martes, 30 de abril de 2024

ALETEOS Y BOTES TRAS EL DISPARO. MOTIVOS Y REACCIONES DE LOS RECLAMOS


Este artículo, aunque largo por su complicado contenido, recoge dos situaciones, aunque diferentes, muy interrelacionadas, que ocurren tras apretar el gatillo  y  la patirroja  de turno a la que se le dispara, pues excluyo la carambola -que sería otro tema-, no queda en el acto sin el más mínimo movimiento o, como se suele decir en nuestro argot pajaritero, sin mover una pluma o hechas un taco. De todas formas, el tema central de lo que voy a exponer, siempre bajo mi humilde punto de vista, es solo la opinión de un simple aficionado, pero que en ningún momento tiene el objetivo de dar una lección magistral y, no hace falta decir que, sobre el tema puede haber infinidad de opiniones tan validas o equivocadas como la que comparto a continuación.

Tras muchos años de “profesión” cuquillera, quiero comenzar puntualizando, que muchas veces, el motivo de moverse una campera en la plaza, tras el disparo, no se debe a no apuntarle bien, sino a situaciones fortuitas que nada tienen que ver con quien apunta y dispara. Otras…, por supuesto que sí, porque son errores de cazador. Y me explico:

En primer lugar, aparte de conocer a fondo el arma que se lleva al puesto y los cartuchos con los que se van a utilizar, circunstancia primordial para obrar en consecuencia, a la hora de situar el repostero a una distancia acorde con los “trastos de matar”, tenemos que tener claro que, en ocasiones, aun con todo apropiado en lo relativo a la escopeta y al plomo/gramaje del cartucho, pueden suceder situaciones variopintas que tiren por tierra todo lo planificado.

Para empezar, puede ocurrir que si entra en plaza una sola campera, macho o hembra, por alguno de los motivos que enumeraré a continuación, no quede muerta totalmente tras el disparo, sino que haya “baile” más o  menos cuantioso o, más o menos, duradero.

También nos podemos encontrar, como bien sabemos, que irrumpa en plaza una pareja, incluso dos ejemplares del mismo sexo. Pues bien, lo normal es que el acompañante de quien se le va a disparar o los dos -si se yerra el tiro-, tras el zambombazo, eche/n una carrera y se quite/n de en medio, salga/n de vuelo e, incluso, se quede/n en la plaza. Tres situaciones que se suelen dar a menudo y que forman parte del día a día de cualquier lance cuquillero. En ellas, por donde todo reclamo tiene que pasar para curtirse, lo normal es que si a quien se le dispara, macho o hembra queda sin mover una pluma, no ocurra nada y todo siga para adelante, con reacciones del reclamo que todos conocemos y que pueden variar de los primeros tiros a cuando ya está más que cazado. Siendo la de que una quede muerta y la otra en plaza, la mejor para el reclamo, pues, si el de la jaula sigue “trabajando” y no se ha callado, se le vuelve a disparar y punto.

Ahora bien, si nos referimos al ejemplar al que se le dispara, nos podemos encontrar con varios supuestos. El primero sería que, décimas de segundo antes de apretar el gatillo, se produzca un movimiento del mismo, normalmente hacia adelante, que hace que el disparo no sea certero y, como resultado, la patirroja no quede “seca”.

Otras veces, dejando a un lado lo anterior, no se apunta correctamente o no se apoya bien el arma, en la tronera o en el hombro, y, como consecuencia de ello, el tiro se encamina alto o bajo y, consiguientemente, al no haber un plomeo concentrado en las partes vitales de la perdiz, esta sigue con un poco de vida. Por ello, puede botar, moverse o aletear, durante un tiempo más no menos amplio, antes de dejar el mundo de los vivos.

También ocurre que, de forma puntual y tras un certero disparo, uno o varios plomos impactan en la cabeza de la montesina que, al instante, bota o salta convulsivamente durante un espacio de tiempo más o menos duradero, aunque, como se suele decir, esté cerebralmente muerta.

 Además, no se puede olvidar que, por circunstancias diversas, en ocasiones, no se le dispara a quien entra en plaza en la posición que normalmente se  suele considerar idónea: estando la patirroja de espalda al aguardo. Así, con disparos de frente o, incluso de lado, pueden quedar con vida o con movimientos de las alas durante un determinado espacio de tiempo.

También quedaría otro motivo por el que una montesina no queda “tiesa”, pero que entraría dentro de los sucesos inexplicables, porque, aunque todos los parámetros del disparo sean correctos, el ejemplar queda temporalmente vivo delante del reclamo. Hablaríamos entonces de lo sorprendente o increíble. Sin embargo, esta circunstancia se suele dar y se seguirá dando.

Asimismo, en todas las hipótesis anteriores, aparte de quedar la perdiz moviéndose en la plaza, puede ocurrir que, en esos movimientos, se desplace de la posición inicial y se quite de la vista del reclamo o, bien, salga de vuelo, incluso que, después de un buen rato inmóvil o con ajetreo, salga a pie o volando de la plaza. Para resolver dicha incidencia se puede realizar un segundo disparo, pues siempre será mejor para el reclamo que dejarla con agitaciones de una forma u otra.

Para finalizar esta primera parte orientada a qué hace la perdiz foco del disparo, no podemos olvidar, porque es lo más normal que, tras el tiro la patirroja a la que se ha apuntado, quede totalmente inerte y sin el más mínimo movimiento, escenario ideal y que todo pajarero desea.

Pues bien, aparte de cómo actúa el “blanco” objeto del escopetazo, que está a los pies del que se encuentra atalayado en el farolillo y que acabo de exponer, paralelamente, existe una segunda cuestión importante: ¿cómo reacciona el de la jaula tras presenciar la totalidad la escena?

La respuesta, en principio, la conoce todo cuquillero que lleve unos años con la jaula a cuestas porque, con total seguridad, habrá pasado más de una vez por las distintas formas de proceder de sus reclamos. No obstante, siempre no se tienen todas consigo, pues, ni hay una sola manera de actuar, ni todos nuestros pájaros de jaula se comportan de la misma manera. Además, ni existen dos pájaros iguales, ni dos situaciones idénticas, por lo que, a veces, se sale del aguardo dubitativo tras presenciar lo que ha ocurrido en el lance recién finalizado. Por ello, aun tenido mucha experiencia en el desarrollo de faenas cuquilleras, las sorpresas siempre existen.

En la línea descrita, soy de la opinión de que los reclamos suelen ser más benévolos y resultan menos afectados cuando una perdiz sale de vuelo de la plaza tras el disparo, que cuando se quedan aleteando o botando.

En el supuesto del movimiento, es cierto e irrefutable que hay pájaros que disfrutan con dicha situación, o eso demuestran cuando una perdiz campera aletea o bota, consumiendo los últimos instantes de su vida. Por el contrario, existen otros a los que no le gusta tal circunstancia. Unos, los primeros, durante un determinado espacio de tiempo, cargan el tiro como si nada, se ponen que no caben en la jaula de satisfacción y dan vueltas como una noria, a la vez que emiten sus “victoriosos” cuchicheos, hasta que la patirroja de turno estira la pata. Otros, por el contrario, principalmente en los primeros puestos, o se quedan callados e inmóviles; o botan y/o alambrean o sasean/rajean repetidamente, o se aplastan... Es decir, un rosario de actuaciones, según el reclamo que hayamos sacado ese día.

Finalizado un puesto en el que haya habido movimiento de una de las montesinas abatidas, lo normal es que si al reclamo no le ha sentado bien la experiencia, lo dejemos en casa un tiempo determinado, para que se olvide de lo sucedido. Por el contrario, el que ha disfrutado con dicha circunstancia, al campo con él, aunque hay reclamos que si bien no demostraron contrariedad alguna ante lo acaecido, nos la “colocan” la próxima vez que lo ponemos en un colgadero, incluso durante un tiempo. Otros, temporalmente, se callan o se ponen nerviosos cuando se le acerca las camperas y, por supuesto, algunos, que también los hay, ya no cantan más cuando vuelven a salir al campo y hay que desecharlos como reclamos. Como se suele decir: “de todo hay en la viña del Señor”. Igualmenteen la línea de los que se ven afectados por algunos de los movimientos de las camperas tras el tiro, como me comentó un buen amigo y cuquillero con muchos años en el campo, no está de más que, una vez llegado a casa, soltarlo un rato para que, con el cambio, se tranquilice y relaje, pues tal proceder hace que nuestro reclamo desconecte de lo sucedido.

Hasta aquí todo es lógico y comprobable, pero lo complicado y difícil de exponer o explicar, reside en cuál es la razón o causa por la que a unos pájaros no les afecta las salidas de estampida de la plaza, los aleteos, los botes… A otros, le afecta poco y a algunos, le afecta tanto que, incluso, nunca más vuelven a ser lo que eran.

No es fácil precisar el porqué de dichas formas de comportamiento de los reclamos, pues para tener la seguridad habría que preguntarle a ellos mismos, cuestión inviable e imposible.  Por tanto, lo que digamos sobre sus diferentes formas de proceder, son conjeturas o suposiciones intuitivas, que pueden tener razón o, muy al contrario, estar muy lejos de la realidad. Pero no hay otra.

Pues, de acuerdo con lo anterior, metido a gurú o adivino, porque no hay base para planteamientos realistas, pienso que los pájaros fuertes, no de granja, que es lo que se suele escuchar por boca de muchos pajariteros, son a los que no les disgustan los aleteos o botes de una patirroja en la plaza. Luego, en la acera contraria, están los que son suaves, que no tienen que ser de campo, en sus procederes con las montesinas, pues, a ellos, sí les afectan los “bailes flamencos” en plaza.

Para finalizar, he querido utilizar la consabida doble vertiente campo-granja porque, a mis años, he tenido reclamos de campo fuertes, que les ha gustado el ajetreo en plaza y granjeros o criados en cautividad, que han sido todo lo contario. Por lo tanto, digo lo de siempre. Hay reclamos de campo y de granja y en ambas opciones, aunque haya quien no esté de acuerdo, los hay de todas las valías y forma de actuar.