Aparte de otras
cualidades o referentes que siempre definen al aficionado pajaritero, como la
paciencia y perseverancia, el arrojo y la valentía, la obstinación…, nunca se
debe dejar a un la lado la locura. No en el sentido real de la palabra, el de
perder la razón, sino en la de, en momentos determinados, dar pasos que van más
en la línea del loco que del cuerdo, aunque no se haya perdido la cabeza. Es
decir, adentrarse en lugares,
situaciones y actuaciones que, en condiciones normales, nadie lo haría. Pues
hacer mil y algo de Kms para recoger un aspirante a reclamo, que Dios dirá, no
deja de ser un auténtico desvarío.
Pues en esta línea,
el martes pasado tras recoger a la salida a una nieta de su Centro escolar en
Cartaya y dejarla con mi hijo Pablo en Aljaraque, Huelva, puse rumbo a Gamonal,
Toledo, para recoger un pollo que el amigo y compañero de afición y profesión, Francisco
Bernardo, me tenía prometido desde el año pasado. Pollo criado en cautividad por
una pareja de patirrojas salvajes heridas en su momento en la zona de Gredos y
escogido entre sus hermanos para que formara parte de mi jaulero, por las
buenas cualidades que presentaba.
Pero como hay que
tener amigos hasta en el infierno, por si nos pueden echar una mano, hice
escala en La Coronada, población de Badajoz, para recoger una preciosa jaula
que el artesano y cuquillero Vicente Gallardo había fabricado para mí, tomar
una cerveza y charlar sobre nuestra afición por el reclamo. Luego, tras cerca
de dos horas de tertulia, rumbo a Trujillo, donde hicimos noche, María José, mi
abnegada esposa, y yo.
Luego, al amanecer,
desayuno en el Hotel y “avante claro” hacia Gamonal, población manchega a sopié
de los Montes de Toledo y perteneciente al municipio de Talavera de la Reina.
Allí, tras ver el
“coto” de Paco, un inmenso corral con siembra incluida, donde las perdices,
tres bandos, andan de aquí para allá, como si fuera en el campo, anduvimos
viendo cuál de los tres
pollos que me tenía reservado me traería, circunstancia que,
al final, fue el quedarme con el que más le gustaba a él que, si sirve, se llamara Toledano I,
pues pienso repetir la historia varios años más. Luego, tras picar un poco de
todo, embutidos de la zona y langostinos de Huelva y charlar largo y tendido
los dos matrimonios, pusimos rumbo a mi casa, donde llegué sobre las 19 horas,
cansados, pero satisfechos por la locura cometida.
Saludos.

