Cuando miro hacia atrás y recuerdo las
diferentes formas que teníamos para sentarnos en el puesto cuando yo era un
niño y las que hoy día utilizamos, me doy cuenta que los años pasan volando. Y
lo peor del caso es que casi sin darnos cuenta, con lo que ello supone. Estamos
deseando que llegue el próximo otoño para ampliar el jaulero con savia nueva y la próxima temporada de caza de la
perdiz con reclamo, sin ponernos a pensar que en el envite, nos va la vida. Un
año más supone, un año menos en cada uno de los almanaques individuales, si no
se presenta por el camino algo que nos lleva por delante en la flor de la vida.
Y si la paciencia es una de las máximas virtudes que siempre se le ha atribuido
al cazador de reclamo, inevitablemente, cuando se pasa la mitad del verano, nos
olvidamos de tal particularidad y queremos, obsesionadamente, que el calendario
corra al máximo, supongo que para llegar el primero a una meta de una carrera que, en el fondo,
no existe.
Así, siguiendo el hilo de lo expuesto, de tener
las posaderas que ni las sentía, cuando estaba sentado un buen tiempo sobre un buen pedrusco, a estar cómodamente arrellanado sobre una de las sillas de hoy que,
incluso algunas tienen el agujero pa el cubata, han pasado bastantes años. Por tanto,
en el transcurrir del tiempo, en mi caso, desde la década de los sesenta del
siglo anterior a estas fechas, el que más y el que menos, entre los que me
incluyo, ha utilizado muchos asientos diferentes.
Así, volviendo la vista atrás, cuando
acompañaba al abuelo Vicente o al tío Jerónimo, me sentaba en el suelo con un “roalillo”
de matas de jaguarzo, torvisca, matagallo, cantueso… o,
bien, una buena piedra, no muy irregular, para no pasarlo mal durante el tiempo
que duraba el puesto.
Con el paso de los años, llegó el banquillo de
trípode y asiento de cuero u otros matriales y con él, bastante tiempo utilizándolo para dar el puesto. De hecho,
por mis manos, desde los años citados, han pasado tres de ellos, el primero adquirido
por encargo, los otros dos, de fabricación personal y patas de haya que las compraba a una empresa del ramo que, como tantos negocios,
cerró hace unos años. Sobre ellos, tengo que decir que conservo el primero y el
tercero, pues el otro lo regalé a un amigo. En este tiempo, también he
utilizado, muy ocasionalmente, una banqueta rectangular de fabricación propia,
también con base de piel y con patas metálicas de cuadradillo ligero.
Luego, no hace mucho tiempo, como los años no
pasan en balde, cambié a dos sillas con asientos de material sintético o de
loneta, con su correspondiente espaldar y patas de tubos fuertes, pero de poco
peso. El motivo no fue otro que el de buscar la comodidad, pues con banquillos
tradicionales, donde se está durante bastante tiempo en posición poco adecuada,
se termina con dolores de espalda y lumbares. Y ya no está uno para que, cada
dos por tres, ir a cazar el reclamo con mucho trabajo, pues se llega a
situaciones que no se puede uno mover, cuando se levanta del aguardo.
También tengo que decir que desde que estoy en Las Alpujarras granadinas -tres temporadas-, con puestos de piedra hechos para sentarse en el suelo, utilizo un cojín de foame/espuma, ya que el terreno suele estar “más que duro” cuando se lleva un buen tiempo dentro del aguardo.
Además, en algún
intensivo, donde todo está preparado, incluido aguardo y repostero, como
asiento he tenido las clásicas sillas de plástico y/o de madera plegable.
Para finalizar, decir que lo plasmado ha sido
el del día a día a la hora de sentarme en el puesto, pero eso no quita que, en
momentos ocasionales, por razones de poca cabeza u olvidos, he utilizado, aparte
de mis rodillas, piedras, manojos de matas con la sayuela encima, trozos de
corcho, cubos-comederos, troncones de árboles, ropa de abrigo doblada, cajas de
colmenas abandonadas… Es decir, de casi todo. Y al hilo de lo dicho, recuerdo que una vez, hace ya sus buenos años,
con mi hijo Pablo acompañándome al
puesto cuando era pequeño y con mi banquillo para él, aguanté estoicamente sentado en una jaula de
perdiz que llevaba en el coche, porque no encontraba nada adecuado en las
inmediaciones del colgadero. ¡Y mis jaulas tienen todas ganchos …!
Y, como siempre, "Doctores tiene la Iglesia". Yo..., por mi parte, y he dado mi "homilía".