En primer lugar, porque
es de recibo, no puedo dejar en el olvido que la caza en general, en los
últimos años, ha dado un giro insospechado en lo que se refiere a la visión que sobre ella se ha adueñado de las nuevas generaciones. De esta manera, la juventud, viviendo en un tiempo en
donde todo lo que huele a caza es como cometer pecado, según muchas postulados contrarios a tan noble proceder, ha hecho que, un gran
número de potenciales cazadores le hayan dado de lado y que compartan, muy
respetable decisión, posturas contrarias a la actividad cinegética en general. Por todo ello, el número de aficionados a la escopeta está disminuyendo alarmantemente en los últimas décadas.
Consiguientemente, la caza de la perdiz con
reclamo macho no iba a ser menos. Pero
además, sí lo citado ya es un verdadero contratiempo para las nuevas
generaciones, al personal menudo que se inicia en esta modalidad no le cuadra
que, si el cazador de otras modalidades tiene como objetivo el abatir a la
pieza que persigue o espera, que el cuquillero, muchas veces, valore más la
faena de su reclamo y el arrojo de las patirrojas camperas que el gatillo. Tan es así
que, en infinidad de situaciones, se indulta a ejemplares montesinos o, con todo
el dolor del corazón, se abate a lo que realmente se le perdonaría a vida por
su bravura y valentía, tras lances que quedan de por vida en nuestra retina. Y
esto de cazar con el corazón, según mi opinión, debe adquirirse desde bien chiquitito,
acompañando como morralero a quienes aman de verdad esta noble forma de cazar a
nuestra perdiz roja, pues si no es así, tales sentimientos, difícilmente,
formarían parte del nuevo aprendiz de
cuquillero. Consecuentemente, será complicado que el cazador novel entienda que
vale mucho más una patirroja abatida tras una faena que permanezca muchos años
en su retina, que disparar sobre todo lo que se menea. Y tal proceder, sin ser
agorero, se quiera o no, es difícil digerirlo para quien entra en la afición,
porque no hay mucho en donde escoger y casi sin tener idea de lo qué es cazar la
perdiz con reclamo
Desde luego, creo que la savia nueva, siempre
con sus excepciones, no está por la labor de meterse en un aguardo dos horas
para, si no va bien el día -situación muy normal-, ni se aprieta el gatillo,
incluso, poniéndonos en lo peor, no escuchar al campo, incluso ni escuchar al
de la jaula, pues seguro que la cuestión quijotesca no la entienden, aunque
puede ser que mis sentimientos paternalistas
hacia mi fervor pajaritero me jueguen una mala pasada y, por consiguiente, sea
benévolo en mi valoración. Y no la entienden porque la “gente menuda” no ha
vivido, ni ha sentido las penurias y estrecheces de la vida, cuando tener poco
suponía mucho. Están acostumbrados a abrir la boca y a tener lo que buscan al
momento. Por lo que, trasladado al mundo del reclamo, el salir a dar el puesto
y volver a casa, día tras día, sin comerse un pimiento no va con ellos. La
“política” actual de la vida los ha empujado a te cogí, te comí, por lo que no
entienden la clásica expresión pajaritera: “hoy
no ha podido ser, aunque el pájaro me ha dado un puesto buenísimo”.
Los sentimientos, lo
emotivo de las tradiciones, el valor de lo ritual y el proceder en su favor, la
paciencia pajaritera… no se encuentran entre sus valores cinegéticos. Para la
nueva hornada de cuquilleros, la caza es una actividad más, en donde prima la
satisfacción personal con foto incluida para, de alguna forma dar el “pego” ante
su ego personal y sus amigos y conocidos. La intrahistoria del lance, el día a
día del cuido de los reclamos, la limpieza y arreglo de aperos, las tertulias
cuquilleras, los sufrimientos por enfermedades de nuestros pájaros de jaula… no
cuentan, solo el resultado de cuando se da un puesto. Por ello, no conciben que
el cero patatero forme -y a mucha honra-, parte del día a día pajaritero. Y,
como de dicho anteriormente, para personal que lo quieren todo aquí y ahora,
esto del reclamo de perdiz, no mola.
Consiguientemente, a
mi entender y bajo mi prisma óptico, no veo futuro de nuestra ancestral afición
en las nuevas generaciones, porque, los valores tradicionales por los que nos
hemos movido los “viejos”, ellos no los conciben, ni nunca los entenderán por
mucho que se les explique lo que significa ser un verdadero cazador de perdiz
con reclamo. Aquello que yo y muchos vivimos con nuestros mayores: como el
andar su buen trecho para dar el puesto con solo dos o tres cartuchos en el
bolsillo de la pelliza o abrigo que, incluso, a lo mejor, ni disparaban por la
humedad; el poner un pollo que ni abría el pico durante dos horas o, bien, si había suerte, en el mejor de los
casos, tirar una patirroja o una collera… nunca lo concebirán. No son
situaciones que la juventud, educada hoy día en otras miras, puedan comprender.
Es más, a veces, incluso con la posibilidad de ir invitado, quedamos con alguno
de ellos y, en el último momento, todo se va al garete porque al “susodicho” le
sale otro plan mejor. Situación impensable hace unas décadas.
Por supuesto, vaya mi aplauso de corazón para la chavalería que, afortunadamente, siguen comulgando con la grandeza y solemnidad del reclamo -como es el caso de los hermanos y amigos míos Álvaro y María Gil-, pues sienten la afición y se desviven en el día a día por ayudar a sus mayores y, como no, a hacer suyo lo que ven en ellos. Esto nos indica que, aunque en número reducido, el relevo generacional está garantizado en algunos casos.
Por todo lo
plasmado, nosotros, los que ya vamos para mayores, tenemos la obligación y
debemos insistir, si queremos que la herencia y el legado perdigonero no se
pierda, en que nuestros hijos -para los padres más jóvenes- y nietos vean en
ella una afición noble y que produce satisfacciones como pocas.
Y, como siempre…, “Doctores tiene la Iglesia”. Yo, por mi parte, ya he dado mi homilía.
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