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Corría el año 1974, yo era un
adolescente. Primeros de febrero, sábado, la noche había sido muy fría.
Mi padre, Manolo el Barbero y yo, nos dirigimos una hora
antes de venir el día andando desde el pueblo a dar el puesto de alba.
Nos encaminamos a un paraje que se
conoce como Los Búhos, lugar de sierra escarpado, con una inclinación de
cuarenta y cinco grados, con pequeñas lomitas y cañadas pequeñas y en la
parte más alta el tajo del mismo nombre, El Tajo de los Búhos, de unos
treinta a cuarenta metros de altura y dónde todos los años anida el búho real.
Era de noche pero se veía bien
porque había luna. Caminábamos por una vereda y al llegar a un punto, mi padre
me indicó un puesto que había hecho días antes. Estaba hecho de matas que había
en el lugar, estaba en el pie de una higuera bravía y el tanto de piedras,
estaba a unos dieciocho pasos en un pequeño rellano que había en la inclinación
del terreno.
Me dijo mi padre: no hagas ruido y
ten mucho cuidado, que me vas a buscar una ruina.
Él temía que me pasará algo, al no
tener permiso de armas, pero a la vez el sentía que era responsable.
El verano anterior ya había dado
algunos jornales ayudando en la caza y me había ido a estudiar a la capital,
estando toda la semana fuera estudiando.
Era tanta la afición que, desde muy
niño, ya lo acompañaba a dar el puesto y fue cuando empezó a dejarme algunas
veces la escopeta del veinte, una Nórica de un cañón, la cual tengo
todavía.
Cuando empezó a venir el día, me fui
al tanto de piedras, con unos tallos de retama que había cortado para tapar el
pájaro, colocándolo y tapándolo bastante, porque en el lugar había muchas
rapaces.
Al ir viniendo el día mi pájaro
empezó a dar los primeros reclamos, preciosos, como los hacen los pájaros de
campo.
Este pájaro tenía su historia, pues
unos años antes, a mí me gustaba irme con mi abuelo Antonio Gregorio que
es el apodo de la familia. Íbamos en una burra que tenía mi abuelo para ir al
de huerto y por agua para la casa a una mina a las afueras del pueblo Fuente
Luna.
Una de esas veces que íbamos al
huerto, salió una pájara con sus perdigones, la cual íbamos observando con la
mirada, cuando de pronto uno de los pollos al pasar por una línea eléctrica de
baja altura, chocó con un cable y cayó a plomo al suelo, a lo que le dije a mi
abuelo que esperase y salí corriendo y lo cogí.
Era como una tórtola y, a primera
vista, no se veía que tuviera nada roto.
Lo crie con mucha ilusión, ya que
era mi primer pájaro.
Mi padre empezó a cazarlo desde
pollo y le iba tirando pájaros.
Ahí viniendo el día, empezó a cantar
las camperas, se escuchaban pájaros por todos lados y los vuelos al alborear
con sus píos píos
Mi pájaro no dejaba de cantar y yo
nervioso no, lo siguiente. No quería moverme para que no me vieran las
camperas, aunque era imposible, el puesto estaba tupido de matas, el suelo
estaba limpio de hojas para que no crujieran si me movía, yo estaba sentado en
una piedra con unas hierbas encima, el puesto era una obra de arte.
Cogí la Nórica, y le
introduje en la recámara el cartucho, todavía me acuerdo que era de cartón, un Galgo
verde.
Mi pájaro no dejaba de cantar por
alto, con piñoneo y dando de pie, una preciosidad.
Pasado un rato, ya solo escuchaba tres
pájaros en el campo, con los que se iba rifando mi pájaro, dos lejanos y uno
por debajo del puesto.
De pronto mi pájaro, bajó el tono de
los cantes, pensé, está viendo los otros pájaros y no me equivoqué, viendo
desde la tronera un pequeño bando de perdices, de donde destacaba un macho que
era el que contestaba al mío. Después de pocos minutos, lo vi de venir
corriendo hasta el tanto, y yo con los nervios de un principiante.. pero
recordé que yo cuando iba con mi padre, siendo el veterano también se ponía
nervioso.
Cuando el pájaro llegó al tanto, le
dio varias vueltas y se fue a una piedra que estaba a la izquierda y sobresalía
de la tierra una cuarta y estaba a un metro treinta aproximadamente.
El campero subido en la piedra era
un espectáculo, ¡cómo se rifaba con mi pájaro! pero de frente y con la pechuga
hacia mí. Era un señor pájaro y cuando le parecía se bajaba de la piedra, le
daba varias vueltas alrededor de mi pájaro sin parar y volvía a la piedra y de
pechuga.
Cuando llevaba un tiempo prudencial,
saque el cañón de la escopeta por la tronera y lo apunté, pero se me vino a la
cabeza lo que me decía mi padre, nunca se tira una perdiz en la plaza, ni
andando, ni de pechuga.
Estuve esperando que se pusiera de
costado y una de las veces que se bajó de la piedra, salió corriendo y se fue
con las compañeras, me quedé con una cara que era todo un poema, me maldecía
por no haberlo tirado.
Mi perdiz seguía cantando sus
respectivos cantos, contestando la campera a unos veinte o treinta metros y yo
seguía maldiciéndome por no haber tirado.
Los pájaros no dejaban de cantar,
cuando escuché el pájaro de campo más cerca y viéndolo de venir corriendo de
nuevo a la plaza, era igual que antes, dando varias vueltas al tanto sin
pararse, montándose en su piedra y de pechuga, siguiendo el ritual anterior, a
lo que pensé: está vez no se va.
La apunté muy bien en lo alto de la
piedra y disparé, cuando escuché "piiioo", exclamé ¡Dios mío, se me
ha ido! Me fijé en mi pájaro y no había cortado al tiro, seguía con sus cantes
y alrededor de la piedra, eso era un manto de plumas, pero se había ido.
Ya no me molestaba que se hubiese
ido, si no cuando volviera mi padre Alonso Gregorio la que me iba a
caer...
Escuché un disparo a lo lejos, mi
padre o Manolo habían tirado, al final había sido mi padre que había tirado una
pájara viuda.
Yo seguía maldiciéndome por haber
tirado y de pechuga, con las veces que me lo había advertido mi padre, pero a
la vez pensaba que a mí pájaro no le había sentado mal puesto que seguía con
sus cantes.
A las 9.30 escuché un silbido, que
indicaba que venían de vuelta
Manolo para ir a trabajar a la
barbería y mi padre, porque siempre tenía cosas que hacer.
Me salí del puesto y echándole la
sayuela a la jaula, los vi venir.
- Niño has tirado, -me dijo mi padre
- Sí, pero..
Ese pero y mi cara me delataban
- ¿Qué te ha pasado?
- Papá he tirado y se me ha ido, a
mí pájaro no le ha pasado nada, ha seguido cantando y el del campo mira el
plumerío que ha dejado
A eso dijo Manolo, dijo:
-Matarlo no lo has matado, pero
pelarlo lo has pelado.
Y seguido mi padre me dice:
- Lo has tirado de pechuga verdad?
- Sí, pero se fue... volvió… no se
ponía de lado…
Menos mal que fui rápido, si no me
da el cogotazo que me dio mi padre
- ¡Mira con la de veces que te lo he
dicho!
- Para dónde ha volado, -dijo Manolo.
- Para abajo
Nos dirigimos hacia allí y bajamos
una pequeña cañada, a unos veinte metros y allí estaba abatida la perdiz, era
un gran pájaro viejo.
Aquel no sería un gran puesto, pero
si fue una gran lección, aprendí que no se tira un pájaro de pechuga, ni
andando en el tanto.
Antonio Perea
Emilio López Pintor
ResponderEliminarBuenos días Jose Antonio, así es, ni andando ni de pechuga, aúnque hoy en día sé tira de cualquier manera. Yo en una ocasión puse un video que mé entró una hembra por dos veces y de pechuga y la dejé ir, esa ya no volvió más y los comentarios a mi publicación fueron que tenía que haberla tirado, ló que no sabían es que era autóctona, se ve que las granjeras si se quedan en el sitio, aúnque yo nunca tiro de pechuga sea granjera ó del terreno.
Amigo Emilio, gracias por echar el rato de lectura del relato y por comentarlo.
EliminarComo nos indica el compañero A Perea en el relato, consejo de su padre, a las patirrojas que entran en plaza no se les debe tirar ni de pechuga, ni andando. Circunstancia que así debe ser. Lo que pasa es que, a veces, por nuestra cabeza transitan muchas ideas y se aprieta el gatillo de tales maneras. Yo lo he hecho y creo que no he sido el único, aunque no se deba. Pero..., cada lance es un mundo y hay que estar en el momento, situación, reclamo, campera...
De hecho, un día publiqué en el blog un artículo titulado "El Confesionario", en donde dejaba claro que una cosa es lo que hablamos y otra, lo que hacemos. Y que poquitos estamos libres de pecados cuquilleros !!!
Saludos.
Manuel Somoza me hace llegar este comentario para su publicación.
ResponderEliminarAmigo José Antonio¡¡,cuántas cosas se hacen en puesto de reclamo,que no se deben de hacer!!Mi padre,gran aficionado al reclamo,me decía muchas veces :El puesto de reclamo de perdiz es igual que un confesionario,el pájaro de la jaula ,no habla,al igual,(se supone) que el cura,así que si tu no cuentas nada ,NADIE tienes porque enterarse de tus pecados,o andanzas ,en este caso.Todos creo que hemos metido alguna que otra vez la pata.
Un fuerte abrazo.
Voy a intentar mandarte un escrito de un aficionado de mi pueblo del año del 1973 para que veas como se cazaba en Hinojos.
Francisco Ortiz Rodríguez
ResponderEliminarBonita historia,de los primeros puestos,ya es diferente.
Saludos
Muy buenos días.
ResponderEliminarEl relato sencillo y personal nos recuerda una lección que siempre ha sido bien aprendida. El problema es que hoy ya no se actúa acorde a las buenas `practicas cuquilleras, como trataré de exponer en un proximo articulo titulado "La mutación del pajaritero".