martes, 21 de septiembre de 2010

"AJUMAO"


Este mes, cuelgo en mi blog, el magnifico relato de "Ajumao". Está escrito por mi primo Jerónimo Lluch y publicado en su día por la revista Trofeo Caza. Dicho pájaro existió y le dio muchas tarde de gloria al padre del autor del mismo, el tío Jerónimo.

Llevo tanto tiempo en compañía de mi dueño y he oído tan frecuentemente sus palabras y comentarios que creo comprender casi todo lo que escucho y me siento capaz de expresar mis ideas y pensamientos casi en su mismo lenguaje.

Diré que soy un macho de perdiz, que cazo catorce celos, y aunque mis facultades físicas han mermado considerablemente, estoy en condiciones de seguir dándole tantas alegrías a mi amo como en los primeros años que con él pasé.

Cuando las calores del mes de mayo comenzaron a sentirse sobre el campo, en el que los despertares a la vida se manifestaban por cada rincón, en un hermoso sembrado de trigo vieron mis ojos la luz por vez primera.

Mi padre, un hermoso galán de pico, ojos y patas tan encendidos como el sol cuando se oculta, con su recio reclamo parecía proclamar a los cuatro vientos que había sido padre de una numerosa prole, de la que se sentía tan orgulloso como feliz. Mi madre, roja como las amapolas que salpicaban el trigal donde nací, no escatimaba esfuerzos ni tesón para buscar los hormigueros que nos alimentarían en nuestros primeros días de vida, a la vez que oteaba continuamente el cielo para prevenirnos de la mortífera rapaz que era nuestro más encarnizado enemigo.

Una espléndida primavera hizo que tuviésemos unas semanas de vida placenteras y cuando los rigores del estío empezaron a dejarse notar en nuestro entorno mitigábamos la sed en el arroyo grande en el que, según nos contaba nuestra madre, siempre corría el agua.

Sería una tarde al comenzar a beber en la que una tupida red cayó sobre nosotros privándonos de la libertad de la que hasta entonces habíamos gozado.

No sé que sería de mis padres y hermanos, a mí me llevaron a una choza de pastor introducido en algo que después oí se llamaba jaula y allí permanecí por tiempo indefinido, sustentándome de trigo y de hierbas que me refrescaban la garganta, e impregnándose mi plumaje del humo que desprendía un fuego que de vez en cuando encendían dentro del chozo.

No fueron días ciertamente felices para mí, estos eran tan parecidos entre si como una gota a otra de agua.

Una mañana me sacaron de la jaula y comenzaron a desplumarme y cuando más excitado estaba, encontrándome sin saber que ocurría, otras manos distintas me introdujeron en una nueva jaula, la que taparon para descubrirla al cabo de un largo rato en una vivienda amplia, luminosa y confortable.

Con el transcurrir del tiempo supe que mi nuevo dueño me salvó de una muerte segura ya que el pastor pensaba cocinarme junto a un conejo que el Canelo, su perro de agua, había atrapado.

Un inesperado bienestar rodeó mi existencia. Ahora no sólo comía trigo sino bellotas picadas, berros y algún que otro gusanillo que deleitaban mi paladar.

Durante la muda estuve en un amplio cajón donde cambié mi sucio plumaje por otro limpio y brillante, sin embargo mi nuevo dueño siempre siguió llamándome “Ajumao” en recuerdo, supongo, del aspecto que tenía cuando me conoció.

Gracias a mis frecuentes baños de tierra húmeda, mezclada con ceniza, dejaron de molestarme esos incómodos piojos que se apoderan de nosotros cuando nuestro aseo no es muy frecuente.

Un buen día mi amo me cogió del cajón y provisto de algo alargado, que averigüé llamaban tijera, cortó parte de mis alas, mi cola y me introdujo en una bonita jaula del color de la hierba, cuando está fresca, sacándome al aire libre bajo un sol que calentaba y daba energías a mi joven cuerpo.

Fue tal el bienestar que me inundó que engallándome lancé varias reclamadas y unos piñones que cambiaron el semblante del salvador de mi vida.

Día tras día, cuando el tiempo lo permitía, me soleaba; cosa que como ya he dicho era muy grata para mí, y que acompañado del abundante y variado alimento robustecía mi organismo sintiéndome cada vez con más vitalidad y fortaleza.

Recuerdo aquel amanecer en el que ocurrió algo diferente. Nunca hasta entonces me había pasado nada parecido. Metió mi dueño una esterilla en la jaula, cerró la puerta de ésta y la tapó, como el día que me rescató, de forma que la más absoluta oscuridad rodeó a todo mi ser.

Así tuve la sensación que me llevaban a otro lugar y después de un prolongado vaivén descubrió mi amo la jaula viéndome encima de una mata a cierta altura del suelo. Amarró la jaula a ella y se retiro para esconderse entre la espesura. Creo que me pregunté: ¿para qué me ha traído aquí?.

Pero antes de encontrar respuesta alguna a mis dudas no muy lejos de mí oí cantar a otra perdiz, cosa que me llenó de sorpresa y alegría. Raudo salí de cañón, pero al contestar a mis reclamos no lo hizo calmada sino irritada e insultante, ¿qué he hecho yo para merecer este trato, me dije de nuevo?.

Y cuando aún no salía de mi asombro apareció un arrogante macho que con sus plumas ahuecadas venía con apariencias de riña. No me amilané respondiendo presto a la provocación y a los improperios que hacia mí profería. Intentó subirse en la jaula creo que con intenciones de picarme pero sonó un enorme trueno y quedó inmóvil a mis pies. El verlo tirado por los suelos me envalentonó e hice gala de todo el repertorio de mi cante, continuando así hasta que mi dueño apareció con cara sonriente y aproximándose cogió el macho del suelo mostrándomelo para que lo viese más cerca. Intenté picarle pero lo apartó de mí, tapando la jaula después.

En los días sucesivos salí al campo varias veces y casi siempre algún macho que buscaba bronca o una hembra coqueta se aproximaron a la mata donde estaba; viendo como tras el esperado trueno de nuevo caían rendidos uno tras otro.

Aquello me gustaba y enorgullecía a la vez, pues consideraba derrotados a mis congéneres apreciando la alegría que mi amo experimentaba cuando tal cosa ocurría.

Me parece haber comprendido, en el transcurso de los años, el significado de todo esto aunque no quisiera revelarlo nunca. Sí he sido y soy agradecido a mi protector que me rescató, cuando casi no lo contaba, que me alimenta, me mima y me piropea. Que elogia ante sus amigos mis muchas cualidades, según él, asegurando no haber tenido, ni creer tener, un pájaro tan puntero como el “Ajumao”.

Y mientras mis energías y facultades no me abandonen seguiré saliendo al campo con las ganas, la ilusión y el afán que lo hice en mi primer celo, pues creo son las cualidades que todo buen reclamo ha tenido y debe tener...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

NUEVOS POLLOS PARA NUESTRO JAULERO: ¿PERO DE DÓNDE?


Cuando finaliza el verano y el otoño comienza a asomar por el horizonte, cuando las primeras aguas empiezan a caer sobre las resecas tierras de nuestra piel de toro, cuando nuestros reclamos van terminando su cíclica muda, nuestro colectivo de jaulero, año tras año, comienza el tradicional fichaje de noveles en busca del “mirlo blanco o gallina de los huevos de oro”.

¿Quién no sueña año tras año con encontrar otro reclamo igual que aquella “maravilla” que un día nos dejó? ¿Quién no ha perdido los papeles y ha pagado una locura por un pollo porque al parecer es de este o aquel lugar famoso y, luego, incluso nos sale hembra? ¿Quién no se encuentra todos los años en el dilema de si comprar pollos de granja o de campo?

Pues sí. Estas consideraciones y muchas más, cuando todos los años apuntan hacia el otoño, empiezan a rondarnos la cabeza. Pero cuidado, que ello arrastra un problema peliagudo para las ya de por sí escasas poblaciones de perdices salvajes: el expolio de pollos de campo con el fin de obtener pingües beneficios.

Hasta hace unos años, cuando nuestro colectivo no era muy numeroso y más que nada era una afición muy arraigada a la tradición familiar y, con ello, los principios morales y sentimentales prevalecían por encima de los cinegéticos, aunque en el fondo fuese una forma más de caza. El coger o comprar algún “pollitranco” de campo, para que nuestro jaulero tuviera savia nueva, no suponía problema alguno para la abundante densidad de perdices que poblaban nuestros terrenos. Es más, la mayoría de las veces, ni se pagaba: o se hacía en forma de trueque o de regalo.

Hoy día, sin embargo, la adquisición de nuevas promesas, si son de campo, es pecado mortal. Si a las ya diezmadas poblaciones de perdices rojas salvajes, le añadimos el saqueo anual de pollos –que perecerán la mayoría en casa de los muchos desalmados que realizan estas prácticas-, por mucho que nos pese, estamos acabando poco a poco con la reina de nuestros campos: la bellísima e inigualable “alectoris rufa”.

Sé, al igual que todos/as los amantes a la jaula que, en el fondo, aunque queramos enmascararlo con cuarenta mil paños calientes, la perdiz de campo es la perdiz de campo y la de granja es la de granja. Pero también sé, igual que todos/as sabemos, que el mundillo que hoy se mueve alrededor del tema, con muchos billetes de por medio, aparte de otras circunstancias, que también todos/as conocemos, es una pesada carga difícil de levantar.

Si en nuestros jauleros queremos “campo”, lo reconozcamos o no, estamos “ayudando” a la masiva captura de perdices que sufren todos los rincones de nuestra geografía con el único fin de llenar el bolsillo de cuatro desalmados, con nuestro apoyo, por supuesto, que tienen en esta práctica ilegal una manera fácil de conseguirlo; ya que desalados o heridos de ojeos o caza al salto, poquitos, poquitos.

La cuestión será el mirarnos hacia adentro y preguntarnos: ¿quién es más culpable el que los coge y los trafica o el que los adquiere? Creo que si lo dejáramos al 50 % seríamos benévolos con los que los compramos o los hemos comprado. O bien: ¿se cogerían tantos pájaros si no hubiera comparadores para ellos. La respuesta es fácil: NO. Se capturan porque se venden –en algunos casos, según el lugar, hasta 200 € si están ya totalmente desarrollados en el campo-. Si no fuera así, la historia cambiaría bastante.

Aunque nos duela, tenemos que empezar, aunque hoy día ya sea algo tarde, por no seguir alimentando dichas ventas ilegales e, incluso, si fuéramos valientes, deberíamos denunciar a quien las practica, que curiosamente, en algunos de los casos, incluso los conocemos. Nos guste o no, el futuro del reclamo, si queremos acabar con la lacra de las capturas ilegales de pollos, está en las granjas. De ellas también salen fenómenos, quizás más de los que pensamos.

Para terminar, puntualizar que hace unos días, justamente a principio de septiembre, según el Diario de Ávila y la televisión autonómica de Castilla y León, la Guardia Civil y la Policía Judicial de dicha capital, dentro de la llamada Operación Perdigón, en la localidad abulense de Tiñosillos (cerca de Arévalo), procedieron, por orden judicial, al registro de varios domicilios. En dichos registros se recuperaron cerca de 400 pollos de perdiz que habían sido capturados durante este verano en varios cotos de la comarca. Aunque se sabe que las capturas anuales podían llegar a varios miles de ejemplares. Es decir, una auténtica barbaridad.

Los responsables de dichas prácticas ilegales, que fueron denunciados por dueños de cotos y cazadores del entorno, se enfrentarán a la imputación de un delito contra las especies protegidas, ya que las capturas se produjeron en época de veda. Por tanto, el paquete será morrocotudo. Y se supone que, ahora, le tocará el turno a los “destinatarios del producto”: particulares, tiendas, granjas…, que también serán puestos a disposición judicial.


Creo que la noticia será bien acogida por todo nuestro colectivo y, aunque un poco tardía en cuanto a su contenido -se podría haber llevado a cabo mucho antes en cualquier lugar de nuestra geografía-, es un buen comienzo. Así que aprendamos. No alimentemos más dichas capturas y no compremos más un pollo de campo a cuatreros sin escrúpulos. Además, si no nos invade el miedo, tomemos de ejemplo lo ocurrido en la zona de Tiñosillos. Si así lo hiciéramos, dentro de unos años, nos alegraríamos con toda seguridad.

jueves, 9 de septiembre de 2010

UN PUESTO DE MADRUGADA


Al tío Juan Lluch, con el que disfruté siendo niño de todas esas maravillas que nos ofrece la naturaleza y que tanto anhelamos cuando vivenciamos los primeros años de nuestra existencia.

El tío Juan, como todos lo conocemos en nuestra familia, disfruta de los muchos años que Dios le ha concedido con la mente tan juvenil, que uno se queda helado al pensar que, a pesar de sus largos ochenta y siete años, mantiene casi todas las constantes que, nosotros sus sobrinos, nos gustaría mantener, ya no cuando tuviéramos sus edad, sino a poco de la que tenemos ahora.

Él, ni es ya, es lógico con la edad que tiene, ni ha sido nunca un cazador en toda regla, pero al criarse en una familia íntimamente relacionada con esta afición, con su padre Vicente a la cabeza, siempre se ha sentido atraído por la belleza y pasión de este “mundillo” que a todos nos ha dejado, nos deja o nos dejará marcado, en menor o mayor grado.

No ha sido el clásico jaulero de todos los días, ni por supuesto tenía pájaros, pero aprovechando los momentos en que el abuelo Vicente no quería o no podía colgar, de vez en cuando, le gustaba dar algún que otro puesto para “matar el gusanillo” y, de camino, arrimar algo a la despensa del aquellas maltrechas cocinas de hace cincuenta o sesenta años.

Pues en una de las muchas noches de aquellos tiempos que la pasábamos en el campo y en la que nos reuníamos, como de costumbre, al lado de la chimenea para tostar castañas, cenar y charlar largo y tendido sobre las muchas cosas que ocurrían en aquellos fechas, revivir aquellos emotivos episodios de las novelas radiofónicas o escuchar las apasionantes historias, mil y una vez contadas por el abuelo Vicente, el tío Juan que no tendría mucho que hacer al otro día, casi al final de la charla, le preguntó a su padre:

- Papá, como mañana no va usted a colgar porque tiene que arreglar unos papeles en el pueblo, supongo que no habrá problema para que vaya a dar el puesto de alba con Facultades.

El abuelo, un poco a regañadientes porque no le gustaba dejar a su “figura” y porque el tío Juan solo se “acordaba de Santa Bárbara cuando tronaba”, asintió pero no de muy buenas ganas, no sin antes advertirle lo siguiente:

- Ten cuidado con lo que haces y no me vayas a estropear el pájaro, que llevo media vida para conseguir uno como Facultades.

El tío Juan se debió levantar bastante temprano, ya que nadie lo escuchó salir. Cargó todos los “bártulos” en una yegua que ya había aparejado por la noche y puso rumbo hacia la parte de arriba del olivar, más concretamente hacia el puesto de monte que había frente a la finca Las Carniceras.

Según nos contó más tarde, cuando llegó al viejo puesto, que él había reparado días antes porque había visto bastante “material” por allí, era todavía noche totalmente cerrada, y tan cerrada como luego nos daremos cuenta. Colocó a “Facultades” en el matojo y encendió uno de sus “peninsulares” en espera de que las primeras claras del día hicieran acto de presencia.

Sólo se escuchaba el lejano sonido de algún búho o cárabo que desde sus atalayas aguardaban a que alguna presa se le “pusiera a tiro”, y los ladridos de los mastines que guardaban las ovejas y cabras de los alrededores, mientras arriba en aquella despejada y fría noche, las luces de miles estrellas eran las compañeras de espera.

A este primer cigarro, según siempre sus propias palabras, le siguieron varios más, hasta que viendo que la noche se alargaba más de la cuenta, esperando las primeras y tímidas luces del amanecer que, por cierto, no llegaban, empezó a sentirse jodido y con la mosca detrás de la oreja. Para colmo, no tenía posibilidad de mirar el reloj, porque se lo había dejado en la mesilla de la habitación. Así que, intuyendo que algo anormal estaba pasando, tomó la determinación de volver a la casa del campo.

Tras ir a buscar a la yegua, que la había dejado amarrada un poco más abajo, cargó todos los “bártulos” y se dirigió pasos atrás por donde había venido.

Por la mañana, al levantarnos y verlo por allí, también recién levantado, le preguntamos que si no había ido a colgar, ignorantes todos, de lo que había sucedido.

El tío Juan, tras “echar demonios por la boca”, mientras consumíamos un buen tazón de café con “rebaná”, como siempre ha sido tradicional en nuestra familia cuando desayunábamos en el campo, nos contó las peripecias de aquel “singular” puesto de alba. Fue entonces cuando nos enteramos de todos los detalles de lo acontecido. Él, como buen hombre de campo, nunca ponía el despertador, primero porque jamás se quedaba dormido y luego porque con el “tic-tac…” de los entonces, era difícil conciliar el sueño. Pero aquella noche, el destino le había jugado una mala pasada, ya que cuando volvió a la casa, tras el intento de puesto de alba y mirar el reloj, se dio cuenta de que eran las tres y media de la madrugada.

Por supuesto, en aquella apacible mañana que empezaba a dibujarse con las primeras horas del día, al tío Juan no se le ocurrió ir de nuevo a colgar.

viernes, 3 de septiembre de 2010

LA COCINA EN EL CORTIJO. "LIEBRE CON ARROZ BLANCO"


Este mes, cuelgo la receta sobre este plato tan tradicional en la caza. Pero que si muchos lo celebran, otros, no quieren ni verlo.

Preparación.

1.- Se trocea la liebre, se lava y se pone en la olla exprés con unas hojas de laurel y agua. Se le da un hervor y se le tira el agua con la sangre que ha soltado. Luego, dependiendo del tipo de olla, se pone el tiempo suficiente para que enternezca con agua templada y vino blanco.

2.- Se hace un refrito con mucha cebolla, pimientos y tomates –todo bien troceado- en el aceite de oliva donde anteriormente se han dorado mucho ajo cortado en cuatro trozos a lo largo y con cáscara.

3.- Se vierte la liebre con el caldo en el refrito y se le añade sal, comino molido, pimienta molida y un poco de clavo. Se cubre todo con vino blanco y se pone a fuego lento.

4.- Cuando se vea que la liebre está en su salsa, se le añade el arroz –del corto y un puñado por persona-, agua templada y unas rodajas de limón.

5.- Cuando el arroz esté tierno, no demasiado blando, se aparta y se deja reposar un cuarto de hora.

6.- Como dice el refrán: “La cabeza para el cocinero”.

7.- Buen vino y buenas ganas.

LAS FRASES DEL MES DE SEPTIEMBRE.

Sirvan estas dos citas como reflexión para este mes de septiembre.

"El amigo ha de ser como la sangre, que acude a la herida sin esperar a que le llamen". (F Quevedo. Escritor español).

"El que sabe no habla, el que habla no sabe". (Aristóteles. Filósofo griego).