miércoles, 15 de septiembre de 2010

NUEVOS POLLOS PARA NUESTRO JAULERO: ¿PERO DE DÓNDE?


Cuando finaliza el verano y el otoño comienza a asomar por el horizonte, cuando las primeras aguas empiezan a caer sobre las resecas tierras de nuestra piel de toro, cuando nuestros reclamos van terminando su cíclica muda, nuestro colectivo de jaulero, año tras año, comienza el tradicional fichaje de noveles en busca del “mirlo blanco o gallina de los huevos de oro”.

¿Quién no sueña año tras año con encontrar otro reclamo igual que aquella “maravilla” que un día nos dejó? ¿Quién no ha perdido los papeles y ha pagado una locura por un pollo porque al parecer es de este o aquel lugar famoso y, luego, incluso nos sale hembra? ¿Quién no se encuentra todos los años en el dilema de si comprar pollos de granja o de campo?

Pues sí. Estas consideraciones y muchas más, cuando todos los años apuntan hacia el otoño, empiezan a rondarnos la cabeza. Pero cuidado, que ello arrastra un problema peliagudo para las ya de por sí escasas poblaciones de perdices salvajes: el expolio de pollos de campo con el fin de obtener pingües beneficios.

Hasta hace unos años, cuando nuestro colectivo no era muy numeroso y más que nada era una afición muy arraigada a la tradición familiar y, con ello, los principios morales y sentimentales prevalecían por encima de los cinegéticos, aunque en el fondo fuese una forma más de caza. El coger o comprar algún “pollitranco” de campo, para que nuestro jaulero tuviera savia nueva, no suponía problema alguno para la abundante densidad de perdices que poblaban nuestros terrenos. Es más, la mayoría de las veces, ni se pagaba: o se hacía en forma de trueque o de regalo.

Hoy día, sin embargo, la adquisición de nuevas promesas, si son de campo, es pecado mortal. Si a las ya diezmadas poblaciones de perdices rojas salvajes, le añadimos el saqueo anual de pollos –que perecerán la mayoría en casa de los muchos desalmados que realizan estas prácticas-, por mucho que nos pese, estamos acabando poco a poco con la reina de nuestros campos: la bellísima e inigualable “alectoris rufa”.

Sé, al igual que todos/as los amantes a la jaula que, en el fondo, aunque queramos enmascararlo con cuarenta mil paños calientes, la perdiz de campo es la perdiz de campo y la de granja es la de granja. Pero también sé, igual que todos/as sabemos, que el mundillo que hoy se mueve alrededor del tema, con muchos billetes de por medio, aparte de otras circunstancias, que también todos/as conocemos, es una pesada carga difícil de levantar.

Si en nuestros jauleros queremos “campo”, lo reconozcamos o no, estamos “ayudando” a la masiva captura de perdices que sufren todos los rincones de nuestra geografía con el único fin de llenar el bolsillo de cuatro desalmados, con nuestro apoyo, por supuesto, que tienen en esta práctica ilegal una manera fácil de conseguirlo; ya que desalados o heridos de ojeos o caza al salto, poquitos, poquitos.

La cuestión será el mirarnos hacia adentro y preguntarnos: ¿quién es más culpable el que los coge y los trafica o el que los adquiere? Creo que si lo dejáramos al 50 % seríamos benévolos con los que los compramos o los hemos comprado. O bien: ¿se cogerían tantos pájaros si no hubiera comparadores para ellos. La respuesta es fácil: NO. Se capturan porque se venden –en algunos casos, según el lugar, hasta 200 € si están ya totalmente desarrollados en el campo-. Si no fuera así, la historia cambiaría bastante.

Aunque nos duela, tenemos que empezar, aunque hoy día ya sea algo tarde, por no seguir alimentando dichas ventas ilegales e, incluso, si fuéramos valientes, deberíamos denunciar a quien las practica, que curiosamente, en algunos de los casos, incluso los conocemos. Nos guste o no, el futuro del reclamo, si queremos acabar con la lacra de las capturas ilegales de pollos, está en las granjas. De ellas también salen fenómenos, quizás más de los que pensamos.

Para terminar, puntualizar que hace unos días, justamente a principio de septiembre, según el Diario de Ávila y la televisión autonómica de Castilla y León, la Guardia Civil y la Policía Judicial de dicha capital, dentro de la llamada Operación Perdigón, en la localidad abulense de Tiñosillos (cerca de Arévalo), procedieron, por orden judicial, al registro de varios domicilios. En dichos registros se recuperaron cerca de 400 pollos de perdiz que habían sido capturados durante este verano en varios cotos de la comarca. Aunque se sabe que las capturas anuales podían llegar a varios miles de ejemplares. Es decir, una auténtica barbaridad.

Los responsables de dichas prácticas ilegales, que fueron denunciados por dueños de cotos y cazadores del entorno, se enfrentarán a la imputación de un delito contra las especies protegidas, ya que las capturas se produjeron en época de veda. Por tanto, el paquete será morrocotudo. Y se supone que, ahora, le tocará el turno a los “destinatarios del producto”: particulares, tiendas, granjas…, que también serán puestos a disposición judicial.


Creo que la noticia será bien acogida por todo nuestro colectivo y, aunque un poco tardía en cuanto a su contenido -se podría haber llevado a cabo mucho antes en cualquier lugar de nuestra geografía-, es un buen comienzo. Así que aprendamos. No alimentemos más dichas capturas y no compremos más un pollo de campo a cuatreros sin escrúpulos. Además, si no nos invade el miedo, tomemos de ejemplo lo ocurrido en la zona de Tiñosillos. Si así lo hiciéramos, dentro de unos años, nos alegraríamos con toda seguridad.

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