El pasado sábado, nos dimos una
vuelta por nuestro coto en Puebla de Guzmán, para echar el rato a caza menor y
matar el gusanillo. La verdad es que, con un día buenísimo para la caza, por
contar con una temperatura ideal y sin viento, los cuatro que íbamos nos
divertimos bastante. No por obtener buenas perchas, puesto que el campo no está
para ello, sino por volver a cazar en nuestra querida finca después de algún
tiempo (desde septiembre) y comprobar la belleza del campo con la buena otoñada
que se nos ha presentado.
Como
fuimos pocos, cuatro compañeros, sólo conseguimos cinco liebres -se nos escaparon cinco o seis por ir pocas escopetas- y dos
codornices, porque, como he referido en varias ocasiones, el conejo ha
desaparecido por el Andévalo onubense y las perdices, aunque no está mal su
número, con cuatro personas y las características de La Dehesa, no hay quien las pille. Aun así, se vieron algunos
bandos en las manchas que dimos. Sin ir más lejos, en el sembrado, levantamos
tres de ellos, pero a ninguno le pudimos disparar porque se arrancaron de vuelo muy lejos
de las escopetas. Ello significa que, si en las dos próximas cacerías que le
demos al coto, no abatimos un buen número, circunstancia altamente difícil por las características de la finca,
para la cuelga, quedarán bastantes patirrojas para pasarlo bien con el reclamo.
Además,
la jornada de caza significó para mi hijo Pablo, el reencuentro con su escopeta
y dejar el palo atrás como sido su norma durante los últimos veinte meses. De hecho, abatió tres liebre y una codorniz.
Cinco imágenes de la jornada. La primera nos muestra, como en las alternativas de las corridas de toros, el traspaso de armas. En la segunda se puede ver a mi hijo Pablo con su perra Vala, en plena faena. En la tercera, mi hijo y su bretona posan con las piezas obtenidas y en la cuarta, mi sobrino Rubén, su hijo y las piezas abatidas. La última nos muestra algunas setas recogidas durante la mañana, puesto que, con el tiempo que llevamos, las hay por todas partes.