miércoles, 30 de septiembre de 2020

LAS CUALIDADES DE NUESTROS RECLAMOS

       

     Un pájaro precioso que luego no dio los mínimos.


 

Aunque, como se suele decir, para gustos los colores, todo aficionado a la caza de la perdiz con reclamo tiene unos puntos de partida y un objetivo final para los reclamos que componen su jaulero o gallera. En unas palabras: que cada uno sabemos, o queremos saber, lo que deseamos con nuestros pájaros de jaula. Lo que pasa es que al haber tantos gustos como aficionados, pues al ser como los reclamos -únicos e irrepetibles-, tenemos infinidad de prototipos de machos de perdiz para nuestras jaulas.

 

Decir que yo tengo una idea específica de reclamo es como decir que hay miles de ellos, pero como en la diversidad está el gusto, vaya la mía sin olvidar que todos buscamos lo mejor en los que nos acompañan año tras año: buenos, bonitos y baratos. Lo que pasa es que reunirlo todo es imposible, a no ser que hiciéramos una aleación o amalgama de varios de ellos.

 

Tengo que puntualizar que, a primera vista, no me importa en demasía o, al menos, no es excluyente su morfología externa, siempre que mantenga unas mínimas hechuras, pero no me fijo en exceso en detalles o caprichitos, que para otros aficionados pueden ser importantes. Eso sí, no me gustan los ejemplares grandes, ni con espuelas de tal tamaño, pues he comprobado que suelen ser fuertes de recibo, pero tampoco son unas características de rechazo.

 

Una vez en casa, porque en un principio no se suele advertir lo que lo traen consigo, ya que solo se aprecia el fenotipo o aspecto exterior, en lo primero que me paro es en comprobar su nobleza, no la mansedumbre, porque hay pájaros nobles que no son excesivamente mansos -el de Manué y Chimenea, dos reclamos de primer nivel, fueron dos ejemplos de ello-. A continuación, si tengo la suerte de escucharlos cantar en casa, valoro su música -no perfecta, pero sí una cosa normal-, porque pájaros con cante de mayor o cuchichío picado o deslavazado no los quiero, aunque puedan servir como reclamos. Más tarde, aunque puede ser antes que el cante, si saca agua, hace el Cristo, se echa para atrás… malo. Por ahí, tampoco paso.

 

Con estas tres premisas, indispensables e innegociables para mí, llega la segunda parte: su trabajo en el campo, máxime cuando hay perdigones que ni cantan en casa, ni se mueven, pero que, cuando están en la jara, son todo lo contrario. Por tanto, lo primero que exijo es una pronta salida y trabajo más o menos constante, con o sin campo de oída. No tengo que decir que no quiero un reclamo que solo canta cuando escucha el campo, pues eso y nada es todo lo mismo, aunque haya días que este tipo de ejemplares, "cantamañanas", puedan dar un buen juego.

 

A continuación, busco que sepa marcar los tiempos cuando se le acerquen las patirrojas camperas, que se venga "abajo" cuando estas últimas estén cerca, que reciba más o menos ortodoxamente, que no abuse de las bulanas y que no pinche en hueso en la suerte suprema. Es decir, que utilice el "capote de brega", que cargue el tiro y reinicie una nueva faena.

 

Obviamente, el titeo, el recibir sin moverse, el casi ni escucharle cuando se acercan las montesinas, el levantar campo, el mandar a callar, el meloseo con las hembras… son actitudes y aptitudes que nos gustaría que reunieran nuestros reclamos, pero no pueden ser excluyentes si no las ponen en práctica porque, entonces, los jauleros estarían vacíos. Y cuidado, aunque parezca vulgar y que así los tiene cualquiera, si un pájaro de jaula reúne la nobleza, la salida en cuanto se pone en el campo, que trabaje durante un buen espacio de tiempo, música medianamente aceptable y que reciba y cargue tiro, sobra y deberíamos darnos por satisfechos. Buscar mucho más, posiblemente, será no dar nunca, si no hay suerte, con uno de ellos. Entramos en el mundo de los "banderas" y eso son palabras mayores pues, como siempre se ha dicho, de este personal hay quien se va a la tumba sin tener uno de ellos. Por tanto, todo lo reseñado en este escrito va enfocado al reclamo normal que nos gustaría tener y que más de una vez hemos tenido, sin pedirle mucho más. Es decir, el pájaro que nos hacer vivir, si no ocurre algo inesperado, buenos lances, que es de lo que se trata: divertirnos cuando salimos al campo a echar el día de perdigón.


    Para ir concluyendo, decir que hay una cualidad, el picoteo en los dedos, que a todo el mundo le encanta y con el que casi siempre "picamos" al comprar un macho para jaula. El problema surge que cuando abusamos de tal circunstancia, a veces, terminamos convirtiendo a nuestro reclamo en muñequero y todos sabemos cómo suelen actuar los que son así: muy bonitos y llamativos por las monerías que suelen hacer en casa, pero cuando los sacamos al campo y lo dejamos solo en el tanto o farolillo, nos tenemos que sentar al lado de donde está atalayado para que nos vea y canten, aunque hay excepciones de pájaros muñequeros que luego sirven en el campo.

 

Como epílogo, me queda por reseñar que un reclamo sin salida y que si el campo no canta no abre el pico, o que se queda mudo tras el tiro no lo quiero ni en pintura, pues son formas de actuar  que van con las actitudes intrínsecas del reclamo y, normalmente, no se suelen corregir, aunque pase el tiempo y se le den muchos puestos. Y como punto final, porque no se me puede quedar en el tintero, decir que hay pájaros de jaula más bien feotes, bravos y ariscos, con cante no muy ortodoxo -incluso bastante deficiente-, que “toman copas”, que se mueven más de la cuenta…. que, aunque a mí no me gusten, ni los quiera, no quiere decir que no sirvan como reclamos, pues muchos de ellos dan más que el avío. Por el contrario, muchos aspirantes a reclamos que han llegado a los jauleros de muchos aficionados y, aun teniendo una estampa envidiable, mansos y y con muy buena música, al final han visto puerta porque todo se ha quedado en eso: pájaros de salón que cuando salen al campo son unos auténticos mochuelos.

 

viernes, 25 de septiembre de 2020

CUANDO SE LLEVA EN LOS GENES, NO HAY VUELTA A ATRÁS

      Siguiendo con las colaboraciones, Diego Gil me envía esta emotiva historia-vivencia sobre el cariño que su hijo Álvaro demuestra día a día sobre la caza en general y, en especial, por la del reclamo. Es obvio que nacer en una familia de cazadores condiciona, pero como él dice, los genes tiran mucho.


Imágenes cedidas por Diego Gil

Esta historia se remonta a febrero de dos mil trece. Mi hijo Álvaro tenía por aquellos entonces casi tres añitos, pues su cumpleaños es en abril, y yo estaba con unas ganas locas de podérmelo llevar al puesto, pero siempre me encontraba con la oposición, cosa normal, de su madre que me decía que si estaba loco y que por nada del mundo iba a permitirlo. Pero, una soleada tarde de dicho mes, mi mujer tenía que ir con unas amigas a merendar y, debido a ello, me dijo:

 

-       Diego, ¿te quedas con el niño?

 

-       Claro, por supuesto -le respondí.

 

Pues bien, tras salir de la casa para ir al café, salgo volando para la habitación de Álvaro, le busco ropa adecuada para el campo y para el frío y lo visto. A continuación, nos vamos al cuarto de los pájaros y como el niño vive la afición como si fuera yo, y conoce a todos mis pájaros de jaula, muy emocionado me dice:

 

-       Papá, nos llevaremos a mi pájaro, ¿verdad?

 

-   Sí, hijo sí. Nos llevaremos al Vega -le respondí, a sabiendas que él quería salir con el mejor de aquellos momentos, un pájaro puntero de una granja de Cuenca.

 

A continuación, metemos todo los arreos en el coche y raudos y veloces nos dirigimos a la Sierra de Borbollón, en nuestro pueblo Cuevas del Becerro, en la provincia de Málaga.

 

Al poco tiempo, tras larga y esforzada caminata nos encontrábamos en todo lo alto y nos dirigimos a un puesto de piedra que yo conocía, pero al llegar al mismo, desgraciadamente, estaba “en ruinas”. Así que no nos quedó más remedio que ponernos a levantarlo a marchas forzadas, pero con la maravillosa sorpresa de que mi hijo Álvaro no paraba de hacerme preguntas, mientras me ayudaba en lo que podía con dicha edad:

 

-       Papá, ¿por qué lo hacemos aquí?

 

-       Papá, ¿dónde se pone al pájaro?

 

-       Papá, ¿por qué tapamos esto?

 

Obviamente, aquellas preguntas eran una satisfacción para mí como padre, porque como se dice, preguntando se aprende. Pero lo grande del tema fue que no me daba tiempo arrimarle matagallos -arbusto de sierra- para tapar los agujeros que había entre las piedras del aguardo, pues era una verdadera máquina en dicho quehacer. Y en ello andábamos, cuando una pareja de patirrojas empezó a dar señales de vida por los alrededores del colgadero. Como no paraban de canturrear, El Vega, con la sayuela echada, empezó a reganarles. Entonces, mi hijo, atento a todo lo que ocurría, me preguntó:

 

-Papa, papá, esas perdices que están cantando, ¿van a venir a pelear con mi pájaro?

 

-Pues, si tu reclamo lo hace bien, cosa que no dudo, seguro que vendrán.

 

Pues sin entrar en muchos detalles más, pusimos al Vega en el repostero de piedra y no metimos en el puesto con la suerte de que a los pocos minutos, tras un fenomenal trabajo de nuestro reclamo, le entró con gran valentía la pareja de montesinas y para que Álvaro no perdiera detalle, lo aupé para que mirara por la tronera, momento justo cuando los dos camperos se habían subido a las inmediaciones de la jaula para pelearse con él, situación que aprovecha el Vega para imponer su ley y darle picotazos a los dos, lo que hizo que de nuevo las camperas se echasen al suelo.

 

Álvaro, con los ojos como platos, no perdía detalle, lo que aprovecho, tras decirle que se tapara los oídos para que no le hiciera daño la detonación, para de una perfecta carambola, abatir a los dos componentes del par, que quedaron sin mover una pluma.

 

Ni que decir tiene que tanto mi hijo como yo estábamos locos por salir a recoger a ambos, pero había que esperar un tiempo para que el reclamo hiciera un buen entierro. Momentos en los que pensé la lección cuquillera que había recibido mi hijo y que con ella quedaría empicado para toda la vida. Como así ha sido.

 

Como empezaba a hacer frío, salimos del puesto.  Álvaro loco de alegría manoseaba y peinaba los pájaros mientras yo le hacía infinidad de fotos para el recuerdo, pero había que marcharse, pues había que llegar a casa lo antes posible, lo que hicimos en un periquete, pero con una alegría que ninguno de los dos podíamos disimular.

 

Mas tarde, cuando llegamos a casa, mi mujer con cara de no muy buena amiga nos esperaba, pero Álvaro corrió hacia ella y tras darle un beso, le dijo:

 

-    Mamá, no veas como he disfrutado. El Vega ha ganado y se ha cargado una collera de perdices

 

-   Entonces, ¿te has divertido? -le dijo la madre, ya con otra cara.

 

       Álvaro con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, le respondió, mientras yo me derretía de felicidad como un terrón de azúcar:

         

-   Claro mamá. A partir de ahora voy a ir siempre con papá al puesto.

 

Desde entonces, han pasado seis años, los mismos que mi hijo Álvaro lleva acompañándome a los puestos. En este tiempo, ha ido aprendiendo los valores que debe tener todo cazador que se estime con tal y el profundo respeto y cariño hacia nuestra madre Naturaleza. Con ello se siente feliz y yo como padre no tengo palabras para describir lo que siento.

 

Eso sí, nunca ha habido descuido por los estudios, porque para él, el campo y la caza son una motivación extra. Si hay buen comportamiento y buenas notas, como ocurre, siempre me acompañará, si no, ya él sabe. Y, afortunadamente, hasta la fecha nunca voy solo, pues mi hijo siempre me acompaña.

 

Para finalizar, me gustaría deciros a todos los que tenéis hijos de corta edad o nietos, que no dejéis de inculcarles a los mismos  el amor y el respeto por la caza -en cualquiera de sus modalidades- y la Naturaleza, pues ambas se lo merecen de sobra.

 

 

                                              Diego Gil, Cuevas del Becerro.

 


martes, 22 de septiembre de 2020

¿ES TAN FÁCIL DIFERENCIAR EJEMPLARES DE CAMPO O GRANJA?






           Imágenes ya publicada en este blog el 12-03-16

A veces, me sorprendo por la facilidad que tienen algunos aficionados a la hora de distinguir, a las primeras de cambio y simplemente con echarle una ojeada la procedencia de un reclamo o, de paso, si lo que puebla nuestros campos y entra en plaza son patirrojas autóctonas o de repoblación.

Sobre dichas apreciaciones a “salto de mata” no me puedo pronunciar sin el debido respeto hacia quien las realiza, pero tengo que decir que la experiencia me dice que, al menos para mí, el tema no es tan fácil, ni mucho menos, aunque se esgriman para ello diferentes singularidades de nuestra perdiz roja como pueden ser el policromatismo: colorido de la ”corbata”, el del la pechuga, el de las patas… o, bien, la el tamaño de los ejemplares, extensión de las cejas o de del negro de la collareta, las escamas de las patas, la conformación de las espuelas o garrones… Y no es fácil porque el que lleve algunos años de pajaritero bien sabe que, incluso hablando de perdiz salvaje, nos podemos encontrar con diferencias muy significativas entre ejemplares autóctonos de un hábitat u otro. Es decir, no existe un patrón fijo en cuanto al fenotipo o apariencia externa, pues no todas las camperas tienen el mismo tamaño, ni la misma conformación física, ni su plumaje, dentro de unos patrones, posee el mismo colorido... Ahora bien, si nos referimos a la diferenciación entre perdiz auténtica y de repoblación, aunque pudiera parecer más fácil, que en teoría debería serlo, debo decir que tampoco lo es. Y no lo es, y eso es importante, porque, tras muchos años de estudio, trabajo y esfuerzo se va consiguiendo una perdiz de granja con la máxima pureza tanto fenotípica como genotípicamente hablando. Así, decir a la ligera, campo o granja, creo que, como mínimo, es una frivolidad. Otra cosa, pero entraríamos en otro tema, sería el comportamiento en el campo.

Pues bien, nada más que hay que darse una vuelta por grupos de whatsapp, foros, Facebook… para advertir que lo que he expuesto anteriormente no está muy lejos de la realidad. Ni que decir tiene que el binomio campo-granja siempre ha estado, está y estará a la orden del día, aunque no debería ser así, aparte de que, como he expresado, yo, al menos, no le tengo claro y he visto en mis ya muchos años con la jaula a cuestas muchas patirrojas. Pues quitando el escobillado de las puntas de las primeras remeras, característica clásica de los ejemplares de granja, del resto todo es más que discutible. Por ello, quien, a las primeras de cambio, asegura y certifica campo o granja, incluso visionando imágenes de jóvenes ejemplares, creo que no sabe lo que dice o, por el contrario, es un fenómeno en esto del reclamo. Es más, si por la perdiz de granja ya ha pasado una buena muda en el campo, las tonalidades de su colores han cambiado y ha desaparecido el deterioro de la punta de las plumas rémiges más largas, entonces no digamos.

Sobre el tema y para terminar diré que en marzo de dos mil dieciséis planteé en este blog una encuesta basada en fotos de cabezas y patas de ejemplares abatidos -que he plasmado al principio- para ver quien acertaba en la dualidad campo/granja. Pues bien, de las casi 40 aportaciones, solo acertó uno, el resto erró. Lo que nos dice que no es el tema tan fácil como parece. 


lunes, 14 de septiembre de 2020

GRANDES INVENTORES DE INFINIDAD DE DETALLES.


U

na de las cosas que tenemos en común todos los aficionados al reclamo, es que por nuestras venas corre algo de G. Bell, T. Edison, A. Nobel, I. Newton… Es decir, ser, aunque a pequeña escala, grandes inventores.

Enseres y pertrechos, jaulas, casilleros y cajones de muda; esterilla y sayuelas, portátiles y sus adecuaciones para el uso del material audiovisual, reposteros metálicos… en manos de cada aficionado, tienen un punto personal que los hacen distintos a los de los demás. Y no es que los de otros no sirvan, sino que cada uno de nosotros a un determinado artilugio, por llamarle de alguna forma, le añadimos una serie de variantes para que, según nuestro prisma óptico, funcione mejor o se adecúe más a las necesidades del guion. Incluso inventamos montones de mecanismos e historias para coger a los reclamos y no hacerles daño durante su manipulación. ¡Hasta trabas para que no se hagan daño unos a otros cuando se mudan en sueltas con varios ejemplares!

Así, por citar algún ejemplo que confirme mis palabras, voy a analizar detenidamente uno de los “chismes” más utilizados por cualquier aficionado al reclamo: el tanto, farolillo, tanganillo, matojo, pulpitillo, arbolillo, maceta, peana…, como es conocido en distintos lugares de nuestra piel de toro. Si ya tiene innumerables formas de nombrarlo, porque se utiliza en cualquier rincón de nuestra tierra, bastantes más variantes posee, pues siempre andamos maniobrando, para ver qué se nos ocurre y que nuestro invento sea la revolución y la admiración de quienes lo ven de otra forma.

Pues bien, nuestro citado farolillo, o como queramos llamarlo, en un principio, suponía una maravillosa “obra de arte” realizada con la vegetación del lugar: jaras, jaguarzos, tomillos, matagallos, chaparras, retamas, coscojas… y en cuya fabricación se perdían un buen "puñao" de minutos. Sin embargo, con la llegada de la tecnología, la comodidad y la avaricia de bastantes aficionados, por dar varios puestos en una jornada de caza -alba, sol y tarde-, se han transformado en un artilugio más o menos sofisticado, pero el mejor en cada caso, según su propio inventor y, en la mayoría de las veces, fabricante.

Si ya en el mercado podemos encontrar un sinfín de utensilios y accesorios para el cazador, estos los podemos hallar con multitud de variantes técnicas, encaminadas todas ellas a proporcionar mayor calidad y prestaciones. Pero ahí no queda la cosa, sino que una vez adquirido, cuando llegamos a casa, vamos y le realizamos un buen número de cambios y arreglos porque consideramos que, aunque está bien, no es de nuestro total agrado. Es más, en los talleres de cada uno de los jauleros, siempre hay multitud de proyectos sobre mejoras a realizar en los diferentes modelos que tenemos en mente. Así, desde la simple barra metálica con una fijación en la parte alta para colgar la jaula y un “pulpo” de goma para sujetarla a ella, hasta artilugios desmontables muy sofisticados con correderas para subirlos y bajarlos según las necesidades del terreno y cazadero, hay cientos y cientos de modelos que, sin lugar a duda, son el mejor en cada caso, para su correspondiente dueño.

Una vez que nos hemos parado en ver la enorme cantidad de artificios que utilizamos para colgar a nuestro reclamo, podemos seguir con otro de los accesorios del perdigonero: las jaulas.

Si partimos de la base que todas son circulares en su fondo y con terminación ahuevada, el resto de ellas, es pura singularidad. El tamaño, el número de alambres y el tipo del mismos, la forma de las puertas y piqueras, con o sin comedero dentro, anilla o gancho para cogerla, el suelo, su forma y material para fabricarla, los “gorritos antisaltos”, el tratamiento de los alambres y su pintado, los aros de madera, PVC o alambre… Pues bien, cada uno de estos apartados anteriores han consumido horas y horas de la vida de muchos aficionados, rompiéndose la cabeza, con el firme propósito de conseguir la solución de muchos chascos, siempre según ellos, por los que han pasado. Las jaulas, aunque lo normal es que las adquiramos en el mercado y, muchas de ellas, a más que buen precio, existen multitud de “arquitectos” que han diseñado sus propios modelos, porque lo que se vende no es de su gusto o, bien, porque les va la “marcha”. Y lo grande del tema, en este caso, es que muchos de los artesanos-inventores logran verdaderas obras de arte dignas de los mejores elogios.

Siguiendo con otros de nuestros cachivaches, los casilleros o tableros y los cajones de muda sean adquiridos o construidos por los propios perdigoneros, están repletos de mil y una variantes o mejoras, bien para evitar que gorriones, tórtolas y otras aves puedan acceder a su comida, o bien para que los reclamos estén más cómodos y le sea más fácil y provechosa su estancia en los mismos. Así, compactos de dos o tres jauleros para el traslado al campo, infinidad de tipos de comederos, bandejas para los excrementos, amarres para las jaulas, puertas de entrada, diferentes tipos de barrotes y distancia de separación de los mismos, adosados para el arenero, geniales muebles con varios departamentos, verdaderas obras de arte de mampostería, con ubicación adecuada para aprovechar mejor las aportaciones del astro rey…

Y así podríamos seguir, líneas y líneas, enumerando inventos y descubrimientos, porque nuestro “coco” nunca está descansando, sino dando vueltas continuamente en busca de progresos que repercutan en el bienestar de nuestros reclamos y, con ello, la mejora, cuando llegue la hora, de su rendimiento. De esta manera, los asientos, esterillas, sayuelas, ganchos…, tienen cuarenta mil “historias”, simplemente porque lo hemos vistos en otros compañeros o porque pensamos que de tal o cual forma, es mucho mejor.

Y para ir terminando, no podemos olvidar el aguardo, base fundamental de todo cuquillero, conjuntamente con el pájaro y la escopeta. Sin lugar a equivocarme, puedo aseverar que hay tantas variantes como aficionados. Dar con dos iguales es casi imposible. Si en un principio lo eran, porque los comprábamos de tal o cual procedencia o nos los hizo un determinado artesano, en cuanto llegan a casa, comenzamos a acometerles nuestros correspondientes arreglos. Así, barras para soportar la escopeta, agujeros y enganches para apoyarla, pequeñas troneras aquí y allí, para tal o cual función, correas de este tipo o de otro para su transporte, enganches para la bolsa de cartuchos, techos para no ser vistos o para los días de lluvia…

Por último, con la irrupción masiva de grabadoras, se maquinan un sinfín de artefactos y adecuaciones en el aguardo, para con ello poder inmortalizar grandes lances o para que el resto de aficionados pueda opinar -con no muy buena nota la mayoría de las veces, porque no existe patrón fijo a la hora de enjuiciar un lance-, sobre la actuación de tal o cual reclamo y la del aficionado que está tras el aguardo.

Obviamente, todo aquel que no sea aficionado y tuviera acceso a todo el “tinglao” que nos tenemos montado para cazar nuestros reclamos, diría:

- ¡Así, cualquiera!

Sin embargo y para nuestra desgracia, a este buen señor que hizo tal aseveración, se le olvidó lo más importante: el reclamo. Y, desgraciadamente, aunque hayamos inventado mil y un artilugio de todo tipo, más de una vez y más de dos, a estos no se les saca el provecho deseado, porque el protagonista principal de la película, “Fulanito”, “Menganito”, “Zutanito” o como se nos haya ocurrido llamarle, no se merece que, quien está observando su deplorable faena desde el aguardo, haya gastado horas y horas de su vida para ofrecerle lo mejor. 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

¿SON SUPERIORES LOS RECLAMOS DE PROCEDENCIA SALVAJES A LOS NACIDOS EN CAUTIVIDAD?

           
           Una imagen de Chimenea, un reclamo puntero de granja.

   Desde que aparecieron los primeros reclamos nacidos en cautividad, allá por los años 80, siempre ha habido una gran disputa entre los defensores y detractores de unos y de otros, circunstancia que se ha tratado en todos los foros, grupos e, incluso en este blog. Por ello,  una vez más, por ser importante, lo traigo aquí de nuevo para su debate. Ni que decir tiene que: ¿campo o granja? está en boca de una gran mayoría.

                                 --------ooOoo---------


      Sobre esta complicada respuesta, de la que han corrido y siguen corriendo ríos de tinta, al menos yo lo tengo clarísimo, discutible pero clarísimo, no son superiores los de campo a los de granja. Consiguientemente, bajo ningún concepto el reclamo salvaje, aunque haya quien lo asevere -situación más que respetable-,  es superior o de mayor calidad que el nacido en una explotación cinegética. Puede haber reclamos buenos y malos, pero que los buenos de monte son de mayor calidad que los buenos de granja, nada de nada.

Pues bien, basada esta introducción en una apreciación personal que puede ser compartida o, por el contrario, totalmente cuestionada, debo decir que esta aseveración no se trata de un criterio personal sin más, sino que está fundamentada en muchos años cazando el perdigón y observando, in situ, reclamos de campo y de granja, pues desde que tuve el primer pájaro de jaula de granja, Castelar, allá por los años mil novecientos ochenta y algo, hasta la fecha, mi jaulero ha dado cobijo a numerosos reclamos de campo, cada vez menos, y otros tantos criados en cautividad. Por tal razón, puedo sustentar mi opinión indicando que, en estos años, sobre treinta y muchos, no ha habido supremacía de calidad de reclamos montesinos sobre los nacidos en granjas cinegéticas. Tan es así que, si analizo a los dos pájaros punteros que han pasado por mis manos en este tiempo, el de Manué y Chimenea, si el primero, nacido en libertad, era un muy buen reclamo, el segundo, no lo era menos. Es más, creo que superior, pues aparte de atesorar una música envidiable, sabía perfectamente marcar los tiempos y ofrecerle a cada patirroja lo que necesitaba para hacerla entrar en plaza. Luego, tras el disparo, entonaba un canto mortuorio que ponía los vellos de punta.

Pero, aparte de los pájaros punteros o de bandera, se puede precisar, sin lugar a equivocarse que de los medianos, de los que se suelen tener habitualmente en los jauleros años tras año, tampoco es de recibo el afirmar que los de campo le llevan la ventaja a los nacidos en cautividad, sino todo lo contrario. De hecho, es mucho más fácil que un perdigón de granja sea un “mediacuchara”, que uno de procedencia montesina. En esta línea, podría citar un abanico bastante amplio de reclamos que he tenido, de los que dan el avío, no salvajes y, por el contrario, no tantos de los que una mamá perdiz salvaje incuba, saca y educa en diferentes fincas de nuestra geografía regional y nacional.

Sé, porque el tema tiene migas, que se puede echar mano de muchos planteamientos para contradecir lo expuesto anteriormente, pues el apego a la tradición tira mucho, pero, al mismo tiempo, se puede hacer uso de infinidad evidencias que cimenten la opinión personal que expongo. De esta manera, hay quienes puedan esgrimir que el reclamo campero tiene mejor repertorio musical, que emplea mejor los tiempos en los lances, que recibe mejor, que cada día va mejorando sus recursos, que dura más tiempo de vida útil…, calificativos o formas de actuar que bajo ningún concepto se ajustan a la realidad o, al menos, yo no estoy de acuerdo con ello. Y no lo estoy, porque mi experiencia en el tema me dice que el pájaro criado en cautividad que apunte cualidades, las desarrolla y las pone en práctica, como mínimo igual que el de procedencia salvaje. Es más, para que salga uno que medio sirva de monte, siempre nos encontraremos con varios de granja que medio sirven.  Sin olvidar que su precio, incluyendo que no está permitido comerciar con los nacidos en libertad, aparte de la dificultad a la hora de encontrarlos, siempre será mucho más económico. Y, además, cuidado. Pues, en más de una ocasión, compramos granja por campo, pues la picaresca siempre está en nuestra querida España a la orden del día, máxime, cuando en la actualidad, muchas explotaciones cinegéticas ofertan ejemplares que harían dudar al más docto de los entendidos en el tema. En una palabra, lo de gato por liebre, nunca mejor dicho, sigue en vigor en la compraventa de pájaros de jaula.

 Ahora bien, mientras exista quien compre futuros reclamos de procedencia salvaje o, simplemente hable de ellos, el expolio de nidos, pollos y ejemplares adultos está servido en los ya de por sí debilitados campos de nuestra querida España, pues heridos en jornadas de caza, aunque los hay, nunca podrían surtir a todos los jauleros de miles y miles de aficionados que practican esta controvertida, emocionante y tradicional modalidad de caza.  De hecho, el cazar con perdigones de granja no es una afrenta cuquillera, máxime cuando la creciente demanda de los mismos y los correspondientes estudios genéticos han ido consiguiendo que el reclamo procedente de estas explotaciones cinegéticas, cada día que pasa, se acerque más al porcentaje genético que posee el nacido y criado al amparo de sus progenitores en los diferentes parajes de nuestra geografía. Consiguientemente, no procurar ejemplares nacidos en libertad es una forma de ayudar, aunque sea mínima comparada con otras circunstancias que también afectan a su declive, a la conservación y regeneración de una especie, buque insignia de la avifauna de nuestro bosque mediterráneo, que cada temporada que pasa va disminuyendo peligrosamente sus poblaciones.   

        Eso sí, como ya expresé en el artículo anterior quiero recalcar para que quede bien claro que no soy, ni me considero un profesor en esto del reclamo, sino todo lo contrario, un alumno que quiere aprender de quienes, al participar en el blog, pueden ayudarnos a ver nuevas ideas, situaciones y formas de entender y cazar el reclamo.  


     
                                 

sábado, 5 de septiembre de 2020

LA MUDA EN LAS JAULAS


Hace ya unos años que en distintos medios de comunicación social: grupos de whatsapp, foros, Facebook…. ha existido una verdadera guerra sobre la forma de mudar a los reclamos: con tierra o sin tierra.  Y la verdad es que todos defienden el cómo lo han hecho, pero a veces no valorando como debe ser lo que otros han llevado a cabo. Por consiguiente, considero que es un tema, aunque architratado, muy importante y, por eso, lo traigo a este blog. Además, decir que cada uno lo hace según sus ideas y circunstancias y ello tiene que ser respetado al máximo.

                                   ooooo  O  ooooo

                            
A veces, eventualidades ajenas a nuestra voluntad o, simplemente por dejadez o descuido, hacen que nos salgamos un poco de lo cotidiano o tradicional y alteremos nuestra forma de proceder o actuar. Luego, una vez pasado el tiempo y valorando el nuevo escenario, nos damos cuenta que lo diferente no es ni mejor ni peor, simplemente distinto, por lo que no debemos decir no a nada, sin que tengamos en la manos unos resultados objetivos y cimentados en hechos contrastados y  consumados.

En esta línea, la pandemia en la que estamos metido, y esperemos que no se dilate en el tiempo, ha supuesto un cambio importante en nuestras vidas y una alteración de los hábitos y costumbres que hasta ahora formaban parte de nuestro día a día. De esta manera, se podrían citar infinidad de circunstancias a las que le hemos tenido que dar un giro, porque como dice uno de mis relatos más conocidos y nunca mejor dicho: las necesidades mandan.  Así, el “encierro” primero y la falta de movilidad debido al coronavirus, supusieron que situaciones que llevábamos a cabo de una determinada manera, hubo que dejarlas o, en el mejor de los casos, cambiar la formas de encauzarlas. Y entre ellas, para muchos, entre los que me encuentro, el modo de mudar a nuestros reclamos, pues el nuevo escenario que se ha presentado, ha supuesto que lo que hemos venido haciendo año tras año, en estos momentos no se pueda o cueste trabajo seguir poniéndolo en práctica. Eso sí, para otros muchos, lo aquí expuesto no ha significado cambio alguno porque la pelecha de los reclamos la han podido llevar a cabo sin el más mínimo contratiempo.

Pues bien, tras esta introducción, un poco larga, pero creo que necesaria, entramos en un contexto más que trillado y conocido, pero que no está mal, sin tirar por tierra la opinión de nadie, compartir hechos contrastados de la muda sin tierra de nuestros reclamos. Es decir, permaneciendo estos en sus respectivas jaulas durante todo el tiempo que dura esta transcendental fase anual en vez de en sus cajones de muda con tierra. Y ha sido así, en mi caso, y supongo que en el de otros muchos, porque la situación presentada no nos permitía, por circunstancias diversas, el tener a nuestros perdigones en sus lugares cotidianos de pelecho. En lo referente a mí, al no irme a Punta Umbría -por varias razones-, donde tengo todos los accesorios para tal fin, los componentes de mi jaulero han tenido que seguir en sus jaulas 

De esta manera, como mi abuelo Vicente Lluch, mi maestro en esto del reclamo, lo llevaba a cabo hace ya bastantes décadas, mis perdigones sólo han tomado tierra una vez a la semana durante una jornada completa. Así, de los nueve de ellos que tengo en casa, todos los viernes lo han pasado en tierra tres y lo seguirán pasado hasta que acabe la pelecha, el sábado otros tres y el domingo el resto, Y de esta forma, han ido transcurriendo los meses desde abril hasta ahora. Además, cada semana, tierra nueva y baños de agua casi a diario.

Y mi grata sorpresa, aunque no lo sea porque hace tiempo que se habla de tierra sí, tierra no, ha sido que todos están mudando adecuadamente y puedo dar fe de ello. Alguno se ha pelado la cabeza de dar con los alambres al estar muy encelado, pero, por lo general, la pelecha va más que bien y sin llenar la casa de polvo y plumas, como es lo normal de los que mudan en sus domicilios habituales a sus pájaros de jaula.



Dos imágenes de la pelecha 2020. En la primera se aprecia un reclamo con el frontal de la cabeza pelado y en la segunda, otro reclamo con sus correspondientes plumas en el fondo de la jaula.



Por tanto, esta experiencia, aunque más que habitual en muchas personas y algunas zonas de España, viene a decirme y la comparto para su conocimiento, que nuestros reclamos, llegado el momento, si se le ofrece una buena alimentación, cuido diario y un lugar que reúna las condiciones mínimas para tal fin, mudan con tierra o sin tierra, en cajones o en jaulas. Es obvio, que la muda o pelecha forma parte de las funciones vitales de las aves y, si no hay ningún contratiempo significativo, la llevan a cabo sí o sí. Se puede argumentar que en los cajones de muda están más cómodos, como así es, pero si le ofrecemos todo lo que necesitan, terminan cambiando su plumaje. De eso no quepa la menor duda. Pero téngase en cuenta que la muda a fondo, la caída abundante de plumas suele ocurrir a partir de mediados de agosto o, al menos, así lo pienso y he podido comprobar yo, temporada tras temporada.

Ahora bien, si el cambio de plumaje no es significativo y solo lo realizan en forma parcial, puede ocurrir que, cuando se acerque el periodo hábil de caza, allá por diciembre o enero, se metan en una muda extemporánea con el consiguiente problema que esto significa.