lunes, 25 de enero de 2021

LA CARAMBOLA, UNA SITUACIÓN TAN ESPECTACULAR COMO COMPLICADA

     

                             Instantánea de una carambola perfecta
 

  Para empezar decir que, en estos momentos, no dispongo de  internet en el ordenador. Por tanto  no puedo subir momentos de esta temporada, ni colaboraciones que han llegado a mi correo electrónico. Solo lo que tenía en "cola de impresión" pues no manejo con soltura el teléfono  para estos menesteres. De esta manera, en cuanto pueda, eguiré  con la dinámica de siempre y todo se normalizará.

ooo O ooo

He hecho carambolas de “todos los colores” y con escopetas de distintos calibres, incluso con una Zabala Altea del calibre 410, aunque no sea un acérrimo defensor de ellas en ninguna situación. Es más, los muchos años de experiencia cuquillera en directo vienen a decirme sí, pero no. Resultan muy atractivas e impactantes, pero es mejor tiro a tiro, que sofocón tras sofocón, que es lo que casi siempre, suele ocurrir. Pero, además, no debemos olvidar que hay muchos cuquilleros que nunca se plantean la carambola porque el lance se acorta y, con ello, el disfrute del que está en el aguardo.

        Pero como el artículo va de esta controvertida circunstancia, aunque haya muchos pajariteros a los que nunca se les ocurriría, los aficionados partidarios de la misma, antes de dar un determinado puesto, sueñan con hacer una buena carambola y, si es a un pollo, mejor que mejor. No obstante, una vez en el aguardo, nos daremos cuenta que, lo que gustaría no es tarea nada fácil, sino todo lo contrario. Y esto es así porque, cuando una pareja entra en la plaza, muy pocas veces se pone de forma idónea para apretar el gatillo y, otras tantas, cuando se sitúan en condiciones, nos cogen en fuera de juego. Por consiguiente, por una cosa o por otra, cuando nos decidimos a disparar, salvo en muy contadas ocasiones, el resultado no es el esperado:

·      O salen los dos de vuelo sin tocarle una pluma.

·    O se escapa uno de los componentes del par.

·      O los dos se quedan, pero dando botes o/y aletazos.

·      O uno se queda hecho un “taco” y el otro dando botes

·     

Pero…, los dos “secos”, poquitas veces.

En base a todo lo anterior, si ocurre esto último, miel sobre hojuelas, pero si no, pueden ocurrir dos cosas:

·      Si el reclamo es un veterano, no pasará nada, siempre y cuando tal hecho no sea muy reiterativo.

·      Si el reclamo de turno es un pollo, lo más seguro es que, si no es un futuro “bandera” -dicen que los fenómenos no se estropean nunca-, nos lo cargaremos ipso facto, como seguro que nos habrá ocurrido a todos los aficionados alguna vez.

Hay una segunda circunstancia que ayudará a que el lance salga bien: la tranquilidad y pericia del que está en el tollo. Si ocurre lo contrario y el de turno se empecina en seguir haciendo carambolas, nunca tendrá un reclamo como Dios manda. De hecho, si erramos varias veces la suerte suprema con un mismo reclamo, lo normal es que se nos eche a perder.

Y, por supuesto, una tercera y fundamental: la posición de ambas patirrojas en el momento del disparo, puesto que, si no se encuentran alineadas como deben estarlo, el resultado es obvio: error total o parcial y, luego, las lamentaciones. Está claro que, de no haber cruce, normalmente no hay carambola, pero si, por el contrario, existe separación de las dos camperas, lo normal es que ambas se nos escapen de vuelo o a la carrera. Además, si una está detrás de la otra, abatiremos la primera, pero no la segunda, que se quedará herida o sin tocarle una pluma.

Por todo ello, para que este lance salga a pedir de boca, hace falta, aparte de un buen reclamo en el repostero, tranquilidad y veteranía para saber esperar el momento idóneo en el que ambas patirrojas estén bien situadas y visibles la dos. Como no es fácil la conjunción de ambas situaciones, si no se está seguro, nunca se debe apretar el gatillo, puesto que, después, sólo habrá lamentaciones y la peor de ellas es que, para hacer un buen reclamo, hay que echarle muchas horas, pero para estropearlo, bastan unos segundos.

Para finalizar, no se nos puede olvidar que nuestro reclamo debe estar recibiendo a la collera y, además, debemos tener muy clarito el lugar donde esta situado el par, pues nunca debe estar alineado con nosotros y el que está en el pulpitillo. Si no es así, puede ocurrir y de hecho ha sucedido más veces de la cuenta que en vez de abatir a la pareja de un solo disparo, nos carguemos a tres y, encima, tengamos que deshacernos de una buena jaula, pues la dejaremos hecha mistos. Por tanto, si no somos unos expertos y no hay seguridad a la hora de apretar el gatillo, el tiro a tiro es más positivo y, cómo no, se disfruta más del lance.

jueves, 21 de enero de 2021

LA DUALIDAD MUCHO TIEMPO-UN SEGUNDO

 La paciencia es la madre de las carambolas. Lo contrario puede ser fatal para el reclamo, máxime si se trata de un novel.


    Aunque todos conocemos perfectamente el tema, hablamos de él con propiedad y nunca somos de los que comenten tal error, la dura y cruda realidad viene a confirmarnos que, a veces, aunque sepamos de sobra lo que suele acontecer cuando no actuamos como deberíamos, caemos en la tentación y, en un pispás, tiramos por tierra lo que cuesta mucho trabajo llegar a conseguir: un buen reclamo. Por tanto, ahora que se ha iniciado la nueva temporada, aunque muchos compañeros  no puedan por el Covid, tengámoslo en cuenta, pues de nosotros depende.

        Aun partiendo de la base de que el que tiene madera de pájaro puntero, en una gran mayoría de las ocasiones, suele salir adelante, aunque su dueño le haga más de una perrería, lo normal es que, durante el periodo de aprendizaje de los pollos, debemos extremar el buen hacer en nuestras actuaciones, para, con ello,  evitar que lo que tiene muy buena pinta, termine siendo un mochuelo más, por nuestro mal y torpe proceder en el momento más importante de la faena de un reclamo: el disparo.

      Si bien, muchas veces, la mala suerte acompaña en un determinado lance: yerro en el disparo, plomo de cabeza y correspondientes botes del campero ante los ojos del reclamo, ataque de una rapaz o alimaña, herida por plomo rebotado…, también es verdad que existen situaciones en las que el que está en el aguardo, bien por inexperiencia, por nerviosismo, por ansias de llegar al cortijo con una buena percha de patirrojas…, no se obra como se debiera hacerlo y, en un segundo, lo que se tarda en apretar el gatillo, estropeamos un buena promesa de pájaro de jaula. Por tanto, si la paciencia es uno de los grandes talantes que todo cuquillero, que se precie de ello, debe poseer, la celeridad en la suerte suprema suele ser fatal. Debido a ello, disparar sin que se cumplan las condiciones que se deben dar en tal primordial momento es sinónimo de fracaso. Si se dispara, sin que el neófito que está atalayado en el repostero esté cumpliendo una serie de pautas que se supone que debe llevar a cabo, o nos precipitamos en el disparo, antes o después, nuestro proyecto de reclamo nos la jugará.

        Sobre el tema, puedo decir, con la mano en el corazón, que alguna vez no he tenido la paciencia suficiente, me he ido de ligero y, por consiguiente, he metido la "pata". Es más, creo que no he sido el único que ha actuado de dicha forma y, al igual que yo, quien haya tenido poca paciencia, habrá echado a perder algún que otro pollo en el que se tenía puestas muchas ilusiones. De esta forma, el disparar sin que haya recibo o este no sea de pico, el hacerlo sin la total certeza de que el novel de turno estuviera viendo perfectamente a la patirroja que andaba por la plaza, el intentar una carambola sin la seguridad total de éxito, el tirar cuando las montesinas hayan iniciado la salida de plaza a toda velocidad por extrañar algo… son situaciones que suelen darse y en las que más de una vez hemos caído, puesto que, en lugar de quedarnos quietecitos esperando mejor ocasión, hemos disparado. En una palabra, en pocos segundos habremos acabado, con casi total seguridad, con lo que se tarda mucho tiempo en conseguir, si es que se consigue.

El reclamo de la imagen no sirvió aunque era una estampa, pero en esas condiciones no se podía apretar el gatillo, pues no había recibo.

Por tal motivo, la falta de paciencia a la hora del disparo y la avaricia no deben formar parte de nuestro proceder, si queremos que el pollo que nos está dando un buen puesto pueda llegar a ser un pájaro de campanillas en el futuro. Es una máxima que nunca podemos olvidar, aunque la temporada nos vaya mal y el compañero que da el puesto en los alrededores del nuestro, situación que a veces es un hecho, haya disparado varias veces. Si no la cumplimos y optamos por quitar de en medio al que está en plaza, para llegar al cortijo diciendo que hemos tirado, sin que el del pulpitillo esté dando el do de pecho o se reúnan las condiciones óptimas, en un instante, acabaremos con lo que cuesta mucho tiempo y trabajo que llegue a nuestro jaulero, siempre que tengamos la suerte de tropezar con él.

        Es más, casi me atrevería a decir que nuestros campos han visto deambular por sus parajes a muchos pájaros de jaula que, si no hubiera sido por la poca paciencia o la avaricia del perdigonero de turno, en vez de haber sido presa fácil del más torpe de sus depredadores, habrían llegado, al menos, a ser reclamos medianos, de los que uno se divierte con ellos sin ser pájaros punteros. Y todo ello, por el ínfimo tiempo, cuestión de décimas de segundo, que se tarda en apretar el gatillo.


viernes, 15 de enero de 2021

LA GRANDEZA DE LA AFICIÓN CUQUILLERA

 

                 Imagen de Chimenea al acercarle un valiente garbón abatido.

Nos podríamos imaginar lo qué ocurriría si en las temporadas de reclamo, las condiciones meteorológicas fueran en todo momento las idóneas, si no hubiera la más mínima señal de alimañas y/o rapaces, si los dueños de los acotados no realizaran labores ni con la tierra ni con el ganado en época de veda, que nuestros pájaros cada vez que salieran al campo dieran puesto de diez, que las campesinas siempre estuvieran en su sazón... Pues, sin lugar a equivocaciones, creo que la respuesta es clara: no quedaría una perdiz en el campo.

Afortunadamente, aunque pueda fastidiar bastante, existen una gran cantidad de inconvenientes a la hora de colgar y, gracias a ellos, año tras año, llegamos al comienzo de la nueva temporada cargados de una indescriptible ilusión. Si no los hubiera, esta modalidad de caza sería tan anodina que la afición de verdad, la de sentimiento y corazón, no existiría. Habría quien saliera al campo a matar perdices, pero cuquilleros de solera, no. La afición a la caza de la perdiz con reclamo persiste en el tiempo, porque su hechizo y el qué pasará la temporada siguiente o en el puesto próximo nos tiene siempre con el alma en vilo y es lo que engancha. Huelga decir que, por lo tanto, aquí la aritmética casi nunca acierta y ahí reside el enorme tirón que tiene esta ancestral y más que controvertida modalidad cinegética.

Si supiéramos que cada vez que saliésemos al campo, nuestro reclamo va a dar un gran recital y en todos los puestos vamos a abatir dos o cuatro patirrojas, llegaría el momento que ni siquiera se nos apetecería salir a colgar. La grandeza de este arte milenario, como lo han definido algunos autores, está en no saber cuál será el puesto de diez. La experiencia nos dice que puede ser cualquiera de los muchos que damos, pero nunca sabemos cuál será, por muchos condicionantes que se den para mal o para bien. ¿Cuántas veces salimos con el "figura" a un lugar de ensueño y volvemos con las orejas gachas?, o ¿cuántas vamos a sitios que no tienen nuestra bendición con un “mediacuchara” o con un pollo y volvemos embelesados?

Frases que todos decimos, escuchamos o leemos como: “ya empezamos”, “ya estamos igual que todos los años”, “el campo está fatal”, “de tres años, dos malos y uno regular"..., en el fondo, para mi personal entender, lo que hacen es reforzar nuestra afición y no lo contrario. Seguimos año tras año con nuestra "locura" porque lo que ocurrirá en el futuro es enigmático y esto es algo que siempre atrae al hombre.

Pero aparte de todo lo expuesto, que ya de por sí hace que esta modalidad cinegética llegue al alma de quien la practica, la caza de la perdiz con reclamo desde tiempo antiquísimos ha sido vista como una afición señorial y llevada a cabo siguiendo un ritual que raya en la devoción más que en lo venatorio. Tan es así que, hasta hace unos años, cuando en nuestro país comenzó el declive de la mayoría de las especies cazables, los cuquilleros eran minoritarios comparados con el resto de cazadores, pues muy pocos eran capaces de echarse a las espaldas la cantidad de inconvenientes y sinsabores, con la que siempre se ha encontrado dicha forma de caza. De hecho, en los núcleos rurales, que era donde tenía su mayor arraigo, los pajariteros lugareños no pasaban de ser unos cuantos que, normalmente, por tradición familiar, continuaban con la afición de sus ancestros. Y ellos, al igual que sus padres y sus abuelos, transmitían a sus hijos la grandeza, pasión y los rituales que formaban parte de esta emblemática modalidad de caza.

 En esta línea, el que se sienta cuquillero, pajarero, pajaritero, perdigonero, reclamista..., porque sus mayores se lo dejaron como legado, siempre ha debido tener y debe seguir teniendo bien clarito que salir al campo a cazar el reclamo conlleva, una serie de planteamientos éticos/morales y tradicionales, que solo pueden ser llevados a cabo por quienes valoran mucho más el encanto y calidad de los lances, que el número de patirrojas abatidas en unos determinados días o en la temporada. Es decir, se pueden tirar muchas perdices en un puesto, pero si no es con el esfuerzo del que está atalayado en el repostero, ni con la lucha denodada y valiente de las camperas, puede ocurrir, si se es cuquillero de pro, que no se llegue contento y satisfecho al cortijo. Por el contrario, cuando se abate un solo ejemplar, uno solo -como fue el caso de la imagen de entrada-, pero en donde existen momentos para el recuerdo por la grandeza el lance, entonces sí se da por terminado el puesto con un inmenso regocijo y se llega a la vivienda de la finca que no cabe uno por la puerta.

Para concluir, quiero transmitir, con pocas palabras, las sensaciones personales que me embargan en estos momentos tan difíciles en los que nos vemos inmersos y en la antesala de la apertura del periodo hábil en la zona A de Andalucía: indescriptible ilusión como si fuera un niño con juguetes de Reyes y, a la vez, enorme desasosiego por la posibilidad de no poder llevar a cabo nuestra modalidad cinegética como ya ocurre en otras Comunidades de nuestra querida España.

domingo, 10 de enero de 2021

EL BUEN RECLAMO, DESDE EL PRIMER DÍA

 

        Este artículo ya ha sido tratado ampliamente en este blog en diferentes posts, pero dada su importancia y la diversidad de opiniones que existen sobre el tema quiero exponer, una vez más, lo que yo pienso al respecto, tras vivir formas de actuar o proceder de todo tipo de aspirantes a reclamos que han pasado por mi jaulero. Es más, hace poco, en un comentario llegado al blog, decía un aficionado y amigo que el “culo” es el que hacía a los pájaros de jaula, circunstancia que, como se comprobará al leer este artículo, no comparto, aunque bien es verdad que la paciencia con los reclamos es una de las principales virtudes del cuquillero.                                  

                                       oooooo O oooooo


     Este tema, lo tengo tan claro, que creo no equivocarme al afirmar rotundamente -aunque, como dice un amigo, las matemáticas no existan en esta modalidad de caza- que el buen reclamo, el pájaro de bandera, aprueba con nota desde su primer contacto con el campo, incluso no siendo el mejor día para el debut. De hecho, Chimenea, mi mejor reclamo de mis casi setenta años, debutó, por un error mío, en una mañana infernal de viento y agua y, tras dar un puesto inolvidable, conseguí abatirle una hembra de esas que no se le tira a cualquier pájaro de jaula.

        Aunque teorías sobre el tema las hay de lo más diverso, y todas muy respetables, mi experiencia personal cimenta la afirmación del párrafo anterior. Sea el más vistoso, el más feo, el más fuerte, el más canijo..., en cuanto lo destapamos por primera vez, y para satisfacción nuestra, saldrá cantando como si estuviera curtido en mil batallas. No le importará si hace frío o calor, si hace sol o llueve, si es por la mañana o por la tarde... Luego, con ese encanto especial que le acompañará toda su vida y que irá acrecentando día tras día, atraerá a las camperas con una facilidad pasmosa. Esté la temporada buena o mala o el campo virgen o resabiado, pocas patirrojas se resistirán a su llamada. Más tarde, una vez las montaraces en plaza, las “tomará” como si fuera un veterano y, tras el tiro, hará un entierro en toda regla, independientemente que la campera de turno haya quedado seca, aleteando, botando e, incluso, volando por estar sólo herida o no haber recibido ni un plomazo.

        Está claro que, de los anteriores, rompen pocos e, incluso, es posible que algunos aficionados no lleguen nunca a tenerlos en sus manos. Por lo tanto, cuando muchos de ellos hablan de fenómenos o reclamos de campanillas, lo que están haciendo es sobrevalorar a pájaros trabajadores que, cuando llegan los momentos difíciles, no dan la talla. Pájaros a los que se les tira cacería, pero cuando ésta entra bien y no da mucho la lata. Si así ocurriera, entonces la cosa cambia: nerviosismo e inquietud, pechazos a la jaula, patita “parriba y pabajo”, cantes a destiempo, alambreos y guitarreos...

        Lo del párrafo anterior es el pan nuestro de cada día en cualquier casa de vecino y, en la mía, para no ser menos, también. La ilusión llega a nuestro cuerpo en el mes de octubre/noviembre con la adquisición de pollos y el correspondiente recorte de los mismos. Poco a poco, con sus primeros cantes, bulanas... e incluso titeos al comer algunas golosinas, nos van haciéndonos pensar que a nuestras manos ha llegado la “joya de la corona”. Pero esa joya, no está al alcance de todas las manos. Lo normal es que, una vez en el farolillo, no abra el pico o, si lo abre, tras unos cuantos reclamos, comenzará el alambreo o los botes. Si hay más suerte, puede que incluso atraigan al campo, pero cuando este se le acerque, o silencio o aplastamiento.

      Pues bien, muchos de esos pollos seguirán en nuestro jaulero ante la esperanza de que el año próximo la cosa cambie e, incluso, muchas veces, nos acompañará varios años. Pero al final, jaulazo tras jaulazo, y enfado tras enfado, nos daremos cuenta que el pájaro de turno no sirve y, por lo tanto, hemos estado perdiendo el tiempo durante varios años.

        Resumiendo: creo y casi setenta años avalan mi opinión que, el reclamo puntero, el que luego se transforma en el líder de nuestro jaulero y personaje principal de nuestras historias, trae en sus genes la clase. Por tanto, desde el primer puesto, la da a conocer y la pondrá en práctica. Es más, incluso haciéndole una barbaridad en ese estreno, seguirá siendo un primer espada. Obviamente, el buen proceder de su dueño reforzará su calidad y, lo contrario, puede, sólo puede, estropearlo. En mi caso particular, dos de los tres pájaros de primer nivel que he tenido en mi vida -el de Manué y D. Benito-, presenciaron, el día de su debut, cómo las camperas les botaban en sus narices después del disparo por plomos de cabeza y no ocurrió nada.

        Todo lo demás: que si tiene poco celo, que el campo no está bueno, que el tiempo no acompaña, que el campo se quedó botando, que no le ha gustado el tiro..., son paños calientes, mentiras piadosas que nos contamos a nosotros mismos para no ver lo que un ciego sí lo hace: el reclamo de turno, que posiblemente nos tenía enamorado por las cosas que en casa le observábamos, no sirve; es decir, es un auténtico mochuelo.

          Por tanto, el manido debate de si el pájaro nace o se hace, para mí no existe -aunque pueda haber excepciones y, por lo tanto, grandes errores al no darnos cuenta de la valía de un determinado neófito-, ya que tengo muy clarito que, como dije al principio, el reclamo es como el pintor: artista desde que coge el primer lápiz en sus manos.


miércoles, 6 de enero de 2021

DE CUANDO SE CAZABA EL HAMBRE. DOCUMENTO PDF

     Hoy, nuevamente, en el apartado de colaboraciones, traigo al blog un texto de Miguel Bulnes Cercas, pero, además, tengo que dejar claro que este nuevo post, en realidad no es un simple relato, anécdota u opinión, sino un manuscrito cuyo destino, no era otro que la publicación como nueva obra de este autor.

Sin embargo, Miguel, cuando ya estaba todo listo para que la editorial -no cito el nombre porque creo que no debo hacer publicidad- lo imprimiera, ha decidido que sea en este humilde rincón particular en donde vea la luz, circunstancia para la que no tengo suficientes palabras de agradecimiento -que son muchas-, pues no es fácil tal determinación en los tiempos que corren, máxime cuando se trata de un escritor más que reconocido y con una prodigiosa “pluma”.


Por consiguiente, la obra De cuando se cazaba el hambre, una maravillosa y emotiva historia rural está, desde estos momentos, día de Reyes, a disposición de quien quiera leerla e imprimirla (92 páginas en A-4) y, cómo no, pasar unos muy entretenidos momentos con su lectura, en donde el autor, el tío Cirilo, D. Joaquín, Germanín, el perro Pipo… nos retratan, en su día a día, la grandeza de la caza y de la vida lejos de la urbe.


Por todo ello, y para hacerlo fácil y no alargarme mucho, mil gracias a Miguel. Se las mereces de sobra.


 DESCARGA EL LIBRO DE CUANDO SE CAZABA EL HAMBRE AQUÍ


sábado, 2 de enero de 2021

UNA CURIOSA SORPRESA

      Hoy traigo al blog una curiosa anécdota escrita por mi sobrino Iván Lluch, aficionado a nuestra modalidad cinegética desde no hace mucho, pero que, a día de hoy, tras recibir el legado cuquillero de su padre, que nos dejó hace casi tres años, siente verdadera pasión por nuestra forma de cazar la perdiz.

ooo  O  ooo

Sabía, porque se lo había escuchado a mi padre que en esto del reclamo se presentaban situaciones inverosímiles e increíbles. Tan es así que, más de una vez, discutí con él porque lo que contaba me olía a mentirijilla de cazador, pero mi progenitor, curtido en mil batallas, siempre me decía que, en la caza del cuco, a veces, contemplas lances que, si no fuera porque los estás presenciando, nunca te lo creerías.

Luego, con el paso del tiempo, he ido comprobando que situaciones incomprensibles tienen su explicación cuando te encuentras en el colgadero. De hecho, aunque nunca me moló lo pajaritero, cuando acompañaba muy puntualmente a mi padre, ya pude ir comprobando que dar el puesto significaba verte inmerso en unas sensaciones y sorpresas totalmente diferentes a la caza al salto o al vuelo, que era en donde yo me sentía cómodo.

Sin embargo, cuando mi padre, Jerónimo Lluch, nos dijo adiós para siempre, en principio y casi a regañadientes, tuve que “lidiar” con toda la ganadería que dejó como legado perdigonero, más, como no, multitud de cachivaches y demás complementos cuquilleros.

Y lo que en principio fue una pesada carga que, para ser realista, no sabía qué hacer con ella, con el paso del tiempo, se fue transformando en una verdadera pasión por esta ancestral modalidad cinegética.

Tan es así que, poco a poco, cuando en el cazadero sólo estábamos el reclamo y yo, empecé a comprender y vivenciar situaciones que en boca que de mi padre parecían inverosímiles que hubieran ocurrido, pero que el día a día me iba mostrando que lo que pudieran parecer embustes de cazador eran una realidad que, a menudo, aunque sorprendentes, sucedían.

De hecho, en mi corta vida como cazador de macho de jaula, pues solo llevo tres años en la afición, ya he pasado por situaciones inexplicables que, posiblemente, unos años atrás me hubieran parecido inconcebibles. Tan es así que, esta curiosa anécdota, totalmente verídica, que relato a continuación es un botón de muestra. 

Y para “darle vida” a dicha historia, tengo que retroceder un año y situarme en Caña Santa, nuestra finca familiar, en una soleada y apacible tarde del mes de febrero.

Messi, uno de los pájaros medianetes que dejó mi padre, llevaba toda la tarde trabajando sin obtener repuesta por las inmediaciones donde estábamos colgando, La Loma del Cencerro. Tan es así que, casi a punto de dar por terminado el puesto, escuché un macho en el cerro de enfrente, La Solana, por lo que decidí esperar un rato más, pues Messi, que ya estaba un poco cansado de predicar en el desierto, había cambiado el tono de su música, dando paso a una alegría que antes no transmitía, pues el montesino cada vez se escuchaba más cerca y sus continuados cantos denotaban que debía encontrarse en su sazón porque, en pocos minutos, se encontraba en las proximidades del colgadero.

Messi, como pájaro ya placeado y ducho en estos menesteres, se vino "abajo" y, con no mucho esfuerzo, consiguió meter en plaza a aquel macho que con alas a rastras se dirigía raudo y veloz para el matojo donde estaba atalayado mi macho perdiz. Luego, tras intenso “diálogo” con mi reclamo, lo dejé “sin mover una pluma”, mientras Messi le dedicaba un suave y continuado canto funerario.

Pero, como la noche se echaba encima a pasos agigantados, me salí del aguardo, de piedra, por cierto, y cuál no sería mi sorpresa, cuando comprobé que aquel valiente garbón estaba anillado. Más tarde, al llegar al cortijo y contar lo sucedido a mi tío Antonio y enseñarle la anilla del campero, nos pusimos en la posibilidad de que dicho macho pudiera ser el que él había colocado en un terrero en el tronco de una encina de La Solana para que, con sus cantos, los componentes de una pequeña suelta con ejemplares de granja que íbamos a realizar al otro día, no se alejaran mucho de la zona. Circunstancia que comprobamos a la mañana siguiente, cuando nos acercamos al lugar para realizar la repoblación y nos percatamos de que el cajón estaba vacío, lo que vino a indicarnos que aquel valeroso macho, que entró en plaza con el mejor de los montesinos, debió levantar con el pico el ganchillo que cerraba la puerta y, en unos de sus movimientos, ésta se abriría y, consiguientemente, se habría escapado del terrero donde estaba metido.

                                              Iván Lluch Rodríguez.