martes, 28 de noviembre de 2017

DÍAS ADECUADOS PARA COLGAR.


Como hace algún tiempo, voy a traer al blog alguna colaboración, como es el caso de ésta, escrita por mi primo Manuel Jerónimo Lluch y publicada recientemente en Trofeo Caza.

Manuel, el protagonista, miraba la orden de vedas y como siempre veía que habían concedido cuarenta y dos días hábiles para poder colgar. Así era desde que se permitió cazar legalmente la perdiz con reclamo.

Pensó que sucedería como solía ocurrir, que la climatología y otros imponderables que surgieran harían  que muchas fechas quedaran en blanco y no se pudiera salir a dar el tan deseado y añorado puesto.

El cambio climático, se dijo, ha hecho que aquello que en décadas que quedaron atrás era favorable se haya convertido ahora en inconvenientes para que el campo se corra adecuadamente a la jaula.

Recordó, y en él todo se volvían recuerdos, como hacía ya bastantes celos que la perdiz campera no adquiría el ardor necesario para que respondiera exitosamente a la provocación a la que el reclamo la sometía, y si se conseguía a veces buena caza se debía en gran parte a que en muchos de los cotos prevalecía la perdiz sembraba, la cual entraba a la jaula, en la mayoría de ocasiones, con más curiosidad que celo. Había como en todo caso excepciones pero no eran tan habituales como deseaban y querían muchos de los buenos y curtidos pajariteros. Cuando en nuestros campos, siguió diciéndose Manuel, antes que la perdiz granjera hubiera tomado posesión de ellos y que el cambio climático se hiciese notar, cualquier aficionado con cierta experiencia podía precisar los días más aptos para colgar sus reclamos.

Sabía, porque así se lo enseñaron sus mayores o tal vez lo había experimentado por sí mismo, que después de unos días lluviosos, cuando volvía a calentar el sol y la temperatura era suave, como las camperas  respondían con prontitud y buscaban con ahínco la presencia de un intruso, en el terrero, donde se habían aposentado y que defenderían con prontitud.

También conocía que los días de viento, cuando el aire arreciaba, castigando a la vegetación autóctona serían poco aptos para salir al campo y era preferible darles un descanso a los reclamos en espera de mejor ocasión para exhibir sus excelencias en el pulpitillo.

Descubriría también que las bajas temperaturas mermaban el celo de las perdices, tanto en las camperas como en los reclamos, y que unas como otras perdían el necesario ardor para entablar disputas con el oponente.

Cualquiera cuquillero de antaño solía estar muy apegado al campo y era estudioso de las costumbres de los seres que lo poblaban. Conocía las querencias de las perdices, y averiguaba por sus deyecciones el grado de celo que tenían, confirmando que tal o cual collera estaba en condiciones para correrse a la jaula, y que aquella otra necesitaba un tiempo para coger el punto adecuado.

Sabía también que con la subida de las temperaturas, entrado marzo, las perdices camperas tendían a buscar las zonas más frescas en los bajos del terreno, cerca de los arroyos, donde era más benigno el calor. Allí se elaboraban los puestos facilitando así que el campo buscase a la jaula con mayor facilidad.

Todo ello lo conocía y practicaba el hombre que permanecía en el campo, porque en él tenía su vivir habitual, y también, cómo no, se lo transmitía a aquellos que de forma menos frecuente acudían a las fincas con objetivos cinegéticos afines.

Recuerdos y más recuerdos se le venían a Manuel a la mente y comprendía que lo que antaño fue valido y eficaz ahora con las nuevas circunstancias podría no servir por no lograr los apetecidos resultados.

¿En que habían quedado aquellos días en los que con una media cuchara era fácil que cualquier aficionado tuviera una buenísima jornada ya que el campo se encontraba en los momentos de celo más álgidos?

Querría pensar, soñando despierto, que tal vez el futuro se presentase más prometedor, que aquello que fue y ahora no es pueda volver a serlo y que consigamos el equilibrio y la sensatez para buscar soluciones y remedios útiles y eficaces. Y con esa incertidumbre se queda, cuando en su rostro aflora una pequeña sonrisa, que quien la observase pausadamente, no sabría calibrar si era de esperanza o de resignación. 

                                                           Manuel Jerónimo Lluch Lluch.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

CAZAR PERDIZ DE REPOBLACIÓN CON EL RECLAMO.

     Hoy día de "To Santos", como se le conoce popularmente en nuestra tierra a esta festividad, para muchos aficionados al reclamos es el punto de partida para la nueva temporada, pues esta fecha tan significativa de nuestro calendario también es escogida por ellos para pasar los perdigones a las jaulas, tras el tradicional recorte.

    Por ello, he querido subir al blog esta reflexión personal, pues su contenido lo merece.

                            Preciosa imagen de un macho de repoblación.

El tema de este artículo no supone ninguna novedad, pues tanto en mi blog, como en cualquier foro o en red social, ha sido ampliamente tratado. Ahora bien, como desde hace dos años cazo el reclamo en una finca de repoblación, quiero dar mi opinión de primera mano de lo que supone para mí el cazar este tipo de ejemplares. Ojo…, digo cazar, no ir a matar a toda la granjera que se menee.

Para empezar, me gustaría dejar bien claro lo que entiendo por repoblación o, mejor dicho, una buena repoblación.

Pues bien, perdiz de repoblación y de granja son dos términos sinónimos, los cuales utilizamos indistintamente cuando nos referimos a toda perdiz nacida y criada en cautividad. Ni que decir tiene que con este tipo de ejemplares lo importante, al menos para mí, son, en principio, dos circunstancias:

- La primera y fundamental es que lo que se vaya a soltar en una determinada finca tiene que proceder de explotaciones cinegéticas serias y que luchen por la pureza genética de los ejemplares que salen de sus instalaciones. Por lo tanto, dentro de una cosa lógica, no hay que escatimar unos euros por las perdices que se vayan a poner en libertad.

- La segunda, y no menos importante, es que las sueltas se deben hacer en el momento que marca la ley, es decir, con bastantes días de antelación a la apertura del periodo hábil de la general, se cacen o no las patirrojas al salto o al ojeo. Con ello, cuando llega la temporada del reclamo, los ejemplares soltados en su momento llevan ya, aparte de los que quedaron de la temporada anterior más las crías que sacaron estos para adelante, sobre cuatro meses en libertad. Por supuesto, perdices soltadas cuando se vayan necesitando, incluso durante la temporada cuquillera, no tiene sentido, ni es de recibo, si se quiere cazar lo más parecido, nunca igual, a la perdiz roja salvaje.

    Huelga decir que lo expresado anteriormente es un planteamiento teórico, por ello quiero dar mi opinión sobre dichos dos puntos, dado que en uno de los cotos donde cazo el “material” que lo puebla es perdiz de granja. Partiendo de la base que por la zona donde me muevo, encontrar una finca de perdiz salvaje no es tarea fácil. Primero, porque hay pocas y segundo, porque los terrenos que las tienen no ofrecen las garantías que se necesitan para hacer una buena inversión, pues de dar culazo tras culazo, el que más y el que menos está ya cansado.

En esta línea, las dos últimas temporadas, comparto plaza con un amigo en un terreno de unas seiscientas hectáreas en la zona del Andévalo, donde cazan el reclamo tres compañeros más. Es decir, cuatro acciones.

En dicha finca más en otras anexas, todas cubiertas de encinar y monte bajo, cuidadas y vigiladas al máximo, el gestor que tiene arrendadas las mismas suelta las perdices en el momento que marca la legislación cinegética y, una vez abierta la temporada general, se dan algunos ojeos hasta las Navidades. A partir de ahí, como en cualquier terreno donde se caza al salto, la perdiz descansa hasta la apertura del reclamo. Tiempo más que suficiente para que se creen nuevas parejas o estén en vías de ello, aunque como les ocurre a la autóctonas, en los primeros días de la apertura, puede haber bandillos de seis u ocho patirrojas.

Ahora bien, lo importante comienza cuando nuestro reclamo de turno está en el tanto o farolillo, pues al igual que con las salvajes, hay quien entra en condiciones en plaza y hay quien transita por ella de careo o alcahueteo. Huelga decir que el que está dentro del aguardo decide: o tiros van y tiros vienen o, por el contrario, aprieta el gatillo cuando la ocasión lo requiera. Entre una y otra opción, hay un abismo. O se va a los números o, muy acertadamente, se mira la ortodoxia de la afición y el bien del reclamo. Pues tiro tras tiro, en día tras día, no hace pájaro puntero, sino que estropea al que pueda llegar a serlo.

En esta línea, volviendo a los parajes donde cazo ejemplares de repoblación, puedo decir, con la mano en el corazón que, aparte de alguna “meteera” de pata que he podido llevar a cabo, he disfrutado de lo lindo con las perdices que hay allí, pues muchas de ellas han entrado al reclamo con decisión y valentía que, en el fondo, es lo que ansiamos. Perdices que como ya he comentado en algún escrito, he notado que son de granja cuando las he tenido en mis manos, pues en sus reacciones más se parecieron a sus pariente las autóctonas. Sus cantos, valentía y decisión me han confundido muchas veces. Por el contrario, también me han entrado en plaza en plan reunión fiestera sin el más mínimo interés por el del farolillo. Todo ello, demuestra que hay de todo en la repoblación. Ahí radica el cómo actuar desde dentro del “chozo”: o grandes números, o apretar el gatillo cuando haya una entrada en plaza como Dios manda.

Lo que no se puede consentir, o al menos así lo veo yo, es que se descalifique a saco a los cazadores de perdiz de repoblación. ¿Qué nunca será una perdiz como la otra?: INDISCUTIBLEMENTE Y UNA ASEVERACIÓN PALMARIA. Pero, ningunear a quien no puede otra cosa, no ha lugar. Está claro que, excepto algunos casos, entre los que se encuadran los que van matar mientras más mejor, cada uno caza lo que puede. Bien porque el acceder a perdiz autóctona no es fácil porque hay pocos terrenos donde las haya, o bien porque, en donde las hay, el precio es prohibitivo para la mayoría de los bolsillos. Y esto es tan irrefutable como la aseveración anterior, al menos por estos lugares de nuestra Andalucía.

Resumiendo y esperando el debate, si alguien quiere participar. En el saber dar con una finca de repoblación en condiciones y en el saber apretar el gatillo cuando la ocasión se preste para ello está el quid de la cuestión. Qué nunca el jamón de cerdo blanco será como el de pata negra, sin discusión. Pero…, que a veces, el jamón blanco nos sabe a gloría, también sin discusión. Eso sí, nunca será bueno tirarle más de la cuenta a un mismo pájaro y, por supuesto, si se puede, alternarle días en el campo con patirrojas salvajes, pues lo fácil, nunca es bueno si queremos que no se baje el listón de la calidad de los reclamos.