Para comenzar, decir que nuestro simpático conejo
de monte, el que llenaba las mochilas de los cazadores hace unos años, ha
desaparecido en bastantes zonas de nuestro país en donde antes abundaba, y que
en dichos lugares llegaba a considerarse, auténtica plaga. De hecho, siempre ha
habido tantos, que los fenicios llamaron a España I-Shphanim, tierra de
conejos. Ni que decir tiene que, muchos siglos después, enfermedades como la mixomatosis
primero y a partir de mil novecientos ochenta y ocho, la hemorrágica (EHV), la
destrucción de sus hábitat a causa de los cambios en la agricultura
tradicional, más el uso herbicidas, pesticidas, insecticidas… y, cómo no, el
cambio climático y el desmesurado aumento de sus depredadores, han ido minando
sus poblaciones, hasta llegar, en algunos puntos de nuestra geografía nacional,
a estar bajo mínimos. Pero aun así, con todas las problemáticas citadas, algunos
quedan, en bastantes sitios.
En esta línea, hablando con amigos y conocidos
de las diferentes provincias andaluzas, que es lo nuestro, se puede confirmar
lo anteriormente expuesto. No los hay, excepto casos muy puntuales, en forma
epidemia, pero sí sigue habiéndolos en casi todos los parajes. Sin embargo, algo
debe ocurrir en la gran mayoría de los terrenos onubenses, pues no es normal
que, desde unos años antes del comienzo de este milenio, pues la EHV tardó
unos años en llegar a Huelva, lo que antes era salir al campo y tener que
cortar la jornada cinegética poco después, porque ya había bastantes conejos a
repartir, se ha transformado en ver algún que otro ejemplar a primeros de cada año
y, a partir de ahí, esfumarse por completo. Es decir, como si se los hubiera
tragado la tierra, cuando hace unos temporadas en muchas propiedades, sin
abusar, se le mataban muchos cientos de conejos. Por citar un ejemplo, Los
Millares, finca de Villanueva de los Castillejos, donde anualmente se
llegaba a los cincuenta mil, hoy…, casi ni se cazan.
Es más, en todo el Andévalo, madre del
conejo y otras especies de caza menor, suponían un verdadero problema, pues a
las repoblaciones de encinas/alcornoque, siembras de cereal, leguminosas girasol
y huertas, le daban unos palos espectaculares.
Sobre el tema, apuntar a nivel personal que, desde
el año mil novecientos ochenta y cinco, estoy cazando por diferentes acotados
andevaleños y puedo certificar que, en estos casi cuarenta años, la situación
ha cambiado por completo. Si, sobre los años noventa, cuando llegabas al coto
por la mañana para echar una jornada cinegética, siempre llevabas algún que
otro ejemplar que habías conseguido en la carretera, hoy día, terminas el día de
caza y ni verlos. Así, en la finca que gestiono desde hace veinticinco años, La
Dehesa de Enmedio, de Puebla de Guzmán, si durante unas temporadas, cuando
la enfermedad vírica (EHV) ya había hecho sus estragos por muchos puntos
de la geografía provincial, se le mataban algunos cientos de conejos, hoy día, cero
patatero. Simple y llanamente porque, los muy poquísimos que hay, ni se ven.
Sin embargo, el día a día de la finca no ha cambiado mucho en cuanto a la cuestión
agrícola, ni ganadera, a no ser que, en la actualidad, se siembra mucho más que
hace unos años y, curiosamente, con semillas del terreno sin tratar y abono no químico,
solo estiércol de ovejas y de granjas de pavos. Sin embargo, y aquí está la
madre del cordero, si hace dos décadas había un jabalí tal cual, hoy los hay
por piara. Igualmente, si en aquellos entonces solo estaba la pareja de
cigüeñas de la torre de la iglesia del
pueblo, hoy, hay un nido en cada poste del tendido eléctrico. Y encima, se establecen allí desde principios de noviembre, cuando antes, como dice el refrán “por
San Blas, la cigüeña verás”, es decir, el cuatro de febrero. Por lo que,
entre una fecha y otra, son tres meses de depredación campando a sus anchas. Luego, en epoca de anidación y cría, arrasan con todo, incluso con otras especies protegidas, dígase sisones, alcaravanes, chotacabras, calandrias, lagartos y lagartijas, culebras, salamandras...
Y lo mismo que ocurre en La Dehesa de
Enmedio, sucede en casi toda la provincia. Así, aunque la reproducción del
conejo, es espectacular -cuatro a seis partos al año con una media de cuatro
crías y madurez sexual a los seis meses-, la depredación la supera. En otras
palabras, hay muchísimas más mortandad que nacimientos. Consiguientemente, las
poblaciones de conejos no llegan a estabilizarse, pues entre las dos enfermedades
citadas, el zorro, el jabalí, el meloncillo, la cigüeña… no levantan cabeza. Y
no la levantan, porque no hay el mismo número de depredadores en tierras de labor
y olivares que es donde estos abundan en otras zonas andaluzas, que en terrenos
de monte bajo que es lo normal del paisaje onubense. Tan es así que, las pocas
fincas que tienen conejos en la provincia, que se pueden contar con los dedos
de una mano, son propiedades que llevan a cabo, por intereses diversos, un
control de depredadores máximo, circunstancia que la mayoría de los acotados no
pueden llevar a cabo, porque no pueden, por muchos motivos, permitírselo. Igualmente,
en los terrenos anexos a fábricas y polo químico de la capital los hay en
cantidades, porque quitando algunas colonias de gatos domésticos, no hay
depredadores. Igualmente, ocurre en determinado enclaves cercanos a marismas y
riberas dedicados a las siembras de fresas, arándanos, frambuesas, calabazas,
melones y sandías… Tan es así que, cosa impensable en otros terrenos, dan
permiso de descastes por daños.
Para finalizar, solo decir que en Huelva corren
muchos bulos sobre el tema: la falta de vías férreas, el lince, los mosquitos…,
pero eso correspondería al programa televisivo IV Milenio. La realidad
es que, aunque suene a chiste, en un corral no pueden convivir conejos y
alimañas, máxime cuando los conejos nunca se comen a sus depredadores. “Elemental
querido Watson”.
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Como complemento al artículo, decir que, desde que se abrió la veda del conejo con perros esta temporada, once de agosto, en La Dehesa, la finca que gestiono, no habíamos salido a cazarlos hasta el pasado sábado que echamos un rato para ver cómo estaba la cosa, no perder la costumbre cinegética y charlar un poco entre amigos. El resultado de la jornada, con once escopetas, fue cero conejos, simple y llanamente porque, otra temporada más, no los hay. Y eso que se sembraron en noviembre pasado cerca de cien hectáreas de trigo duro. Y al no haber conejos -elemento fundamental en la alimentación de los carnívoros silvestres-, en esta propiedad y en otras muchas de la provincia, las miras de los depredadores se ponen, aunque sea más difícil echarle mano, en la perdiz roja y, además, en la liebre, pues no se no olvide que este personal come todos los días.
Y, como siempre, “Doctores tiene la Iglesia”.
Yo…, por mi parte, ya he dado mi “homilía”.
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PD. Para finalizar decir que, si se escriben comentarios al artículo desde el apartado de Anónimo, pongan al final del texto escrito nombre y apellidos. Si no es así, aunque a veces sea una pena por su aportación, no se publicará lo expuesto.