Que nuestra perdiz
autóctona ya no es lo que era, a nadie se le pasa por alto. Puede ser nacida en
el campo y de padres no de repoblación, pero sus actitudes en general y muy en
especial en lo referente a su caza con el reclamo ha dado un giro de 360º. Es
obvio que no voy a descubrir nada nuevo sobre el tema, porque es de sobra
conocido por todos los cuquilleros, pero como soy uno más de este colectivo
quiero reflexionar en voz alta lo que pasa por mi mente al respecto.
Para empezar, tengo que decir que mis bastantes
años con la jaula a cuestas me permiten ser un poco notario de la tremenda
transformación que día a día va afectando al buque insignia de la caza menor,
nuestra perdiz roja española o Alectoris rufa, principalmente, en los últimos
diez años. En esta línea, aparte del terrible bajonazo que han sufrido sus
poblaciones -aunque éste sea otro tema-, en todos los rincones de nuestra
geografía, los comportamientos de las patirrojas en poco o en nada se parecen a
las de hace unas décadas. Se podrá esgrimir, y no falta razón, que los cruces
con ejemplares de repoblación han ayudado a alterar sus costumbres y conductas.
Sin embargo, ¿y los ejemplares de muchas zonas de nuestra tierra en donde,
afortunadamente, no ha llegado la granja, no han cambiado? ¿Son las mismas
perdices de hoy de las Sierras de Huelva, Sevilla, Cádiz, Córdoba, Jaén,
Granada y Almería -principalmente en estas tres últimas provincias- que las de
hace unos años? Pues, al menos yo lo tengo claro, NO, NI PARECIDAS. Y no es
cuestión de gatillo, que también al final lo es. Es cuestión de divertirse poniendo
en práctica nuestra afición favorita. Hoy día, salir a dar el puesto con perdiz
autóctona es sinónimo de decepción y fracaso, incluso teniendo la suerte de
hacerlo en lugares donde, por diferentes motivos, sólo se lleva a cabo muy
puntualmente.
En esta línea, quiero compartir mi opinión
sobre el tema tras unos días cazando el reclamo en dos buenas fincas andaluzas
situadas en la Sierra Norte (Sevilla),
Sierra Nevada (Granada) más toda la
temporada en mi coto de siempre, La
Dehesa de Enmedio en Huelva. En teoría, tres “paraísos” de nuestra perdiz
roja española. Pues bien, para no andar con muchos rodeos, tengo que decir que,
mi paso por los dos primeros lugares, lo que hace unos años hubieran sido unos estupendos
días para el recuerdo y posteriores tertulias con los amigos y conocidos,
relatando los inolvidables puestos dados en estos preciosos rincones andaluces,
hoy, muy al contrario y aunque me cueste trabajo decirlo, mi paso por ellos ha
sido un auténtico fracaso, un verdadero estropicio. Y cuidado, que no se piense
que puede ser culpa de los pájaros de jaula, pues no es así. Es posible que mis
reclamos no sean pájaros de bandera, pero, de medianos para arriba, hay varios
en mi jaulero y con muchas patirrojas abatidas a sus espaldas. También se puede
esgrimir que por los lugares donde he andado, más mi coto, sean terrenos faltos
de patirrojas, pero tampoco es el caso, puesto que, en los dos parajes citados
con algunos cazaderos escogidos expresamente para mí, se veían perdices por
todos sitios, incluso yendo hacia el colgadero para dar el puesto o en el
camino de vuelta hacia el coche. Sin embargo, ahí se quedó todo: buen trabajo
de reclamo de turno y poco más. Por supuesto, poco canto de las camperas y
menos, acercarse a la plaza. Eso sí, si se aproximaban, la desconfianza y el
ra, ra, ra… fue lo normal. De esta manera, el dar media vuelta cuando veían al
reclamo o salir de vuelo de las cercanías del aguardo ocurrió en la mayoría de
las ocasiones. Y cuando hubo suerte de apretar el gatillo, excepto en algún
caso aislado, no fue un lance como para tirar cohetes.
Y
todo esto, ¿por qué? ¿Qué les pasa en la actualidad a nuestras perdices
autóctonas? ¿Por qué no entran al reclamo con prontitud, gallardía, brío,
valentía, decisión… como lo hacían antes? Pues bien, el que suscribe, piensa
que, al igual que les está ocurriendo a los toros de lidia, nuestra perdiz roja
autóctona, se ha ido degenerando con el paso del tiempo y, además, está
cambiando sus formas de proceder. Las razones son muchas como bien sabemos y
van desde la climatología actual, pasando por el aumento de cuquilleros y con
ello la eliminación desmesurada de ejemplares valientes, la destrucción de sus hábitat
de siempre y la adaptación que han tenido que hacer las perdices por tal
motivo, el no ajustarse los periodos de caza al buen momento de las patirrojas,
porque les cuesta trabajo “ponerse a tono”, los cambios de la alimentación tradicional
debido a muchas circunstancias, el elevado tránsito de personas, vehículos y
maquinaria por cualquier rincón de nuestra geografía… Así, aparte de que el
tiempo meteorológico ha cambiado en mucho, creo que, igual que la perdiz de
granja actúa de la misma forma que la autóctona al ver una rapaz y nadie se lo
ha enseñado, pero lo lleva en los genes, nuestra perdiz de monte ha ido poco a poco
incluyendo nuevos mecanismos de actuación en sus códigos genéticos, ante todo
lo que huele a reclamo o cuquillero. Por
tal motivo, cada año que pasa, les es más difícil entrar “al trapo” o, dicho de
otra forma, está aprendiendo nuevas conductas de defensa y supervivencia. Tan
es así que, por citar un ejemplo, no tiene sentido que, en el primer día de
veda –me ha ocurrido a mí esta temporada en La
Dehesa de Enmedio, la finca donde cazo desde hace dieciocho años-, al ver
el reclamo y el repostero, las perdices que entraron en plaza salieran de estampida
de la misma, sin motivo aparente.
En fin, lo que supone una evidencia irrefutable
es que nuestra valiente y gallarda perdiz roja ya no lo es tanto y, en donde lo
sigue siendo, ha aprendido que con el reclamo le va la vida y, por
consiguiente, es altamente peligroso el llegar hasta sus inmediaciones. Si a esto
le unimos que, por las circunstancias ya relatadas y alguna más, las camperas
pocas veces entran en su punto álgido durante el periodo legal establecido, su
caza con el reclamo, a día de hoy, es altamente complicada. Consiguientemente, tenemos
que tener bien claro que, pagar buenas cantidades por cazarla con el reclamo es
sinónimo de sofocón tras sofocón, por mucho empeño que se ponga, por mucha
sapiencia que se tenga y por muy buenos pájaros de jaula que se coloquen en los
tantos o reposteros.
Para finalizar mi opinión sobre el tema,
que puede ser compartida o no, es que no merece la pena andar cerro tras cerro
buscando colgaderos vírgenes para que nuestra perdiz roja no esté puesteada,
máxime cuando ya se han cumplido los sesenta años. Sé que cuesta mucho trabajo
olvidarse de las queridas patirrojas autóctonas porque, con unos pocos buenos
lances en el periodo hábil de caza sobra, pero, también es cierto que, temporada tras
temporada, dando barrigazos queman al más purista. Y, como prueba incontestable,
el nefasto añito que acaba de finalizar, sin olvidar los anteriores, también
malos de solemnidad, como bien sabéis todos lo que habéis perdido unos minutos de vuestro precioso tiempo en leer este artículo personal sobre nuestra perdiz roja.