miércoles, 17 de marzo de 2010

CASTELAR, UN BUEN RECLAMO GRANJERO.

               
A todos los buenos aficionados que siempre confiaron y siguen confiando en el reclamo de granja.

Recuerdo que un buen día de hace ya bastantes años, mientras manteníamos un pequeño debate unos aficionados, entre los que se encontraba mi primo Jerónimo Lluch, sobre la novedad que suponían aquellos primeros pájaros de granja, le escuché comentar al amigo Ángel Luis Lira, refiriéndose a los recursos musicales de los que hacían gala los pollos granjeros, que si su padre y gran aficionado, Pepe Lira, “levantara la cabeza” y viera lo que hacía uno del año, se volvería a morir.

Pues de aquellas primeras patirrojas que nunca llegaron a sentir el confortable “calorcillo” de las plumas de su madre, ni que llegaron a correr torpemente en sus primeros días de vida, cuando la mamá Perdiz los llamaba cloqueándole porque había divisado un hormiguero, un gusanillo, un saltamontes…, o cualquier otra golosina, era Castelar. Este reclamo, procedente de Burgos, lo adquirí ya casi empezado el celo de aquella temporada porque los amigos me contaban mil y una maravillas de los reclamos de granja. Como era “desecho de tienta”, como se dice en el argot taurino, porque los de mejor planta se los había llevado la gente, aunque no era feo, sí era un poco bravo, pero muy pronto fue cambiando su temperamento hasta convertirse en un pájaro, no manso como un perrito, pero que aceptaba de buen grado el manoseo.

Castelar o “el de Burgos”, como también lo llamaba a veces, porque procedía de una granja de dicha provincia, que no cargó el tiro en el primer disparo que se le realizó y se llevó toda la tarde sin abrir más el pico, era un reclamo de aceptable para arriba en los cuatro años que lo tuve, ya que en el pelecho de ese celo murió tras llevar algún tiempo renqueante, quizás como resultado de un puesto de “diluvio universal” que se le dio el último día de cuelga de esa temporada.

Castelar era ante todo un reclamo hembrero, muy seguro y cumplidor en todos los puestos que se le daban y, al ser muy suave y sin muchos aspavientos al recibir, las hembras le solían entrar bastante bien. No se embolaba cuando se le acercaba la caza, sino que se mantenía recto, enmoñado, dando de pie durante toda la parte final de la faena y sin tomar un alambre. Cargaba el tiro con un cuchicheo muy bajito e iba subiendo el tono con una lentitud exasperante.

Por tener por aquellos entonces, otros buenos reclamos, Castelar sirvió de disfrute y regocijo para familiares y amigos, más que para mí, ya que utilizaba normalmente a los dos primeros que eran con los que estaba más “encariñao” y siempre me daban buen resultado. Eso no quitaba que lo colgara alguna que otra vez, principalmente cuando me enteraba que alguna “viuda recelosa” daba “más que la lata” a algún compañero de coto y su pájaro había terminado alambreando y lo que es peor, descompuesto.

Una de esas tantas veces, estando de socio en una finca en Cabezas Rubias, el amigo Antonio, El Canito, como todo el mundillo de la jaula siempre lo ha conocido en Huelva, había llegado a la casa después de dar el puesto de la mañana con un gran sofocón porque a un reclamo que había adquirido a base de talonario, un hembra se la había jugado varias veces esa mañana y a él le había hecho coger tal “cabreo” que las pagó con el pobre reclamo hasta límites que no se deben contar, pero que todo el mundo, que sepa “de qué madera está hecho un bastón de acebuche”, se lo debe suponer.

Pues aquella misma tarde, ya calurosa porque casi estábamos a final de celo, febrero adelantado, tras escuchar el pormenorizado relato que nos hizo el amigo Antonio sobre la “mañanita” que había dado la “buena señora” y tras las indicaciones sobre el lugar donde había estado colgando, José Trujillo, mi inseparable compañero de cacerías y yo, nos dirigimos a dicha zona para dar el puesto con Castelar. Después de una buena caminata con todos los “cacharros” a cuestas, llegamos a la “la postura” de Antonio y, tras observar detenidamente la zona, decidimos montar el aguardo en un cortafuego del año anterior con una buena oída para todos los lados.

Tapamos bien el portátil y al reclamo lo instalé en el mismo borde del monte. No tocamos mucho la plaza porque no queríamos que la hembra, si venía, recelara por los cambios y porque además, la zona estaba desmontada del invierno anterior y había pocos estorbos en la plaza.

Castelar, que tenía una pronta salida, hizo honor a su fama y antes de meterme en el puesto ya estaba cantando por alto. Tras un buen rato, se quebró con cuchicheos y piñones y con estas componendas estuvo un buen tiempo hasta que la esquiva perdiz, de la que hablaba Antonio, dio señales de vida en la ladera de enfrente y no muy lejos del camino por donde habíamos venido. Castelar, al oírla, bajó en volumen de su canto y la perdicilla, que debía venir “perdiendo el culo” se amparó, en un abrir y cerrar de ojos al lado del aguardo. Sin dejar de reclamear, se fue acercando a la jaula, camuflada por el monte, pero segundos después, tras rápida carrera por delante del reclamo, vino a parapetarse de nuevo a nuestro lado.

Allí permaneció largo rato con embuchada tras embuchada. Mientras, la jaula, utilizando todos los recursos de los que disponía trataba de atraerla hasta las cercanías del farolillo, y algo muy especial le tuvo que estar recitando Castelar porque tras un pequeño silencio, no tardó mucho en aparecer delante suya tras haber dado un rápido rodeo amparada siempre por la espesura de la vegetación.

Como la tenía encañonada, casi desde el primer instante, teniendo en cuenta sus antecedentes, cuando pensé que ya era el momento idóneo, disparé y la jaula cargó el tiro dando de pie de manera inaudible durante algunos segundos, mientras la hembra pataleaba débilmente en su agonía.

Tras un buen rato sin recibir más respuesta del campo, otra hembra que seguramente habría estado escuchando toda la faena anterior y se habría venido de callado hasta las proximidades de la jaula, hizo que Castelar, que ya había advertido su presencia, comenzara a llamarla con un cuchicheo bajísimo.

Esta hembra, posiblemente viuda de algún tiempo, no mostraba signos de recelo alguno ya que venía por medio del cortafuego en dirección al reclamo sin buscar nada para camuflarse. En un principio, creí que algunos de los traspiés que había dado repetidamente, eran debido a los muchos terrones y troncones de jara vieja que había dejado el arado tras el desmonte, pero cuando estuvo a la altura del reclamo me di cuenta que cojeaba ostensiblemente de una pata, tal vez de algún plomazo que había recibido en uno de los ojeos que se habían dado ese año. La “pobre”, a duras penas, había conseguido llegar hasta allí, porque con casi total seguridad, el ardor que produce en los animales la necesidad del apareamiento, así se lo había pedido y habría encontrado en Castelar al que podía ser su pareja.

Miré a José con cara de circunstancias y cómo queriéndole preguntar: - ¿qué hago?

Él, hombre de buen interior y sentimental al máximo, se me acercó al oído y conmovido por la actitud de aquella hembra, me sugirió en voz baja:

- José Antonio, no la tires, que es una lástima. ¡Déjala que críe!

Yo, que también soy blando de corazón, asentí con la cabeza y aparté la escopeta de la tronera.

Castelar seguía embobado con ella y la pajarilla sin la más mínima señal de resabio, picoteaba y restregaba la cabeza por el suelo en señal de enamoramiento.

En esta situación y “sin perder puntada” ante aquella escena tan platónica y digna de recordarla para siempre, la noche empezó a caer de forma inexorable, por tanto, hice varias veces ruido con la garganta para que la hembra se fuera, pero ésta más atenta a Castelar que a otra cosa, parecía que se lo habían dicho, de allí…, no se movía. Sólo después de levantarme, echó una pequeña carrera y desapareció entre medio del matorral. Al acercarme para enfundar a Castelar, la pajarilla, quizás con un nudo en la garganta, seguía llamando con entrecortadas embuchadas a quien había compartido con ella unos minutos de felicidad, y así siguió hasta que nuestra progresiva lejanía del lugar, cargados con todos los “chismes”, hizo que su canto se fuera haciendo inaudible.

No mucho tiempo después, la Divina Providencia, quiso ser justa con José y conmigo, ya que una tarde de finales de mayo, cuando junto con otros socios del coto caminábamos por aquella zona para buscar el sitio idóneo de un comedero de tórtolas, nos quedamos fascinados al observar que alrededor de una perdiz con paso lento y una pronunciada cojera, caminaba una buena “caterva” de perdigones recién nacidos.


viernes, 12 de marzo de 2010

EL FANDANGO Y LA PERDIZ


Aunque el origen de la palabra fandango es incierto, probablemente se derive del vocablo portugués “fado”.

Del fandango flamenco se tienen noticias ciertas hacia 1870, y se supone que nace en Andalucía de la mezcla del fandango folclórico o tradicional, con los cantes flamencos que se realizaban en esta región por aquella época.

Luego, estos cantes y bailes, sufren un aflamencamiento al aclimatarse a una zona concreta, la que corresponde a la provincia de Huelva y dentro de ella a dos comarcas concretas: el Andévalo y la Sierra. Dentro de ellas, las localidades que tiene fandangos propios son las siguientes: Alosno, El Cerro de Andévalo, Cabezas Rubias, Santa Bárbara de Casas, Calañas, Zalamea la Real, Minas de Riotinto y Valverde del Camino, en la zona andevaleña; y Encinasola y Almonaster la Real, dentro de los pueblos serranos. De todas estas poblaciones, quizás sea -sin desmerecer a las demás- la de Alosno la más conocida por este tipo de cante, e incluso se piensa que fue allí donde nació. Como muestra de ello, un botón.



Fandango, ¿dónde has "nacio"

que “to” el mundo te conoce?

Yo nací en un rinconcillo

que Alosno tiene por nombre

donde le dan el “dejillo”.



Aunque existen otras modalidades de fandangos en distintas comarcas de Andalucía y otras fuera de ellas, los de Huelva poseen características especiales que los configuran como un grupo propio diferenciándolos del resto. Dentro de ellos, los fandangos de cacerías son muy extensos y su temática es de las más comunes. De hecho, en todos los palos flamencos hay letras que hablan sombre el mundillo de la perdiz y todo lo que lo rodea: cariño sentimientos, tristeza y alegría...

Los fandangos de Huelva se presentan en estrofas de cinco o seis versos octosílabos, de los que uno se suele repetir. Estas estrofas presentan una rima variable: a veces asonante, en otras ocasiones, consonante y también puede aparecer con rima irregular.

Entre los grandes intérpretes individuales que han cantado fandangos de Huelva podemos citar: José Pérez de Guzmán, José Rebollo, Antonio Rengel, Paco Isidro, El Moreno de Paymogo, Pepe La Nora, Antonio El Muela, Marcos Jiménez, Eufrasio Domínguez, Paco Toronjo, El Cabrero...

Y después de esta pequeña introducción, a modo de muestra, hago una pequeña recopilación de algunas letras de fandangos relacionadas con el mundo de la jaula y de la perdiz en general.


Maté...

Por tirarle a un perdigón,

yo a mi reclamo maté

y me decía sangrando:

tú que siempre tiraste bien

¿por qué temblaron tus manos?



Más vieja...

Yo salí de cacería

con mi perdiz, la más vieja.

Ella me cantó un reclamo

y a mí entró una pareja

de civiles a caballo.



Mis pájaros en el campo...

Mis pájaros en el campo,

además de ser valientes,

han de ser condescendientes

al humo de mi tabaco

y al olor de mi aguardiente.



Mejor que Antonio Chacón...

tengo un reclamo que canta,

mejor que Antonio Chacón.

No alambrea ni se espanta.

No porque lo diga yo,

que tiene almíbar en la garganta.



Esa perdiz en mi puesto...

ay qué bonita me entró.

Esa perdiz en mi puesto,

tan valiente y pinturera,

que yo la quise tirar

y la dejé que se fuera.



Perdiz...

La reina de mi cortijo,

es una pájara perdiz.

Yo no le cuelgo reclamo,

porque me gusta verla allí

por las mañanas temprano.



De perdiz...

Un pájaro macho entraba

en un puesto de perdiz

y a una lucha me obligaba.

No merecía latir

el cañón que le esperaba.



Llevo a los hombros el aguardo,

la escopeta y el banquillo.

Llevo a la espalda un reclamo,

que “colgao” en el farolillo,

de los “collaos” se hace el amo.



Agonizaba...

Un reclamo agonizaba,

por un plomo “rebotao”

y mientras acababa su vida

a su dueño le decía:

¡ay, socio que me has “matao”!



Once perdices maté

el jueves de cacería.

Once perdices maté y no llegué a la docena

porque empezó a llover...

¡Ay si la tarde está buena!



El canto de la perdiz...

y el perfume de la sierra...

El canto de la perdiz

y el “ganao” en la sementera,

es lo que me gusta amí

al llegar la primavera.



Ha “tirao” una perdiz

Alonso Pérez en la sierra

y luego, a los pocos días,

se la encontró Pedro Gil

en una mata escondía.



En el monte...

Se escucha el viento rugir,

en la soledad del monte

y en el nido la perdiz

lo contenta que se pone,

al ver a su macho venir.



Quiero vivir en el campo,

porque me gusta oír

por la mañana temprano

el canto de la perdiz,

en lo alto del romerano.



Va una perdiz recelosa

con sus pollos paseando.

Va una perdiz recelosa,

porque a la carpa del campo

le pasa como a las rosas,

que tiene espinas acechando.



Una perdiz yo maté

cuando en un arroyo bebía.

Una perdiz yo maté

y al ver huérfanas a sus crías

mi escopeta fui y tiré

¡no voy más de cacería!


PD. La información está sacada de varios portales de internet relacionados con el cante, aunque la letra del fandango Agonizaba...  es de mi puño y letra 

domingo, 7 de marzo de 2010

HISTORIAS DESDE EL CORAZÓN: UN SUEÑO HECHO REALIDAD.


A mi compañera y amiga Grego García por su inestimable ayuda como correctora de la sintaxis de mis escritos.

Entre las muchas historias que el abuelo Vicente me contaba en mi niñez, nunca olvidaré la que intentaré relatar con todo el cariño y detalles que él solía poner y utilizar cuando lo hacía.

Ésta, debió remontarse muchos años atrás, porque según me comentaba, él también se la había escuchado a su abuelo del mismo nombre.

- Hace muchísimo tiempo, -como siempre empezaba el abuelo a contarnos sus apasionantes relatos-, en una pequeña localidad de Sierra Morena, Antonio, -hombre noble, de buen corazón, metido en edad y enamorado de la caza y en especial a la de la jaula-, una mañana mientras apuraba los últimos momentos en la cama antes de empezar su tarea diaria con el ganado –era agricultor y ganadero-, escuchó hablar en el cuarto donde dormitaban sus reclamos.

Rápidamente, se puso un poco de ropa y sin más dilación fue a ver qué pasaba, pero se quedó de piedra y estupefacto, cuando uno de sus reclamos, Herrador -regalo de un amigo de esa profesión-, mirándolo fijamente, y balbuceando sonidos humanos, terminó por decirle:

- ¡Buenos días, amo!, ¡Necesito hablar con usted!

Antonio, sin salir de su estupor y blanco como la pared, mientras un sudor frío le recorría todo el cuerpo, creyó enloquecer. Se pellizcaba el cuerpo para ver si estaba soñando. Se daba tortas en la cara; pero nada, no estaba soñando, aquello aunque increíble, era realidad. Así que, tartamudeando y con voz entrecortada por la enorme impresión y preso del pánico que tenía en su interior, no tuvo más remedio que contestarle:

- Herrador, dime que esto es un sueño, dime que esto no es verdad.

- Pues no lo es amo, no lo es -respondió Herrador.

- Como no soy muy bien hablado -prosiguió Herrador-, trataré de ser breve y de explicarme lo mejor posible. Le he servido fielmente durante ocho largos años. En ellos, le he proporcionado infinidad de alegrías, sacrificando para ello a muchos de mis hermanos. Por tanto, creo que ha llegado la hora de dar el último puesto. Luego, cuando acabe el mismo, le pido a usted que me conceda la libertad. Aun agradeciéndole el buen cuido que siempre me ha dispensado, no quiero seguir encarcelado tras estos barrotes, el resto de mis días -concluyó Herrador.

Antonio, sudaba a chorros, aun con el frío que hacía. Sus manos intentaban liar un cigarro para que le liberara de su nerviosismo, pero eran incapaces de acertar en su cometido.

Con este estado y tras sentarse en una vieja silla de madera que había bajo la mesa que utilizaba para preparar la comida de los reclamos, le dio en unos segundos mil vueltas a la cabeza, mientras observaba las estrellas por la ventana que tenía enfrente y, tras pasarse varias veces la mano derecha por la barbilla, con la cara descompuesta y voz que no le salía del pecho, dirigiéndose a su reclamo, le dijo:

- Amigo Herrador, mi fiel servidor durante tantos años. No sé si esto está ocurriendo de verdad o me he vuelto loco, pero si ese es tu deseo, hoy saldremos por última vez al campo, daremos el puesto y luego te devolveré la libertad.

Antonio, “a trancas y barrancas”, consiguió aparejar a Lucera, la yegua que siempre le acompañaba para estos menesteres. Enfundó con mucho cariño y cuidado a Herrador, al que ya no volvió a escucharle el más mínimo sonido parecido al lenguaje humano. Cogió su vieja Jabalí de un caño, seis cartuchos recargados y se dirigió camino “alante” hasta el Puesto del Madroño, precioso cazadero situado en una solana salpicada de encinar y monte bajo.

Los cuatro últimos centenares de metros los hizo a pie, tras amarrar a la cabalgadura en una chaparrera.

Cuando llegó al lugar elegido, remendó un poco el vetusto puesto de monte y preparó el matojo, donde con posterioridad “amarró” cuidadosamente a Herrador.

Esta vez, con el ánimo compungido, no fue capaz de pronunciar palabra alguna de ánimos para su reclamo. Así que, cariacontecido, se metió en el aguardo.

No tuvo que esperar mucho tiempo, porque tras quitarle la sayuela, Herrador con un melodioso cuchicheo y tras la miel que despedían sus piñones, más lo llamativo de su reclamo, hizo que una pareja que no debería estar muy lejos, no tuviera más remedio que acercarse hasta él para presentarle sus respetos, lo que aprovechó Antonio, para con un nerviosismo descomunal, al tercer o cuarto intento, dejarlos “secos” al lado de Herrador. Éste, crecido por lo sucedido, volvió a comenzar de nuevo la magistral “partitura” y, a los pocos minutos, lo irresistible de su llamada hizo que, ahora un macho, se “tropezara con la misma piedra” que la pareja anterior.

Así continuó hasta que su dueño gastó toda “la munición” que se había llevado, quedando los alrededores del farolillo teñidos con diez aterciopelados mosaicos de rojo, marrón y negro, a la vez que un gran plumerío salpicaba todos los aledaños del tanganillo.

Antonio, hombre de buen corazón y cumplidor de su palabra, con lágrimas en los ojos, salió del puesto, se acercó a Herrador, lo desató, situó cuidadosamente la jaula en el suelo y, lentamente, abrió la puerta de la misma.

Herrador, agachándose un poco, atravesó lo que le separaba de la libertad y, una vez fuera, tras afilarse el pico en una piedra y sacudirse las plumas, volvió a dirigirse a Antonio, que no acababa de salir de su asombro, mientras multitud de lágrimas seguían recorriendo sus mejillas.

- ¡Gracias, amo…! ¡Nunca te olvidaré!

Después, tras varios reclamos al viento de aquella soleada y plácida mañana, Herrador desapareció entre la espesura del monte.

Un nudo en la garganta, un ahogo y una angustia general, unido a la continua algarabía procedente del cuarto de los reclamos, hizo que Antonio se despertara, sudando y sobresaltado.

Tras encender el candil, descalzo y corriendo tal como estaba, se dirigió a toda velocidad a comprobar lo que estaba pasando, y cuál no sería su sorpresa, cuando comprobó que el suelo de aquella habitación estaba lleno de plumas y la mayoría de los reclamos, con evidentes signos de nerviosismo, se hallaban algo maltrechos como resultado de haberse botado.

Pero su desasosiego fue aún mayor cuando comprobó que, sobre la destartalada mesa, al lado de la ventana, la jaula de Herrador, que se había caído del casillero, se encontraba con la puerta abierta, pero vacía.

Sin perder un segundo, y tras mirar detenidamente por todos los rincones del cuarto, se acercó al ventanuco y, al no ver nada de lo que él quería, salió corriendo hasta la calle y, allí, con las primeras claras del día, lo único que sus sentidos fueron capaces de captar, junto al ladrido de sus dos mastines, fue el continuo reclamear de Herrador que desde la lejanía saludaba al amanecer.

Medio desnudo como estaba, corrió hasta donde lo había escuchado, pero por más que buscó y rebuscó, todo fue inútil. Herrador había desparecido.

Cabizbajo, pensativo y con la moquilla cayendósele como resultado del frío y de la angustia de la que era presa, volvió al cortijo. Pero poco a poco, una inmensa alegría terminó por invadirle, ya que un sueño, -su gran sueño- una vez más, se había hecho realidad.

Fue pasando el tiempo y, cuando sus reclamos habían concluido la muda de aquel año, los devolvió todos a la libertad. Además, aquel puesto de sus sueños fue el último que dio en la larga vida que Dios le concedió.

viernes, 5 de marzo de 2010

JOSÉ TRUJILLO FERNÁNDEZ: UN GRAN HOMBRE.


Desde este rincón particular, donde expongo muchas de mis vivencias cinegéticas, no puedo dejar en el olvido, pues porque no sería ni de justicia y menos de amigo, a un hombre, un hombre con mayúsculas -mi "secretario" José Trujillo-, que desde que lo conocí, allá por finales de los setenta, hasta el día de la fecha, ha sido para mí casi todo en el mundo de la caza y, especialmente, en el de la jaula.

Podría escribir páginas y páginas destacando los muchos valores que atesora y las miles de vivencias y anécdotas que hemos compartido, pero se haría casi un escrito interminable. Por tanto, lo que trato, es dar a conocer sus grandes virtudes como persona y amigo y, por supuesto, el saber estar que ha demostrado en todo momento.

Aparte de sus consejos cinegéticos, aun no siendo cazador, pero sí hombre de campo, y hasta que su estado físico se lo ha permitido, me ha acompañado siempre a todos los cotos de caza por donde me he movido. Primero, al puesto y, al final, cuando su estado de salud, ya le impedía sentarse en los aguardos, se quedaba en la casa y allí para no ser menos, la limpieza y algo de la cocina, eran, y algunas veces siguen siendo, sus compañeros del día a día.

No puedo olvidar aquellos fenomenales puestos de monte que levantábamos al principio cuando todavía era la tradición, o la vegetación que luego me arrancaba para tapar el portátil mientras yo preparaba el farolillo y mucho menos, se quedan en el olvido, aquellas frías mañanas, cuando haciendo de pastor o porquero, impedía que el ganado se me acercara al cazadero.

Pero además, para mi hijo Pablo, también gran aficionado a la caza, siempre ha sido una gran apoyo desde que daba los primeros pasos como cazador y como persona. Y aun más, era y sigue siendo un segundo padre para él.

Por todo ello y tomando como base el refrán “Es de bien nacido ser agradecido”, quiero desde aquí, expresarle públicamente mi enorme gratitud por la desinteresada ayuda que siempre nos ha dispensado, ya que sin él, ni mi hijo, ni yo, hubiéramos conseguido muchos de los logros realizados.

Pero mucho más allá de todas las ayudas, tengo que hacer presente que en José -el tío José como lo conocemos-, todo ha sido y es humildad, lealtad, cariño y un sinfín de grandes adjetivos que siempre le han acompañado y que hacen de él, como dice el título, UN GRAN HOMBRE.





     Fotos recientes de José -casi octogenario-, un gran amigo y compañero inseparable .

EL RESPETO A LAS OPINIONES Y SENTIMIENTOS DIFERENTES.


Desde que la perdiz era perdiz y el hombre cazador, un sinfín de historias, opiniones, debates e incluso enfrentamientos, ha sido siempre el denominador común con la que siempre se ha encontrado la reina de nuestros bosques:  nuestra perdiz roja.

Dentro del amplio grupo de cazadores y sus modalidades (al salto, al ojeo, caza sembrada, perdiz con reclamo…) podemos hacer varios apartados bien diferenciados sobre sus opiniones sobre todo, en lo que rodea al mundillo de la jaula. Desde el que odia frontalmente a todo lo que huele a reclamo hasta el que la vive intensamente, existen varias formas de ver la caza del cuco y, la mayoría de las veces, existen grandes enfrentamientos.

Desde mi humilde opinión, además de la archiutilizada excusa de que los detractores, lo son, porque no conocen realmente lo que es la caza de la perdiz con reclamo –que también existen-, creo que este odio tan frontal a todo lo que huela a “jaula”, viene marcado por la forma de ser del ser humano, mejor dicho de algunos humanos, del egocentrismo del hombre/mujer, o para ser exactos, de algunos hombres/mujeres: lo que no me gusta a mí, no sirve y, por tanto, hay que odiarlo. Creo que es algo así como ser del Madrid o Barcelona. O se es de uno, o se es de otro. A lo que no es de uno…, palos, palos y palos.

En mis algunos años ya, casi sobrevolando los sesenta, he escuchado miles de opiniones diferentes, y la verdad es que, cuando estas se hacen desde la objetividad y el respeto, que en los dos bandos las hay, pues no queda más remedio que aceptarlas, porque todas llevan razón. El problema surge cuando, por encima de todo, queremos imponer nuestras ideas o pensamientos.

El cazador de verdad, el de sentimiento, tanto de un lado como el de otro, siempre tiene un respeto máximo hacia lo que le gusta al otro. De los demás, de los que no se deben llamar cazadores, mejor no hablar. Para no respetar, no se respetan ni a sí mismo y, menos,  a sus compañeros

Y si tenemos que respetar a otros cazadores de diferentes modalidades…, no digamos a los de la nuestra; es decir, a los que comparten nuestra misma afición.

Curiosamente en nuestro “mundillo", suelen abundar los clásicos "sabelotodos", que disfrutan con  tal de desprestigiar los conocimientos e ideas de humildes aficionados que tratan de tirar “palante” con lo que lo poco que saben o tienen. Así, muchas veces se entra en disputas fuera de tono y lugar que lo único que se consigue con ellas es hacerle más daño a nuestra afición.

¡Cómo vamos a solicitar la compresión de los demás, si “andamos a tiros” entre nosotros mismos!

Por tanto, desde uno y otro lado, debemos hacer desde el respeto hacia el que no siente ni piensa como uno, un fortín en donde tengan cabida todas las formas de ser y de actuar con las maravillas –sirva la perdiz como ejemplo-, que nos ofrecen nuestra madre naturaleza. De esta forma, si hoy son miles los que no conocen el significado de dicha palabra, mañana, serán menos y pasado mañana, seguramente, bastantes menos.

                      

miércoles, 3 de marzo de 2010

REFRANES Y DICHOS PAJARITEROS.


Los refranes o dichos populares, como podemos comprobar en cualquier enciclopedia, diccionario o texto literario o portal de internet, son pequeñas expresiones que tienen como finalidad el darnos algunos consejillos sobre un determinado tema, en nuestro caso, sobre la caza de la perdiz con reclamo.

Como pequeños textos expresados en lenguaje del pueblo, normalmente con rima, han llegado hasta nosotros/as de generación en generación -abuelos, padres e hijos- y aunque algunas veces difieren un poco en las palabras que lo forman -según el lugar de procedencia-, lo que nos transmiten siempre es lo mismo.

Y basándome en el refrán: “Decir refranes, es decir verdades”, intentaré revivir algunas de ellas en estas curiosas frases hechas, pero siempre teniendo en cuenta lo que dice otro de ellos “El que de refranes se fía, no llega al mediodía”.
A modo de resumen citaré algunos que más de uno ha escuchado y pronunciado.. Unos conocidos y otros, no tanto, al menos, para mí.

* Para San Antón, busca la perdiz a su perdigón.
* Por San Antón, dale tiempo al perdigón y si no está, deja la Virgen pasar.
* En llegando San Antón, a la espalda el perdigón.
* Por San Antón, descuelga el perdigón, y si no quiere cantar, vuélvelo a colgar.
* Por San Antón, pares son.
* La “picaílla” de San Miguel, quince días antes y quince después.
* En enero, busca la perdiz su compañero.
* El celo de la perdiz, con cantos ha de venir.
* La perdiz se aparea con muchos cantos y peleas.
* Cazador dormilón, no sirve para el perdigón.
* Jaulero que poco mata, todo se le vuelven quejas.
* El perdigonero propone y la naturaleza dispone.
* A la perdiz que encocora, cambio de puesto y hora.
* Pollo que has de acaudillar, por San Miguel sácalo a cantar.
* Dile adiós a la perdiz que de tarde canta por encima del “tanganil”. 
* Cuando el pájaro se junta, el jaulero apunta.
* Cuando al alba canta la perdiz, pocos días le quedan para morir.
* Cuando el olivo empieza a cernir, se caza la perdiz.
* En abril, mucho cantar y poco venir.
* Mojados han de venir los pollos para servir.
* El buen perdigonero mira mañana y tarde el jaulero.
* No dejes para el final, tus reclamos gestionar.
* A la perdiz enjaulada, ojo al sol, que es lo peor.
* Reclamo y caballo, ni forzarlos ni prestarlos.
* El primero criarlos, el segundo engordarlos y el tercero cazarlos.
* El primero, cantan; el segundo, engañan y el tercero, matan.
* Cazando el pollo, tirar al que desafíe. Y si entra el par, primero al macho matar
* Cazar con viento, perder el tiempo.
* Al cazadero, ligero, no antes, pero sí el primero.
* Pájaro algarín, uno de cada mil.
* Pájaro que vas a comprar, primero llévalo a probar.
* En el puesto la perdiz, el culo la hace servir.
* En enero, hace la perdiz el recoquero. En febrero, el nido ponedero. En marzo, tres o cuatro. Y en abril, el nido hasta el cubil.
* De cualquier rincón, sale el mejor perdigón.
* Si perdices quieres matar, las plumas se han de mojar.
* Mejor que perdiz sola, la carambola.
*Al hombre en el traje; la perdiz por su plumaje. 
* En febrero, el celo verdadero.
* Al canto de la cotolía, desenfunda el pájaro que viene el día.
* Al pollo, el primer tiro, certero.
* Quien muchos reclamos tiene, pierde el tiempo, el dinero y perdices para el puchero.
* Cuida siempre al reclamo como a tu propio hermano.
* A la buena mujer, abrazos; y al reclamo malo, trancazos.
* Si quieres ser buen cuchichero, lleva al puesto nervios de acero. 
* Perdiz derrengada, perdigoncillos guarda. 
* Pájaro viejo, no entra a la jaula.
* Si quieres hacer pajarillo, el dedo fuera del gatillo.
* Con el perdigón se diligente: mucho trigo, verde y tenlo fuera de lo caliente.
* Para el tollo oscuridad, para el colgadero, claridad.
* Por San José, cuelga por última vez.

Estos cincuenta refranes, unos ya conocidos por mí y otros sacados de libros y del refranero castellano, son una muestra de la gracia que contienen y del fin que persiguen.

Y para acabar, sirvan estos versos de Cecilia Böhl de Faber (“Fernán Caballero”) a modo de epílogo y sacados del libro “Buscando a Fabián” –una gran obra por cierto- de Aranda Mercader y Martínez Pretel.

                                                    La perdiz está en la jaula 
                                                    y siempre barateando 
                                                    a ver si encuentra agujero 
                                                    por donde salir volando.