Llevaba algún tiempo dándole vueltas al "coco" para enjaretar un artículo de opinión con tan sustancioso tema y creo que, final de enero, mes reclamista por excelencia, es el momento ideal para publicarlo. Sé que algunos me darán la razón y otros me tacharán de haberme "bajado los pantalones" ante la perdiz de granja, cuando siempre he defendido lo contrario. Pero, tanto una opinión como la otra, no influyen para nada en un convencimiento que he ido formando con el paso de los años. Y ha sido así, porque toda hipótesis sólo es válida cuando se puede demostrar, justamente, como lo han hecho algunos de estos reclamos que han pasado por mis manos. Pues bien, creo que con lo que he presenciado durante un buen periodo de tiempo, que no son ni más ni menos que hechos irrefutables, hoy día, puedo decir a boca llena, y bien alto, que el reclamo criado en cautividad, el de bandera -que los hay, aunque muchos no lo quieran aceptar- es, como mínimo, tan bueno como su homólogo de campo.
Entremos en faena.
Hace ahora, justamente veintiséis
años, en 1986, pasó por mis manos mi primer reclamo de granja –Castelar-. Era
de Altube, de los
originarios de esta denominación, y le puse dicho nombre, por el protagonista
de la maravillosa obra “Memorias de un Reclamo”, la cual, o estaba leyendo por
aquellos entonces, o hacía poco tiempo que la había leído.
Desde entonces hasta
ahora, han llegado bastantes de ellos a mi jaulero, aunque siempre he sido un
poco reacio a tenerlos. No obstante, en los últimos tiempos, por diferentes
motivos que ya he puntualizado en varios escritos y no quiero volver a exponer,
para no ser muy repetitivo, he llegado a la conclusión, basándome en hechos
irrefutables, que el reclamo de granja o criado en cautividad ofrece las mismas
posibilidades que el montesino y, además, sale mucho más barato lo que, en los
tiempos que corren, ya es un triunfo para la mayoría de los bolsillos que, como
todos sabemos y sufrimos, están desgraciadamente, muy faltos de liquidez.
En estas casi tres
décadas, Castelar, el de Burgos, Gitano, Redoble, Estepeño, Toledano, Picocho…
y, más recientemente, Guerrilla, Chimenea y algún pollo de este año, todos
ellos de diferentes granjas, han venido a confirmarme que los había y los habrá
mejores, como le ocurre a cualquier reclamo del campo, pero, todos ellos
supieron en su momento, o saben en la actualidad, hacer su trabajo, como
mínimo, igual que sus hermanos montaraces. Ni mejor ni peor, sino como ellos. Y
no vengamos con milongas que si a los dos años se vienen abajo, que si con el
campo de verdad no saben realizar la faena adecuada, que si su música deja
mucho que desear, que se ponen muy fuertes en el transcurso de la temporada… Ya
que todo eso puede ser cierto, pero en algunos. Al igual que, justamente, lo
contrario. Ni más, ni menos que como ocurre en los reclamos del campo. ¿O es
qué algunos de estos últimos no tiene las cualidades reseñadas anteriormente?
Pues bien, de los nombres
que he citado con anterioridad, Castelar, por ser el primero y Chimenea, el
último, me dejaron en su momento y me dejan hoy, un gran sabor de boca. Ya que,
tanto uno como otro, era y es, como mínimo, reclamo de mediano para arriba,
justamente como le ocurre a algunos de los que proceden de nuestros campos y
bosques. Así, ofrecían y ofrecen un variedad de cantos más que aceptables,
trabajo constante, suavidad con el campo, recibiendo y cargando el tiro como se
debe hacer… y, lo más importante, sin descomponerse ante “viudillas de capas y
espadas”. Cualidades todas ellas con las que soñamos los jauleros.
Que el campo da y
proporciona fenomenales reclamos, cierto. “El de Manué” y Don Benito, mis
dos grandes reclamos, lo demostraron en su momento. Pero, no olvidemos
que, también, proporciona muchísimos burracos, alambristas, saltimbanquis,
cobardes, “cantaores de tabernas”… y, ello, nos guste o no, es una aseveración
clara, clarita como la luz del día, justamente, como les ocurre a muchos
de los criados en cautividad.
Pero, yendo aun más lejos,
queramos o no, mientras exista demanda de reclamos de procedencia montesina,
estamos ayudando a que nuestros campos sean el espacio idóneo para continuos
“sabotajes”, y puedo asegurar, porque sé lo que estoy diciendo que, algunas
fincas, en no mucho tiempo, se han quedado limpias de patirrojas a manos de
cuatreros, sirviéndose del famoso garlito, por poner un ejemplo de capturas
prohibidas.
Por todo lo anteriormente
expuesto, y a modo de resumen, el que suscribe, defensor a muerte de nuestra
perdiz roja salvaje, que no es sabio, sino humano, ha rectificado con el
transcurrir de los años y, la gran mayoría de reclamos que tiene, a día de hoy,
son procedentes de granjas o criados por amigos en cautividad.
¿Qué me he equivocado y no
he sido fiel a mis principios? Posiblemente, pero, mi opinión y forma de
proceder merece tanto respeto como la del que en su jaulero no quiere ver, ni
por asomo, un reclamo de
granja o “gallino” como muchos/as le llaman de forma despectiva.
Sólo un pero a las granjas
cinegéticas: en un primer momento, o no supieron generar el “producto” deseado,
o quisieron “llenar el saco” antes de tiempo. Con ello, el resultado fue
descorazonador, ya que, la perdiz que nos ofrecían, poco tenía que ver, en
muchos casos, con la que se demandaba. Sin embargo, y afortunadamente, hoy día,
la cosa ha cambiado. La pureza genética prima sobre la producción, aunque siga
habiendo quien busque dinero antes que calidad. Siguen quedando restos de
antaño, pero, creo que se está en el buen camino.
Por cierto, si no recuerdo
mal, Castelar me costó dos mil pesetas y Chimenea, algunos buenos años después,
treinta euros. Y estoy seguro, sin que ello signifique vanidad por mi parte
que, reclamos con ellos dos, ya los quisieran todos los aficionados para su
jaulero.
Otro tema es
la perdiz de granja soltada para repoblación de cotos privados y sociales.
Sobre ello, tengo que decir que también lo tengo claro, ya que, aparte de las
muchas problemáticas que arrastran este tipo de patirrojas, nunca serán capaces
de adoptar el proceder, la bravura y la viveza de sus hermanas las montesinas.
Siempre les faltará ese sexto sentido que hace que las montaraces nos cojan en
fuera de juego a diario y, por ello, éstas últimas, sean consideradas como el
“pata negra” de la actividad cinegética en general. Pero, si nos referimos a su
forma de comportamiento en la caza de la perdiz con reclamo, no merece la pena
gastar mucho papel, puesto que, si exceptuamos los números que se abaten y
algunas excepción de ejemplares que llevan sueltos mucho tiempo en el campo, de
lo demás, mejor no hablar. Pocos lances con ellas quedarán grabados en la
retina de los cuquilleros.