lunes, 9 de agosto de 2010

TIEMPOS DIFÍCILES


Baldomero, el hijo de Florencio “El Guarda”, conocía aquellos parajes mejor que nadie. Desde muy pequeño, había acompañado y ayudado a su padre en todas las labores propias de su profesión. Por consiguiente, con buen maestro al lado, había aprendido muchos de los secretos que encierra el mundo animal y la vida en el campo. Quizás por ello, desde temprana edad se había aficionado a la escopeta y sabía en todo momento dónde había que ir para arrimar carne de caza mayor para el sustento familiar o unos conejillos, liebres o perdices para el avío diario. Su madre, Juana, lo seguía tratando, a pesar de ser casi cuarentón, como a aquel niño de ocho o diez años que llegaba todos los días lleno de moratones y con los pantalones rotos de las mil y una travesuras que tanto le apasionaban.

Su trabajo de jornalero del campo le permitía, en muchas épocas del año, cuando el trabajo escaseaba o el horario se lo permitía, el dedicarse a su afición favorita: la caza del perdigón, como la llamaban por la comarca. Pero esta pasión, tan desmesurada en él, también le acarreó muchos problemas, ya que la Guardia Civil lo tenía en todo momento en el punto de mira, por practicar una actividad ilegal en aquellos momentos -mediados de la década de los cincuenta-. Esta circunstancia hacía que su madre, viuda y bastante metida en edad, tuviera siempre el corazón en vilo, ya que en infinidad de ocasiones, Baldomero, que vivía en el hogar paterno al ser soltero, y su inseparable Faida -una setter de pelo negro-, llegaban a casa a la carrera y maltrechos por la persecución de la que habían sido objeto por parte alguna pareja de la Benemérita. Aun así, y a pesar de los disgustos que se llevaba cada dos por tres su madre, Baldomero, campaba a sus anchas por los agrestes y fascinantes rincones del entorno. Sabía muy bien, y estaba convencido de ello, que sus implacables perseguidores difícilmente le “echarían el guante” porque siempre le ganaba en astucia y en conocimiento máximo de todos los parajes y entresijos de aquellos pagos.

Además, todos los lugareños le tenían gran aprecio, por lo que era casi imposible que por un chivatazo cayera en las manos de los del tricornio. Cuando había carne de alguna res en su despensa, la había en las de todas las familias necesitadas del pueblo. Es más, a nadie le faltaba una paloma o una perdiz para el puchero o un conejo o una liebre para un buen arroz. Por tanto, con estos condicionantes, exceptuando los cuatro o cinco terratenientes que pensaban que les robaba la caza y algunos de los que trabajaban asiduamente con ellos, los demás paisanos lo adoraban e, incluso, siempre le echaban una mano en los momentos difíciles. Ni que decir tiene que eran totalmente “mudos e ignorantes”, cuando la Guardia Civil hacía pesquisas sobre cualquier hecho ocurrido y relacionado con Baldomero.

Pero las cosas se complicaban muy mucho cuando llegaba la época de la jaula y, máxime, en los momentos que se él encontraba dentro del puesto. Si a esto le añadimos que Ricardo -el encargado de una de las fincas de la zona y antiguo pretendiente, sin éxito, de Flori, -la hermana de Baldomero-, también jaulero y con una envidia que le recomía, estaba siempre dispuesto a dar el soplo para su localización. Éste, tenía que andar siempre con “pies de plomo”, si no quería caer en manos de los “civiles”. Por consiguiente, el salir de estampida del puesto a media faena del reclamo, era una actividad cotidiana en su ya larga trayectoria como cuquillero.

Así, una fría y tempranera mañana, cuando Ricardo andaba por el pueblo tomando una copa de anís Machaquito para calentar el cuerpo antes marcharse para la finca, observó con cierta socarronería que Baldomero, con máxima cautela, salía por el corral de su casa con pelliza a cuestas y todos los trebejos necesarios para dar el puesto. Como le recomía la envidia, raudo y veloz, se acercó al Cuartel de la Guardia Civil y denunció los hechos.

Poco después, una “pareja” a pie, guiada en todo momento por Ricardo, salió del pueblo, todavía entre dos luces, con la intención de echarle mano a tan escurridizo jaulero y hacerle pagar por tantos quebraderos de cabeza.

El encargado, aunque sabía más o menos por dónde andaría Baldomero –siempre le rondaba que al tener mucha caza donde él trabajaba, estaría allí-, también tenía muy claro que, si la cosa no salía bien, lo pasaría mal, porque la Benemérita no le perdonaría el tiempo perdido y máxime, cuando no era muy bien visto entre los componentes de este cuerpo destinados en el pueblo.

Andaban ya por linderos de Riscos Altos –finca donde trabajaba Ricardo-, cuando en una zona bastante abrupta y de difícil acceso de dicha finca, sonó el estruendo de un disparo. En aquel momento, los ojos de Ricardo y los de la Guardia Civil desprendieron grandes destellos de alegría, mientras por sus mentes no pasaba otra sensación que la de ver a Baldomero entrando esposado en el pueblo.

Tras localizar la procedencia del escopetazo, pararon un momento para plantear con precisión el apresamiento para que tan buscado personaje no tuviera la más mínima posibilidad de escapar. En estas estaban, cuando un segundo estallido, procedente del mismo sitio que el anterior, vino a confirmar que su “buen amigo” seguía allí, más pendiente de la jaula que de lo que estaba ocurriendo varios centenares de metros más abajo.

Mientras ascendían sigilosa y torpemente aquellas sinuosas, resbaladizas y escarpadas trincheras que conducían al colgadero, Baldomero, más contento que un niño con juguete nuevo, por la collera abatida, se hacía un buen “liao” del tabaco que llevaba en la petaca. Sin embargo, Faida, con ese sexto sentido que tienen los perros, empezó a mostrar una intranquilidad tal, que terminó por alertar a su dueño de que algo raro estaba ocurriendo. Éste, conociéndola de tantos momentos difíciles por los que habían pasado, rápidamente reaccionó y apagó el cigarro. Poco a poco, se fue asomando cuidadosamente por encima del puesto y con gran nitidez -no sorpresa, porque no era la primera vez que le ocurría-, observó cómo Ricardo y la “pareja” se acercaban para echarle mano.

Con una rapidez endiablada, salió del puesto y enfundó a su reclamo. Luego, recogió el par que había abatido y, tras limpiar un poco los restos de plumas de la plaza y acariciar a Faida para que se tranquilizara, salieron los dos pitando de allí.

No tendría más remedio que dar un gran rodeo para salir de aquel atolladero, pero su fortaleza, agilidad y el conocimiento del terreno palmo a palmo, le ayudarían a salir indemnes de tan complicada empresa. Minutos después, mientras sus captores recuperaban el resuello en una pequeña parada, él, sudoroso a pesar del frío, jadeante y con el corazón al máximo, tras haber saltado una rivera con no mucha agua que le separaba de un espeso matorral que había al otro lado de la misma, dejó la “jaula” y la vieja escopeta en un estratégico escondrijo que tenía preparado para tales imprevistos. Con posterioridad, camuflándose con la tupida vegetación, en compañía de Faida, que no había hecho el más mínimo atisbo de ladrar, fue distanciándose del colgadero. Al mismo tiempo, sus perseguidores, como pudo comprobar desde la lejanía, llegaban al mismo, se supone que, con cara de incredulidad y resignación al comprobar que allí, en aquel viejo y estratégico puesto, tras dura y pesada ascensión, no había nadie a quien detener. Sólo se escuchó a uno de los “números” de la Guardia Civil, con voz cansina, pero enérgica, decirle a Ricardo, el encargado:

- ¿Supongo que tendrá Vd. algo que decir al respecto?

Ricardo, que se había quedado de piedra y abatido al ver que Baldomero, una vez más, se la había jugado, únicamente fue capaz de responderle:

- ¡Lo siento, yo pensaba que lo pescaríamos hoy! En cuanto lo vi salir esta mañana, pensé que esta vez sería la ocasión propicia.

Tras disculpa tan sutil, aquel desconcertado y derrotado personaje tuvo que escuchar estoicamente lo que nunca le hubiera querido oír.

Ya de vuelta en el pueblo, al pasar por el bar del tío Frasco, Ricardo y los dos números de la Benemérita pudieron comprobar cómo Baldomero, sentado y charlando distendidamente con varios amigos, se tomaba un reconfortante café y se fumaba un buen cigarro. Mientras tanto, Faida -su inseparable compañera-, tendida a sus pies, descansaba plácidamente tras aquella imprevista y súbita estampida.

- ¿Ricardo…, no decía usted que Baldomero estaba dando el puesto? ¿Quién es entonces el que está ahí sentado? –le requirió uno de los guardias civiles.

Esta vez, el encargado, sintiéndose avergonzado delante de muchos vecinos del pueblo, no fue capaz de pronunciar palabra alguna, sólo agachó la cabeza en señal de resignación y siguió junto a la pareja hasta el Cuartel, donde seguro que tendría que dar muchas explicaciones de lo ocurrido al sargento y comandante de puesto de la localidad.

Unas horas más tarde, cuando todo se había tranquilizado, Baldomero volvió al “lugar de los hechos”, recogió todos sus “pertencias” y en un santiamén se encontraba de nuevo a salvo en casa, pero…, una vez allí, no tuvo más remedio que escuchar con impasibilidad la tremenda reprimenda con que le “regaló” su madre que, al salir a la tahona a comprar el pan, se había enterado de lo ocurrido.

martes, 3 de agosto de 2010

LA COCINA EN EL CORTIJO. "CARNE AL MONTE".


Si la caza es una afición que, a la mayoría, nos viene por herencia,  la cocina , no lo es menos. Así, si la afición a la escopeta proviene de mi abuelo Vicente, la de la cocina, la he heredado de mi madre, Rosario, por más señas.

Desde siempre, en la mayoría de los cotos donde he estado, la gastronomía ha corrido por mi cuenta: la compra y su preparación. Con ello, lo único que se demuestra es que un buen número de aficionados -saquemos de aquí al amigo Raimundo, que también le va el rollo-, ni quieren saber nada de la tienda y, por supuesto, menos de la cocina. Pero además, también tengo que puntualizar que disfruto haciendo de comer ya que es otro de mis hobbies.

Por todo ello, de vez en cuando, iré colgando una receta de cocina, sin cantidades ni tiempos -eso se queda para los libros-, para que quien pase por aquí y las lea, pueda intentarlo.

CARNE AL MONTE.

Este es un plato típicamente de la cocina para cazadores y amantes de las carnes de caza o de cerdo, ya que como materia prima se puede utilizar este tipo de carnes, bien troceadas y enternecidas con anterioridad en la olla exprés con agua , un poco de vino blanco y una pastilla de caldo de carne.

Preparación.

1º.- Se refríen en un buen aceite de oliva unos ajos cortados a lo largo en cuatro trozos con su correspondiente cáscara.

2º.- Cuando los ajos estén dorados, se añade laurel, perejil natural, mucha cebolla y pimientos bien troceados y se refríe todo. Cuando esté casi listo el refrito se le echa un poco de tomate natural bien cortado y se termina de refreír.

3º.- A continuación, se le añade la carne con el caldo de haberla enternecido y se le agrega sal, comino molido, pimienta negra molida, orégano, tomillo y bastante vino (solera o fino). Si al “personal”, le gusta el picante, se le puede poner una guindilla. Si durante la cocción se queda sin caldo, se le echa un poco de agua templada.

4.- Cuando esté casi en su salsa la carne, se le echa un poco de tomate frito, no mucho, y se le agregan unas patatas en tiras no muy largas y bien fritas para que absorban la salsa.

5.- Se apaga el fuego y se deja reposar durante diez minutos antes de servir.

Lo demás, corre por cuenta de las ganas que tenga cada uno de los comensales.

domingo, 1 de agosto de 2010

DESCASTE 2010. LA CRISIS TAMBIÉN LLEGA AL CONEJO.


Los que tenemos algunos años a nuestras espaldas, vamos comprobando temporada tras otra, cómo la fauna cinegética, por diferentes motivos, cada año flaquea un poquito más.

Si miramos hacia atrás y nos plantamos en nuestra niñez –hablo de cincuenta años-, aquellas perchas de conejos que nuestros abuelos y padres conseguían en un rato, lo único que hacen es ponernos los “dientes largos” al recordarlas. Un rato con los perros o un aguardo en una buena madriguera eran más que suficientes casi para llenar la mochila. Entonces no había puertas ni manchas. No hacía falta, porque había lo más importante: conejos.

Con el paso de los años, llegaron las repetidoras, las muchas variedades de cartuchos y el cazar en grandes batidas. Pero como había mucha caza, no existía problema. Se partía siempre a más de lo que se necesitaba.

Sin embargo, en los últimos años, si a lo anteriormente citado, le unimos la aparición de la célebre enfermedad vírica hemorrágica, todo este conjunto de circunstancias ha producido tal estrago que, el conejo, ya mermado desde hacía años por la mixomatosis, ha llegado a desaparecer en muchas zonas en donde antes era abundantísimo.

Pero ahora, en la actualidad, cuando no es por una cosa o por otra, las especies del cazables están disminuyendo de una forma alarmante, por lo menos, por estos “pagos” del occidente andaluz . Si el año pasado con la sequía, la historia no estuvo muy boyante, este año, por todo lo contrario, la cosa está peor.

Para precisar, en mi coto, “La Dehesa de Enmedio”, de Puebla de Guzmán, el pasado 17 de julio, en el primer día de descaste sin perros, conseguimos catorce conejos entre once escopetas. En la segunda jornada de caza, el 31, le “quitamos el pellejo” a tres, entre el mismo número de cazadores. Es decir, un auténtico fracaso. Y todo ello hablando de una finca de casi cuatrocientas hectáreas, con 28 comederos fijos todo el año y sin faltarle nunca el correspondiente trigo –sobre cinco o seis mil kg todas las temporadas-. Cuidado al máximo, guardado al cien por cien y con una siembra anual de alrededor de 50 ha. de trigo. Además, si le faltaba algo a ambas jornadas, se complementaron con la presencia entre nosotros de una buena aficionada -Mari Carmen Pacheco- y ni por eso. Ya lo dijo alguien: “De donde no hay, no se puede sacar”.

Menos mal que, a falta de conejos, una buena reunión de amigos/as, echamos el ratillo de vez en cuando y entre la comida y las copillas –que nunca deben faltar en tan ansiados y necesarios momentos-, se superan los sofocones que produce la espera de todo un año para ver estos ínfimos resultados.

En lo sucesivo, daremos un “picotazo” el día de la apertura con perros y hasta la veda general. Luego, Dios dirá. Teniendo en cuenta siempre que si al campo se le mata más de lo que cría..., malo. Y este año, la cría, como se puede apreciar, es desconsoladora en cuanto al conejo se refiere. Esperemos que la liebre y la perdiz nos den una alegría.

Valgan estas imágenes como resumen de los dos días.







En el día de hoy, como todo no puede ser malo, aparte del contacto con amigos y conocidos, hemos tenido una agradable visita: la de Abdelhadi Mohamed. Un encantador chiquillo saharaui que está pasando el verano con la familia de uno uno de los asistentes a la cacería -Juan Diego-.



Como se puede apreciar no se quiso perder un detalle de cómo se le sacan las tripas a los conejos