viernes, 8 de diciembre de 2017

DUELO AL PIE DE UNA JARA

             Siguiendo con las colaboraciones, he querido traer al blog la opinión sobre la afición cuquillera de un amigo que es un poco cazador, pero de la perdiz con reclamo, no entienda nada y solo se ha metido una vez en un aguardo.

         A diario me reúno con mis amigos José Antonio y Raimundo a tomar un café a media mañana. La jubilación tiene esos privilegios. Mis amigos son verdaderos devotos de la caza de la perdiz con reclamo. En nuestros encuentros mañaneros me castigan con el tema, su tema. Sobre todo a partir de Enero. El otro día mi amigo José Antonio me preguntó si era aficionado a la caza; si me gustaba el pájaro y le contesté que  hace muchos años fui con un amigo, pero mi inutilidad como cazador, me hizo desistir del intento. Me pidió que escribiera sobre el tema. “Sería interesante saber la opinión de alguien que no es aficionado a este arte de cazar con reclamo”, me dijo. Y yo, que siempre intento agradar a mis amigos, acepté. Mi intención es expresar la opinión de un desconocido, siendo consciente de las meteduras de patas en las que puedo incurrir; cosa que, de antemano, pido la indulgencia de tantos amantes de esta afición.

         Mi opinión está condicionada por la experiencia primera y única que tuve y por las conversaciones que tengo con mis amigos y la tabarra que de ellos sufro a partir de enero.

         Os he de confesar que soy “culillo de mal asiento”; pues mi impaciencia me ha hecho cometer errores y me ha impedido desarrollar algunas bellas artes. A ello puedo añadir mi fácil sentimentalismo, que, a veces, me empuja a actuar con subjetividad. Actitudes poco favorables para ser un buen aficionado a este arte de caza.

         Aquella mañana que fui con mi amigo Lorenzo, allá por los años 80, quedaron impresas en mi mente sentimientos y opiniones que apenas han sido modificadas, un día al final del mes de Enero. La mañana, recién amanecida, era algo lluviosa y fría. Camino del puesto, mi amigo me hizo las últimas recomendaciones. Yo llevaba mi escopeta, con la que acostumbraba a tirar a las quedadas de torcaces y al pato en el rio Sillo. Según creo, en el mundo cuquillero es muy importante el primer disparo, sobre todo si el reclamo es un pájaro primerizo (uno de los pájaros que llevábamos). Mi amigo me recomendó no tirar si el pájaro está recibiendo; ten cuidado con los rebotes y no tires ni muy cerca ni muy lejos. Todas estas recomendaciones me sonaban a chino.

         Una vez recompuesto el aguardo, ya usado otras veces, colocó sus dos pájaros de reclamo y nos agazapamos dentro. La lluvia había cesado. El campo estaba hermoso, fresco, apuntando ya la hierba entre las jaras y la luz del sol se hacía presente entre las lomas de la sierra, llena de encinas, chaparros, jaras y romero. La paz se respiraba y entraba en mis pulmones y, al mismo tiempo, cierta expectación y nerviosismo.

         No había pasado mucho tiempo. El cuchicheo de los reclamos era respondido en la lejanía por otros congéneres. Mire el rostro sonriente y expectante de mi amigo. Me pareció la cara de alguien, de un manager, que disfruta con la actuación de sus dos pupilos, de sus dos reclamos. Al poco acudió su contrincante, cantando, erguido y aumentando su plumaje, compitiendo con el reclamo. Defendía su territorio, su harén y demostrando su primacía. Yo dejaba la escopeta sobre mis piernas, mientras mi amigo enfilaba el cañón de su escopeta, esperando la distancia correcta. Un disparo certero tumbó al valiente animal y su reclamo daba vueltas en la jaula, cuchicheando y celebrando su victoria. La verdad es que, ante el espectáculo que me mostraba la naturaleza, tuve un sentimiento entre pena y admiración. La última danza y canto de aquel bravo animal me pudo. Entiendo a mi amigo y su afición a este arte de cacería. En conversaciones con él me explicó que cuándo el reclamo es una hembra, los machos se esmeran y compiten entre sí por conseguir la hembra. Según mi amigo se cobran más piezas, pero es como menos “legal”; para mi amigo eso es “juego sucio”.

         Ese día comprendí el amor que tantos cazadores tienen por este arte de la caza con reclamo y el cuidado y cariño que profesan a sus pájaros. El ambiente del campo, su paisaje, su silencio, la paz y el valor de estos bravos animales engancha y es motivo de disfrute.

P.D. Pido perdón a tantos aficionados y entendidos de esta modalidad de caza por mi atrevimiento y mi ignorancia; pues seguro que habré metido la pata en estas líneas y, al mismo tiempo, pediros humildemente la defensa de esta maravilla que la naturaleza nos ofrece y la denuncia de aquellos cazadores que “abusan inconscientemente” de este arte sólo para lucrarse. 
        
                                                                                 Juan Núñez.

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