Hoy, traigo al blog este artículo de opinión del amigo José Ignacio Ñudi, onubense de nacimiento pero calañés de sentimiento, de donde procede toda su familia.
José Ignacio, ante todo y
desde niño, se ha sentido cazador y, excepto la perdiz con reclamo, ha
practicado casi todas las modalidades cinegéticas, por lo que sabe demás de qué
va el tema y está perfectamente capacitado para dar la opinión que expone a
continuación.
Aparte de su faceta como cazador,
José Ignacio es periodista y fue Director de la revista Trofeo Caza
cogiendo el relevo de Juan Delibes, del que fue redactor jefe, aunque un
terrible problema de salud que le sobrevino mientras cazaba en su querida
Calañas, lo apartó de dicha actividad profesional. Eso sí, aun con secuelas
físicas sigue siendo un cazador de fuste y, cómo no, un enamorado de la
naturaleza. Además, es un tío que, como se suele decir, se viste por los pies y
hace pocas fechas publicó un entrañable e interesante libro: Anécdotas de
caza.
Vaya por todo ello mi máximo agradecimiento por participar en este mi pequeño rincón particular.
ooo O ooo
Marchena con un par en la plaza.Para mí la caza de la perdiz con reclamo es el perdigón. Ni el cuco, ni
el pájaro, el perdigón porque así se le ha llamado siempre en el Andévalo
onubense, de donde soy y cazo. Dicho esto vamos al toro: mi amigo José Antonio
Romero me pidió un artículo en el que defendiera la caza de la perdiz con
reclamo. Siempre lo pospuse, pero cada vez que veía a José Antonio me acordaba
del encargo incumplido, de modo que voy a escribirlo y quitar para siempre ese
peso de mi cabeza, al tiempo que aviso que mis días de abogado defensor de
modalidades de caza han terminado, por lo menos por un tiempo.
En primer lugar confieso que no practico la caza del reclamo, no la he
practicado, pero en este momento de mi vida no diré “de esta agua no beberé”. No
cazo el perdigón y mis pocas experiencias cinegéticas se cuentan con los dedos
de una mano y siempre acompañando a un cazador, o sea, compartiendo puesto con
él como mero espectador. Bueno, la única vez que cacé el perdigón con todas las
de la ley fue con un pájaro de nombre Espartaco, que la verdad era más
bien un mochuelo, porque aunque estaba rodeado de perdices silvestres, cantar
no era la mejor virtud de este reclamo tan torero.
No he cazado el perdigón pero he convivido toda mi vida con perdigoneros
de verdad, auténticos y apasionados aficionados. He escuchado sus historias y
he palpado el respeto que daban a su reclamo, al campo y a las perdices
salvajes. El perdigón se convertía para mí en una cacería cuasi sagrada, llena
de ritos y tradiciones ancestrales, presidida por un perdigón protagonista
siempre con una historia detrás y hasta con nombre, puesto siempre, como los
motes, por algún suceso, característica física, admiración del perdigonero por
algún personaje famoso, etc.
He practicado todas las modalidades de caza, de menor y mayor, y todas
tienen su razón y justificación, y por supuesto su ceremonia. La única
condición que les pongo para aprobarlas es que no esquilmen, que no sean
dañinas ni para la especie ni el campo en general, y por supuesto que se
practiquen como Dios manda, o sea, siguiendo unos ritos y prácticas ancestrales
que cualquier cazador conoce. Y el perdigón aprueba.
Yo, que soy principalmente cazador de menor en mano y al salto, siempre
he escuchado como muchos de los colegas criticaban el perdigón, que si no era
ético aprovecharse del celo de las perdices -los más cursis sustituirían celo por
enamoramiento- para asesinarlas paradas y a pocos metros. Que el perdigón
esquilmaba las perdices de los cotos, que si se mataban a los machos más
valientes, que son los que antes entraban en plaza, dejando que cualquier macho
padre y perjudicando por tanto la genética de futuras perdices, etc., etc.
Vayamos por partes, lo de aprovecharse del celo puede criticarlo el
urbanita sensiblero que estará en contra de cualquier tipo de caza, pero un
cazador no puede dar ese argumento porque existen otras muchas modalidades
sustentadas en el celo, como la berrea o la ronca, y el celo sólo es el inicio
de un largo periodo reproductor. Esta ventaja, o engaño como dirán algunos, la
aprovechó el cazador para poder acercarse y capturar un ave muy lista, una
ventaja que se utilizó desde antes de Cristo aquí y en muchos países que tenían
perdices. Si nos damos cuenta el cazador siempre intenta aprovechar las pocas “debilidades”-digámoslo así- que les deja la pieza
para capturarla. Si hablamos de caza en puesto fijo, nos colocamos bien
escondidos y “vestidos de campo”, donde sabemos que el animal va a pasar para
comer, beber o dormir. O nos colocamos donde los animales van a comer y beber,
y a lo mejor hasta nosotros les hemos preparado ese comedero o bebedero. “Pues
en la caza al salto no se engaña a la pieza ni se aprovecha ninguna de sus
debilidades para darle caza”, dirán algunos. Pues yo creo que sí, para empezar
buscamos la pieza donde suponemos que está porque es donde se alimenta y vive,
la buscamos a contraviento y sigilosamente para que ni nos escuche o huela,
normalmente llevamos un perro para que la encuentre con su olfato, intentaremos
sorprenderla o cansarla y además llevamos un arma y unos cartuchos que matan a
mucha distancia, y si tiramos medianamente bien, acertaremos, además podemos
tirar hasta tres veces. Si nos fijamos todas las modalidades buscan reducir las
magníficas cualidades de los animales para escapar, pues no en vano le va la
vida en ello.
Además hay modalidades de caza, como es el caso del perdigón, que
nacieron mucho antes que la invención de las armas de fuego, capturándose las
perdices por ejemplo con lazo o alzapié y tras la aparición de estas, se
adaptó. Por tanto, tirar con la escopeta a una perdiz parada a escasos metros
no me parece una aberración, es una adaptación, además, permite una muerte
rápida y fulminante, que es lo correcto. Aunque sé que algunas y a pesar de
todo, se van.
Por tanto, justificado el celo y ese tiro “poco deportivo”, pero ético,
vayamos al meollo de la cuestión: ¿es la caza del reclamo perjudicial para las
perdices? Tan perjudicial como lo puede ser la caza en mano, al salto o al
ojeo. La cuestión es cuántas perdices se matan en cada modalidad. En un coto
normal, donde hay cazadores de todos los gustos, estamos acostumbrados a cazar
la perdiz al salto, en mano o en batidas o mini-ojeos o en ojeos propiamente dichos, si hay
suficiente densidad- y rematamos la temporada con el reclamo. Pues bien, los de
escopeta y perro, y puesto fijo, se quejarán de los perdigoneros “porque queda
poca perdiz para criar y ahora las van a cazar con la jaula”. El problema no es
que quede poca perdiz para la jaula, el problema es que la escopeta ha dejado a
la perdiz tiritando y ante este hecho no debería cazarse el perdigón, como
tampoco debieron cazar las escopetas más perdices de la cuenta, sabiendo que el
coto también tenía perdigoneros. Cada coto tiene las perdices que tiene y hay
que dejar las suficientes para que vuelvan a reproducirse. Tan mal está que se
cace el reclamo si hay poca perdiz, como que las escopetas maten más de la
cuenta y critiquen ahora a los perdigoneros porque “van a matar las pocas
perdices que han quedado”. La cuestión es cazar con cabeza, y cazar las
perdices que se puedan cazar pero repartidas entre todas las modalidades, Que
hay cotos que sólo quieren cazar la perdiz en mano, pues muy bien, todo el cupo
para ellos. Que también quieren cazarla los jauleros, pues que los socios se
repartan el cupo. Pero esto no se suele hacer en ningún lado, se caza lo que se
puede al salto y en mano, incluso se hace un ojeíllo de poca monta y luego lo
que queda para los perdigoneros. Y claro, para estas fechas quedan poquitas
perdices y entre esto y que “ahora que se cierra la temporada y la mayoría
dejamos de cazar y que las poquitas perdices que hay empiezan a emparejarse,
vienen los jauleros a rematar”.
Yo también quiero rematar este artículo desmintiendo las últimas dos
críticas más feroces contra el reclamo: que la jaula esquilma y que al quitar
los machos más valientes, poco a poco se va empobreciendo la genética de la
perdiz, y para desmontar estos dos bulos lo mejor es recordar lo que uno ha
visto y oído a lo largo de su vida y sobre todo ver qué pasa en esos cotos
donde únicamente se caza con reclamo, que los hay. En mis cotos, sobre todo uno
del Andévalo de Huelva, al que conozco desde que tengo uso de razón, porque
pertenece a una tía mía, siempre se cazó el reclamo. Incluso diría que
tradicionalmente sólo se cazaba con reclamo, porque siempre tuvo mucho conejo y
el padre de mi tía y sus antepasados, que siempre vivieron en la finca, no
tiraban una perdiz al vuelo si no veían claro que la iban a matar, ahora bien,
llegaba el celo y cazaban asiduamente, y lo hacían también los poquitos socios
que siempre tuvo. A pesar de todo la finca siempre tuvo perdices, sobre todo
cuando tenía conejos y los propietarios sembraban algunas hectáreas para el
ganado, el poco ganado que siempre tuvieron, y se perseguía sin tregua a los
predadores. Siempre hubo más o menos perdiz, dependiendo, claro, de cómo
criaron y era perdiz muy brava. Tampoco el número de socios, de escopeta y
jaula, nunca fue muy numeroso como para machacar el coto. Pero ya digo, la
perdiz siempre fue abundante y muy brava, como es la perdiz brava en cualquier
coto. Ahora que llevamos años sin conejos por la llegada, a finales de los
ochenta, la enfermedad hemorrágica y que la perdiz sólo se caza
testimonialmente con el reclamo, quedan poquísimas por culpa de la mucha
predación que hay. Desde que la perdiz deposita los huevos en el nido hasta que
los pollos dejan de ser volantones, tienen que sobrevivir a una presión
predadora insoportable.
Pero también he hablado con viejos perdigoneros de otros lugares de
España, algunos socios de cotos donde sólo se caza desde tiempo inmemorial, y
mucho, con reclamo, y me aseguran que en esos cotos donde sólo se caza con
reclamo y se sigue cuidando la perdiz salvaje, siguen teniendo muchas perdices
y tan bravas como siempre. Y es que es tanta la variabilidad genética de la
perdiz salvaje que porque se maten algunos de esos machos “más valientes”, no
impide que año tras año, dentro de un bando de perdices, haya machos tan
valientes o más que su padre, o que su abuelo, o que su bisabuelo.
José Ignacio Ñudi Marianas