El pasado y el, en muchos casos, presente.
Desde
hace ya algunos años, se anda con el runrún de que la perdiz que hoy puebla nuestros
campos ya no es lo que era hace unas décadas. Y, según mi opinión, cimentada en
muchos años de “práctica cazadora” y observación, es cierto. Consecuentemente, la patirroja que nos encontramos en la gran mayoría de las fincas y su forma de entrar al
reclamo, en muy poco se parece a la que hace cuarenta/sesenta años contribuía a
la felicidad y satisfacción de los aficionados que salían a dar el puesto con su perdigón.
Efectivamente,
desde que la agricultura tradicional española empezó a evolucionar y se dejaron de sembrar
los campos como se hacía por aquel entonces, por un lado, la climatología, por otro y comenzaron, debido
a la demanda, las sueltas de las perdices de granja y, con ello, las mutaciones
o hibridaciones, nuestra reina de los bosques, la perdiz autóctona, la
auténtica perdiz roja española ha sufrido un profundo cambio, circunstancia que
ella misma pone de manifiesto en muchos aspectos de su vida cotidiana: arrestos
y valentía, canto, territorialidad, arrogancia, suspicacia… En pocas palabras,
la perdiz de hoy solo es una réplica, no con mucha calidad, de la perdiz de
aquellos entonces, aunque se pueda argumentar que en algunas zonas todavía
persisten ejemplares “pata negra”, aunque en mi opinión, basada en la
comprobación y análisis de la situación, creo, sin lugar a equivocarme, que ni
esa poca perdiz autóctona que queda en contadísimos enclaves de nuestra piel
de toro, es lo que era.
De
hecho, las repoblaciónes llevan al campo ejemplares, aunque sean de acreditada pureza
genética, que solo están preparados para la carnicería, pues las sueltas llevan
consigo el desconocimiento del nuevo hábitat y con ellos la falta de territorialidad, ya
que la patirrojas recién “aterrizadas”, deambulan por los parajes de las fincas
de un sitio para otro y, cuando se acercan al colgadero, lo hacen para ver qué
pasa, y para aprender, nunca a la pelea y disputa del territorio. ¡Qué más se
le puede pedir!
Pues
bien, esa mutación o evolución, no de ADN -aunque en algunos casos también-, sino de comportamiento, que está claro que existe, no solo ha afectado
a nuestra perdiz roja, ya que el pajaritero de hoy, el del todoterrenos de marca,
buena equipación, armamento de primer nvel y rebuscados cartuchos; grandes pájaros de
jaula, largos estadillos de perdices disparadas… en poco o nada se parece al de
los años citados anteriormente. Ya no se es cazador de reclamo de sentimiento,
pues hemos sustituido los principios fundamentales de la afición, por nuevas
formas de actuar tanto en casa, como en el camino hacia las fincas y los
colgaderos, como una vez en el lugar elegido para dar el puesto.
Lo
purista o tradicional ya no existe en la mayoría de los casos, pues se ha degradado casi todo: número de
reclamos en los jauleros, vestimentas y bártulos a utilizar, medio de
locomoción, tipos de aguardos y pulpitillos utilizados, armas y cartuchería, cantidad
de puestos diarios y disparos, número de perdices abatidas y destino de las
mismas… Es decir, a día de hoy, cuenta más lo estético y fotografiable, lo
rápido, lo cómodo y la cantidad, que el salir al campo a disfrutar con el
reclamo y de la grandeza de nuestra Madre Naturaleza.
Pero
es más, una vez en el colgadero la manera de proceder del reclamista, ha dado
un giro de muchos grados respecto a lo que siempre ha sido un verdadero ritual.
Lo ancestral de ilustre cuquillero se ha transformado en otro tipo de cazador, llamémosle “mataperdices”. Si ya de por sí, la pieza tiene poco valor y su
destino, aún menos, pues ya no hay despensas vacías, la actuación del mismo ha virado hacia lo cardinal, mucho
antes que a la satisfacción del lance y el disfrute de la lucha de reclamo y
patirrojas camperas. Prima más el célebre “te cogí, te comí” que la paciencia por
y para culminar una gran faena.
De esta manera, "el vaya hembra que he tirado o vaya pareja que
he matado o, bien, vaya puesto que me ha dado el reclamo, pero no he podido
tirar", se metamorfosea a la caja de cartuchos humeantes en el suelo del
portátil o puesto de palé del intensivo y al plumerío dejado por multitud
ejemplares de repoblación abatidos y esparcidos por los aledaños del repostero,
incluso fuera de ellos. Y para acabar con el cuadro, aunque continúa habiendo pajariteros
que siguen comulgando con lo ancestral, otros muchos casi ponen en práctica los
célebres recorridos de caza en los puestos de perdiz: aquí, allí, de esta
forma, de la otra, delante, detrás, arriba, abajo… Y hablar de ello no es
desvirtuar la afición perdigonera -una verdadera pasión en otras fechas-, ni
darle palos a la gallina de los huevos de oro, es poner sobre la mesa una
irrefutable realidad: hemos mutado, sí mutado, queramos reconocerlo o no. El
pasarse a los intensivos, a acabar todo lo que se mueve, utilizando escopetas
de primer nivel, cartuchos de alto gramaje capaces de abatir a grandes
distancias, aun fuera de la vista del reclamo, es la práctica actual.
“Cazadores de cuco” dispuestos a llenar de plumas la plaza o rasa para, poco
después, rápidamente, incluso en el mismo instante, colgar la foto en las RR.SS.,
aunque el reclamo de turno no sepa de qué va aquello es lo moderno y si a
alguno de los que se pone en el repostero no le gusta cómo se actúa, no pasa
nada, se le da largas, se compra otro y listo. De hecho, aficionados que van a lo
tradicional -que los sigue habiendo-, a divertirse con su más que cuidado reclamo ya metido en años y a
presenciar buenos lances, no interesan en los acotados. Y no interesan porque
se sabe que hay muy nutridas listas de espera para ocupar, sobre la marcha, el
puesto aun “caliente” o la plaza de socio que se deja.
Así
que, para no extenderme más, mirémonos por dentro y reflexionemos profundamente
sobre el precipicio hasta donde hemos llegado y ya con poca solución, aunque como decía el otro: nunca es tarde.
Para
finalizar, y viendo lo visto, vuelvo a
reiterar que, si el cazador de reclamo no ha sufrido una profunda MUTACIÓN, que
venga Dios y lo vea.
Por
tanto, vaya mi aplauso, respeto y consideración para quienes, a día de hoy, que sigue habiéndolos, cazan el reclamo con el corazón y siguiendo las buenas y olvidadas prácticas
cuquilleras tradicionales. Y no es cuestión de relatar, pasado el lance y para
la galería, lo bien que entró la
patirroja en plaza -incluyendo el ala arrastrando-, las vueltas que le dio al
pulpitillo, la gran faena que hizo al reclamo, el tiro perfecto en el momento
exacto, el gran entierro que hizo Fulanito o Menganito, nooo. Es
cuestión de lo que es: sentirse y ser
cuchichero de verdad, antes, durante y después de cualquier lance perdigonero.