jueves, 30 de agosto de 2018

LOS COLORES Y EL MOVIMIENTO EN LA CAZA DEL RECLAMO


Aunque es época estival y se está en otros menesteres, nunca está de más introducir una pequeña "cuñita" para hacer más llevadero el largo verano. Por ello, cuelgo hoy este artículo, donde doy mi opinión sobre el tema del mismo. 
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       No hace falta decir que nuestras patirrojas salvajes, como el resto de las aves, tienen una vista privilegiada, porque tal circunstancia es conocida de sobra. Tan es así que su agudeza visual es infinitamente superior a la del ser humano. Ahora bien, tal aseveración, no nos asegura que vean tal como nosotros entendemos el sentido de la vista. De hecho, a nadie se le escapa que nuestra perdiz roja recela y se pone más en “guardia” por el movimiento de un determinado objeto, que por tener ante sí uno o varios colores que alteren la policromía cotidiana del entorno. Y eso que las aves en general son capaces de diferenciar una gama de los mismos que el ojo humano es incapaz de hacerlo. Con esto se desmonta la opinión de algunos aficionados que piensan que las perdices, que es lo que nos ocupa, solo ven en blanco y negro.

Ahora bien, hay momentos en que la agudeza visual puede alterase para mayor o para lo contrario y más que nada porque, en ciertas situaciones, priman más otras sensaciones que la visión. De esta manera, en la época de cría y desarrollo de su prole, mamá perdiz mantiene la vigilancia y cautela al cien por cien, por lo que las hembras que andan con sus bandos de perdigoncetes son capaces de detectar y visionar lo que en otros momentos pasaría desapercibido. Por el contrario, en la época que se encuentran en su sazón, cuando se pueden cazar con el reclamo, las perdices rojas se vuelven menos cautelosas e incurren en numerosos errores que, como bien sabemos, terminan costándoles la vida. Tan es así que, aparte de la entrada en plaza, -al engaño, si así podemos llamarlo-, hay momentos en que nuestras patirrojas llegan sin fijarse en nada y menos en colores y formas, pues la defensa de sus correspondientes territorios tira mucho y hay que expulsar a los intrusos como sea. Así, color y estructura del portátil, colorido de la jaula, “esqueleto” del pulpitillo –que muchas veces desentona en el entorno-, cañones de la escopeta sacados por la tronera…., pasan totalmente inadvertidos. Y no digamos cuando dentro de la jaula hay metidas perdices blancas o platas. Solamente el movimiento las hace desconfiar, aunque a veces, ni esto. Sin embargo, como he expuesto, no prestan mucha atención a lo demás. Y eso que más de una vez se ven aguardos de camuflaje cuyos colores desentonan con el del propio colgadero y, por tanto, se advierten a kms. Ahora bien, y vuelvo a repetir, sí por fallo del aficionado de turno, hay movimientos de la escopeta, brillo de sus cañones o ruidos dentro del aguardo, entonces sí se ira todo al garete, siempre que lo anteriormente citado sea captado por la patirroja que esté en plaza o en las inmediaciones de ella.

A modo de ejemplo, totalmente verídico, tengo que decir que, hace ya unos buenos pocos años, cuando los ejemplares de granja no poblaban todos los rincones de nuestra geografía, por tanto hablo de nuestra perdiz roja autóctona, a un buen amigo le hicieron un puesto portátil con loneta plastificada de color verde casi blanco. Pues bien, en ningún momento, tuvo más problemas de los habituales a la hora de entrada de perdices en el tiradero, lo que viene a demostrarnos que el color no es determinante en la caza de la perdiz con reclamo, aun con la privilegiada visión que tienen.

Eso sí, otras muchas veces, al más mínimo movimiento y bien lo sabemos, todo se tuerce. Sobre ello, tengo que decir, que hace ya también bastantes años, algunos más que lo del párrafo anterior, una buena “señora” salió de estampida al verme por una mirilla de tenía en el portátil, no mayor que una moneda de dos euros de diámetro, cuando yo estaba observándola por la misma para ver qué hacía. Por el contrario, aunque parezca una de tantas mentiras de cazador, por aquellas fechas, conseguí tirar una pareja estando sentado no muy tapado por la vegetación al no encontrar un puesto de monte que andaba buscando e írseme la tarde. Eso sí, durante el buen rato que duró el lance, una estatua se hubiera movido más que yo. Y lo peor del caso es que, tras abatir en primer lugar el macho, la hembra dio un pequeño vuelo y se situó a no más de cuatro metros de donde yo estaba sentado, por lo que me tuvo que ver sí o sí.
          Ahora bien y para terminar: que nadie ponga en duda que esté como esté el momento de nuestras camperas, el abatir perdices autóctonas en el puesto no es tarea fácil, más bien todo lo contrario. Tan es así que, el disfrute de los lances es lo fundamental en la afición. El que piense en grandes números para sus estadillos está equivocado. De hecho, no será la primera vez que buenos aficionados han llegado a fincas superpobladas de patirrojas salvajes y buenas jaulas en el respostero y todo ha terminado en pasar una buena tarde y poco más. De perdices en plaza, nada de nada.

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