nuevo día, y dirigiéndose a “la Morena”, como si la perra lo comprendiera, inició junto a ella una larga y pausada retahíla:

- “Chica”, a veces la llamaba así, hoy no podemos venirnos de bolo porque “la Mariquilla” está endeble y el médico le ha “mandao” una sobrealimentación, aconsejándome que la carne de caza le vendría muy bien para recuperar esas energías de las que tan escasa está últimamente. Patearemos toda la sierra hasta que algún bicho venga a engordar nuestro zurrón.

Y mientras continuaba andando, “la Morena” meneaba la cola y empinaba las orejas observándolo atentamente como si entre su instinto animal y el raciocinio de Manuel existiese una complicidad, una compenetración un entendimiento...

Transcurrían las horas y en las querencias habituales de la caza no había levantado “la Morena” ni una pieza. Manuel empezaba a desmoralizarse, y pensando que “las penas con pan son menos penas” hizo un alto en el camino, se sentó encima de una piedra y sacando del morral un trozo de queso y un mendrugo de pan se dispuso a reponer fuerzas. Con ayuda de la navaja cortó una rebanada y un pedazo de queso ofreciéndolo a la podenca que, hacía rato, se relamía junto a su amo esperando el deseado bocado.

- ¡Esto es lo que hoy nos alumbra “Chica”, dijo “el Escurrío”, la economía no da para más, así que con la barriga ligera andaremos luego más prestos!.

Eran ciertamente años de penuria. Manuel que compaginaba las faenas agrícolas, cuando las había, con la caza, nunca estuvo muy boyante de perras, sin embargo, jamás fue avaricioso, cuando salía al campo mataba lo preciso para ir tirando y siempre fue respetuoso con la época de gestación, no cazando nunca una hembra preñada, ni en los momentos que amamantaban a las crías.

Con frecuencia tenía lo que mataba vendido previamente, siendo María, su mujer, la encargada de llevar las piezas a las casas de los clientes habituales, donde también había ajustado el precio según fuesen conejos, liebres o perdices que eran las especies que normalmente Manuel abatía.

Hoy, sin embargo, era distinto, precisaba cazar urgentemente y el panorama cuando pasaban más de la una de la tarde se presentaba poco halagüeño y esperanzador. Necesitaba acarrear algo de cacería a casa para que “Mariquilla”, su pequeña, se recuperase, y no había podido dar un tiro en toda la mañana.

Tras un último trago del vinillo aguado, que llevaba en una ajada bota, se incorporó Manuel, oteó el horizonte para ver por qué ruta continuar y tras un prolongado resuello, secuela del nerviosismo que iba embargándolo, continuó la marcha.

Al coronar una cuesta la perra, venteando algo, se puso intranquila y rodeando una pequeña palmera comenzó a dar señales de que olfateaba alguna pieza. Inesperadamente se arrancó una liebre pero iba “la Morena” corriendo tan pegada a ella, hasta que desaparecieron de la vista del “Escurrío”, que éste no se atrevió a disparar por precaución y miedo a plomearla, y esperó impaciente la vuelta de la perra, ilusionado con que pudiera haber dado alcance a la liebre a la carrera. Pero cuando tras largo rato retornó la podenca venía jadeando y sin nada en la boca, Manuel dándole una palmada exclamó:

- ¡Está visto que no es nuestro día “Chica”, pero no tenemos más remedio que proseguir!.

Casi anochecía y a Manuel no le cabía el corazón en el pecho, las posibilidades de cobrar algún bicho se desvanecían a medida que se disipaba la luz y las sombras se apoderaban del paisaje.

Cansado y desmoralizado inició el retorno al pueblo, no le podría llevar la ansiada presa a su chiquilla, a pesar de su experiencia como cazador, su dominio de la escopeta y de las triquiñuelas de la caza.

Con el andar lento y el ánimo henchido de tristeza caminaba cabizbajo, cuando la perra se arrancó bruscamente para la orilla de la vereda. De un lentisco, se levantó una collera de perdices emprendiendo raudo vuelo hacia el valle. “El Escurrío” se encaró la escopeta, apuntó al que pensó era el macho y disparó. El pájaro no hizo ningún extraño que advirtiese a Manuel que iba pegado, pero “la Morena” continuó con una carrera desenfrenada tras el vuelo de las patirrojas.

Manuel abrió la escopeta, sacó el cartucho vacío y tras soplar por el cañón cerró el arma y su mirada se perdió en dirección al valle con el semblante taciturno y pesaroso.

El sudor le corría frente abajo, sacó el pañuelo de “yerba” para enjugárselo y divisó a “la Morena”, vereda arriba, que parecía traer algo en la boca. La oscuridad que se adueñaba del entorno no le permitió calibrar si era así o sólo el producto de un deseo reprimido. Fueron momentos de incertidumbre, de inquietud, de desasosiego. ¡Pero por fin estaba allí, traía atravesado un hermoso macho de perdiz en su boca, apresado y prendido entre sus dientes!.

Manuel se agitó, apretó la escopeta contra el pecho, se agachó y le dio a su perra un par de sonoros besos en la frente y mientras proseguía cuesta abajo, camino de su hogar, sus labios musitaron en un breve susurrro:

- Hoy, “Chica”, hemos hecho el apaño, mañana..., mañana Dios proveerá...!.



domingo, 14 de noviembre de 2010

UN PUESTO HASTA LA DIEZ.


Este es el segundo relato de dicado a mi buen amigo  y gran aficionado Raimundo Alaminos.

Aunque el refranero español dice que “zapateros, cazadores y barberos son los más embusteros”, nuestra experiencia acumulada durante muchos años nos recuerda que nuestra afición está salpicada de mil y una peripecias difíciles de creer y que en algunos casos rayan en lo insólito, tanto es así que, por muy crédulos que seamos, nos cuesta una “jartá” el tragarnos algunas “películas”.

Esta curiosa y original historia le ocurrió a Raimundo Alaminos, “viejo” jaulero y excepcional aficionado en sus años como Maestro de Escuela en Tharsis.

Nuestro protagonista, que empieza con la afición cuando llega a la citada localidad onubense al conocer allí a grandes y buenos colgadores, se aficiona de tal forma al reclamo y a las tertulias sobre dicha caza, que más de un disgustillo se llevó con la “parienta” como resultado del excesivo tiempo empleado en dichos “menesteres” y con las copillas de aguardiente, como es normal por la zona de Huelva, que solían acompañar a dichas charlas entre jauleros.

Diego García, empleado de la Compañía Minera de Tharsis, se dedicaba en sus ratos libres a la guardería de cotos, por lo que conocía a todos los “cortijeros” de aquella zona. Además, como vecino, amigo y protector de Raimundo y ayo en lo referente a la jaula, solía buscarle buenos cotos para cazar el reclamo y ponerlo en contacto con los citados anteriormente para conseguir buenos pollos camperos. Así, cotos como La Cubica, Monteduro y La Rebolla..., y pájaros como El Encinasola o El Cabezón por citar los de más renombre, fueron fruto de dicha amistad.

Una soleada y apacible tarde anterior al celo de aquel año, Diego esperó a que Raimundo saliera del Colegio, entonces había clases por las tardes, y se dirigieron a una de las muchas suertes -pequeñas fincas familiares-, situada en los Montes de San Benito (El Cerro del Andévalo), con la idea de adquirir algún “pollanco” que tuviera buena pinta.

Como existió arreglo entre las partes, tras el cierre del correspondiente trato, hubo larga charla y alguna que otra copa, entre vendedor, comprador y Diego García.

Ya entrada la noche, Raimundo vuelve a casa con una jaula en cada mano. Pero con la ilusión de la compra, las prisas por la tardanza y el “calorcillo” del aguardiente, no se dio cuenta de la enorme piedra que formaba parte del umbral de su casa. Tras el tropezón correspondiente y por no soltar los pájaros para que no le pasara nada, nuestro buen amigo fue a dar con todo su cuerpo en el suelo y, como resultado de la caída, fractura de rótula y enyesado hasta la ingle.

Lo que en un principio debería haber sido un contratiempo, a la larga se transformó en una manera de colgar más, ya que con la baja médica en el bolsillo, encontró la posibilidad de poder dar puestos más a menudo.

¿Pero cómo...?, sería la pregunta.

Pues hablando un buen día con su amigo Diego, y después de mucho “maquinar”, se les ocurre la idea de que Raimundo se sentaría en el puesto, apoyaría la pierna escayolada en una banqueta y luego “el sujeto” antes citado, lo rodearía de ramaje como si fuera un aguardo natural, ya que todavía no existían los puestos portátiles, luego cuando él acabara de dar el puesto, volvería y lo recogería.

La idea funcionó a las mil maravillas. Diego lo colocaba, daba su puesto y cuando terminaba regresaba y recogía a Raimundo.

En una de aquellas muchas tardes, la cosa no marchó como lo había sido hasta la fecha. Después de almorzar, el otro protagonista recoge a nuestro buen amigo en la puerta de su casa, montan todos los “cacharros” en la furgoneta de Diego y se dirigen a “La Rebolla” para dar el puesto de tarde, la cual, por los densos y plomizos nubarrones, presentaba evidentes signos de lluvia, aunque de momento no lo hacía.

Arreglaron la plaza en un lugar muy querencioso para las patirrojas, a media falda del Cabezo Pantano, colgadero que a Raimundo siempre le gustó por haber vivido buenos lances en el mismo y, tras quedar totalmente tapado, el amigo Diego se despidió como siempre con el ¡hasta luego! de rigor.

La tarde, aunque amenazante, transcurrió dentro de la normalidad, ya que la lluvia sólo apareció por momentos y en forma de llovizna, que dicho sea de paso es formidable para nuestra caza. Además, había tirado una collera, con lo que pedir más, sería de egoísta en las condiciones en las que se encontraba.

Cuando la tarde ya agonizaba y unos tímidos rayos del sol escapados entre las nubes la despedían, aquella llovizna intermitente que lo había acompañado durante la tarde, empezó a transformarse en una lluvia cada vez más intensa que le hizo guarecerse como pudo bajo el troncón de un eucalipto y esperar que su compañero de andanzas viniera a recogerlo.

Con estas componendas y, cigarro tras cigarro, fueron pasando los minutos e incluso las horas sin que nadie apareciera. Su vestimenta estaba como una sopa, ya que este tipo de arboleda no tapa mucho y el viento, además, se encargaba de poner el panorama aún peor.

El nerviosismo, ya cansado de dar voces sin recibir respuesta, empezó a hacer mella en su cuerpo, porque a las nueve de la noche nadie había hecho acto de presencia por aquel paraje. Él no podía moverse por miedo de agravar su situación y no sabía qué hacer y, lo que es peor..., por aquellos entonces no existía el móvil.

Ya descompuesto y cansado de esperar, ve a lo lejos las luces de un coche procedentes de la pista que entra en la finca desde de la carretera Tharsis / La Puebla.

¡No podría ser otro, tenía que ser Diego!, -pensó para sí mismo.

Y efectivamente..., era Diego que venía a recogerlo con tres horas y media de retraso.

Tras las barbaridades que se suelen decir en estas situaciones y acordándose de todo los santos del cielo, metieron a la carrera todas las cosas en el coche y una vez dentro, ya libres de la cortina de agua que estaba cayendo, el amigo Diego le relató todo lo sucedido a Raimundo.

Cuando empezó a apretar la lluvia y, siguiendo lo referido por Diego, con las prisas de no ponerse empapado, se le olvidó por completo ir a recoger a quien había dejado a un buen trecho, pero Lolichi, la mujer de Raimundo, al ver que eran casi las diez de la noche y no aparecía por casa, se acercó a ver qué pasaba y fue entonces cuando Diego, llevándose las manos a la cabeza y pronunciando el clásico ¡ojó! del lenguaje particular del pueblo, se dio cuenta de tan imperdonable olvido.

En las fechas actuales y como prueba de la veracidad de los hechos relatados, el protagonista de aquella singular vivencia todavía cuenta con buen humor la tarde/noche tan “maravillosa” que pasó en aquella jornada vespertina de hace más de treinta años.

jueves, 11 de noviembre de 2010

LA COCINA EN EL CORTIJO. "SETAS EN SU SALSA".


Como estamos en la época propicia, incluyo un segundo plato en este mes.

 
En esta época otoñal, si es que viene cargada de humedad y de temperaturas no bajas, muchos de nuestros bosques y campos están salpicados de tan venerados como detectados “frutos” silvestres. Las setas, delicioso manjar para quien sabe apreciarlo, han sido desde siempre el objetivo de infinidad de personas que comparten sus salidas al campo con su recogida. Ir se setas es un maravilloso “hacer” que, por muchas circunstancias, no está al alcance de todos.
Nuestra maravillosa cocina tradicional, tiene infinitas recetas de setas, tantas como variedades hay de las mismas. La forma de cocinar una de ellas, quizás no sirva para otra. Por eso, bajo la humilde opinión de este aprendiz de cocinero, para hacerlas en su salsa, no sirven todas, principalmente, las que son muy blandas. Para estos menesteres, el cuerpo de la seta debe ser duro y compacto, dígase, como por ejemplo, el boletus edulis, el boletus aereus, el boletus reticulatus, las setas de chopo/álamo o cardo, el rebozuelo, el níscalo/rebullón y algunas más .

Preparación.

1.- Una vez bien impias -sólo con un paño húmedo, pero nunca lavadas, ya que pierden mucho- las setas en cuestión, se cortan en trozos medianos. Si son pequeños, al cocinarlos terminarían deshaciéndose.

2.- En un perol que no se pegue, con  bastante y buen y aceite de oliva, se doran los muchos ajos que habremos cortado con anterioridad y pimiento rojo seco de ristra. Luego, se refríen conjuntamente con mucho pimiento rojo de temporada cortado en trozos pequeños.

3.- Una vez que esté hecho el refrito, se le añaden las setas, se sasonan a gusto del consumidor y se le agregan unas hojitas de laurel, un poco de comino y un vaso de buen vino blanco. Al que le guste el picante, le puede añadir una o varias guindillas.

4.- A fuego lento -las setas se suelen pegar mas de la cuenta y máxime si lo ponemos a muchos grados-, y moviéndolas de vez en cuando, esperamos que estén en su salsa; es decir, que “naden” en su aceite. Si se quiere, se le puede añadir una cucharada de harina de trigo para espesar la salsa.

5.- A continuación, se le agrega un poquitín de pimentón rojo dulce y se deja un rato a poca temperatura para que éste no se queme y con ello no amargue.

6.- Se apartan, se tapan y se dejan reposar durante veinte minutos antes de ser servidas.

7.- Un buen mosto de la tierra ayudará a saborear tan delicioso manjar. A quien no le guste esta variedad vinícola, un buen rioja hará las mismas funciones.

martes, 9 de noviembre de 2010

SANGRE NUEVA PARA MI JAULERO.


Como en temporadas anteriores, varios pollos -en este año seis-, engrosan mi jaulero con la ilusión de que alguno de ellos, tarea altamente difícil, llegue a convertirse en años venideros, en un "espada" de primer nivel.

Si tuviera que decir la verdad, tendría que precisar que, últimamente, no estoy teniendo suerte con el "ganao" nuevo. Por una causa o por otra, no me llega a cuajar ningún pollanco, por lo que, año tras año, mi gallera termina como empezó: con los de siempre.

Sin embargo, este otoño, han ido cayendo en mis manos varios noveles con una pinta envidiable, por lo menos sobre el papel: mansos, nobles, bonitos y, lo que es mejor, con buen cante, ya que si no lo tuvieran, no llegarían a la veda. Así, con estas componendas, hay algo que me dice que, entre ellos, casi seguro que alguno va a romper en figura. Es un barrunto, una ilusión, pero creo que será así.

Para empezar, dos pollos de Chimeneas (Granada) con una gran estampa. Si uno tiene buena pinta, el otro mejor. De todas formas, el primero me tiene más que engatuzado, ya que además de su belleza, le acompaña un buen cante. Luego el campo dictará sentencia; pero a priori, me gustan.



Este pollo de dos celos, sin colgar el año pasado, es regalo del buen amigo Poli Soto, de Válor (Granada). Gran reclamo y una suavidad que asombra. Está probado sin escopeta después de la cuelga y cumplió con creces.


A continuación, este pollo de dos celos, procedente del Rosal de la Frontera (Huelva), lo colgué sin escopeta finalizada la veda anterior. Metió una collera y estuvo enfrascado con el macho cerca de tres cuartos de hora. Tiene muy buen trabajo con la cacería cerca y, además, tiene un reclamo bronco y de bastantes golpes.


Este novel del año, un poco atrasaíllo, procede de la vecina Portugal. Canta bastante  y no es bravo, aunque sí un poco arisco. Por ser de un lugar exento de jaula, esperemos que apunte bien, como suele ocurrir con los de dicha procedencia.


Para terminar, este pollo, regalo del amigo Luis Hernández Calero, me gusta bastante. Sobre todo, porque es muy manso y canta más que bien, incluso usa unos embuchados muy suaves y atractivos. 


Los dos de dos celos, más otro pollo de segunda o tercera -Ramblas-, algarín y regalo de Felipe Albadalejo, pasarán por la peluquería el domingo próximo, 14 de noviembre, junto a los cinco que componen mi jaulero (Manchego, El Cojo, Guerrilla, Facul y Barbarino). Los otros cuatro del año, primeramente, veré lo que hacen en la mata, sin escopeta. Si apuntan maneras, tendrán una oportunidad al final del celo si el campo y ellos están buenos. Si son alambristas o saltarines, me los quito de encima rápidamente, ya que éstas, son características que no soporto, al igual que los cantes "picaos".