sábado, 12 de junio de 2021

LAS VARAS DE MEDIR

          Ahora que la muda ha dado comienzo o se está en las puertas de ello y en la que, desgraciadamente, se quedan muchos reclamos en el camino, quiero hacer una reflexión sobre lo que en su día fue y hoy, ya no está con nosotros. Eso sí, aunque a veces no se puedan olvidar momentos, situaciones, anécdotas.... y, por supuesto, buenos pájaros de jaula, debemos, yo el primero, mirar hacia adelante y no lo contrario. Lo que tenemos en nuestro jaulero en el día de hoy es lo que hay. Lo que ya no está con nosotros es solo historia.

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  Desde siempre se ha dicho que las comparaciones son odiosas y, por lo que a mí respecta, pienso que a quien lo dijo por primera vez, no le faltaba ni un ápice de razón, al menos, cuando hablamos de seres vivos, fundamentalmente, si quien es objeto de comparación ha sido o es cercano a nosotros.

En esta línea, cuando una persona o animal lo tenemos como referencia por sus características, forma de ser o de actuar, debemos tener muy claro que lo bueno o lo malo que a él le acompaña o ha dejado como legado, si ya no está entre nosotros, nunca debe ser, porque a la larga es perjudicial, motivo de cotejo, puesto que, aunque pueda haber ciertas similitudes entre el patrón y lo comparable, en el fondo cada uno es único e irrepetible. Por lo tanto, aunque más de una vez lo hayamos hecho, el poner como ejemplo a Fulanito o a Menganito para, a partir de ahí, sacar conclusiones, es un auténtico error si nos referimos a un ser humano y, porque no, a cualquier animal de compañía.

Por consiguiente, trasladando las comparaciones al mundo cuquillero, debemos intentar no utilizar varas de medir para nuestros pájaros de jaula, puesto que, afortunadamente, cada reclamo es único. Ni mejor, ni peor, único. De hecho, por más que nos empeñemos, el comparar solo nos va a traer sinsabores, máxime cuando debemos tener siempre presente que las situaciones iguales nunca se repiten y ello es una máxima pajaritera evidente e incuestionable. Consecuentemente, si tenemos la gran suerte de dar en cualquier momento de nuestra vida cuquillera con un fuera de serie o pájaro de primer nivel que ocupe lugar en nuestro jaulero, aunque no es fácil mantener la compostura, lo peor que podemos hacer es echar mano de él como patrón de medida.

 El utilizar a un reclamo de perdiz puntero como regleta de examen para evaluar y poner nota a los que viene detrás, no es de recibo y, mucho menos, positivo. Y es así porque, posiblemente, si entramos en cotejos, a los componentes de un determinado jaulero que conviven con un gran ejemplar o todo lo que viene detrás, si el figura ya ha pasado a la historia, no le demos el valor que realmente tienen; es decir, los infravaloremos y ello no es de justicia, pues en el fondo, si exceptuamos los "cantamañanas" o mochuelos, cada reclamo tiene sus cosas positivas y sus cosas menos buenas.

En resumen, al no existir nunca dos pájaros iguales, porque no los hay -máxima irrebatible e incuestionable-, el estandarte de nuestro jaulero no puede desplazar o no debemos permitir que lo haga a otros reclamos que convivan con él o que le hayan sucedido, por muy bueno que sea o haya sido. De este modo, aunque he tenido la suerte de haber contado con dos de primerísimo nivel -El de Manué y Chimenea-, la experiencia me recuerda que con cualquier otro pájaro se pueden vivir excelentes lances y disfrutar al máximo. Por el contrario, si siempre seguimos teniendo presente a quien fue un figura -si damos con él-, nunca disfrutaremos del presente, puesto que, desgraciadamente, no valoraremos lo que tenemos como debe ser y veremos más faltas que actuaciones positivas.

Como punto y final diré que cuando se fue el de Manué, se me vino “el mundo encima” y todo lo que tenía en aquellos momentos en el jaulero y en los próximos años me parecían de segunda o tercera división, pero poco a poco me fui dando cuenta que el comparar no tiene sentido y empecé a valorar con rigor a los que fueron sus compañeros y a disfrutar de nuevo con los mismos. De esta manera, cuando Chimenea dijo adiós, aunque lo sentí, porque era un auténtico pájaro de jaula de primerísimo nivel y una verdadera gozada verlo en el pulpitillo, no pasó de un suceso más y seguí saliendo al campo a pasarlo bien con otros reclamos que convivieron con él o llegaron a mis manos poco después. No hay otra, el vivir de recuerdos no es la solución.                                          

lunes, 7 de junio de 2021

REFLEXIONES SOBRE LA PASION POR LA CAZA DE LA PERDIZ CON RECLAMO.

      Hoy traigo al blog esta reflexión personal de Nacho Palomo sobre nuestra ancestral modalidad cinegética. En ella, nos expone, según su punto de vista, lo que supone ser cuquillero y cómo debe actuar desde diferentes ámbitos.

          Además, decir que pronto este blog quedará en Stand by hasta septiembre, como ha sido norma, año tras año. El descanso es importante para todos.

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“Para hablar del Reclamo de Perdiz, lo primero que se debe plantear un aficionado es la explicación a la pregunta de por qué se lleva a cabo esta modalidad de caza y por qué este individuo, llamado perdigonero, pajarero, cuquillero, jaulero o reclamista, permanece sentado en un aguardo contemplando semejante escena y participando en ella con el consiguiente desenlace del abate de la pieza de caza.

El pajarero no practica este arte por matar, ni siquiera por cazar entendiendo la caza como búsqueda de la muerte del animal cazado, para los que así la entiendan. Primera convicción imprescindible para comprender algo de todo esto. Es arte venatorio por asociación entre el hombre y un animal, en este caso su reclamo -un macho de perdiz- como se podría desarrollar en otras modalidades: la cetrería, los galgos, el hurón, la propia perdiz al salto con perro, la montería, etc.

Al contrario, lo hace por disfrutar de esta modalidad como un río caudaloso y desbordado de identificación con la reina de la caza menor: la perdiz roja y en su momento previo a la reproducción persiguiendo lo que esta ave esquiva y brava atesora en su interior, su comportamiento, sus reacciones y la belleza de su contemplación oculta en plena naturaleza, no así su posesión una vez abatida. No hay que ser perdiz para comprender lo que siente un cuquillero, pero casi. En ocasiones ni siquiera este protagonista, con papel secundario asignado, es capaz de describirlo; tal es el trance y la pasión vivida con su reclamo mientras se desarrolla el lance que muchos no alcanzamos a describir esta situación.

No creo que se busque satisfacer una libido especial sino una contemplación privada, exclusiva y privilegiada del momento breve en el tiempo pero más hermoso, plástico y sonoro de un ciclo inigualable que desarrolla una especie dotada especialmente para hacerlo de una forma maravillosa y única, exclusiva. De esto último no creo preciso explicar lo que es la perdiz para un cazador, aun no siendo pajarero. Da igual, por tanto, ser hombre o mujer quien lo persiga o cofrade de más o menos alta capa social. La pasión por el reclamo es la misma porque está fuertemente arraigada a la esencia de la caza y en los valores del cazador en su búsqueda del protagonismo que le permite la propia naturaleza, solo que, en este caso, es espectador privilegiado.

Perdiz roja es igual a bravura y montaraz entendido, este último concepto, como indomable, salvaje y rebelde. Encelada equivale, además, a pendenciera, luchadora y agresiva sin cuartel al margen de su capacidad física y tamaño, no por ello menos capaz de dominar su territorio. La perdiz desarrolla y aflora tal cúmulo de recursos, matices, y argumentos interiores en el trance al que se presta en ese momento que sube su catalogación como especie a posición elevada en el crisol resultante de la evolución animal, plasmado como un sello genético mucho más notable que en el resto de su ciclo vital anual. Imaginemos a la codorniz, por ejemplo, ave valiente y similar en ello; al venao en su berrea; al propio cochino en celo que describe el aguardista; al corzo esquivo tras su hembra, que ejerce instinto de territorialidad indudable y pelea con otro macho territorial. Recursos contundentes, es verdad; lección y espectáculo enorme para los sentidos, es cierto. Pero todos ellos previsibles. La perdiz en celo - contrariamente- sorprende y apabulla, destapa todas sus esencias sin complejos y nadie, repito nadie, ni siquiera el jaulero más experto es capaz de aventurar lo que va a ocurrir en cada lance y en su puesto, defendiendo la perdiz su territorio como lo hace. He ahí la trama y el nudo de esta devota afición y pasión. He ahí la causa de nuestros desvelos perdigoneros: Lo que llega a hacer la Reina para defender sus querencias.

Tampoco es el celo, es lo que éste supone. De hecho, lo que el par campero defiende es su lugar previamente conquistado, con finalidad de cría ulterior, espacio imprescindible para desarrollarla. Por lo tanto, es por su terreno por el que pelea el macho enjaulado disputándoselo al del campo, al invadirlo desde el repostero.

La trama, el escenario y las luces también son muy especiales. Parece como si la Reina eligiera, por ella misma, el lugar donde batirse. De ahí, entre otras razones, la necesidad de conocer sus costumbres y el acierto en la idoneidad de la colocación del escenario y las causas de los errores cometidos cuando el campo se atranca y no acude al lugar elegido, simplemente porque es el equivocado.

El perdigonero asiste, pues, en primer lugar al debate; a la lucha, poco después. Solo por una razón de pacto no escrito, de complicidad y asociación previamente construida, le debe correspondencia al pájaro de su jaula al que ha debido encelar debidamente pero, previamente, acostumbrarle a su presencia y complicidad, acabando el lance con la muerte del campero en forma, tiempo y lugar exactos. No goza el de la jaula de compañía de hembra, ni posee territorio alguno. Por lo tanto, su “socio” contemplativo viene obligado a acabar, en correcta forma y con los adecuados medios un mandato natural, confiado y respondiendo a la bravura de su reclamo: el desenlace a esa pelea salvaje, pero a su vez ancestral, inigualable y exclusiva cargada de dramatismo pero auténtica cada vez que se aproxima al campo con su jaula en la espalda y se siente parte fundamental del mismo. No le queda otro remedio que cumplir con su papel y más que le pese llevarlo a cabo.

Solo en este momento último -el del disparo-, podríamos considerar el hecho como común con las demás formas de la venatoria. Juzgar esta caza en función del resultado o la dificultad física para abatir la pieza sigue siendo algo banal, secundario y circunstancial para el cabal perdigonero, a quien toda esta guisa general le importa un bledo. Véase, como prueba de este extremo, que la tertulia pajarera anterior y posterior a la caza del reclamo rara vez versa sobre el tiro, la escopeta, los cartuchos, el número de las abatidas pues siempre se cuenta el desarrollo del puesto, el comportamiento de la jaula, el campo, la aproximación, los cantos, los movimientos, el triunfo o el fracaso del reclamo, etc. Es decir, aquello que realmente interesa: la obra. Los balances, los números, los resultados en piezas, las jornadas cinegéticas -todo ello- es accesorio a esta caza, porque caza es, al final. Pero nada de ello es comparable con lo que busca el auténtico aficionado: sacar billete en palco “vip” para poder sentir, presenciar y participar en esta obra, aunque conociendo lo que se trae entre manos.

El conocimiento por parte del aficionado de cuanto significan todos los cantos de su reclamo según sus tonos y circunstancias; el saber interpretar debidamente las actitudes que adoptan en cada momento; el dominar y conocer los secretos de este o aquel puesto con sus muchas peripecias, que son el hilo, raíz e historia de un desenlace, son de un placer y de una emoción que no podría comprender jamás quien ignora este mundo de la caza de la perdiz con reclamo y ello es así porque no es fácil de comprender a un pajarero, a un soñador.

La cacería del pájaro, por aventurera e imprevisible, hay que vivirla con contenida emoción y en vibrante tensión, que es precisamente la esencia misma de esta tan romántica modalidad cinegética, y hasta tal punto es así que, una vez que se produce el desenlace, fuere el que este fuere, el que es auténtico aficionado al pájaro parece reflejar en su cara, de forma totalmente espontánea y natural, como una especie de tristeza y pena, en el sentido del que quiere transmitir que su único gozo y felicidad estaba en ese misterioso y tenso enredo, que se traían entre sus picos, el campesino y el de la jaula, y que una vez concluido por la muerte del invitado parece morir también con él tal desenlace, toda la ilusión y el anhelo, que el pajarero albergaba en su interior.

Todo lo demás que se asemeje a hacer percha y recorrer esta vereda por andurriales de artificialidad, no es el arte de la caza del reclamo de perdiz. Es……., vaya Vd. a saber, lo que es” .

 

                                        Ignacio Palomo Izquierdo