viernes, 2 de marzo de 2012

EL SIERRA: EL "SEÑOR" DEL COLGADERO.


              Me contaba el amigo y buen cuquillero Raimundo Alaminos, hace ya unos cuantos de años, una historia, de esas en donde el protagonista no es un reclamo de bandera, ni un puesto maravilloso, ni una de las mil y una peripecias que muchas veces nos han ocurrido a todos los aficionados a la caza de la perdiz con reclamo. Ahora, en este nuevo capítulo del anecdotario cuquillero, el actor principal es el Sierra, un macho montesino que, por sus dotes de fortaleza, osadía y dominio, era el dueño y señor del entorno –zona de sierra del Truenco-; por consiguiente, reclamo que se colgaba por la zona, reclamo que achantaba o terminaba botando y alambreando ante su propia impotencia para someter a tan gallardo contrincante
            Tan es así que, una vez corrida la voz de la existencia de tan llamativo ejemplar, por los colgaderos de su hábitat, pasaron los mejores reclamos de Tharsis y, aunque sus respectivos dueños tenían claro, con anterioridad a dar el puesto, que aquel aguerrido y vigoroso macho, que tantos disgustos había dado a unos y otros, tenía los días contados, la realidad era bien distinta a posteriori, puesto que el final era siempre el mismo: sofocón e impotencia del afamado reclamo de turno, ante la argucia y sapiencia del Sierra y, de camino, cabeza gacha, contrariedad y seriedad del dueño cuando contaba lo sucedido  y aguantaba estoicamente el “chaparrón”, incluidas sonrisitas irónicas de los amigos y conocidos.
            Tales hechos, lo que produjeron fue una gran admiración de los jauleros lugareños hacia tan “ilustre” garbón. Estaba claro que los repasos que les pegaba a todos los reclamos y, obviamente, a sus dueños, eran la comidilla de los bares del pueblo frecuentados por los aficionados que, al no tener muchas salidas para explicar la nueva contrariedad, ni palabras válidas para defender a sus vulgares “jaulas”, lo único que argumentaban eran los  mil y un contratiempos para explicar cómo el famoso Sierra podía seguir con vida, cuando la única verdad era que aquel hermoso y valiente montaraz siempre le ganaba la partida al cuquillero de turno y a su fenómeno, siempre según ellos, reclamo. Pero, es más, si nadie era capaz de acabar con el citado macho, con su pareja, tampoco. El Sierra, en ningún momento, permitía que ésta se le adelantara y entrara en plaza. Para ello, o le cortaba el camino, o salía de estampida para que lo siguiera, si un hábil reclamo la engolosinaba.  Pero, sis sus dotes de “donjuaneo” tenían receptividad y ella daba muestras de debilidad, ante el nuevo pretendiente, le reñía rajeándole con tal energía, que desistía ipso facto del intento de acercamiento al reclamo.
            Con estos comportamientos y dominio de las situaciones que se le iban presentando, nuestro personaje subsistía temporada tras temporada, sin que ningún aficionado fuera el afortunado que apretara el gatillo y su “jaula” el figura que hubiera conseguido bajarle los humos, luego engatusarlo y, por último,  hacerlo entrar en plaza.
            Por consiguiente, con esta tarjeta de visita tan sugerente y cautivadora, su actitud valerosa y sus portentosas cualidades no pasaron desapercibidas para los cuquilleros lugareños que veían en él un más que seguro reclamo de bandera. Debido a ello, se intentó su captura con un sinfín de artilugios -cepos, varios tipos de lazos, losetas., redes...-, pero nada. De todas ellos, como si le dijeran dónde estaban colocados, salía airoso y dejaba a sus posibles captores con un palmo de narices
            Pero, como todos tenemos un momento de debilidad, El Sierra no iba ser menos. Así, a finales de primavera, el tener a su hembra incubando y su ardor sexual estar por las nubes, hicieron que, con su “ceguera” al escuchar el canto de un reclamo hembra, le faltase ese sexto sentido que siempre acompaña a los animales salvajes y, en especial, a la perdiz roja, para pasar por alto la presencia de un lazo, que acabaría con su libertad, ante la incredulidad y alegría de su captor, el amigo Martín. Luego, lucharía con tanta bravura y fortaleza para escapar de su apresamiento que, por momentos, Martín llegó a pensar que había muerto en el intento de volver a la libertad. 
            Al correrse la noticia de su captura, desde la misma tarde que ocurrió, el “han cogido Al Sierra” era el pan nuestro de cada día, entre los aficionados tharsileños. Mientras tanto, el codiciado macho, aunque se había recuperado del mal trago que supuso su privación de libertad, pasaría por una complicada situación, con fuerte cagueta incluida, pues, la vida en cautividad no era el lugar más apropiado para quien había sido, hasta hace pocas fechas, el dueño y señor de un rincón del entorno andevaleño.
            Luego, una vez enjaulado, tras pasar un verano con todo tipo de cuidos, carantoñas y tener siempre a mano cuarenta mil golosinas, el que había sido durante temporadas un intrépido y deseado macho, poseedor de unas aptitudes excepcionales, no demostró la menor valía como reclamo, ya que no consiguió dar un puesto con la más mínima nota. Botes, alambreos y ni abrir el pico eran el pan nuestro de cada día. Visto lo visto, Martín, una vez agotada su infinita paciencia y comprobar que, desgraciadamente, no era lo que todo el mundo intuía, pensó que tan excepcional garbón, aunque no sirviera para la jaula, podría ser un fenomenal padre.
            Así, como tenía una perdicilla campera en el patio de su casa, lo soltó junto a ella, con la idea de que se emparejaran y, si había suerte, sacaran adelante unos cuantos perdigoncetes en los años venideros.
            No obstante, todo el arrojo, valentía y gallardía que había mostrado en el campo, se transformaron, desde el primer momento, en un apreciable acobardamiento y aislamiento, ante la que debería ser su compañera de cría y la incredulidad del amigo Martín, que no acababa de “digerir” lo que sus ojos estaban presenciando. Consiguientemente, su apocamiento y decaimiento llegaron a tal extremo que, aunque sea difícil de creer, por la fortaleza y vigor que siempre demostró aquel bello y fuerte ejemplar, que achicó  a muchos reclamos de renombre y curtidos en mil batallas, a los pocos días,“hincó el sacho” tras recibir varias palizas que le propinó aquella pequeña y escuálida pajarilla.


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