viernes, 27 de septiembre de 2013

LLEGA LA LLUVIA.





      El otoño meteorológico ha comenzado por estas tierras. Así, después de mucho tiempo si ver la bendita agua que nos traen las nubes atlánticas, a estas horas, de siesta para muchos/as, ha empezado a llover.

      Desde ayer por la tarde, como se aprecia en la primera imagen, el panorama empezó a pintar bien, al menos para los que nos gusta este tipo de tiempo. Negros nubarrones, alternando con el cárdeno rojizo de la puesta de sol, aventuraban que las lluvias otoñales no estaban muy lejanas, como así está ocurriendo en estos momentos acompañadas de no pocos truenos –imágenes  segunda y tercera-.

       Esperemos que esto que está ocurriendo ahora mismo no se flor de un día, y menos de unos momentos, y que la estación en la que hace poco que entramos nos regale con un buen año, al menos, en el aspecto meteorológico. Nuestra flora y fauna, ávidas de ello, se lo agradecerán.

      Aunque resulta tópico hablar de ello, se caerán las hojas de muchos árboles y arbustos y, con ellas, muchas cosas “dormirán” por un tiempo, pero…, no mucho después, volverán a la vida. Es la Ley natural. Esperemos contemplarla durante mucho años.


      PD. La muda de los reclamos, al menos en mi caso, está resultando este año fenomenal.

                  

miércoles, 25 de septiembre de 2013

TORPEZA DE JAULERO.

       
           ¿Cuántos como Rosaleño" no habrán pasados por nuestras manos y, por precipitación, le hemos dado largas? Pues bien, con este relato quiero hacer patente tal circunstancia y, de camino, entretener unos minutos a quien quiere dedicárselos en estos días de final de muda.

Rosaleño no se lo pensó y, al recatarse de que la puerta de la jaula estaba abierta, saltó en busca de la soñada libertad. Estaba claro que, como todos sabemos, las patirrojas al llevar el monte en sus genes, a la menor posibilidad, quieren volver a él. Así, en cuanto se vio fuera de la que había sido su “cárcel” durante los últimos tres o cuatro meses, se elevó sobre sus patas, movió repetidamente sus alas en señal de alegría y, lentamente, picoteando el suelo y alguna piedra del entorno, fue perdiéndose entre la vegetación del entorno.
            El puesto fue de los que se olvidan pronto, la hembra le había canturreado muchas veces y aquel proyecto de reclamo no le había echado la más mínima cuenta. Era casi final de temporada  y, torpemente -como luego se demostraría-, pensé que aquel pollo, con una bella planta, regalo de un buen amigo del Rosal de la Frontera, no llegaría a ser nunca un pájaro con futuro. Así que, yéndome muy de ligero, decidí soltarlo cuando llegara al cortijo. Cosa que hice nada más bajarme del coche en la puerta del mismo. Era domingo y poco después, tras arreglar la habitación y limpiar un poco la casa, puse rumbo a Huelva, lugar de mi residencia.
            Sin embargo, ya por el camino, la cabeza empezó a darme vueltas y a abrumarme por la necedad que había cometido. Estaba claro que, pecando de la inexperiencia de un principiante y de poca perseverancia -ninguna para decir la verdad-, había devuelto al monte a un pollastre con muy buena pinta, por una cabezonería y por el simple hecho de no haber cantado, aun teniendo muy cerca a una viuda montesina que se dejaba querer y que, con su repetido “characheo”, se lo demostraba cada dos por tres.
            Una vez en casa, durante los dos días siguientes, no pude dejar de pensar en el disparate cometido. Estaba claro que aquel hermoso pollo no se merecía mi poca paciencia y, máxime, cuando lo único malo que había hecho desde que llegó a mis manos fue el no abrir el pico en los dos ratos que estuvo puesto en el matojo. Debido a ello y a la torpeza y falta de ese sentido común que siempre debe acompañar al que se considere aficionado a la jaula, no pude por más que rectificar, si es que tal cosa fuera, cuarenta y ocho horas después, todavía posible. Por consiguiente, debería volver al campo e intentar, por todos los medios, recuperar a Rosaleño. Empresa nada fácil, pero tenía que intentarlo, más que nada, por mi tranquilidad, puesto que, a mis sesenta y pico de años, aquel novel no era merecedor de la falta de lógica con la que había actuado, mayormente por ser un jaulero experto, como se le supone a quien lleva tantos años en este “negocio”.
            Durante el camino hacia la finca no dejé de pensar en lo mal que lo debería estar pasando Rosaleño en libertad. Y no era para menos, ya que, aparte del imponente aguacero que caía en aquellos momentos, llevaba prácticamente desde que lo solté lloviendo a cántaros. Pero, afortunadamente, a nuestro lado, siempre hay ese “algo” que no nos abandona en ningún momento. Y para aseverarlo, nada más bajarme del coche y comenzar a buscarlo, con paraguas incluido, allí, guarecido debajo de la pila de leña y creo que mirándome con ojos de alegría y sorpresa a la vez, o al menos así me pareció, estaba mi objetivo. Chorreando agua, amparado debajo de unos buenos troncos y semiaplastado, Rosaleño se dejó coger sin muchos aspavientos ni dificultades. 
            Cuando estuvo en mis manos, la tranquilidad y el sosiego volvieron a mi cuerpo de tal forma que mi rostro, como decía mi socio Rafael que me acompañó en lo que parecía, en un principio, una complicada empresa, denotaba una enorme satisfacción. Algo me repetía una y otra vez que el “mirlo blanco”, eso sí, desechado hace pocos días por mi ligereza y falta de sentido común, había vuelto a mi poder. Dos días y medio con agua, frío y sin “comida fácil” habían quedado atrás.
            No sé si la ilusión por aquel reencuentro me había “nublado” los sentidos, pero hasta mi retina llegaba la sensación de que Rosaleño volvía de nuevo a su jaula más que agradecido, un poco más delgaducho, pero contento. Tan es así que, nada más llegar a casa y verse libre de la sayuela, unos pausados reclamos salieron de su garganta, mientras que todo mi ser sentía una indescriptible bocanada de alegría y tranquilidad.
            Rosaleño regresaba junto a sus compañeros de jaulero como si nada hubiera ocurrido. Así, el sosiego del que siempre había hecho gala no lo había olvidado y, aunque algunos de sus vecinos se desgañitaban curicheando y piñoneando al vislumbrar su nueva llegada a la “gallera”, él, con el aplomo y serenidad de un veterano “curtido en mil batallas”, sólo se ocupaba de llenar su necesitada tripa y restregar, de vez en cuando, su fuerte pico por la piedra de la jaula.
            Fueron pasando las jornadas y, aunque tenía claro que ya no saldría al campo en lo que restaba de temporada, fui incapaz de aguantar el tirón. Así, transcurridos diez o doce días, no pude esperar por más tiempo la tentación de ver si todo había sido una simple corazonada o, por el contrario, aquel joven perdigacho era una verdadera promesa de reclamo. Por consiguiente, el sábado del último fin de semana, en una buena mañana de sol, Rosaleño, a las nueve de la mañana, volvía a encontrarse rodeado de monte y multitud de cánticos de otras aves que presentían la llegada de la próxima primavera.
            Erguido, con la cabeza en el techo de la jaula y con una actitud tranquila fue dándole tiempo al tiempo. Así, los minutos pasaban y, de su garganta, no brotaba la más mínima “nota musical”, lo que no hacía más que acrecentar mi, ya de por sí, tremenda ansiedad. Las dudas retornaban y, por momentos, mi mente volvió a recibir “mensajes” poco alentadores. Sin embargo, como salido del cielo, un asustadizo reclamillo entrecortado salido de Rosaleño hizo saltar todos los resortes de mi cuerpo. Tan es así que mi corazón aumentaba su velocidad de forma vertiginosa, y más, cuando tras esas primeras notas musicales, varios cantos de mayor impregnaban el aire fresco de aquella apacible mañana de final de febrero.
            Para más suerte, a lo lejos, una pajarilla canturreaba en su soledad y, como queriéndome dar la razón, Rosaleño, esta vez, entró en diálogo con aquella “dama”, que atraída por la juventud que denotaba el pollo en sus cánticos, tras un sonoro pichoteo, se presentó en la plaza buscando ansiosamente a aquel galán que la piropeaba y seducía, ahora sí, con toda clase de galanterías, mientras un nervioso y agradable sudor brotaba de la palma de mis manos. No me lo podía creer, pero mis ojos estaban captando una escena que nunca olvidaré: aquel pollo desechado por un calentón de un impaciente y tozudo jaulero estaba dando una lección a quien no había confiado en él.

            Apunté con todas las ganas del mundo, apreté el gatillo cuando creí que era el momento idóneo y, tras dejar a aquella valiente hembrilla sin mover una pluma, Rosaleño, en un intento de demostrar muchas cosas, se resarció con un suave cuchichío tras el estruendo de aquel GB del calibre veinte. Poco después, un buen macho que andaba por los alrededores, no pudiendo permitir la osadía de aquel pollastre, enmoñado y picoteando el suelo, de vez en cuando, se presentó en la plaza en busca de quien, un metro más arriba, atalayado en una frondosa mata de jara, demostraba muy buenas maneras y una enorme tranquilidad, máxime cuando tras el estruendo del segundo escopetazo, volvió a cargar el tiro como espera todo buen aficionado. Una vez más, como tantas otras, al que se supone con más materia gris de la naturaleza, tuvo que agachar la cabeza ante la torpeza cometida.

domingo, 15 de septiembre de 2013

EL VINAGRE DE MANZANA Y LAS AVES.



          Después del descanso veraniego, en donde, aparte del descaste de conejos y la muda de nuestras perdices -muy buena por cierto, al menos en mis reclamos-, no hay mucho en donde sacar porque casi todo está ya escrito con anterioridad, vuelvo a retomar el blog.

        En el último post hablaba de una forma de bañar a los pájaros para que la pluma le quedara bonita y, de paso, ahuyentar a los parásitos externos, aparte de otros beneficios. Pues bien, ésta no es otra que utilizar para ello el vinagre de manzana  -el ecológico que no tiene conservantes- diluído en agua, en la proporción de una cucharada sopera por litro de la misma. Aunque a nivel personal creo, y así lo hago, que para nuestras perdices se pueden emplear dos cucharadas en vez de una.

       Esta práctica la venía yo utilizando desde que me lo dijeron  hace dos o tres años, aunque utilizando vinagre normal.. Pero en el actual, que me he metido en la cría del canario, es en dónde lo he hecho más asiduamente.

       Por todo ello, lo expongo  aquí por si a alguien le puede servir. Para ello, el que quiera tener más información puede entrar en el siguiente enlace del portal AVIARIOTOTAL.