jueves, 1 de julio de 2010

CUANDO LAS NECESIDADES MANDAN


Este relato, al que le tengo un cariño especial por los muchos condicionantes de la vida rural del mismo -que los ya mayorcitos hemos vivido-,  es totalmente ficticio. Sin embargo, el trasfondo de la historia es la realidad de aquellos tiempos. Era nuestra España de aquellas fechas. Esperemos que no vuelva nunca.

Aunque escrito en noviembre de 2009, no lo he colgado antes en el blog, porque lo había mandado en diciembre a la revista Trofeo Caza por si lo tenían a bien publicarlo. Como no ha sido así, hoy lo doy a conocer a todo el que se quiera acercar por aquí.

 
Además, se lo dedico a los trabajadores de aquellos tiempos, que aguataban con humildad y estoicismo todos los abusos a los que eran sometidos por sus “patrones y señoritos”.

Currillo se había criado como el resto de sus cinco hermanos, de choza en choza. Su padre, Francisco, Frasco el Pastor, como todo el mundo lo conocía, ejercía dichas labores con un buen rebaño de ovejas y algunas cabras. Su madre, Petra -Petra la de Frasco-, se dedicaba al cuido de los hijos, a ordeñar las ocho ovejas y dos cabras, que le permitían tener para el avío de casa y hacer aquellos quesos riquísimos que se los vendía a Ricardo, el encargado de la finca, o en el pueblo, cuando iba a comprar lo necesario para la subsistencia. Además, Petra, algún día en semana, se acercaba al cortijo de la finca para adecentarlo. Ambos llevaban trabajando toda la vida para unos marqueses, los dueños de las tierras, que residían en Madrid y a los que nunca habían tenido el gusto de conocer.

Aunque nunca fue a la escuela, Currillo era un chaval, quince años, “listo como el hambre”. Lo que sabía de libros, que no era mucho, se lo había enseñado Ricardo que, al no tener hijos, lo quería como un padre y nunca escatimó nada que ofrecerle al bueno de Currillo.

El muchacho, cuando llegaba el mes de junio, le “arrimaba” a su padre cuatro o cinco perdigoncetes que criarían entre los dos y luego venderían a los aficionados lugareños, para con ello ayudar a su estrecha economía. Por cierto, siempre procedían de La Solana de las Retamas, que era el lugar de la finca donde le gustaba coger los pollos, porque de siempre habían tenido fama los pájaros de aquella zona por su valentía, belleza y mansedumbre.

Aparte de ayudar a su padre con el ganado, era él el encargado de cuidar a aquellos noveles y a Solano, un pájaro que había quedado sin vender tres años atrás, porque al criarse un poco raquitiquillo, parecía hembra. Pero luego, al estar solo y recibir todas las atenciones del mundo, desarrolló de tal forma que se le metía por los ojos a todo el que lo veía y al que le había puesto ese nombre por su lugar de procedencia.

Como Currillo se había encariñado con él, su padre, para no darle un disgusto, no lo había querido vender y luego, tras varios puestos que Frasco y su hijo daban a escondida, se habían dado cuenta que estaban ante una verdadera maravilla de pájaro, por lo que decidieron no desprenderse nunca de él.

Ricardo, el encargado, que conocía la afición que ambos tenían a la caza, cuando Petra le traía los quesos, siempre le daba unos cuantos cartuchos recargados, no sin antes recordarle:

-Petra, dile a tu marido y a Currillo que tengan cuidado con la escopeta, que solo maten para casa. No me gustaría que llegara a oídos de don Evaristo, el administrador de los marqueses, que se vende cacería de la finca. Además, me he enterado que dan algunos puestos y la jaula es cosa sagrada solo para D. Evaristo y sus invitados.

Por aquellos entonces y por indicaciones de D. Joaquín, el médico del pueblo, Chari, la hermana menor de Currillo, que ya hacía tiempo que arrastraba grandes dolores de cabeza por culpa de la vista, tenía que ir frecuentemente a la capital acompañada por su madre, para pasar revisiones y comprarle unas gafas adecuadas para solucionar el problema.

En una de aquellas visitas, D. Joaquín, que era muy aficionado a la cuelga y que se había enterado por las consultas a otros trabajadores de la finca que Frasco tenía un gran reclamo, le propuso a Petra que su marido le vendiera el pájaro.

-No creo que mi marido quiera venderlo -respondió Petra-. De todas formas, como vamos a necesitar dinero para lo de la niña, a lo mejor cambia de opinión y se decide a vendérselo, siempre que Currillo lo acepte, porque él lo cogió, él es el que lo cuida y, por tanto, le tiene mucho cariño.

Por el camino, Petra le daba mil y una vuelta a la cabeza sobre cómo plantearle lo del médico a Frasco. Sabía de más la respuesta que recibiría, pero también tenía claro que necesitaban aquel dinero para su hija. Así que, en cuanto llegó al campo y vio a su marido,  le comentó:

-Frasco, D. Joaquín me ha dicho que te quiere comprar el pájaro del niño. Tendremos que pensarlo, porque necesitamos el dinero para nuestra Chari.

-Por mí no hay problema -respondió Frasco-, aunque me va a costar trabajo desprenderme de él,  pero Currillo..., no sé lo que dirá.

El chaval, que estaba fuera cuidando los pájaros, y que había escuchado la conversación de sus padres, respiró hondo porque se había quedado más que helado -aquello era una faena para él-, entró a la choza y dirigiéndose a  los dos, les dijo:

-Mañana, cuando vayamos al pueblo con los quesos, veremos a don Joaquín y le diremos que le vendemos a Solano, pero nunca por menos de quinientas pesetas, que es lo que se está pagando por un reclamo de la calidad del nuestro. Con ese dinero habrá suficiente para los viajes, las consultas y las gafas de mi hermana.

Sus progenitores se miraron y no dijeron nada, porque un nudo en la garganta se lo impedía, a la vez que unas grandes lágrimas de alegría y satisfacción corrían por las mejillas de Petra que, saltando de uno de los banquillos donde estaba sentada, se abrazó a Currillo, mientras le decía con voz entrecortada:

-Eres un cielo, no esperaba menos de ti.

Al día siguiente, hablaron con el médico que, por supuesto, no puso el menor reparo al precio y quedaron para probar el pájaro, por cuestión de protocolo, ya que él sabía más que bien lo que iba a comprar. Además, le regaló un pollo de dos celos para que lo vendieran junto con los demás, porque a él no le acababa de convencer.

Cuando llegaron a la finca, le estaba esperando Ricardo, el encargado que, tras los ¡buenos días! de cortesía y dirigiéndose a Currillo, le dijo:

-Llevo un rato esperando a tu padre y no acaba de llegar. Vengo a decirle que D. Evaristo se ha enterado de las magníficas cualidades de Solano y quiere que se lo repaséis, que él os dará una buena propina.

Currillo salió corriendo a buscar a su padre y contarle lo del administrador de los marqueses. Frasco, en cuanto se enteró del problema, y muy a pesar suyo, no tuvo más remedio que asentir y tratar de consolar a su hijo.

-Currillo -le dijo su padre-, no tenemos otra alternativa que dejar que D. Evaristo pruebe el pájaro y esperar que nos haga un regalito, aunque con lo tacaño que es, no nos dará para lo de tu hermana, pero a los pobres no nos queda otra alternativa que actuar así. Currillo, aunque a regañadientes y refunfuñando, comprendió la situación y no pudo negarse al planteamiento de su progenitor.

El sábado siguiente, muy temprano, Currillo esperó en el cortijo a don Evaristo que llegaba a la finca, como todos los años, a pasar una temporada colgando el reclamo. Solano venía en su jaula de siempre, una hecha con dos tapas de corcho y unas varetas de olivo que le servían como alambres, pero aun así y sin sayuela, no daba el más mínimo bote. Esto y un color aterciopelado en todas sus plumas hacían de él una verdadera maravilla para quien lo observara.

El administrador, con aspecto despegado y distante, saludó a los que le esperaban y, rápidamente, con una cara de satisfacción que le llegaba de oreja a oreja, mientras cambiaba de jaula al reclamo, se dirigió a Currillo diciéndole:

-Niño, ¿de dónde has sacado este pájaro que todo el mundo habla de él y no acaba?

-No es para tanto, D. Evaristo. Solo es un buen reclamo que tiene algunas manías, como todos los demás.

-De todas formas, cuando veas a tu padre, le dices que venga a la hora de la comida, que tenemos que hablar de Solano.

Poco después, el encargado que le tenía aparejada una yegua, lo condujo a un colgadero de la finca en donde las perdices abundaban y siempre habían sido muy valientes.

Cuando llegaron, Ricardo se puso a arreglar un poco el aguardo, situado en un altozano con una buena oída y rodeado de una recién nacida siembra de trigo. Luego, tras ayudar a D. Evaristo a meterse en el mismo, colocó al reclamo en el repostero, le quitó la funda y se introdujo junto a él en el puesto.

Solano, como hacía siempre, salió con rapidez y, al poco tiempo, una pareja que debería estar en las proximidades, se vino de vuelo ante aquel meloso canto, yendo a caer en todo el centro de la plaza. D. Evaristo, nervioso por el aleteo y el “pichó, pichó, pichó…” de las campesinas, y sin darle tiempo al reclamo para que los tomara como debe ser, disparó precipitadamente y aquella collera salió con estruendoso vuelo para no dar más la cara en toda la mañana. Pero al poco rato, Solano, que había cargado el tiro como si no hubiera pasado nada, volvió  meter otro par en la plaza y D. Evaristo volvió a hacer de las suyas ante la perpleja mirada de Ricardo, el encargado.

Esta vez, uno de ellos se quedó dando saltos y tuvo que rematarlo con un segundo tiro. Solano, de nuevo, recibió este nuevo disparo con un cuchicheo bajísimo y así siguió hasta que un garbón solitario, con un reclamo avasallador, se presentó enmoñado delante de la jaula y D. Evaristo, esta vez sí, lo dejó “seco”.

El pájaro, que seguía con su recital, volvió a meter una hembrilla y el administrador, ya mucho más relajado, volvió a abatirla sin que moviera una pluma.

Ricardo, por indicación de su jefe, salió del puesto, enfundó al reclamo y, dirigiéndose a él, le dijo:
-D. Evaristo, ¡menudo pájaro va a tener usted!

 -¡Ni que lo digas! -le respondió-, ¡ni que lo digas!

Ya en la casa, mientras tomaban buenos tragos de vino y contaban las excelencias de Solano, Frasco, que había llegado para saludar a don Evaristo, casi en posición de firme y con la boina en la mano le dijo:

-¡Buenas tardes D. Evaristo, sea usted bienvenido!  ¿Y el pájaro…, qué tal se ha portado?

-Calla Frasco, calla. Solano no es un pájaro, es una bendición, y eso que no me he portado con él todo lo bien que debería haberlo hecho.

Luego, metiéndose la mano en el bolsillo y con cierta altanería, sacó un pequeño monedero de piel y, dándole cinco pesetas de las de papel, le dijo:

-Toma Frasco, para que luego digas que no soy espléndido y agradecido con los buenos amigos como tú.

Frasco, haciendo un pequeño gesto de sumisión, cogió aquel dinero que realmente necesitaba, a la vez que se acordaba de “to los santos” de D. Evaristo, el cual lo despidió hasta otro día, mientras continuaba de tertulia con Ricardo y otros conocidos.

Al alejarse del caserío, Currillo, que lo estaba esperando le mostró la vieja jaula de corcho con un pájaro dentro.

-¿Y eso, Currillo? ¿Qué haces aquí con la jaula y ese pájaro?

-No, papá. No es cualquier pájaro. Es Solano -le respondió Currillo.

-¿Eso cómo va a ser? Solano lo tiene D. Evaristo en el cortijo, metido en una de sus jaulas.

-No, papá. Estuve escuchando toda la historia y no podía permitir que semejante roñoso matarife se quedara con Solano, así que fui por el pollo que me había regalado el médico y, en un abrir y cerrar de ojos, entré en el cuarto donde estaban los reclamos y nuestro pájaro volvió a mis manos. ¡Ese tío seguro que no notara nada! Ahora sí se lo podremos vender a D. Joaquín y así costear los gastos de Chari.

Frasco, aunque no muy contento y un poco medroso con lo ocurrido, lo dio por bueno y máxime sabiendo la forma de actuar y pensar del administrador de los marqueses.

A los dos o tres días, volvió Frasco al cortijo y, con gesto compungido y aguantando el tipo, escuchó el relato que con tono abatido y apesadumbrado le refería D. Evaristo.

-Amigo Frasco, ya te lo dije el otro día. Creo que no hice bien las cosas en el primer puesto que le di a Solano. Lo he vuelto a colgar tres o cuatro veces más y no me ha abierto el pico. Así que lo meteré en tierra y lo dejaré para el próximo año a ver si cambia de actitud.

A los pocos días, D. Joaquín, el médico, no sin antes haber jurado mutismo total, probó a Solano, que para no ser menos que en la vez anterior, metió en la plaza dos parejas y una hembra que, por supuesto, “no dijeron ni pío”. El trato, aunque lo habían fijado en quinientas pesetas, no fue impedimento para que D. Joaquín le diera seiscientas y, con ello, ayudar a los gastos de la niña.

Fueron pasando los años y D. Evaristo solo sabía quejarse ante Frasco de lo mal que lo hizo con Solano, que nunca más volvió, y siempre siguiendo las palabras del administrador, a dar un puesto en condiciones. Por el contario, D. Joaquín, el médico del pueblo, disfrutó largos años de la inmensa calidad de dicho reclamo y siempre le dispensó a aquella familia todos los favores que necesitaron.


4 comentarios:

  1. Anónimo dijo...
    Amigo José Antonio.

    Simplemente genial. Retratas perfectamente la miseria del pobre y el orgullo del pudiente en un mundo como el de la jaula, que siempre ha abarcado a las dos situacione sociales.

    Me recuerda a los "Santos Inocentes".

    Un saludo. Ángel Luis.

    1 de julio de 2010 22:53

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  2. Estimado "Tocayo", leyendo tus relatos, uno se entra en ellos, pareciendo acompañar a eso personajes y vivencias que magnificamente narras, antes habia leido algunos en los distintos foros, pero desde que sigo tu blog, un al leerlos difruta de esos puestos, pues a quien nos gusta esta caza o "esta manera de vivir", cualquier cosa relacionada con nuestra afición, nos hace llevar mejor este "mono", en el periodo de pelecha.
    Por eso no te canses de los retalos.

    UN SALUDO.

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  3. Estimado José Antonio Ruiz

    Me da una inmensa alegría y me lleno de orgullo, aunque no me gustan las adulacines, que personas con tu sabiduría y experiencia en estas lides, le den el VºBº a un relato, aunque totalmente fisticcio, su fondo nos recuerda a los que caminamos hacia los sesenta una multitud de vivencia que hemos presenciado.

    Puedo asegurarte, que es el relato al que más cariño le tengo, porque alguien de mis antecesores, sacado del contexto, por supuesto, tuvo que aguantar muchas de las tristes infamias que había que cumplir para que el que mandaba no se molestara con él.

    Aprovecho esta ocasión para felicitarte por tu blog -Dietario El Solitario-, al que sigo hace ya algún tiempo.

    Un saludo desde Punta Umbría. José Antonio

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  4. Estimado José Antonio Ruiz.

    Te pido mil perdones por confundirte en el final de mi respuesta con José Antonio Martínez autor del blog que cito.

    Lo siento de todo corazón.

    Un saludo.

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