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claro que muchos de los que lean estas líneas, no sabrán lo que significa estar sentado en una piedra
durante un buen espacio de tiempo, simplemente porque no lo han vivenciado. Y es de recibo que,
para comparar piedra de asiento y banquillo o silla, hay que haber pasado por
las dos situaciones. No es cuestión de sentarse en una piedra un rato, sino llevarse en ella una hora o dos, con momentos sin poder ni pestañear.
Si
doy rienda suelta a mis pensamientos y retrocedo en el tiempo unos cincuenta y
cinco años que es desde cuando tengo recuerdos más o menos
fidedignos, puedo decir que muchas veces la incomodidad y el malestar corporal
casi podía con mi afición, pues llegaba el momento en que el trasero y las piernas
los tenías sin sentirlos. De hecho, al quererte levantar del
puesto no podías moverte porque tenías el cuerpo de caderas para abajo
prácticamente dormido.
Tan
es así, que, sin precisar momento exacto, recuerdo días de hace ya unos buenos
pocos de años en los que les decía al abuelo Vicente y al tío Jerónimo que se me
habían dormido las piernas y que quería levantarme. Como la respuesta era no,
seguía dándoles la lata porque para un niño de ocho o diez años la incomodidad
no es nada agradable. Pero como lo siguiente era el recordarme que ya no me iban a
llevar más al aguardo, aguantaba carros y carretas hasta que ellos daban por
terminado el puesto. Por tal motivo, se me viene a la memoria algunos momentos en los
que, al quererme levantar, no sentía alguna de las piernas, puesto que las
tenía totalmente “embotadas”. Obviamente, tenía que esperar hasta que cesaba el
hormigueo que se produce en estos casos y las extremidades inferiores volvieran a
la normalidad.
Era
lo que había y así se estaba una a dos horas sentado en una piedra
con un poco de monte o la sayuela por encima como material amortiguador. Pero
aquello tenía su encanto, máxime cuando tampoco había muchos adelantos.
Existían banquetas de madera y de corcho pero había que cargar con ellas hasta
el colgadero y ya no era lo mismo. Eso sí, en algunos aguardos como asiento había
un troncón de madera llevado hasta allí para que sirviera para tal fin, aunque
no era una cuestión habitual.
.
Esta incomodidad sostenida durante un buen
tiempo hacía que muchos cazadores, algunos ya con un buen puñado de años, no
salieran de reclamo porque no estaban dispuesto a aguantar estoicamente lo que
duraba un puesto, para, al final, como solía ocurrir en ocasiones, venirte de
vacío.
Hoy,
muy al contrario, como bien sabemos, ya no es que se pueden ver banquillos de
tres o cuatro patas formidables y cómodos, sino que unas buenas sillas han
aparecido en las tiendas del ramo para disfrute del perdigonero. Algunas de
ellas, incluso con un pequeño receptáculo para poner y sostener el vaso, por si
se apetece tomar un trago de lo que sea.
No
es que sea malo tirar de modernuras como
éstas, máxime cuando los años van siendo muchos, pero sí cambia la situación
muy mucho. No es lo mismo, por citar un ejemplo, aguantar quince o veinte
minutos sin pestañear porque una hembra recelosa se te ha puesto al lado del aguardo y no te
puedes mover para que no te sienta con el trasero apoyado en una piedra que
hacerlo en una cómoda y moderna silla. Si no tenemos claro qué supone una y
otra situación, probemos un día dar el puesto sentado en una piedra. Con la
experiencia sacada, luego hablamos.
¿ Falta de aprendizaje, falta de memoria, falta de improvisación?.
ResponderEliminarO tal vez estamos sujetos a estereotipos.
Con este título podíamos escribir un libro muy extenso.
Hasta pronto.