domingo, 8 de julio de 2012

LA LEY DE MURPHY



            Quiero dedicarle este relato, totalmente verídico en la idea principal, a mi buen amigo José Antonio López, gran aficionado a la caza en general y a la mayor en especial.

        Había dudas si se celebraría la montería, porque la mañana se presentaba plomiza y amenazando agua. Debido a ello, el camino que nos condujo desde Huelva a Calañas fue un monólogo entre mi hijo Pablo y yo sobre lo desagradable del ambiente en esas primeras horas de aquel domingo de noviembre.

            Cuando llegamos, el salón de la  Sociedad de Cazadores estaba de bote en bote. No era para menos, puesto que la mancha Los Marcos, por sus buenos números de años anteriores,  era un buen reclamo para todos los monteros lugareños. Así, charlas, cigarros, cafés y copas eran los aperitivos en los que todos los presentes andaban “atareados”.  Mientras tanto, idas y venidas a la calle para ver como se presentaba la “orilla” era lo que ocurría cada dos por tres.

       Poco después, la ya tradicional furgoneta del panadero ofreciendo su maravilloso pan serrano y los medios de masa dura era la señal de que aquello empezaba a tener buena pinta. Sólo una fina llovizna nos indicaba que la mañana tomaba buen rumbo, pero que había que ir bien equipado por si la jornada decía agua va.
            El sorteo nos deparó una buena alegría: una armada de cierre y la puerta contigua a la del postor; es decir, lo que siempre, en principio, se sueña antes de coger la papeleta del sorteo.
         Sin embargo, luego más tarde, no fue fácil el acceso a la puerta, ya que tuvimos que atravesar varias veces un arroyo bastante crecido por las últimas lluvias. Por consiguiente, aunque íbamos bien preparados, el agua nos llegó hasta el dedo chico del pie y, así, con aquella humedad metida en el cuerpo, deberíamos estar todo el día.
            Al final, tras una larga y empinada subida, nos encontrábamos en la puerta que nos había tocado: una media ladera con toda la mancha de norte a sur frente a nuestros ojos. Aun así, Pablo no estaba contento. Tenía claro que, si teníamos la suerte de que nos entrara algo de frente, las muchas puertas situadas en la orilla del arroyo difícilmente permitirían que la res llegara hasta nosotros.
            El tiempo transcurría y la llovizna que nos había acompañado desde que nos colocamos en nuestro sitio había cesado por completo y unos tímidos rayos de sol se asomaban por encima de los pinares de la sierra que teníamos enfrente. Pero, en lo cinegético, poco o nada se movía por nuestros alrededores, a no ser algún que otro perro puntero en su continuo deambular por la mancha siguiendo algún rastro fresco. No obstante, con el paso del tiempo, el estruendo de los disparos se iba haciendo cada vez más cercano, al igual que el tintineo de los campanillos de los diferentes componentes de las rehalas. Al fondo, perros y perreros empezaban a dejarse ver, señal inequívoca de que la montería estaba llegando a nuestras posiciones.
            Desde nuestra puerta íbamos observando cómo los bichos que se levantaban de sus “lugares de descanso”, o se volvían para atrás, o bien bajaban a todo tropel hasta el arroyo para buscar el escape en la mancha contigua. Allí, los monteros que estaban apostados en sus correspondientes puertas dieron comienzo a una enorme “traca” que parecía no tener fin. Podíamos ver, con todo el dolor de nuestro corazón, cómo las reses siempre tomaban otro rumbo diferente al que nos gustaría. Muy a nuestro pesar, cochinos y venaos, como si se lo dijeran, nunca enfilaban hacia donde nos encontrábamos, sino que se giraban y tomaban otros rumbos, para satisfacción de las puertas anteriores a la que ocupábamos.
            Sin embargo, cuando la jornada montera tocaba a su fin, casi desde donde la vista no lo permitía, pudimos observar cómo tres descomunales venaos ponían el punto de mira hacia donde nos encontrábamos  e, inexplicablemente, sorteando todos los disparos que les venían encima, desde los diferentes puestos, cada segundo que iba pasando, estaban más cerca de nosotros.
            Tres o cuatro puertas anteriores a la nuestra, fue el final de uno de los tres cérvidos, lo que nos dio que pensar que los dos que quedaban con vida nunca llegarían hasta nosotros y, máxime, cuando dos posturas anteriores, su ocupante abatió a un segundo y más que “apañaete” venado.
            Todo parecía tocar a su fin porque, el último, el mayor de los tres y precioso ejemplar, con una cornamenta de envidia,  se dirigía irremisiblemente hacía la “puntilla” que le propinaría el montero que nos antecedía en la armada. Pero no fue así, silbaron tres ensordecedores disparos, pero no encontraron blanco, y aquel ágil y veloz cuadrúpedo espoleado por las cercanía de las proyectiles se nos acercaba casi sin “tocar suelo”.
            Como yo no era montero, no podía ponerme en el pellejo de mi hijo Pablo que sí lo es, pero mi cuerpo era todo un flan, y cuando aquella enorme res apareció por medio del monte frente a nuestros ojos, a mi corazón se le habían disparado todos los resortes, puesto que contar mis pulsaciones, en aquel instante, hubiera sido ardua tarea.
            Lo cierto fue que aquel portentoso y bellísimo ejemplar, quizás sorprendido por nuestra presencia, al darnos la cara, se quedó frenado en seco a no más de cincuenta o sesenta metros. Ante tan inesperada situación y casi soñando despierto con aquel regalo del cielo que se nos presentaba, respiré hondo y aguanté como puede el tirón, mientras Pablo, lentamente, apuntaba con todas las ganas del mundo a aquel inmenso y primoroso ciervo.
            Aquellas décimas de segundos se me hicieron eternas. Era como si mi cuerpo se hubiera paralizado por completo. Sin embargo, cuando sonó aquel inesperado e inoportuno “clic” del punzón, hizo que, de nuevo, mi corazón casi se me saliera del pecho por lo que acababa de ocurrir, mientras nuestro objetivo, al escuchar el intempestivo fallo del Browning 7mm de Pablo, pusiera tierra de por medio a una velocidad de vértigo. Tan es así que, aunque mi hijo volvió a cargar el rifle en un santiamén, no pudo ser. En primer lugar, porque nuestro “sueño” cogió toda la cuerda del viso y no le pudo disparar para no herir a ningún montero de los que estaban apostados enfrente y, más tarde, porque el venao descendió aquella empinada barranquera a mil por hora y medio tapado con la vegetación del lugar. Por consiguiente, aunque, instantes después,  le disparó dos veces, el que podía haber sido el trofeo de su vida – una cornamenta simétrica de gran grosor con palma abierta y dieciséis puntas si la vista no me falló-, salió indemne de la situación ante la cara de asombro y de tonto que se nos quedó a los dos. Era obvio que la Ley de Murphy quiso recordarnos que existe, aunque no creamos en ella. Su rifle, casi nuevo, nunca había tenido la más mínima pifia, excepto en el momento que menos falta hacía que así ocurriera. No podía haber sido en otro momento,  tuvo que ser aquel día y ante aquel bello y hermoso ejemplar. Estaba claro que su enorme trofeo no estaba destinado a ser colgado del salón de su casa. La descompuesta y angustiada mirada de mi hijo lo confirmaba.
            Instantes después, con la amargura todavía dibujada en nuestros rostros, un buen venadete de ocho puntas se paseó por delante de nosotros. Pero esta vez, Pablo prefirió no echarse el rifle a la cara. La estampa del anterior todavía estaba fresca en su retina.



2 comentarios:

  1. Jose Antonio la monteria tiene esa incertidumbre pues primero eliges la finca que crees mas combeniente por lo menos los que tenemos que hacerle muchos numeros al dinero luego cuando llega el sorteo empiezan ya los nervios a ponerte el cuerpo temblecon pues si has monteado ya esa finca y la conoces te acuerdas de los cupos del otro año, pero yo te digo que eso no tiene nada que ver con la realidad pues a mi me ha pasado ir de monteria y hacer el cupo de la monteria el puesto que no queria nadie, pero jose antonio a parte de lo caras que se han puesto las monterias el problema esque las fincas estan arrasadas y eso hace que los monteros se desanimen, a mi uno de los casos mas gordos que me han pasado fue un año con CHAMOCHO que monteo la finca INESTARES en la parte de la CAROLINA valia la monteria no te lo voy ha decir pues me tomarias por loco, los muflones iban a ser todos trofeos no se vio ninguno en la nonteria todo iba ser fenomenal era la mejor monteria que llevaban y salimos todos con palabras fuertes de alli, el secretario nos dijo que dias antes habian dado un gancho para unos Franceses pero es igual alli no habia bichos yo he estado hace años en las Pilillas y habia venados para dar tres monterias, vivimos en un pais de simberguenzas pero en todos los nibeles, se aprovechan de las personas que tenemos educacion y somos prudentes que quieres que te diga yo este año ire ha alguna porque siempre pico pero no te creas que estoy muy animado bueno UN SALUDO.

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