Como en todas las casas, de vez en cuando
se “desempolvan” cuarenta mil cacharros que andan un poco perdidos de nuestro
uso cotidiano. Así, libros, cuberterías, regalos, fotos… vuelven a nuestra vida
con el mismo cariño que cuando estaban recién llegadas a nuestras manos. Pues
bien, estos días buscando unas fotos que mi nieta Carla les hacían falta para
completar un trabajo que tenía que llevar al Colegio, nos tocó remover un sinfín
de fotos en busca de algunas que necesitábamos. Lo que pasa en estos casos es que,
además de las que buscamos, otras muchas que también pasaron a “mejor vida”, en
cuanto las tenemos delante, nuestros sentidos nos transportan a esos años en que
fueron hechas y las añoranzas nos inundan.
Pues bien, entre las muchas que removimos nos topamos con algunas donde aparece mi siempre recordado reclamo el de Manué. Ha sido una suerte, porque
de él tengo pocas imágenes, puesto
que, por aquellos tiempos, usaba poco la cámara de foto. Aun así, esa
inmensa alegría y los maravillosos
recuerdos que acompañan a estos reencuentros no pude evitarlos. Así, Castelar o el de Burgos, el de Pedro, Toledano, Estepeño y Gitano, junto con
el citado anteriormente me hicieron revivir grandes lances que ya se empiezan a
perder con el inexorable paso del tiempo. Las fotos son del año mil novecientos
noventa, por consiguiente, el de Manué
tenía por aquellos entonces siete celos y estaba en su mejor momento.
Tres fotos del noventa. En la primera y segunda se pueden ver al de Manué enjaulado y a Castelar suelto y enmoñado en el suelo de la cocina de mi casa. La segunda nos muestra a los seis reclamos anteriormente citados que tenía por aquellos entonces. Solo tengo seguridad en que el de Manué es el que ocupa el casillero nº 1, que todavía uso a día de hoy y que, al igual que los otros cinco, me había hecho un carpintero de Moguer.