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os imaginamos qué
ocurriría si en las temporadas de reclamo, las condiciones meteorológicas
fueran en todo momento las idóneas, si no hubiera la más mínima señal de
alimañas y/o rapaces, si los dueños de los acotados no realizaran labores ni
con la tierra ni con el ganado en época de veda, que nuestros pájaros siempre
dieran puesto de diez, que las campesinas siempre estuvieran en su sazón... Pues, sin lugar a equivocaciones, creo que la respuesta es clara: no quedaría
una perdiz en el campo.
Afortunadamente, aunque nos fastidie bastante, existen una gran cantidad de inconvenientes a la
hora de dar el puesto y, gracias a ellos, año tras año, llegamos al comienzo de
la nueva temporada cargados de ilusión. Si no los hubiera, esta modalidad de
caza sería tan anodina que la afición de verdad, la de sentimiento y
corazón, no existiría. Habría quien saliera al campo a matar perdices, pero cuquilleros de sentimiento y corazón, no. La afición a la caza de la perdiz con reclamo persiste
en el tiempo, porque su magia y el qué pasará la temporada siguiente o en el
puesto próximo, nos tiene siempre con el alma en vilo y es lo que engancha. Huelga decir que, por lo tanto, aquí la arítmetica casi nunca acierta y ahí reside el tirón que tiene esta ancestral y mas que controvertida modalidad cinegética.
Si
supiéramos que cada vez que saliésemos al campo, nuestro reclamo va a dar un gran
recital y en todos los puestos vamos a abatir cuatro, seis, ocho o diez
perdices, llegaría el momento que ni siquiera se nos apetecería salir a colgar.
La grandeza de este arte milenario, como lo han definido algunos autores, está
en no saber cuál será el puesto de diez. La experiencia nos dice que puede ser
cualquiera de los muchos que damos, pero nunca sabemos cuál será, por muchos
condicionantes que se den para mal o para bien. ¿Cuántas veces salimos con el
"figura" a un lugar de ensueño y volvemos con las orejas gachas?, o
¿cuántas vamos a sitios que no tienen nuestra bendición con un “mediacuchara” o
con un pollo y volvemos embelesados?
Frases que
todos decimos, escuchamos o leemos como: “ya empezamos”, “ya estamos igual que
todos los años”, “el campo está fatal”, “de tres años, dos malos y uno regular"...,
en el fondo, para mi humilde entender, lo que hacen es reforzar nuestra afición
y no lo contrario. Seguimos año tras año con nuestra "locura" porque lo que
ocurrirá en el futuro es enigmático y esto es algo que siempre atrae al hombre.
Pero aparte
de todo lo expuesto, que ya de por sí hace que esta modalidad cinegética llegue
al alma de quien la practica, la caza de la perdiz con reclamo desde tiempo
antiquísimos ha sido vista como una afición señorial y llevada a cabo siguiendo
un ritual que raya en la devoción más que en lo venatorio. Tan es así que,
hasta hace unos años, cuando en nuestro país comenzó el declive de la mayoría
de las especies cazables, los cuquilleros eran minoritarios comparados con el
resto de cazadores, pues muy pocos eran capaces de echarse a las espaldas la
cantidad de inconvenientes y sinsabores, con la que siempre se ha encontrado
dicha forma de caza. De hecho, en los núcleos rurales, que era donde tenía su
mayor arraigo, los pajariteros lugareños no pasaban de ser unos cuantos que,
normalmente, por tradición familiar, continuaban con la afición de sus
ancestros. Y ellos, al igual que sus padres y sus abuelos, transmitían a sus
hijos la grandeza, pasión y los rituales que formaban parte de esta emblemática
modalidad de caza.
En esta línea, el que se sienta cuquillero,
porque sus mayores se lo dejaron como legado, siempre ha debido tener y sigue teniendo
bien clarito que salir al campo a cazar el reclamo conlleva una serie de
planteamientos éticos y tradicionales, que solo pueden ser llevados a cabo por
quien valora mucho más el encanto y calidad de los lances pajariteros, que el número
de patirrojas abatidas en unos determinados puestos o en la temporada. Es decir,
se pueden tirar muchas perdices en un puesto, pero si no es con el esfuerzo
del que está en el repostero, ni con la lucha denodada y valiente de las
camperas, puede ocurrir, si se es cuquillero de pro, que no se llegue contento
y satisfecho al cortijo. Por el contrario, cuando se abate un solo ejemplar,
uno solo -como el caso de la imagen de entrada-, pero en donde existen momentos para el recuerdo por la grandeza el
lance, entonces sí se da por terminado el puesto con un inmenso regocijo y se llega a la vivienda de la finca que no cabe uno por la puerta.
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