miércoles, 13 de noviembre de 2024

UNA VEZ MÁS, LLEGÓ LA TIJERA


Si “Tosantos” -por utilizar un vocablo más que conocido en el lenguaje cotidiano andaluz- y La Inmaculada son dos fechas más que tradicionales en las que muchos pajariteros, después de los largos meses de pelecha o muda, pasan los reclamos a las jaulas, tras el correspondiente recorte, aunque en mi caso, desde siempre, meto a los reclamos en las jaulas, por cuestiones domésticas, sobre mitad de octubre y, más tarde, recorto sobre la mismas fechas de noviembre, es decir, por estos días.

Este año, y van ni me acuerdo de veces, con la ayuda de Rubén Vargas, mi sobrino-nieto y alumno aventajado en el complicado mundo de la caza de la perdiz con reclamo, en el día de ayer, hemos recortado y arreglado uñas, picos y escamosidades de las patas de los componentes de mi jaulero, excepto de los pollos, a los que no suelo recortarlos hasta ver lo que dan de sí, una vez probados en el campo. A estos últimos, cinco noveles en total y dos segundas que recogí una vez finalizada la temporada anterior, solo les corto un poco las primeras rémiges para evitar posibles enganchones en los alambres de la jaulas. Luego, llegado el momento, el que demuestra cualidades positivas, pasa de nuevo por la “peluquería” y le pongo una anilla con el año de nacimiento y un número. Y el que no me llena o no muestra nada, al no gustarme soltarlo en el campo, por varios motivos, lo suelo regalar sobre la marcha o a final de temporada, diciendo, por supuesto, lo que yo pienso de él.

Sobre el tema del recorte, decir que aunque lo he llevado a cabo muchas veces yo solo, colgando los reclamos de una cuerda por las patas, es más cómodo y se facilita la faena entre dos y, si con ello, se enseña a las personas que se van iniciando en el mundillo pajaritero, mejor que mejor.


Recortando a un reclamo colgado por las patas para que lo viera mi sobrino y alumno Rubén.

Para finalizar, decir que mi forma de llevar a cabo tal labor, una más de las muchas que hay de hacerlo, consiste en cortar en forma de arco, con el resto de plumas de cada ala que no recorto, las diez rémiges primeras o más largas, además de las plumas piojeras, por tradición, y las dos o tres plumillas de la punta o gavilanes, nombre con las que yo las conozco. Por supuesto, el recorte incluye a todas las timoneras o plumas de la cola. Luego, un buen atusado de todo el plumaje con las manos, para que queden bonitos, pone fin a la labor anual de recorte. Además, decir que no apuro mucho el corte de la rémiges o remeras por dos motivos: uno para que estén más "abrigaditos" en los meses de frío y el otro, para que le cueste menos trabajo a la hora de mudarlas, pues pienso que mientras más se corte la pluma, más cuesta luego soltarlas.





Cuatro momentos del recorte

Vídeo del atusado del plumaje, una vez recortado.

Como epílogo, puntualizar que, desde el momento de la “barbería”, aparte de pulverizarlos bien sobre la marcha con agua y vinagre de manzana, les doy inmediatamente tierra para que se le asiente bien la pluma y queden más guapos. Proceder que voy repitiendo cada dos por tres, hasta que empieza la temporada de caza, con lo que evito, en lo posible, que se pasen de celo, pues entiendo que sacarlos en octubre, como es mi caso, es pronto, pero como dice uno de mis mejores relatos: Las necesidades mandan.

Como punto final decir que, a partir de ahora, iremos sacándolos al sol, fundamental vitamina para nuestros reclamos, aunque con cuidado en los días que apriete el astro rey.

Y, como siempre, “Doctores tiene la Iglesia”. Yo…, por mi parte, ya he dado mi “homilía”.

martes, 5 de noviembre de 2024

LOS ASIENTOS PARA EL PUESTO


Cuando miro hacia atrás y recuerdo las diferentes formas que teníamos para sentarnos en el puesto cuando yo era un niño y las que hoy día utilizamos, me doy cuenta que los años pasan volando. Y lo peor del caso es que casi sin darnos cuenta, con lo que ello supone. Estamos deseando que llegue el próximo otoño para ampliar el jaulero con savia nueva y la próxima temporada de caza de la perdiz con reclamo, sin ponernos a pensar que en el envite, nos va la vida. Un año más supone, un año menos en cada uno de los almanaques individuales, si no se presenta por el camino algo que nos lleva por delante en la flor de la vida. Y si la paciencia es una de las máximas virtudes que siempre se le ha atribuido al cazador de reclamo, inevitablemente, cuando se pasa la mitad del verano, nos olvidamos de tal particularidad y queremos, obsesionadamente, que el calendario corra al máximo, supongo que para llegar el primero  a una meta de una carrera que, en el fondo, no existe.

Así, siguiendo el hilo de lo expuesto, de tener las posaderas que ni las sentía, cuando estaba sentado un buen tiempo sobre un buen pedrusco, a estar cómodamente arrellanado sobre una de las sillas de hoy que, incluso algunas tienen el agujero pa el cubata, han pasado bastantes años. Por tanto, en el transcurrir del tiempo, en mi caso, desde la década de los sesenta del siglo anterior a estas fechas, el que más y el que menos, entre los que me incluyo, ha utilizado muchos asientos diferentes.

Así, volviendo la vista atrás, cuando acompañaba al abuelo Vicente o al tío Jerónimo, me sentaba en el suelo con un “roalillo” de matas de jaguarzo, torvisca, matagallo, cantueso… o, bien, una buena piedra, no muy irregular, para no pasarlo mal durante el tiempo que duraba el puesto.

Con el paso de los años, llegó el banquillo de trípode y asiento de cuero u otros matriales y con él, bastante tiempo utilizándolo para dar el puesto. De hecho, por mis manos, desde los años citados, han pasado tres de ellos, el primero adquirido por encargo, los otros dos, de fabricación personal y patas de haya que las compraba a una empresa del ramo que, como tantos negocios, cerró hace unos años. Sobre ellos, tengo que decir que conservo el primero y el tercero, pues el otro lo regalé a un amigo. En este tiempo, también he utilizado, muy ocasionalmente, una banqueta rectangular de fabricación propia, también con base de piel y con patas metálicas de cuadradillo ligero.

Luego, no hace mucho tiempo, como los años no pasan en balde, cambié a dos sillas con asientos de material sintético o de loneta, con su correspondiente espaldar y patas de tubos fuertes, pero de poco peso. El motivo no fue otro que el de buscar la comodidad, pues con banquillos tradicionales, donde se está durante bastante tiempo en posición poco adecuada, se termina con dolores de espalda y lumbares. Y ya no está uno para que, cada dos por tres, ir a cazar el reclamo con mucho trabajo, pues se llega a situaciones que no se puede uno mover, cuando se levanta del aguardo.

También tengo que decir que desde que estoy en Las Alpujarras granadinas -tres temporadas-, con puestos de piedra hechos para sentarse en el suelo, utilizo un cojín de foame/espuma, ya que el terreno suele estar “más que duro” cuando se lleva un buen tiempo dentro del aguardo.

 Además, en algún intensivo, donde todo está preparado, incluido aguardo y repostero, como asiento he tenido las clásicas sillas de plástico y/o de madera plegable.

Para finalizar, decir que lo plasmado ha sido el del día a día a la hora de sentarme en el puesto, pero eso no quita que, en momentos ocasionales, por razones de poca cabeza u olvidos, he utilizado, aparte de mis rodillas, piedras, manojos de matas con la sayuela encima, trozos de corcho, cubos-comederos, troncones de árboles, ropa de abrigo doblada, cajas de colmenas abandonadas… Es decir, de casi todo. Y al hilo de lo dicho,  recuerdo que una vez, hace ya sus buenos años, con mi hijo Pablo acompañándome al puesto cuando era pequeño y con mi banquillo para él, aguanté estoicamente sentado en una jaula de perdiz que llevaba en el coche, porque no encontraba nada adecuado en las inmediaciones del colgadero. ¡Y mis jaulas tienen todas ganchos …!

Y, como siempre, "Doctores tiene la Iglesia". Yo..., por mi parte, y he dado mi "homilía".