En el día de hoy traigo a mi blog esta entrañable historia escrita por mi primo Jerónimo Lluch, sobre un gran reclamo: "Ajumao".
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“A la memoria de mi padre, al que le habría ilusionado leer estos párrafos y a todos los buenos aficionados de Las Navas”
Llevo tanto tiempo en
compañía de mi dueño y he oído tan frecuentemente sus palabras y comentarios
que creo comprender casi todo lo que escucho y me siento capaz de expresar mis
ideas y pensamientos casi en su mismo lenguaje.
Diré que soy un macho de perdiz, que
cazo catorce celos, y aunque mis facultades físicas han mermado
considerablemente, estoy en condiciones de seguir dándole tantas alegrías a mi
amo como en los primeros años que con él pasé.
Cuando las calores del mes de mayo
comenzaron a sentirse sobre el campo, en el que los despertares a la vida se
manifestaban por cada rincón, en un hermoso sembrado de trigo vieron mis ojos
la luz por vez primera.
Mi padre, un hermoso galán de pico,
ojos y patas tan encendidos como el sol cuando se oculta, con su recio reclamo
parecía proclamar a los cuatro vientos que había sido padre de una numerosa
prole, de la que se sentía tan orgulloso como feliz. Mi madre, roja como las
amapolas que salpicaban el trigal donde nací, no escatimaba esfuerzos ni tesón
para buscar los hormigueros que nos alimentarían en nuestros primeros días de
vida, a la vez que oteaba continuamente el cielo para prevenirnos de la
mortífera rapaz que era nuestro más encarnizado enemigo.
Una espléndida primavera hizo que
tuviésemos unas semanas de vida placenteras y cuando los rigores del estío
empezaron a dejarse notar en nuestro entorno mitigábamos la sed en el arroyo
grande en el que, según nos contaba nuestra madre, siempre corría el agua.
Sería una tarde al comenzar a beber
en la que una tupida red cayó sobre nosotros privándonos de la libertad de la
que hasta entonces habíamos gozado.
No sé que sería de mis padres y
hermanos, a mí me llevaron a una choza de pastor introducido en algo que
después oí se llamaba jaula y allí permanecí por tiempo indefinido,
sustentándome de trigo y de hierbas que me refrescaban la garganta, e
impregnándose mi plumaje del humo que desprendía un fuego que de vez en cuando
encendían dentro del chozo.
No fueron días ciertamente felices
para mí, estos eran tan parecidos entre si como una gota a otra de agua.
Una mañana me sacaron de la jaula y
comenzaron a desplumarme y cuando más excitado estaba, encontrándome sin saber
que ocurría, otras manos distintas me introdujeron en una nueva jaula, la que
taparon para descubrirla al cabo de un largo rato en una vivienda amplia,
luminosa y confortable.
Con el transcurrir del tiempo supe
que mi nuevo dueño me salvó de una muerte segura ya que el pastor pensaba
cocinarme junto a un conejo que el Canelo, su perro de agua, había atrapado.
Un inesperado bienestar rodeó mi
existencia. Ahora no sólo comía trigo sino bellotas picadas, berros y algún que
otro gusanillo que deleitaban mi paladar.
Durante la muda estuve en un amplio
cajón donde cambié mi sucio plumaje por otro limpio y brillante, sin embargo mi
nuevo dueño siempre siguió llamándome “Ajumao” en recuerdo, supongo, del aspecto
que tenía cuando me conoció.
Gracias a mis frecuentes baños de
tierra húmeda, mezclada con ceniza, dejaron de molestarme esos incómodos piojos
que se apoderan de nosotros cuando nuestro aseo no es muy frecuente.
Un buen día mi amo me cogió del
cajón y provisto de algo alargado, que averigüé llamaban tijera, cortó parte de
mis alas, mi cola y me introdujo en una bonita jaula del color de la hierba,
cuando está fresca, sacándome al aire libre bajo un sol que calentaba y daba
energías a mi joven cuerpo.
Fue tal el bienestar que me inundó
que engallándome lancé varias reclamadas y unos piñones que cambiaron el
semblante del salvador de mi vida.
Día tras día, cuando el tiempo lo
permitía, me soleaba; cosa que como ya he dicho era muy grata para mí, y que
acompañado del abundante y variado alimento robustecía mi organismo sintiéndome
cada vez con más vitalidad y fortaleza.
Recuerdo aquel amanecer en el que
ocurrió algo diferente. Nunca hasta entonces me había pasado nada parecido.
Metió mi dueño una esterilla en la jaula, cerró la puerta de ésta y la tapó,
como el día que me rescató, de forma que la más absoluta oscuridad rodeó a todo
mi ser.
Así tuve la sensación que me
llevaban a otro lugar y después de un prolongado vaivén descubrió mi amo la
jaula viéndome encima de una mata a cierta altura del suelo. Amarró la jaula a
ella y se retiro para esconderse entre la espesura. Creo que me pregunté: ¿para
qué me ha traído aquí?.
Pero antes de encontrar respuesta
alguna a mis dudas no muy lejos de mí oí cantar a otra perdiz, cosa que me
llenó de sorpresa y alegría. Raudo salí de cañón, pero al contestar a mis
reclamos no lo hizo calmada sino irritada e insultante, ¿qué he hecho yo para
merecer este trato, me dije de nuevo?.
Y cuando aún no salía de mi asombro
apareció un arrogante macho que con sus plumas ahuecadas venía con apariencias
de riña. No me amilané respondiendo presto a la provocación y a los improperios
que hacia mí profería. Intentó subirse en la jaula creo que con intenciones de
picarme pero sonó un enorme trueno y quedó inmóvil a mis pies. El verlo tirado
por los suelos me envalentonó e hice gala de todo el repertorio de mi cante,
continuando así hasta que mi dueño apareció con cara sonriente y aproximándose
cogió el macho del suelo mostrándomelo para que lo viese más cerca. Intenté
picarle pero lo apartó de mí, tapando la jaula después.
En los días sucesivos salí al campo
varias veces y casi siempre algún macho que buscaba bronca o una hembra coqueta
se aproximaron a la mata donde estaba; viendo como tras el esperado trueno de
nuevo caían rendidos uno tras otro.
Aquello me gustaba y enorgullecía a
la vez, pues consideraba derrotados a mis congéneres apreciando la alegría que
mi amo experimentaba cuando tal cosa ocurría.
Me parece haber comprendido, en el
transcurso de los años, el significado de todo esto aunque no quisiera
revelarlo nunca. Sí he sido y soy agradecido a mi protector que me rescató,
cuando casi no lo contaba, que me alimenta, me mima y me piropea. Que elogia
ante sus amigos mis muchas cualidades, según él, asegurando no haber tenido, ni
creer tener, un pájaro tan puntero como el “Ajumao”.
Y mientras mis energías y facultades
no me abandonen seguiré saliendo al campo con las ganas, la ilusión y el afán
que lo hice en mi primer celo, pues creo son las cualidades que todo buen
reclamo ha tenido y debe tener...
Bonita fábula, desde siempre me encantaron las fábulas, sobre todo las relacionadas con la fauna iberica.
ResponderEliminarGracias por deleitarnos, un saludo.
Ajumao es un relato basado en el reclamo del mismo nombre que, dicho sea de paso, dio más de una tarde de gloria allá por los años 60. Obviamente, no había pájaros de granja para enjaularlos...Sin embargo, sí había muchos aficionados..., en donde se desarrolla la historia y en mucha zonas de nuestra querida Andalucía.
ResponderEliminarUn saludo.
...Que yo hubiese titulado "El mirlo blanco", ya que capturados con esa edad y de esa forma, solamente y que yo sepa dieron la talla el 99 % y poco menos.
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