miércoles, 7 de octubre de 2015

SE ABRE LA VEDA.



                                                    Tres momentos de lances cinegéticos.

         Aunque ya más de uno ha apretado el gatillo en el descaste de conejos y en la media veda, tradicionalmente nuestra fiesta de La Hispanidad/Virgen del Pilar nos trae la apertura de la veda en todas las modalidades de caza.

         Echando la mirada hacia atrás, estos días de primeros de otoño, cuando el fresquillo hacía su aparición y el campo nos embriagaba con su maravilloso aroma que emanaba el pasto húmedo, eran unas de las fechas escogidas por los aficionados a la caza de muchas familias andaluzas para, alrededor del acogedor brasero de las casas o no muy lejos de las chimeneas de los cortijos, recargar un buen número de cartuchos que servirían para llevar algo a las necesitadas despensas y alacenas de las casas e, incluso, para obtener  unas pesetillas con la que ayudar a la estrecha economía familiar. Así, tacos de distintos materiales, plomos de diferentes grosores, vainas de cartón o plástico, pólvora, pistones, fulminantes, calibrador, rebordeador… suponían la antesala de maravillosas jornadas de caza. Por supuesto, no faltaba el aceite, incluso viejo de freír, para que aquellas vetustas escopetas, incluso muchas de un solo caño, estuvieran a punto.

         Aunque daba igual la fecha, porque se cazaba casi todo el año, las primeras aguas traían consigo que los ejemplares cazables adquirieran la madurez y desarrollo suficiente para llenar muchas mochilas en toda nuestra geografía y hacer más que felices a los pocos que practicaban la actividad cinegética. De esta manera, los conejos, liebres, perdices, palomas, pitorras..., muy abundantes en cualquier rincón de nuestra geografía, hace ya algunos años, suponían el verdadero santo y seña de la caza tradicional en Andalucía y España. No quiero decir que no se abatieran algunos jabalíes, ciervos, gamos, rebecos, cabras monteses…, De hecho, en numerosas casas se podían ver, colgadas de las paredes,  preciosas cabezas de los ejemplares antes citados y su carne servía para la alimentación familiar, pero la caza menor era la modalidad escogida por la gran mayoría de los que le gustaba la escopeta, porque era mucho más fácil acceder a la misma. La caza mayor quedaba para unos pocos que podían permitirse ciertos lujos y disponían de bastante tiempo libre.

         Hoy día, todo ha cambiado. Ya no se recargan cartuchos, ni se zurce o remienda la ropa dedicada para salir al campo, ni se caza para comer, ni se sale un rato cuando el trabajo lo permite para matar unos conejillos para el avío de casa, ni se mira cuántos cartuchos gastar… Hoy, muy al contrario, cazar es un verdadero lujo, pero se sigue practicando y, la mayoría de las veces,  solo para satisfacción personal de muchos de los que conforman el amplísimo colectivo de cazadores. De esta manera, armamento, munición, complementos y vestimenta de muy primerísimo nivel, comidas y hospedajes de postín, buena cantidad de billetes, kilómetros y kilómetros, todoterrenos, aviones… En una palabra como la noche y el día. Ya no se sale al campo para llevar algo a casa para preparar buenos platos. Hoy. en muchos caso, se sale al campo para conseguir buenas perchas de conejos, perdices, palomas, tórtolas…,  que  la mayoría se regalan porque en un buen número de hogares no gusta la carne de monte y, como no, por los trofeos en la caza mayor.

      Eso sí, cada uno a su forma, llegada esta época, es presa de un nerviosismo creciente que solo se aplacará cuando su dedo apriete el gatillo y el conejo, liebre, perdiz paloma…, jabalí, ciervo, gamo… correspondiente caiga abatido ante sus ojos. Atrás quedarán muchos meses de desazón y ansiedad. Ahora, con la llegada de las primeras aguas y el verdor de la hierba que empieza a cubrir cualquier rincón de nuestros campos, la veda está a punto de abrirse.

        A los que solo les gusta la caza del reclamo, todavía tendrán que esperar un poco, pero es época de cuido, recorte, soleo y encelamiento de los reclamos. Ahora, seguro que no se aburren, pues tienen entretenimiento para rato.

        Para finalizar, disfrutemos cada uno a nuestra manera. Pero cuidado, una vida vale mucho más que el mayor de los trofeos que podamos conseguir. No olvidemos que en la manos llevamos un arma, la cual carga el cazador y, según dice el refrán, la dispara el diablo.

        Y que no se nos olvide: un día de caza tiene que venir refrendado por una buena comida y una charla con los compañeros que participan con nosotros en la jornada cinegética, sea de caza menor o mayor. Si dejamos a un lado esto, nuestra afición  pierde muchos enteros.

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