viernes, 31 de mayo de 2019

LA DISMINUCIÓN ALARMANTE DE LA CAZA MENOR


Decir que cada día hay menos caza menor en las diferentes zonas de Huelva es una aseveración que no puede ser discutida por nadie que salga al campo y conozca de qué va el tema. No es una situación nueva, pues lleva ya años, pero en los últimos tiempos la disminución de las especies cazables es tan alarmante que da pena pasear por donde no hace mucho tiempo había un poco de todo, y hoy para tropezarse con algo hay que andar buenos trechos. Conejos no hay, liebres cada día menos y perdices autóctonas tal para cual. Eso sí, cigüeñas, aves rapaces, urracas, rabilargos,  jabalíes, meloncillos, zorros…, todos los que hagan falta y, como bien sabemos, desgraciadamente, este personal limpia cualquier finca. Si a ello unimos los arados y desmontes por esta época, apaga y vámonos.

Todo comienza hace ya unos años con la desaparición casi por completo del conejo de monte. No es que haya pocos es que no hay prácticamente ninguno. El motivo por el que aquí están bajo mínimos y en otros lugares no muy lejanos los hay al montón es un enigma que cada uno lo descifra de una forma, pero la triste realidad es que llevamos ya casi una década que en fincas donde antes se le quitaban miles de ellos, ahora brillan por su ausencia. Ni que decir tiene que la caza abusiva en otros tiempos, mixomatosis y en mayor grado la neumonía hemorrágica vírica han hecho estragos por estos lares en sus poblaciones, aunque nadie entiende que los haya en otros lugares no muy distantes y aquí no. Eso sí, hablo del conejo que nace y cría en el campo, no del de fincas en donde año tras años se sueltan los que hagan falta.

Pues bien, con la desaparición del conejo de monte, la liebre y la perdiz se han transformado en el blanco de los depredadores, con lo que no hay que ser muy listos para saber que todos los animales tienen que comer diariamente y ello significa que al no haber conejos, pieza tradicionalmente preferida por ellos, la liebre en los primeros estadios de su vida tiene poco cuartel y nuestra perdiz roja salvaje, más hábil y escurridiza, termina también por sucumbir.

Se puede argumentar que siempre ha habido depredadores, cosa cierta, pero cuando había mucha caza la incidencia era menor porque había para todos. Pero ahora que no la hay, lo poco que queda está siempre en el ojo del huracán. En los tiempos que corren, con el alarmante crecimiento del jabalí y en algunos lugares del de la cigüeña, más el machaconero trabajo de los “queridos” zorritos, lo poco que va quedando, si no cae hoy lo hará mañana. Tan es así que en fincas en donde hace años había un jabalí tal cual, ahora los hay en cualquier rincón de la misma y si no, en la finca de al lado. De esta manera, en cuanto haya dos o tres hembras con crías algún que otro macho y sus “amigos” los raposos, noche tras noche hacen un destrozo enorme.

Pero además y puedo certificarlo, porque lo veo cada vez que voy a mi coto, las urracas y las cigüeñas  -y nadie sabe el daño que causan hasta que no las tiene en su “corral”-, porque allí las hay de sobra, son pertinaces e infatigables en la búsqueda de nidos y recién nacidos. Huelga decir que por estas fechas -más o menos- que ambas tienen que alimentar a sus respectivas crías no dejan “títere con cabeza”. Así, días tras día, patean todo lo que tienen que patear y tal circunstancia unida a su prodigiosa vista producen daños irreparables, mientras los que pagamos religiosamente nuestros cotos solo nos queda contemplar impotentes tales atropellos, porque unas están protegidas por la Ley y las otras en esta época no se pueden cazar.

Y, por supuesto, hablo de cotos bien guardados y con buenos dineros empleados en su arrendamiento y gestión.