domingo, 22 de octubre de 2017

DEL AYER AL HOY: DEL TANTO O REPOSTERO DE MONTE AL PINCHO PORTATIL

N
uevamente, al igual que en artículos anteriores, quiero comparar y valorar dos formas de proceder en el quehacer cuquillero. Una de “ayer” y otra de la actualidad, volviendo a enfatizar que no trato de enaltecer una y desmerecer la otra, simplemente intento dar mi punto de vista sobre cómo se hacía hace ya algunos años y cómo lo hacemos hoy.

Primeramente, tengo que decir que hace ya algunas décadas, cuando no se utilizaba el hoy célebre pincho o chuzo, no todos los aficionados eran unos artistas a la hora de levantar un buen tanto o repostero, principalmente de monte, pues, obviamente, como en todas las cosas de la vida, los había quienes eran unos auténticos figuras y quienes eran unos verdaderos calamidades. Ahora bien, lo que sí es cierto es que, fuera de una forma u otra, es decir, una obra de arte o una verdadera chapuza, el llegar al colgadero y levantar un pulpitillo, si ya no existía de antes, no era asunto fácil, ni dicha tarea se llevaba a cabo en dos minutos, como ocurre en la actualidad. Lo que pasa es que como he dicho con anterioridad, muchas veces los matojos estaban levantados de otros años o de hacía algún tiempo y, por lo tanto, lo que procedía era el arreglar lo que ya estaba construido y tal circunstancia ya era otra cosa.

Ahora bien, cuando se iba a un cazadero desconocido y había que hacerlo de nuevo, la situación cambiaba radicalmente, pues ahí se veía lo que cada cuquillero daba de sí. Mamposteros que daban pena verlos los podíamos encontrar por cualquier parte. Sin embargo, los de recrearse en ellos por su estética y funcionalidad, ya era otro cantar. Eso sí, fuere cual fuere no era faena nada fácil su construcción, por lo que había que tener mucho cuidado con su fabricación y firmeza, pues todo el mundo sabía que allí, en aquella atalaya, iba a estar colocado su pájaro de jaula durante algún tiempo (de hecho, hace ya bastantes años, a mí se me cayó un reclamo al suelo por tener prisas a la hora de construirlo). Es más, pensar en levantarse de un puesto e irse a otro y, con ello, volver a levantar un farolillo nuevo, era tarea casi impensable.

El que suscribe, que ha tenido la suerte de poder contar hoy lo que vio realizar hace ya más de cincuenta años, puede decir que el fabricar un tanto de monte y colocar un reclamo en un pincho de metal, como la mayoría de los aficionados hacemos hoy, son circunstancias que nada tienen que ver la una con la otra. Es más, me atrevo a decir que, muchos de los que hoy salen al campo, y no me meto yo en ese grupo porque creo que medio lo sé, si se les olvida el pincho, que también ocurre, lo pasan fatal, pues no tienen ni idea de por dónde empezar para colocar el reclamo, si no tienen la suerte de encontrar una mata de monte que necesite poco esfuerzo e imaginación. Tan es así que, a veces, por no atrevernos a levantar un tanganillo en donde se debiera, ponemos a nuestro reclamo en lugares donde el acercamiento y entrada en plaza de las patirrojas camperas resulta complicadísimo. Y es así por no reunir estos las condiciones adecuadas para ello, pues no se puede olvidar, como dice el doctor Avilés en uno de sus vídeos, que la situación del repostero es fundamental para la normal entrada de las perdices en plaza: fijar primero el tanto y, a partir de ahí, el aguardo. Circunstancia que comparto y siempre he tenido en mente, aunque la colocación del farolillo sea otro tema de debate.

Pues bien, siguiendo con el tanto de monte o piedra, aunque éste último lo he tocado poco, y con su sucedáneo el pincho, tengo que decir que, cuando se utilizaban los primeros, las fincas donde se cazaba el reclamo no estaban invadidas por todos lados de restos de reposteros, pues no se daba el puesto en cualquier sitio, sino en lugares estratégicos de oída y querencia. Por el contrario, con el de quita y pon, en multitud de ocasiones, se coloca en cualquier lugar, independientemente de las características del mismo. De hecho, he visto restos de puestos y farolillos en puntos impensables para cualquier cuquillero que, simplemente, hable, no que presuma, de serlo. Es más, en cuanto a la terminación de los mismos, también tengo que decir que más de uno ha llegado al campo, ha hincado el pincho en donde le ha parecido, incluso en un limpio y, sin más, ni poniéndole una sola mata alrededor, ha colgado en él a su reclamo. Y eso, y no es que yo sepa más que nadie, pues cada uno tiene sus ideas en esto del reclamo, no es de recibo, independientemente que con dicha forma de proceder se puedan hacer puestos de varias patirrojas. Eso sí, si son autóctonas las que se quieren cazar, ya hablaríamos de otra cosa, pues, generalmente, no es fácil su entrada en plaza si allí no se dan las condiciones óptimas.

Para finalizar, solo decir que hasta hace dos o tres décadas, cualquier finca tenía dentro de su acotado diez o doce puestos con sus correspondientes tantos o pulpitillos y huelga decir que estaban situados en lugares estratégicos de querencia y buena oída. Hoy, en una cuarta parte de la misma finca, y por citar un ejemplo, podemos ver incluso más posturas de las que ante había toda la propiedad. Y tal cambio, se quiera o no, resta en mucho el número de patirrojas que temporada tras temporada quedan en dichos parajes tras el cierre del periodo hábil de caza con reclamo. Está claro que hay que estar al lado de los tiempos que corren, pero no podemos olvidar, aunque haya muchos factores que influyen en ello, que cada día hay menos perdices camperas y en dicha regresión ha ayudado muy mucho el portátil y el pincho de quita y pon.

viernes, 13 de octubre de 2017

IMPORTANCIA DE LA OTOÑADA.


                                                                      Dos clásicas imágenes otoñales

Otoño lluvioso, año copioso”.
         Efectivamente, como nos recuerda uno de los tantos refranes que forma parte de nuestro rico glosario de dichos y proverbios, las lluvias otoñales, cuando son generosas, suponen la antesala de un buen año en muchos aspectos de la vida y, entre ellos, en todo lo referente a la flora y fauna de un determinado país, región o ecosistema.

         En dicha línea, aparte de ese embriagador aroma que despide la tierra y el pasto cuando las primeras y esperadas lluvias hacen su aparición, lo que antes era aridez y desolación, se transforma en pocos días en una verdadera explosión de vida. Miles de especies de nuestra flora rompen con el cuarteado y reseco terreno y muestran su fresco e inmaculado verdor en cualquier rincón, para la alegría de quien siente y necesita tal momento. A vez, otras especies vegetales, bajo mínimo durante meses, vuelven a ofrecernos su verdadero porte y belleza. Igualmente, muchos frutos otoñales, fuente de ingreso de muchas familias, como las aceitunas, las castañas, las bellotas, las nueces… dan el “estirón” final. Con estos parámetros citados, es obvio que la siempre esperada otoñada ha llegado.

         Con ella, nuestra abundante fauna mediterránea también toma otro rumbo. Así, lo que antes eran estrecheces de todo tipo, ahora empieza a ser abundancia por doquier. Huelga decir que el verdor y con ello todo lo que “acarrea” suponen el deleite de las muchas especies animales que pueblan nuestras tierras y otras que llegan a las mismas para establecerse durante un tiempo. Los primeros brotes de la hierba autóctona y los de las diferentes siembras, más la aparición de insectos, larvas, lombrices y muchas frutas silvestres de época son el maravilloso y esperado menú para nuestros herbívoros y omnívoros. Y como no puede ser de otra forma, todo ello hace que nuestra perdiz roja complete su desarrollo físico y empieza a adquirir esa belleza inigualable y fortaleza que le acompañarán de por vida. Es el tiempo de llenar la despensa y terminar su proporcionada morfología que hará que los machos igualones comiencen a demostrar lo que llevan dentro. El verde es su “carburante plus” y punto de partida para llegar a la apertura de la veda en condiciones óptimas. El enverdinamiento, como bien sabemos, los hace otros. No se nos olvide que el llamado celo del rabanillo era y es típico de estas fechas.

         Ahora bien, todo lo expuesto anteriormente se entiende con un otoño normal, con lluvias abundantes y sin la aparición de grandes bajadas de temperaturas en los primeros momentos de la estación. Lo contrario, es sinónimo de “cojera” para el resto del año y estaciones venideras por mucho que se enderece más tarde.

      En lo que nos lleva, la caza de la perdiz con reclamo, un mal otoño desemboca en una mala temporada de cuelga, pues las patirrojas no adquirirán su sazón y darán más sofocones que satisfacciones. Y lo digo tras muchos años con la jaula a cuestas, nunca mejor dicho. Una mala otoñada hace que el campo no ofrezca, a quienes lo habitan, lo que se le supone y como resultado de ello, nuestras perdices no obtendrán una alimentación compensada y seguirán tomando tierra debido a la sequedad de las tierras.

       Desgraciadamente, aparte de la degradación genética de nuestra Alectoris rufa, circunstancia incontestable y palmaria, las otoñadas ya no son lo que eran y, lo que viene después, igual. O no llueve o, cuando lo hace, es o fuera de tiempo o de forma violenta y causa más daños que beneficios. Y todo ello nos lleva a malos años de caza del reclamo. Como dice el refrán: “de cada cuatro celos, tres malos y uno regular”.

     Para finalizar, solo decir que con estas líneas no voy ni a descubrir, ni a decir nada nuevo, pues todo está dicho. Pero como cada año volvemos a lo mismo, porque es nuestro sino, pues valga de nuevo el sacar otra vez a la luz lo que todo el mundo conoce.

PD. Como va de seco el otoño, nuestras queridas setas se harán esperar y, si se viene el frío, habrá que buscarlas en primavera. Aunque todavía no es tarde para que empiece a llover.
         Por cierto y para terminar. El otoño en el que estamos comienza más bien malo y, lo que es peor, sin buenos augurios a corto plazo. El verde del campo se hará esperar, pues el curioso veranillo del membrillo se encuentra, a casi mitad de octubre, en todo su apo