viernes, 8 de noviembre de 2013

UNA PERDIZ PRECAVIDA


            Ahora que la muda ha terminado y, para algunos/as, ya es tiempo de recorte, traigo a mi blog, como otras veces, un relato de mi primo Jerónimo Lluch.

La mañana se mostraba templada. Una suave brisa, mientras subía por la empinada “verea”, me envolvió en aromas de jaras y romero que hicieron que inspirara hondo para impregnarme, más aún, de aquel olor tan gratificante con el que el nuevo día me daba la bienvenida.

 Coronado el collado hallé el puesto de monte que mi amigo Celestino me indicara desde el valle. Lo encontré bastante deteriorado y apenas iniciado su retoque unos reclamos en la ladera me hicieron comprender que tenía el campo “encimita” y que era preciso abreviar.

El Viejo, así se llamaba mi pájaro, se arrancó enmantillado con unos sonoros “cañonazos” quedándose luego de piñones y prosiguiendo con un insistente curicheo; y aunque varias veces golpeé la jaula para callarlo no conseguí mi objetivo por lo que tras ponerlo en el matojo, me introduje rápidamente en el puesto, el cual casi no pude recomponer, e inmediatamente entabló el reclamo el reto con las perdices del campo.

 Antes de cinco minutos ya había tirado un macho que enmoñado apareció en la plaza para darle su merecido al osado usurpador de su territorio, y cuando mi pájaro cargaba el tiro unos suaves embuchaos, a la izquierda del puesto, delataron la presencia de una hembrilla que acudía presta a las zalamerías del Viejo.

  Picoteando se dirigía al pulpitillo encelada por los continuos titeos de éste cuando el Viejo emitió un ¡go.go.go.go.go.go...! señal inequívoca de un inminente peligro, corriendo la pajarilla a introducirse por un pequeño claro que el puesto tenía en la bajera, penetrando hasta pegarse a la pata del banquillo que me servía de asiento. Me quedé petrificado, inmóvil, con la respiración entrecortada, escuchando únicamente los acelerados latidos de mi corazón.

  Cuando el ratonero, causante del pavor de la perdiz, desapareció el reclamo inició de nuevo sus arrumacos, y la hembra estimulada por sus requiebros amorosos salió del puesto por donde había entrado dirigiéndose coqueta y presuntuosa a la tierna llamada del macho.

  Me encaré la escopeta, pero ese sentimentalismo, tan frecuente en muchos cazadores, me impidió realizar el disparo que culminaría la faena de mi pájaro.

  La perdiz permaneció largo rato junto a éste halagada por sus piropos hasta que poco a poco fue alejándose para desaparecer definitivamente de mi vista.

 Tras toser varias veces, me salí del puesto, chasqué los dedos, a modo de palillos, al aproximarme al reclamo, y tapándolo me lo eché a la espalda y mientras mascullaban mis labios: ¡pajarilla que tengas mucha suerte!, inicié el retorno cerro abajo prometiéndome no volver aquel celo a colgar más en aquellos alrededores.

2 comentarios:

  1. Precioso relato Jose Antonio¡¡¡¡¡¡¡¡. Yo tuve una experiencia muy parecida a ésta hace ya muchos años.........., pero con resultados totalmente diferentes. Porque la pájara salió de vuelo echando leches.
    Un abrazo

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  2. -Me ha encantado su relato, como siempre maravillosos.
    Y dando una nueva lección de lo que es un cazador y no un carnicero.Apreció la valentía o sacrificio de la perdiz a la hora de salvar su vida y de cierto modo se vio reflejada en ella ya que cualquiera habría hecho lo mismo para salvar el pellejo. Si saber ella que se había salvado de guatemala y se había metido en guatepeor.Aunque esta vez le salio bien. jajaja! Un saludo maestro. El zurdo.

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