Es
de humano el mostrar una cierta intranquilidad cuando se van acercando las
fechas de un acontecimiento importante en nuestras vidas. Así, a medida que van
pasando los días anteriores a un determinado momento significativo, nuestro
nerviosismo, desasosiego, ansiedad… se van haciendo cada día más patente hasta
llegar, a veces, a límites que rayan en lo irracional. Sin ir más lejos, llega el
momento en el que nuestro carácter y
forma de actuar cambia de tal forma, que los que están a nuestro lado se
dan cuenta que perdemos un poco los papeles, máxime, si son componentes de
nuestras propias familias.
Pues
bien, año tras año, cuando el nuevo año hace su aparición, la inmensa mayoría de
los aficionados a la caza de la perdiz con reclamo comenzamos a entrar en una
dinámica de intranquilidad que se hace palpable al cien por cien. Huelga decir que el
despertarse temprano, el no poder conciliar el sueño, las discusiones o riñas
con familiares y amigos, las constantes llamadas a conocidos para ver como lo
llevan, las idas y venidas a lugares donde se juntan compañeros de afición, la
visita persistente a nuestros jaulero para ver si hay algún problema, la
repetitiva comprobación de los enseres y complementos de caza, la observación
casi enfermiza de la meteorología, las diferentes pruebas a las que somentemos a nuestros reclamos para ver en qué punto se encuentran, los constantes desplazamientos al coto de caza para ultimar
detalles, compras de viandas y bebidas para los días de cuelga… es el pan
nuestro de cada día. Y no digamos si, por estas fechas, hay alguna incidencia
significativa: revuelo nocturno en nuestro jaulero, muda extemporánea de
algunos reclamos, circunstancias significativas en la finca donde vamos a cazar
(arado, ganado, podas, desmontes, falta de leña, problemas de intendencia…),
diferencias con los compañeros de coto en aspectos que pueden incidir en la
buena marcha del periodo hábil de caza con reclamo… Si esto ocurre, que a veces
es así, como bien sabemos, “apaga y vámonos”
Se
cuentan los días como si estuviéramos en la “mili” y a punto de licenciarnos, y parece que la fecha señalada en el calendario no
va a llegar nunca. Y lo peor del caso es que año tras año volvemos a tropezar
en la misma piedra, sin que la experiencia acumulada por el mucho tiempo que
llevamos en este mundillo nos sirva para tomarnos con más tranquilidad los
prolegómenos de una nueva temporada. Es obvio que esta situación de desasosiego
es inherente a la afición cuquillera y, en el fondo, es lo que sustenta la
grandeza de la misma, pues no todos los días mostramos los mismos
comportamientos. Esta enfermedad, que creo que los es, solo se cura el día que
le levantemos la sayuela, funda, mantilla, cobija…. a nuestro pájaro tras
situarlo en el tanto, farolillo, repostero, pulpitillo….y, si puede ser,
minutos más tarde apretemos el gatillo.
Y
lo peor del tema es que, con todo estos “dolores de cabeza”, en la gran mayoría
de los casos, años tras año, el final es siempre el mismo: desesperanza y
fracaso, pues, entre unas cosas y otras, la gran fe con la que se empieza,
se torna, al final, en una verdadera frustración. Menos mal que, desde que se
acaba la temporada, hasta el comienzo de la próxima, hay tiempo de sobra para
“cargar las pilas” y renovar ilusiones