Echando el rato de lectura de artículos de caza/naturaleza por diferentes portales de Internet, como suelo hacer frecuentemente, para disfrutar con los que escriben otras personas sobre el tema, he dado con este relato de D. Ángel Villazón, publicado por el Diario Digital Nueva Tribuna el 13/09/23 que nos traslada a una jornada en contacto con la naturaleza. Es largo, pero creo que merece la pena leerlo por la atractiva descripción que hace de paisajes, momentos y lances. Así que, como he hecho con otros artículos no personales, aquí está para quien quiera echarle una ojeada. Seguro que no se arrepentirá.
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Imagen del artículo |
Dormían en una pequeña casa
a veinte minutos en bicicleta de una ermita próxima. Jourri oyó
claramente el ulular de una lechuza, lo que lo llevó a encender una vela para
ver qué hora era. Las cinco y cuarto. La noche se le hacía interminable.
Pronto, en una hora a más tardar, las primeras luces del amanecer darán paso al
disfrute tan esperado y que tanto ansiaba. Unos minutos más tarde se levantó,
pues no aguantaba más en la cama. Encendió el candil, lo puso en su mesita de
noche, se aseó, se vistió, y se dirigió a la pequeña cocina de la casa para
hacer café.
Con el ruido
también Guillermo se levantó, y después de vestirse y de asearse en
el lavabo de su habitación, se dirigió a la cocina, donde el aroma a café que
despedía la cafetera inundaba la estancia y reconfortaba.
-No he pegado ojo -Le dijo
Jourri a su amigo, después de saludarlo con una mezcla de alegría y sueño al
verlo.
-Tampoco yo -Le contestó.
Se tomaron el café
sorbiéndolo mientras descolgaban sus respectivas mochilas de los ganchos donde
estaban colgados y comprobaban que el pan, el queso, y hasta un poco de tocino,
estaban en su sitio.
Guillermo y Jourri, hablaron
de la planificación del sendero que iban a seguir en bicicleta de
montaña, el sendero 48, que empezaba en Santa Elena, para
llegar a Barrancos en Portugal, atravesando cerca de 600 Km
de Sierra Morena.
Durante el recorrido por sus
montes, valles, ríos y dehesas podrían encontrarse con la naturaleza en
estado salvaje, esto pensaba y deseaba el danés Jourri.
Además de las dehesas
de encinas y alcornoques verían cerdos ibéricos y reses de ganadería
brava. También castañares, quejigares, rebollares, y bosques de
ribera en los ríos. Uno de los mayores bosques mediterráneos del
mundo, pensaba Jourri.
Le ofreció uno a Guillermo
al tiempo que le decía que la mañana estaría fría. Bebieron un sorbo y
brindaron por el día de senderismo. Después, ambos introdujeron en la mochila
un pequeño plato metálico, su navaja de monte, y se lo echaron al hombro.
Guillermo se dirigió a la
chimenea, para apagarla totalmente. Antes de salir de casa, y todavía a la luz
de la vela, abrieron los mapas del camino.
-El primer sitio donde
podemos ir es hasta el mirador de levante -Le dijo a Jourri, pues Guillermo
sabía que el levantamiento del sol era un espectáculo que llenaba de vida y de
alegría a su amigo, y además llenaba de colores el horizonte, y se oían los
primeros cánticos de numerosas aves.
-Estupendo -Le contestó.
Después, Guillermo dio un
soplido al candil y cerraron la puerta. Salieron de la casa, cogieron sus
bicicletas de montaña
Empezaron a pedalear
siguiendo una vereda paralela a un arroyo sin cauce de agua que discurría
paralelo a una linde para tomar una vereda que rodeaba un montículo e iniciar
poco a poco el ascenso de un corta fuegos que los llevó ante un mirador
natural.
-¿Cómo vas, Guillermo? -Le
preguntaba a su amigo consciente del esfuerzo que significaba subir el
cortafuegos.
-Bien -Le contestó.
Llevaba tiempo esperando
esta oportunidad de disfrutar en la naturaleza.
Al llegar a la parte más
alta del cortafuegos, el sol ya iluminaba con fuerza parte del horizonte,
mientras que los laterales más alejados del astro permanecían de colores entre
negro y malva.
Jourri buscó una piedra
donde sentarse, observaba como el sol iba dejando atrás a la noche. Sacó un
trozo de queso y un poco de pan, y ayudándose con su navaja, se los llevó a la
boca, pero sin dejar de mirar a la lejanía donde nacía el espectáculo. Ambos
disfrutaban del espectáculo en la complicidad del silencio. No eran necesarias
palabras.
Al cabo de un tiempo, Jourri
se levantó, y le dijo a Guillermo:
-Continuemos.
Cogieron de nuevo las
bicicletas y se dispusieron a seguir su camino, cuando una perdiz alicorta, salió
de entre unas matas de jara e inició el vuelo con gran ruido de sus alas
enfrente de ellos. Guillermo lo vio, pero ya la pieza había sido cobrada por
otro cazador. Un lince al acecho, al oír el aleteo, dio un gran salto, primero
hasta las ramas de un olivo, y de ahí un segundo para cazarla al vuelo, pero en
vez de atraparla, le dio en el aire un zarpazo en el cuello con una de sus
patas delanteras. La perdiz cayó al suelo e intentó levantar de nuevo el vuelo,
pero ya estaba malherida. El lince, de nuevo veloz, la cogió con sus fauces y
huyo raudo de la escena.
Se acercaron hasta el lugar
y solo encontraron unas plumas en el suelo.
Ambos se miraron con cara de
incredulidad por lo que habían visto.
-No me dio tiempo a ver
nada, y ya el lince había saltado -Le dijo Jourri a su amigo.
-Por eso es un felino -Le
dijo Guillermo.
-De todas formas, ver a un
lince en acción es una gran recompensa a nuestro esfuerzo por hacer el camino
en bicicleta, dijo Guillermo, pues es muy difícil verlos en acción.
-Solo por observar esta
escena ya me voy contento - comentó Jourri.
En Dinamarca no hay linces
-¿Era un macho o una
hembra?, Le preguntó Jourri.
-Creo que, por el tamaño,
era un macho, le contestó Guillermo.
-¡Qué movimientos, que
rapidez! -comentó Jourri.
-¿Es la primera vez que lo
ves? -Le preguntó a su amigo Nito.
-Pues sí, nunca había visto
un lince cazando, y mucho menos saltando de esa manera tan silenciosa y rápida.
¿Y tú? - Le preguntó, señalando al lugar donde la perdiz fue abatida.
-He visto algunas escenas
similares, -le contestó Guillermo, pero de todas formas es un animal muy
difícil de ver. Es un felino, con un oído muy fino, y muy silencioso.
Después de unos minutos de
silencio, buscaron la vereda que los llevaría por un cordal hasta el próximo
collado, donde podrían disfrutar de las vistas tanto hacia el sur como hacía el
norte.
-Es como un imán para la
vista -dijo Guillermo.
-Así es -Le contestó Jourri.
Siguieron la vereda y
después pararon a observar la vista. Guillermo le explicaba que desde la
prehistoria han pasado por estas tierras íberos, cartagineses, romanos, árabes,
castellanos y centroeuropeos, que dejaron un patrimonio histórico que actualmente
se exhibe por muchos municipios de Sierra Morena.
Caminaron durante un par de
horas por un sendero ascendente unas veces y descendente otras, y siguiendo
cordales. Cuando llegaron al collado y como consecuencia del esfuerzo
realizado, se sentaron en una piedra. Bebieron un poco de agua
Después contemplaron en
silencio el horizonte lejano, donde coincidían sierras y valles coloreados en
diferentes verdes debidos a la diversidad de bosques, olivares, chaparrales y
encinas. Un océano de nubes blancas se juntaba con las manchas verdes
conformando una vista de gran belleza. Se quedaron unos minutos más, extasiados
ante la belleza del horizonte.
Guillermo sacó de la mochila
un pedazo de pan y un poco de tocino, los cortó, al igual que hacen los
pastores, y lo mismo hizo con el queso. Le pasó un trozo a su amigo y les echó
otro trozo a los perros, que se lo agradecieron.
Guillermo le comentaba las
historias de los bandoleros de Sierra Morena que buscaban guarida en
la espesura del monte.
Antes de levantarse para retomar
el camino, vieron un grupo de palomas torcaces pasar volando cerca de sus
cabezas. Las siguieron con la vista.
De repente, Guillermo le
dice a Nito: “Mira a tu izquierda y hacia arriba en el cielo. A ver si sabes
qué tipo de ave ves.”
-Es un halcón -dijo Jourri.
-Sí -contesto Guillermo.
-¿A quién crees que va
intentar dar caza? -Le preguntó a su amigo.
-Pues quizás a alguna de las
torcaces, que como está por encima de ellas, no se han apercibido.
-Mira, ya ha iniciado el
descenso.
-Y baja en un picado casi
vertical. Se va a cernir sobre alguna de las torcaces, como tú decías -continuó
Jourri.
El halcón impactó con un
tremendo golpe de su cuerpo sobre la paloma. Esta se desplomó unos metros en
caída libre, perdiendo el control del vuelo durante unos segundos, pero volvió
a aletear tratando de recuperarse y de huir.
-El halcón volverá a golpear
a la paloma y la cogerá en el aire con sus garras -siguió Guillermo.
Y así fue. Después de unos
breves segundos, el halcón volvió a impactar con la torcaz, y esta vez, después
de una caída de unos metros, la recogió en el aire.
Ambos se quedaron mirando
como el halcón iniciaba el vuelo con su presa en sus garras.
-¡El halcón, un animal hecho
para cazar! -continuó Nito.
-Uno de los dueños del aire,
junto con el águila real, dijo Guillermo, sorprendido por las exclamaciones de
su amigo.
Se quedaron unos minutos
observando al halcón alejarse en el cielo y reiniciaron el camino de bajada por
un sendero que los llevaría a un roquedo donde podrían disfrutar de una vista
diferente de la sierra. Los perros caminaban delante siguiendo el cauce seco de
una escorrentía que en invierno, o en casos de tormentas fuertes y prolongadas,
podría convertirse en un cauce importante. Se paraban cada poco, miraban hacia
los lados y trataban de descubrir entre la vegetación y entre los árboles
alguna presa.
Mientras bajaban por un camino
de pastores, un zorro, se cruzó raudo huyendo a su paso.
En ese momento, un conejo, y
casi debajo de las piernas de Guillermo y detrás de un chaparro, salió huyendo
de los perros y en dirección contraria. Jourri, con rapidez, apuntó saco su
cámara de fotos pero el conejo consiguió escapar, aunque quedó un poco manco de
una mano. El que no erró fue el zorro, que atento a la escena dio un salto
desde un chaparro, y desapareció con su presa.
Jourri y Guillermo, al ver
al zorro escapar con el conejo comenzaron a reírse.
-¡Qué zorro! -dijo
Guillermo.
-¡Mucho! Un gran cazador -Le
contesto Jourri.
-Nueva escena de caza -dijo
Guillermo- , sonriéndose de la pericia y de la astucia del raposo, que supo esperar
su oportunidad.
-Había estado al acecho del
conejo, y no estaba dispuesto a renunciar a su comida, por eso pudo prever su
fuga. Se situó de nuevo en la escena para llevárselo -volvió a comentar
Guillermo.
-Ambos se rieron con
complicidad.
Cuando llegaron al roquedo,
y después de observar unos minutos el horizonte, Guillermo le dijo a su amigo:
“El sol está ya alto, ¿Qué te parece si buscamos un sitio para asar el conejo y
la perdiz que hemos traído de casa?”.
- Me parece muy bien, dijo
Jourri.
Encontraron una zona
protegida del viento por las ramas de un grupo de árboles, por unas matas, por
un peñón y unas rocas, y que terminaba en un cortado, desde donde se divisaba
otra parte de la sierra. Recogieron madera seca de los alrededores, y con una
cerilla y ayudándose de yesca, encendieron un fuego. Lo hicieron crecer primero
soplando, y después con la ayuda de algunas ramas moviéndolas con rapidez, a
modo de abanico.
-Dale la vuelta, para que se
haga por la espalda y pon la perdiz más cerca del fuego para que se vaya
haciendo -Le dijo Guillermo a su amigo.
Cuando estuvieron hechas,
cortó las dos patas traseras del conejo y dejó el restó asándose. Les añadió
sal, y le pasó a Guillermo una de ellas. Sentados sobre dos piedras, comenzaron
a comer en silencio con la vista puesta en el fuego, acompañando la carne con
el pan y abundante agua.
Con la sensación de
disfrutar de una comida, y de la compañía de su amigo en el entorno de una
naturaleza que tanto los atraía, la alegría de ambos era grande. Permanecían en
silencio, pues no eran necesarias las palabras.
Jourri se acercó al fuego
para comprobar el estado de la carne. Sacó el conejo del palo donde estaba
insertado y colocó la perdiz para que se fuera haciendo más rápido.
Cuando la perdiz estuvo
hecha, le dio una pata y durmieron una breve siesta.
Después de echar tierra a
los rescoldos del fuego y de haber colocado unas piedras en el centro que
impidiesen que este pudiera propagarse, introdujeron sus pertenencias en la
mochila.
Subiendo cerca de una ladera
de poca inclinación llena de piedras y de matas pequeñas, saltó una liebre. Lo
mismo hizo Guillermo, con la cámara de fotos, pero tampoco pudo fotografiarla,
mientras la liebre ascendía por la ladera, un águila perdicera la seguía.
Jourri y Guillermo observaban la escena. Cuando ya parecía que la liebre
alcanzaría la parte alta de la ladera, y que a base de zigzags, se libraría del
ave y se metería en su madriguera, esta de una forma limpia, aunque inesperada
para la liebre, se abatió sobre ella, la cogió con sus garras y levantó el
vuelo.
-Vaya escena de caza hemos
visto -dijo Jourri feliz.
-Ha sido emocionante.
-comentó Guillermo.
-Yo también. Un cazador
excepcional -dijo Jourri, el águila.
Cuando se disponían a
iniciar el tramo final de regreso hacia la casa donde pernoctarían, pensando en
las escenas de caza que habían visto y que el día ya se había acabado para
ellos, contemplaron una nueva escena.
-Mira hacía el collado -Le
dijo Jourri a Guillermo.
Guillermo después de dirigir
su vista, le dijo:
El águila real se abatió
sobre el zorro, pero este se tiró al suelo sobre su espalda, mostrándole sus
patas, y sus fauces. Cuando el águila intentó con sus garras hacer huella en su
cuerpo, el zorro haciendo gala de gran ferocidad, le lanzó sus patas traseras y
delanteras sobre su cuello y sus alas, hiriéndola y dejándola sin poder volar,
sin velocidad y por tanto sin capacidad de movimiento.
-El zorro, en su terreno,
reaccionó rápido y huyó sin que el águila pudiera hacer nada - expresó Jourri,
lleno de emoción.
Ambos se miraron, y en
silencio iniciaron de nuevo el camino, donde el sol de poniente con los colores
del atardecer difuminados entre naranjas y negros, perfilaban con su débil luz
y contra la noche, algunas montañas y valles de la Sierra Morena.
- De todas las escenas de
caza que hemos visto, es difícil decidir cuál fue la mejor, pero ¿Con qué
cazador te quedarías? - preguntó Guillermo.
Ambos se miraron a la cara y
exclamaron:
- ¡Ha sido un gran
espectáculo!
¡Los cazadores de la Sierra
Morena!
Angel
Villazón.
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