jueves, 6 de octubre de 2016

DEL AYER AL HOY II. DE LA PIEDRA COMO ASIENTO AL BANQUILLO O SILLA


E 
stá claro que muchos de los que lean estas líneas, no sabrán  lo que significa estar sentado en una piedra durante un buen espacio de tiempo, simplemente porque no lo han vivenciado. Y es de recibo que, para comparar piedra de asiento y banquillo o silla, hay que haber pasado por las dos situaciones. No es cuestión de sentarse en una piedra un rato, sino llevarse en ella una hora o dos, con momentos sin poder ni pestañear.

Si doy rienda suelta a mis pensamientos y retrocedo en el tiempo unos cincuenta y cinco años que es desde cuando tengo recuerdos más o menos fidedignos, puedo decir que muchas veces la incomodidad y el malestar corporal casi podía con mi afición, pues llegaba el momento en que el trasero y las piernas los tenías sin sentirlos. De hecho, al quererte levantar del puesto no podías moverte porque tenías el cuerpo de caderas para abajo prácticamente dormido.

Tan es así, que, sin precisar momento exacto, recuerdo días de hace ya unos buenos pocos de años en los que les decía al abuelo Vicente y al tío Jerónimo que se me habían dormido las piernas y que quería levantarme. Como la respuesta era no, seguía dándoles la lata porque para un niño de ocho o diez años la incomodidad no es nada agradable. Pero como lo siguiente era el recordarme que ya no me iban a llevar más al aguardo, aguantaba carros y carretas hasta que ellos daban por terminado el puesto. Por tal motivo, se me viene a la memoria algunos momentos en los que, al quererme levantar, no sentía alguna de las piernas, puesto que las tenía totalmente “embotadas”. Obviamente, tenía que esperar hasta que cesaba el hormigueo que se produce en estos casos y las extremidades inferiores volvieran a la normalidad.

Era lo que había y así se estaba una a dos horas sentado en una piedra con un poco de monte o la sayuela por encima como material amortiguador. Pero aquello tenía su encanto, máxime cuando tampoco había muchos adelantos. Existían banquetas de madera y de corcho pero había que cargar con ellas hasta el colgadero y ya no era lo mismo. Eso sí, en algunos aguardos como asiento había un troncón de madera llevado hasta allí para que sirviera para tal fin, aunque no era una cuestión habitual.
.
 Esta incomodidad sostenida durante un buen tiempo hacía que muchos cazadores, algunos ya con un buen puñado de años, no salieran de reclamo porque no estaban dispuesto a aguantar estoicamente lo que duraba un puesto, para, al final, como solía ocurrir en ocasiones, venirte de vacío.

Hoy, muy al contrario, como bien sabemos, ya no es que se pueden ver banquillos de tres o cuatro patas formidables y cómodos, sino que unas buenas sillas han aparecido en las tiendas del ramo para disfrute del perdigonero. Algunas de ellas, incluso con un pequeño receptáculo para poner y sostener el vaso, por si se apetece tomar un trago de lo que sea.

No es que sea malo tirar de  modernuras como éstas, máxime cuando los años van siendo muchos, pero sí cambia la situación muy mucho. No es lo mismo, por citar un ejemplo, aguantar quince o veinte minutos sin pestañear porque una hembra recelosa  se te ha puesto al lado del aguardo y no te puedes mover para que no te sienta con el trasero apoyado en una piedra que hacerlo en una cómoda y moderna silla. Si no tenemos claro qué supone una y otra situación, probemos un día dar el puesto sentado en una piedra. Con la experiencia sacada, luego hablamos.

1 comentario:

  1. ¿ Falta de aprendizaje, falta de memoria, falta de improvisación?.
    O tal vez estamos sujetos a estereotipos.
    Con este título podíamos escribir un libro muy extenso.
    Hasta pronto.

    ResponderEliminar