Si “Tosantos” -por utilizar un vocablo
más que conocido en el lenguaje cotidiano andaluz- y La Inmaculada son
dos fechas más que tradicionales en las que muchos pajariteros, después de los
largos meses de pelecha o muda, pasan los reclamos a las jaulas, tras el
correspondiente recorte, aunque en mi caso, desde siempre, meto a los reclamos
en las jaulas, por cuestiones domésticas, sobre mitad de octubre y, más tarde,
recorto sobre la mismas fechas de noviembre, es decir, por estos días.
Este año, y van ni me acuerdo de veces, con la
ayuda de Rubén Vargas, mi sobrino-nieto y alumno aventajado en el complicado
mundo de la caza de la perdiz con reclamo, en el día de ayer, hemos recortado y
arreglado uñas, picos y escamosidades de las patas de los componentes de mi
jaulero, excepto de los pollos, a los que no suelo recortarlos hasta ver lo que
dan de sí, una vez probados en el campo. A estos últimos, cinco noveles en total
y dos segundas que recogí una vez finalizada la temporada anterior, solo les
corto un poco las primeras rémiges para evitar posibles enganchones en los
alambres de la jaulas. Luego, llegado el momento, el que demuestra cualidades
positivas, pasa de nuevo por la “peluquería” y le pongo una anilla con el año
de nacimiento y un número. Y el que no me llena o no muestra nada, al no gustarme
soltarlo en el campo, por varios motivos, lo suelo regalar sobre la marcha o a final
de temporada, diciendo, por supuesto, lo que yo pienso de él.
Sobre el tema del recorte, decir que aunque lo
he llevado a cabo muchas veces yo solo, colgando los reclamos de una cuerda por
las patas, es más cómodo y se facilita la faena entre dos y, si con ello, se
enseña a las personas que se van iniciando en el mundillo pajaritero, mejor que
mejor.
Para finalizar, decir que mi forma de llevar a cabo tal labor, una más de las muchas que hay de hacerlo, consiste en cortar en forma de arco, con el resto de plumas de cada ala que no recorto, las diez rémiges primeras o más largas, además de las plumas piojeras, por tradición, y las dos o tres plumillas de la punta o gavilanes, nombre con las que yo las conozco. Por supuesto, el recorte incluye a todas las timoneras o plumas de la cola. Luego, un buen atusado de todo el plumaje con las manos, para que queden bonitos, pone fin a la labor anual de recorte. Además, decir que no apuro mucho el corte de la rémiges o remeras por dos motivos: uno para que estén más "abrigaditos" en los meses de frío y el otro, para que le cueste menos trabajo a la hora de mudarlas, pues pienso que mientras más se corte la pluma, más cuesta luego soltarlas.
Como epílogo, puntualizar que, desde el momento
de la “barbería”, aparte de pulverizarlos bien sobre la marcha con agua y vinagre de manzana, les doy inmediatamente tierra para que se le asiente bien la pluma y queden más
guapos. Proceder que voy repitiendo cada dos por tres, hasta que empieza la
temporada de caza, con lo que evito, en lo posible, que se pasen de celo, pues
entiendo que sacarlos en octubre, como es mi caso, es pronto, pero como dice
uno de mis mejores relatos: Las necesidades mandan.
Como punto final decir que, a partir de ahora, iremos sacándolos al sol, fundamental vitamina para nuestros reclamos, aunque con cuidado en los días que apriete el astro rey.
Y, como siempre, “Doctores tiene la Iglesia”. Yo…, por mi parte, ya he dado mi “homilía”.
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