Este
artículo, aunque largo por su complicado contenido, recoge dos situaciones,
aunque diferentes, muy interrelacionadas, que ocurren tras apretar el
gatillo y la patirroja de turno a la que se le
dispara, pues excluyo la carambola -que sería otro tema-, no queda en el acto
sin el más mínimo movimiento o, como se suele decir en nuestro argot
pajaritero, sin mover una pluma o hechas un taco. De todas formas, el tema
central de lo que voy a exponer, siempre bajo mi humilde punto de vista, es
solo la opinión de un simple aficionado, pero que en ningún momento tiene el
objetivo de dar una lección magistral y, no hace falta decir que, sobre el tema
puede haber infinidad de opiniones tan validas o equivocadas como la que
comparto a continuación.
Tras
muchos años de “profesión” cuquillera, quiero comenzar puntualizando, que
muchas veces, el motivo de moverse una campera en la plaza, tras el disparo, no
se debe a no apuntarle bien, sino a situaciones fortuitas que nada tienen que
ver con quien apunta y dispara. Otras…, por supuesto que sí, porque son errores
de cazador. Y me explico:
En
primer lugar, aparte de conocer a fondo el arma que se lleva al puesto y los
cartuchos con los que se van a utilizar, circunstancia primordial para obrar en
consecuencia, a la hora de situar el repostero a una distancia acorde con los
“trastos de matar”, tenemos que tener claro que, en ocasiones, aun con todo
apropiado en lo relativo a la escopeta y al plomo/gramaje del cartucho, pueden
suceder situaciones variopintas que tiren por tierra todo lo planificado.
Para
empezar, puede ocurrir que si entra en plaza una sola campera, macho o hembra,
por alguno de los motivos que enumeraré a continuación, no quede muerta
totalmente tras el disparo, sino que haya “baile” más o menos
cuantioso o, más o menos, duradero.
También
nos podemos encontrar, como bien sabemos, que irrumpa en plaza una pareja,
incluso dos ejemplares del mismo sexo. Pues bien, lo normal es que el
acompañante de quien se le va a disparar o los dos -si se yerra el tiro-, tras
el zambombazo, eche/n una carrera y se quite/n de en medio, salga/n de vuelo e,
incluso, se quede/n en la plaza. Tres situaciones que se suelen dar a menudo y
que forman parte del día a día de cualquier lance cuquillero. En ellas, por
donde todo reclamo tiene que pasar para curtirse, lo normal es que si a quien
se le dispara, macho o hembra queda sin mover una pluma, no ocurra nada y todo
siga para adelante, con reacciones del reclamo que todos conocemos y que pueden
variar de los primeros tiros a cuando ya está más que cazado. Siendo la de que
una quede muerta y la otra en plaza, la mejor para el reclamo, pues, si el de
la jaula sigue “trabajando” y no se ha callado, se le vuelve a disparar y
punto.
Ahora
bien, si nos referimos al ejemplar al que se le dispara, nos podemos encontrar
con varios supuestos. El primero sería que, décimas de segundo antes de apretar
el gatillo, se produzca un movimiento del mismo, normalmente hacia adelante,
que hace que el disparo no sea certero y, como resultado, la patirroja no quede
“seca”.
Otras
veces, dejando a un lado lo anterior, no se apunta correctamente o no se apoya
bien el arma, en la tronera o en el hombro, y, como consecuencia de ello, el
tiro se encamina alto o bajo y, consiguientemente, al no haber un plomeo
concentrado en las partes vitales de la perdiz, esta sigue con un poco de vida.
Por ello, puede botar, moverse o aletear, durante un tiempo más no menos
amplio, antes de dejar el mundo de los vivos.
También
ocurre que, de forma puntual y tras un certero disparo, uno o varios plomos
impactan en la cabeza de la montesina que, al instante, bota o salta
convulsivamente durante un espacio de tiempo más o menos duradero, aunque, como
se suele decir, esté cerebralmente muerta.
Además,
no se puede olvidar que, por circunstancias diversas, en ocasiones, no se le
dispara a quien entra en plaza en la posición que normalmente
se suele considerar idónea: estando la patirroja de espalda al
aguardo. Así, con disparos de frente o, incluso de lado, pueden quedar con vida
o con movimientos de las alas durante un determinado espacio de tiempo.
También
quedaría otro motivo por el que una montesina no queda “tiesa”, pero que
entraría dentro de los sucesos inexplicables, porque, aunque todos los
parámetros del disparo sean correctos, el ejemplar queda temporalmente vivo
delante del reclamo. Hablaríamos entonces de lo sorprendente o increíble. Sin
embargo, esta circunstancia se suele dar y se seguirá dando.
Asimismo,
en todas las hipótesis anteriores, aparte de quedar la perdiz moviéndose en la
plaza, puede ocurrir que, en esos movimientos, se desplace de la posición
inicial y se quite de la vista del reclamo o, bien, salga de vuelo, incluso
que, después de un buen rato inmóvil o con ajetreo, salga a pie o volando de la
plaza. Para resolver dicha incidencia se puede realizar un segundo disparo,
pues siempre será mejor para el reclamo que dejarla con agitaciones de una
forma u otra.
Para
finalizar esta primera parte orientada a qué hace la perdiz foco del disparo,
no podemos olvidar, porque es lo más normal que, tras el tiro la patirroja a la
que se ha apuntado, quede totalmente inerte y sin el más mínimo movimiento,
escenario ideal y que todo pajarero desea.
Pues
bien, aparte de cómo actúa el “blanco” objeto del escopetazo, que está a los
pies del que se encuentra atalayado en el farolillo y que acabo de exponer,
paralelamente, existe una segunda cuestión importante: ¿cómo reacciona el de la
jaula tras presenciar la totalidad la escena?
La
respuesta, en principio, la conoce todo cuquillero que lleve unos años con la
jaula a cuestas porque, con total seguridad, habrá pasado más de una vez por
las distintas formas de proceder de sus reclamos. No obstante, siempre no se
tienen todas consigo, pues, ni hay una sola manera de actuar, ni todos nuestros
pájaros de jaula se comportan de la misma manera. Además, ni existen dos
pájaros iguales, ni dos situaciones idénticas, por lo que, a veces, se sale del
aguardo dubitativo tras presenciar lo que ha ocurrido en el lance recién
finalizado. Por ello, aun tenido mucha experiencia en el desarrollo de faenas
cuquilleras, las sorpresas siempre existen.
En
la línea descrita, soy de la opinión de que los reclamos suelen ser más
benévolos y resultan menos afectados cuando una perdiz sale de vuelo de la
plaza tras el disparo, que cuando se quedan aleteando o botando.
En
el supuesto del movimiento, es cierto e irrefutable que hay pájaros que
disfrutan con dicha situación, o eso demuestran cuando una perdiz campera
aletea o bota, consumiendo los últimos instantes de su vida. Por el contrario,
existen otros a los que no le gusta tal circunstancia. Unos, los primeros,
durante un determinado espacio de tiempo, cargan el tiro como si nada, se ponen
que no caben en la jaula de satisfacción y dan vueltas como una noria, a la vez
que emiten sus “victoriosos” cuchicheos, hasta que la patirroja de turno estira
la pata. Otros, por el contrario, principalmente en los primeros puestos, o se
quedan callados e inmóviles; o botan y/o alambrean o sasean/rajean
repetidamente, o se aplastan... Es decir, un rosario de actuaciones, según el
reclamo que hayamos sacado ese día.
Finalizado
un puesto en el que haya habido movimiento de una de las montesinas abatidas,
lo normal es que si al reclamo no le ha sentado bien la experiencia, lo dejemos
en casa un tiempo determinado, para que se olvide de lo sucedido. Por el
contrario, el que ha disfrutado con dicha circunstancia, al campo con él,
aunque hay reclamos que si bien no demostraron contrariedad alguna ante lo
acaecido, nos la “colocan” la próxima vez que lo ponemos en un colgadero,
incluso durante un tiempo. Otros, temporalmente, se callan o se ponen nerviosos
cuando se le acerca las camperas y, por supuesto, algunos, que también los hay,
ya no cantan más cuando vuelven a salir al campo y hay que desecharlos como
reclamos. Como se suele decir: “de todo hay en la viña del
Señor”. Igualmente, en la línea de los que se ven
afectados por algunos de los movimientos de las camperas tras el tiro, como me
comentó un buen amigo y cuquillero con muchos años en el campo, no está de más
que, una vez llegado a casa, soltarlo un rato para que, con el cambio, se
tranquilice y relaje, pues tal proceder hace que nuestro
reclamo desconecte de lo sucedido.
Hasta
aquí todo es lógico y comprobable, pero lo complicado y difícil de exponer o
explicar, reside en cuál es la razón o causa por la que a unos pájaros no les
afecta las salidas de estampida de la plaza, los aleteos, los botes… A otros,
le afecta poco y a algunos, le afecta tanto que, incluso, nunca más vuelven a ser
lo que eran.
No
es fácil precisar el porqué de dichas formas de comportamiento de los reclamos,
pues para tener la seguridad habría que preguntarle a ellos mismos, cuestión
inviable e imposible. Por tanto, lo que digamos sobre sus diferentes
formas de proceder, son conjeturas o suposiciones intuitivas, que pueden tener
razón o, muy al contrario, estar muy lejos de la realidad. Pero no hay otra.
Pues,
de acuerdo con lo anterior, metido a gurú o adivino, porque no hay base para
planteamientos realistas, pienso que los pájaros fuertes, no de granja, que es
lo que se suele escuchar por boca de muchos pajariteros, son a los que no les
disgustan los aleteos o botes de una patirroja en la plaza. Luego, en la acera
contraria, están los que son suaves, que no tienen que ser de campo, en sus
procederes con las montesinas, pues, a ellos, sí les afectan los “bailes
flamencos” en plaza.
Para
finalizar, he querido utilizar la consabida doble vertiente campo-granja
porque, a mis años, he tenido reclamos de campo fuertes, que les ha gustado el
ajetreo en plaza y granjeros o criados en cautividad, que han sido todo lo
contario. Por lo tanto, digo lo de siempre. Hay reclamos de campo y de granja y
en ambas opciones, aunque haya quien no esté de acuerdo, los hay de todas las
valías y forma de actuar.