viernes, 4 de abril de 2014

LA DIFERENCIA ESTÁ EN LOS GENES.


          Ni que decir tiene que las tres imágenes que vienen a continuación nos muestran sendas patas de nuestra auténtica perdiz roja, pertenecientes a otros tantos ejemplares machos de los que hoy, por desgracia, van quedando muy pocos en los diferentes rincones de nuestra Andalucía. Los tres fueron abatidos con el reclamo en diferentes lugares de nuestra geografía, no sin antes tener que realizar, el de turno que estaba en el tanto, un trabajo como Dios manda. Por ello, este artículo sería un poco la continuación de "El recibo",  publicado con anterioridad.




            Pero, curiosamente, los tres entraron en plaza –cosa nada fácil- porque Chimenea, en su día, se las arregló con toda su sapiencia para que así fuera. Eso sí, dentro del repertorio que utilizo en los tres lances no hubo ni una sola bulana; es decir, no empleó recibo de pluma. Si así hubiera sido, casi con una seguridad meridiana, ninguna imagen de ellos estaría colgada ahora en mi blog.

            Hoy día, cuando hablamos de las patirrojas que pueblan nuestros campos, en un alto porcentaje, nos referimos a perdiz de repoblación, quizás, incluso nacida en el campo, pero de origen no muy lejano en el tiempo de esta o aquella granja. Por consiguiente, los ejemplares que entran a la jaula, en la mayoría de los casos, son de trabajo fácil para el reclamo, incluso en muchos casos casi sin el más mínimo esfuerzo. No es que lo diga yo, sino que en muchos vídeos que circulan por la red, se puede ver cosas insólitas e impensables si el “genero” que se trabajase fuera la verdadera Alectoris rufa.

            De esta manera, los que tenemos ya una cierta edad y otros no tanto, pero que tienen la posibilidad de colgar en algunos pocos lugares que, afortunadamente, todavía quedan en nuestra geografía,  sabemos que con perdiz “pata negra” no se juega, ya que, a las primera de cambio “cogen la de Villadiego” y nos dejan con “tres palmos de narices”.  Además  de su  morfología y colorido, su genética hace que el instinto de conservación las haga totalmente diferentes. Así, conocen el terreno donde se mueven palmo a palmo y no dan un paso hacia adelante si no lo tienen todo seguro o si, por circunstancia de dominio de un determinado territorio, lo dan, lo hacen con el mayor de los cuidados y seguridad. Su bravura, suspicacia, intuición vista, oído… son sus verdaderos aliados para intentar salir airosas de las muchas dificultades por la que pasan en su día a día. Por consiguiente, cuando llega la hora de la caza de la perdiz con reclamo, el que piense que con este “ganao” logrará buenas perchas, está en otro mundo. Puede que, incluso, durante algunos días, estén en condiciones, pero…, aun así, no será empresa fácil el apuntarles y apretar el gatillo.

            Y no lo será porque, para hacerlo realidad, aparte de que el aficionado de turno tiene que conocer el terreno y las querencias de las perdices de la zona, cosa no fácil, el reclamo que pongamos en un determinado cazadero tiene que ser un reclamo de verdad. No ya que cante y trabaje, sino que sepa poner en práctica una serie de recursos que haga que las patirrojas que lo escuchen pierdan “un poco los papeles” y “entren al trapo”. Obviamente, dentro de este repertorio no hay lugar para las llamativas bulanas, ya que si el de turno las utiliza, difícilmente entrarán en plaza como Dios manda.

            Hay muchos reclamos a los cuales sus dueños lo catalogan como primeros “espadas” que, cuando se topan con ese tipo de “victorinos”, fracasan estrepitosamente, aunque se les haya tirado muchas y muchas patirrojas a lo largo de su vida.

            Sobre el tema, en plena temporada hablaba con el amigo Elías Romero, buen aficionado que tiene el privilegio de colgar en la sierra de Granada, y me comentaba la dificultad de tirar una campera por aquellos pagos, con el inconveniente añadido de acceder a sus complicados cazaderos. Y es difícil hacerlo porque, como él muy bien sabe, aquellas perdices, auténticas Alectoris rufa, llevan grabado en sus genes todo lo que les falta a la mayoría de las que abatimos normalmente. Así, al menor fallo por nuestra parte o por la del reclamo, “se acabó lo que se daba”. Es más, por mucha cautela que tengamos a la hora de cuidar el más mínimo detalle del cazadero, si el recibo del “Don Reclamo” de turno no sea limpio y suave, poco o nada conseguiremos.

         En resumidas cuentas, si ya de por sí existen grandes diferencias entre la perdiz de repoblación y la autóctona en lo referente al fenotipo, en cuanto al genotipo, mejor no hablar. Comportamiento y forma de actuar en momentos determinados, marcan la diferencia. Así, como dice un amigo del citado Elías Romero, si encima de que la temporada de reclamo se queda en diez o doce días en condiciones, para pasear medianías al campo siempre hay tiempo. Por ello, una buena criba/cedazo con los agujeros bien gordos es lo que hace falta para valorar a nuestros reclamos cuando la lidia no es de salón, sino con “ganao” de verdad.



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