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uando hablamos de alba, nos estamos refiriendo a las primeras luces del día con anterioridad a la salida del Sol. Es decir, lo que también llamamos amanecer o
alborada.
Pues bien, uno de los tradicionales
puestos que se suelen dar a la hora de
cazar la perdiz con reclamo, no es otro que el conocido puesto de alba.
Hoy quizás poco utilizado por diferentes razones, pero muy recordado por
quienes ya tenemos unos años, puesto que, hasta hace unas décadas, contaba con
muchos adeptos, por lo que “ir de alba” era una circunstancia más que cotidiana
en el mundillo cuquillero.
Así, retrocediendo en el
tiempo, el salir a dar tan emblemático puesto figuraba entre los lances cuquilleros
que más se utilizaban. Y era así, según mi opinión, por dos razones bien claras.
Una de ellas, al estar prohibida la caza del reclamo, era la de pasar
desapercibido, puesto que, a esas horas siempre había menos ojos pendientes de
lo que se hacía. La otra, al ser una actividad cinegética practicada por un
gran número de personas que se dedicaban a las tareas agrícolas o ganaderas, se
podía salir a dar el puesto y, una vez acabado el mismo, comenzar con el
trabajo diario. Eso sí, hay que partir de la base que dar este puesto
significaba estar dentro del aguardo mucho antes de amanecer y finalizarlo con
los primeros rayos del sol, no como se suele hacer hoy, transformándolo en un
puesto de sol tempranero. Se llegaba al colgadero con las luces de las
estrellas, cuando se veían y, al quitarle la sayuela al reclamo, no se veía
absolutamente nada. De hecho, había veces, que entraba el campo y costaba la
misma vida el disparar porque no era fácil el apuntar.
Como era y es la hora en
dónde las perdices se revuelan en búsqueda de los primeros alimentos, los
cánticos de las mismas es lo normal, por lo que en el silencio de la madrugada
el campo se transforma en un verdadero espectáculo, pero también hay que tener
bien claro que a esas hora hay que soportar el rigor invernal, pues lo normal
para esas fechas es que el termómetro esté por debajo de cero grados.
No era un puesto en el que
se abatieran muchas perdices, pero sí era, o así se entendía, un puesto ideal
para los pollos puesto que seguro que, al menos, campo escucharían. Eso sí, si
lo analizamos detenidamente, y quitando lo anteriormente expuesto, quizás no
sea muy adecuado para los noveles, ya que el disparar a oscuras no da mucha
seguridad de dejar “secas” a la patirrojas que entren en plaza, con el
consiguiente perjuicio para el pollo que esté en el repostero.
Ni que decir tiene que el ir de alba tenía
un encanto especial para quien le gustaba el campo y no le importaba, ni le
asustaba la soledad de la madrugada, pues a esas horas y solos en medio del “monte”,
la falta de visión y los diferentes ruidos de la fauna mediterránea (vuelo de estampida de palomas a nuestro paso, chirrido de los mirlos, canto de búhos y cárabos, ladridos de perros...), a veces,
ponía los pelos de punta, y a más de uno se le hacía un nudo en la garganta, ya
que no se puede olvidar que incluso el aullido de los lobos era más que normal
y el que suscribe, que lo ha vivido, puede asegurar que imponía.
Para finalizar, tengo que
decir que no sé si todavía, en las diferentes zonas de nuestra Andalucía, se sigue dando el puesto de alba, aunque supongo que los más apegados a la tradición sí seguirán dándolo, pero, al
menos yo, y creo que otros muchos, hace bastante tiempo que no lo damos o, si lo hacemos, dicta bastante de como se debe dar. Por consiguiente, está claro que nos perdemos una verdadera gozada cuquillera.