martes, 9 de abril de 2013

"AJUMAO"


        En el día de hoy traigo a mi blog esta entrañable historia  escrita por mi primo Jerónimo Lluch, sobre un gran reclamo: "Ajumao".
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              “A la memoria de mi padre, al que le habría ilusionado leer estos párrafos y a todos los buenos aficionados de Las Navas”

            Llevo tanto tiempo en compañía de mi dueño y he oído tan frecuentemente sus palabras y comentarios que creo comprender casi todo lo que escucho y me siento capaz de expresar mis ideas y pensamientos casi en su mismo lenguaje.

            Diré que soy un macho de perdiz, que cazo catorce celos, y aunque mis facultades físicas han mermado considerablemente, estoy en condiciones de seguir dándole tantas alegrías a mi amo como en los primeros años que con él pasé.

            Cuando las calores del mes de mayo comenzaron a sentirse sobre el campo, en el que los despertares a la vida se manifestaban por cada rincón, en un hermoso sembrado de trigo vieron mis ojos la luz por vez primera.

            Mi padre, un hermoso galán de pico, ojos y patas tan encendidos como el sol cuando se oculta, con su recio reclamo parecía proclamar a los cuatro vientos que había sido padre de una numerosa prole, de la que se sentía tan orgulloso como feliz. Mi madre, roja como las amapolas que salpicaban el trigal donde nací, no escatimaba esfuerzos ni tesón para buscar los hormigueros que nos alimentarían en nuestros primeros días de vida, a la vez que oteaba continuamente el cielo para prevenirnos de la mortífera rapaz que era nuestro más encarnizado enemigo.

            Una espléndida primavera hizo que tuviésemos unas semanas de vida placenteras y cuando los rigores del estío empezaron a dejarse notar en nuestro entorno mitigábamos la sed en el arroyo grande en el que, según nos contaba nuestra madre, siempre corría el agua.

            Sería una tarde al comenzar a beber en la que una tupida red cayó sobre nosotros privándonos de la libertad de la que hasta entonces habíamos gozado.

            No sé que sería de mis padres y hermanos, a mí me llevaron a una choza de pastor introducido en algo que después oí se llamaba jaula y allí permanecí por tiempo indefinido, sustentándome de trigo y de hierbas que me refrescaban la garganta, e impregnándose mi plumaje del humo que desprendía un fuego que de vez en cuando encendían dentro del chozo.

            No fueron días ciertamente felices para mí, estos eran tan parecidos entre si como una gota a otra de agua.

            Una mañana me sacaron de la jaula y comenzaron a desplumarme y cuando más excitado estaba, encontrándome sin saber que ocurría, otras manos distintas me introdujeron en una nueva jaula, la que taparon para descubrirla al cabo de un largo rato en una vivienda amplia, luminosa y confortable.

            Con el transcurrir del tiempo supe que mi nuevo dueño me salvó de una muerte segura ya que el pastor pensaba cocinarme junto a un conejo que el Canelo, su perro de agua, había atrapado.

            Un inesperado bienestar rodeó mi existencia. Ahora no sólo comía trigo sino bellotas picadas, berros y algún que otro gusanillo que deleitaban mi paladar.

            Durante la muda estuve en un amplio cajón donde cambié mi sucio plumaje por otro limpio y brillante, sin embargo mi nuevo dueño siempre siguió llamándome “Ajumao” en recuerdo, supongo, del aspecto que tenía cuando me conoció.

            Gracias a mis frecuentes baños de tierra húmeda, mezclada con ceniza, dejaron de molestarme esos incómodos piojos que se apoderan de nosotros cuando nuestro aseo no es muy frecuente.

            Un buen día mi amo me cogió del cajón y provisto de algo alargado, que averigüé llamaban tijera, cortó parte de mis alas, mi cola y me introdujo en una bonita jaula del color de la hierba, cuando está fresca, sacándome al aire libre bajo un sol que calentaba y daba energías a mi joven cuerpo.

            Fue tal el bienestar que me inundó que engallándome lancé varias reclamadas y unos piñones que cambiaron el semblante del salvador de mi vida.

            Día tras día, cuando el tiempo lo permitía, me soleaba; cosa que como ya he dicho era muy grata para mí, y que acompañado del abundante y variado alimento robustecía mi organismo sintiéndome cada vez con más vitalidad y fortaleza.

            Recuerdo aquel amanecer en el que ocurrió algo diferente. Nunca hasta entonces me había pasado nada parecido. Metió mi dueño una esterilla en la jaula, cerró la puerta de ésta y la tapó, como el día que me rescató, de forma que la más absoluta oscuridad rodeó a todo mi ser.

            Así tuve la sensación que me llevaban a otro lugar y después de un prolongado vaivén descubrió mi amo la jaula viéndome encima de una mata a cierta altura del suelo. Amarró la jaula a ella y se retiro para esconderse entre la espesura. Creo que me pregunté: ¿para qué me ha traído aquí?.

            Pero antes de encontrar respuesta alguna a mis dudas no muy lejos de mí oí cantar a otra perdiz, cosa que me llenó de sorpresa y alegría. Raudo salí de cañón, pero al contestar a mis reclamos no lo hizo calmada sino irritada e insultante, ¿qué he hecho yo para merecer este trato, me dije de nuevo?.

            Y cuando aún no salía de mi asombro apareció un arrogante macho que con sus plumas ahuecadas venía con apariencias de riña. No me amilané respondiendo presto a la provocación y a los improperios que hacia mí profería. Intentó subirse en la jaula creo que con intenciones de picarme pero sonó un enorme trueno y quedó inmóvil a mis pies. El verlo tirado por los suelos me envalentonó e hice gala de todo el repertorio de mi cante, continuando así hasta que mi dueño apareció con cara sonriente y aproximándose cogió el macho del suelo mostrándomelo para que lo viese más cerca. Intenté picarle pero lo apartó de mí, tapando la jaula después.

            En los días sucesivos salí al campo varias veces y casi siempre algún macho que buscaba bronca o una hembra coqueta se aproximaron a la mata donde estaba; viendo como tras el esperado trueno de nuevo caían rendidos uno tras otro.

            Aquello me gustaba y enorgullecía a la vez, pues consideraba derrotados a mis congéneres apreciando la alegría que mi amo experimentaba cuando tal cosa ocurría.

            Me parece haber comprendido, en el transcurso de los años, el significado de todo esto aunque no quisiera revelarlo nunca. Sí he sido y soy agradecido a mi protector que me rescató, cuando casi no lo contaba, que me alimenta, me mima y me piropea. Que elogia ante sus amigos mis muchas cualidades, según él, asegurando no haber tenido, ni creer tener, un pájaro tan puntero como el “Ajumao”.

            Y mientras mis energías y facultades no me abandonen seguiré saliendo al campo con las ganas, la ilusión y el afán que lo hice en mi primer celo, pues creo son las cualidades que todo buen reclamo ha tenido y debe tener...

3 comentarios:

  1. Bonita fábula, desde siempre me encantaron las fábulas, sobre todo las relacionadas con la fauna iberica.
    Gracias por deleitarnos, un saludo.

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  2. Ajumao es un relato basado en el reclamo del mismo nombre que, dicho sea de paso, dio más de una tarde de gloria allá por los años 60. Obviamente, no había pájaros de granja para enjaularlos...Sin embargo, sí había muchos aficionados..., en donde se desarrolla la historia y en mucha zonas de nuestra querida Andalucía.

    Un saludo.

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  3. ...Que yo hubiese titulado "El mirlo blanco", ya que capturados con esa edad y de esa forma, solamente y que yo sepa dieron la talla el 99 % y poco menos.

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