Hoy traigo al blog esta reflexión personal de Nacho Palomo sobre nuestra ancestral modalidad cinegética. En ella, nos expone, según su punto de vista, lo que supone
ser cuquillero y cómo debe actuar desde diferentes ámbitos.
Además,
decir que pronto este blog quedará en Stand by hasta septiembre, como ha sido
norma, año tras año. El descanso es importante para todos.
ooo O ooo
“Para
hablar del Reclamo de Perdiz, lo primero que se debe plantear un aficionado es
la explicación a la pregunta de por qué se lleva a cabo esta modalidad de caza
y por qué este individuo, llamado perdigonero, pajarero, cuquillero, jaulero o
reclamista, permanece sentado en un aguardo contemplando semejante escena y
participando en ella con el consiguiente desenlace del abate de la pieza de
caza.
El
pajarero no practica este arte por matar, ni siquiera por cazar entendiendo la
caza como búsqueda de la muerte del animal cazado, para los que así la
entiendan. Primera convicción imprescindible para comprender algo de todo esto.
Es arte venatorio por asociación entre el hombre y un animal, en este caso su
reclamo -un macho de perdiz- como se podría desarrollar en otras modalidades:
la cetrería, los galgos, el hurón, la propia perdiz al salto con perro, la
montería, etc.
Al
contrario, lo hace por disfrutar de esta modalidad como un río caudaloso y
desbordado de identificación con la reina de la caza menor: la perdiz roja y en
su momento previo a la reproducción persiguiendo lo que esta ave esquiva y
brava atesora en su interior, su comportamiento, sus reacciones y la belleza de
su contemplación oculta en plena naturaleza, no así su posesión una vez
abatida. No hay que ser perdiz para comprender lo que siente un cuquillero,
pero casi. En ocasiones ni siquiera este protagonista, con papel secundario
asignado, es capaz de describirlo; tal es el trance y la pasión vivida con su
reclamo mientras se desarrolla el lance que muchos no alcanzamos a describir
esta situación.
No
creo que se busque satisfacer una libido especial sino una contemplación
privada, exclusiva y privilegiada del momento breve en el tiempo pero más
hermoso, plástico y sonoro de un ciclo inigualable que desarrolla una especie
dotada especialmente para hacerlo de una forma maravillosa y única, exclusiva.
De esto último no creo preciso explicar lo que es la perdiz para un cazador,
aun no siendo pajarero. Da igual, por
tanto, ser hombre o mujer quien lo persiga o cofrade de más o menos alta
capa social. La pasión por el reclamo es la misma porque está fuertemente
arraigada a la esencia de la caza y en los valores del cazador en su búsqueda
del protagonismo que le permite la propia naturaleza, solo que, en este caso,
es espectador privilegiado.
Perdiz
roja es igual a bravura y montaraz entendido, este último concepto, como
indomable, salvaje y rebelde. Encelada equivale, además, a pendenciera,
luchadora y agresiva sin cuartel al margen de su capacidad física y tamaño, no
por ello menos capaz de dominar su territorio. La perdiz desarrolla y aflora
tal cúmulo de recursos, matices, y argumentos interiores en el trance al que se
presta en ese momento que sube su catalogación como especie a posición elevada
en el crisol resultante de la evolución animal, plasmado como un sello genético
mucho más notable que en el resto de su ciclo vital anual. Imaginemos a la
codorniz, por ejemplo, ave valiente y similar en ello; al venao en su berrea;
al propio cochino en celo que describe el aguardista; al corzo esquivo tras su
hembra, que ejerce instinto de territorialidad indudable y pelea con otro macho
territorial. Recursos contundentes, es verdad; lección y espectáculo enorme
para los sentidos, es cierto. Pero todos ellos previsibles. La perdiz en celo -
contrariamente- sorprende y apabulla, destapa todas sus esencias sin complejos
y nadie, repito nadie, ni siquiera el jaulero más experto es capaz de aventurar
lo que va a ocurrir en cada lance y en su puesto, defendiendo la perdiz su
territorio como lo hace. He ahí la trama y el nudo de esta devota afición y
pasión. He ahí la causa de nuestros desvelos perdigoneros: Lo que llega a hacer
la Reina para defender sus querencias.
Tampoco
es el celo, es lo que éste supone. De hecho, lo que el par campero defiende es
su lugar previamente conquistado, con finalidad de cría ulterior, espacio
imprescindible para desarrollarla. Por lo tanto, es por su terreno por el que
pelea el macho enjaulado disputándoselo al del campo, al invadirlo desde el
repostero.
La
trama, el escenario y las luces también son muy especiales. Parece como si la
Reina eligiera, por ella misma, el lugar donde batirse. De ahí, entre otras
razones, la necesidad de conocer sus costumbres y el acierto en la idoneidad de
la colocación del escenario y las causas de los errores cometidos cuando el
campo se atranca y no acude al lugar elegido, simplemente porque es el
equivocado.
El
perdigonero asiste, pues, en primer lugar al debate; a la lucha, poco después.
Solo por una razón de pacto no escrito, de complicidad y asociación previamente
construida, le debe correspondencia al pájaro de su jaula al que ha debido
encelar debidamente pero, previamente, acostumbrarle a su presencia y
complicidad, acabando el lance con la muerte del campero en forma, tiempo y
lugar exactos. No goza el de la jaula de compañía de hembra, ni posee
territorio alguno. Por lo tanto, su “socio” contemplativo viene obligado a
acabar, en correcta forma y con los adecuados medios un mandato natural,
confiado y respondiendo a la bravura de su reclamo: el desenlace a esa pelea
salvaje, pero a su vez ancestral, inigualable y exclusiva cargada de dramatismo
pero auténtica cada vez que se aproxima al campo con su jaula en la espalda y
se siente parte fundamental del mismo. No le queda otro remedio que cumplir con
su papel y más que le pese llevarlo a cabo.
Solo
en este momento último -el del disparo-, podríamos considerar el hecho como
común con las demás formas de la venatoria. Juzgar esta caza en función del
resultado o la dificultad física para abatir la pieza sigue siendo algo banal,
secundario y circunstancial para el cabal perdigonero, a quien toda esta guisa
general le importa un bledo. Véase, como prueba de este extremo, que la
tertulia pajarera anterior y posterior a la caza del reclamo rara vez versa
sobre el tiro, la escopeta, los cartuchos, el número de las abatidas pues
siempre se cuenta el desarrollo del puesto, el comportamiento de la jaula, el
campo, la aproximación, los cantos, los movimientos, el triunfo o el fracaso
del reclamo, etc. Es decir, aquello que realmente interesa: la obra. Los
balances, los números, los resultados en piezas, las jornadas cinegéticas -todo
ello- es accesorio a esta caza, porque caza es, al final. Pero nada de ello es
comparable con lo que busca el auténtico aficionado: sacar billete en palco
“vip” para poder sentir, presenciar y participar en esta obra, aunque
conociendo lo que se trae entre manos.
El
conocimiento por parte del aficionado de cuanto significan todos los cantos de
su reclamo según sus tonos y circunstancias; el saber interpretar debidamente
las actitudes que adoptan en cada momento; el dominar y conocer los secretos de
este o aquel puesto con sus muchas peripecias, que son el hilo, raíz e historia
de un desenlace, son de un placer y de una emoción que no podría comprender
jamás quien ignora este mundo de la caza de la perdiz con reclamo y ello es así
porque no es fácil de comprender a un pajarero, a un soñador.
La
cacería del pájaro, por aventurera e imprevisible, hay que vivirla con
contenida emoción y en vibrante tensión, que es precisamente la esencia misma
de esta tan romántica modalidad cinegética, y hasta tal punto es así que, una
vez que se produce el desenlace, fuere el que este fuere, el que es auténtico
aficionado al pájaro parece reflejar en su cara, de forma totalmente espontánea
y natural, como una especie de tristeza y pena, en el sentido del que quiere
transmitir que su único gozo y felicidad estaba en ese misterioso y tenso
enredo, que se traían entre sus picos, el campesino y el de la jaula, y que una
vez concluido por la muerte del invitado parece morir también con él tal
desenlace, toda la ilusión y el anhelo, que el pajarero albergaba en su
interior.
Todo
lo demás que se asemeje a hacer percha y recorrer esta vereda por andurriales
de artificialidad, no es el arte de la caza del reclamo de perdiz. Es……., vaya
Vd. a saber, lo que es” .
Ignacio
Palomo Izquierdo