Un lance para recordar con un pollo en el tanto. |
A
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sea una archiconocida y manida frase, el tiempo vuela. Así, aunque parece que
fue ayer cuando dimos por finalizada la anterior temporada de caza con reclamo,
allá por finales de febrero, al menos en mi caso, han pasado casi diez meses.
Tiempo más que suficiente para reflexionar sobre cómo lo hicimos en aquellos
cuarenta y dos días y, en base a los errores cometidos, que seguro que
ocurrieron, poner soluciones para que, en lo posible, no vuelvan a suceder. Ya
que ponernos a recordar los grandes lances vividos
no es nada normal porque, hoy día, son los menos.
De esta manera, si desde nunca, la caza
de la perdiz con reclamo ha sido una actividad cinegética que haya ofrecido
grandes satisfacciones en cuanto a resultados estadísticos de grandes lances y
piezas abatidas, en los tiempos que corren, aún menos. Es obvio que la
climatología actual, la forma de concebir la agricultura y las patirrojas que pueblan nuestras campos
en nada se parecen a las de hace algunos años. Pero aun así, sobrevive y aunque
con muchos sofocones durante todas las temporadas, año tras año se renuevan
ilusiones y se llega a cada nueva apertura del periodo hábil de caza como los
niños en las vísperas del Día de Reyes.
Ni que decir tiene que nuestros
primeros “espadas”, los aspirantes a tal escalafón y el ganado nuevo, por esta
época están como pinturas y, la gran mayoría, despiertan en el aficionado de
turno grandes esperanzas. Tan es así, que incluso, a veces, llegamos a pensar
que todo lo que tenemos en el jaulero son unos verdaderos fenómenos y que,
cuando se acerca la fecha del inicio de la temporada, día tras día, soñamos
despiertos con los grandes puestos que nos van a brindar quienes, con casi
total seguridad, luego no pasarán de ser unos auténticos mochuelos. Pero creo
que en ello está la grandeza de esta milenaria forma de caza: LA ILUSIÓN.
Atrás quedaron horas, días y meses de
trabajo y dedicación: cambios de tierra, plumas, preocupaciones por posibles
enfermedades y accidentes, recorte, arreglo y adecentamiento de pertrechos, búsquedas
de nuevos inquilinos de nuestros jauleros, adquisición de cartuchos y
complementos de caza… Tareas todas que más que desanimar a los cuquilleros, lo
que hacen es fortalecer su afición y, como no, hacer que dichas ocupaciones
evadan en parte de las muchas contrariedades y problemas con los que nos
“regala” la vida.
Ahora, dentro de unos días, comenzarán
de nuevo los berrinches, sinsabores y “dolores de cabeza”, pero también
llegarán las pequeñas y reconfortantes alegrías. Es el sino que un día, casi
sin darnos cuenta, escogimos. ¡Y que dure mucho!
Para finalizar, como se dicen los
toreros antes de comenzar los paseíllos “que Dios reparta suerte”, puesto que
el comienzo de la nueva temporada está a la vuelta de la esquina. Seguro que
falta hará.
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