Curioseando por internet, he dado con este precioso relato escrito por Manuel Tena Caballero y publicado en el blog de la Sociedad de Cazadores "La Amistad" hace ya algunos años. Me ha gustado mucho porque en él se pone de manifiesto, una vez más, el desmedido cariño que un perro/a le tiene y tendrá siempre a su dueño. Posiblemente, muchos/as lo conozcáis, pero siempre habrá quien no y quiera perder un poco de su tiempo en leerlo.
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A finales de los sesenta y estando de maestro en un precioso pueblo de regadío de la provincia de Badajoz (El Torviscal) me regalaron una cachorrita cruzada de pointer y no sé si setter o bretón. Yo era muy joven y me la llevé a mi pueblo (Benquerencia) con toda la ilusión del mundo.
A finales de los sesenta y estando de maestro en un precioso pueblo de regadío de la provincia de Badajoz (El Torviscal) me regalaron una cachorrita cruzada de pointer y no sé si setter o bretón. Yo era muy joven y me la llevé a mi pueblo (Benquerencia) con toda la ilusión del mundo.
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Durante varios meses fuimos
compañeros en largas sesiones de preparación y entrenamiento. Era muy lista y
al final no sé si yo la enseñaba a ella o ella a mí.
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Al fin llegó el gran día de la
primera salida al cazadero. Éramos una cuadrilla de diez o doce escopetas y se
cazaba en ala. El cazadero comenzaba en la sierra y llegaba hasta la vía. A mí
me tocó a media falda y a mi hermano Luis un poquito mas arriba. Cogí mi plana
del 16 y la canana repleta de cartuchos "El galgo verde" y después de
las bromas acostumbradas comenzamos a cazar.
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Al llegar a los "castaños de
Canela" se picaron los perros y voló el primer bando de perdices, pero,
como salieron muy largas, no les pudimos disparar. Seguimos andando y al poco
rato la Goya se quedó puesta en unos jarales. Fue una postura de cine, o a mí
así me lo pareció. Con gestos le indiqué a mi hermano Luís que si salían varias
él disparara a las de la derecha y yo a las de la izquierda.
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Como la Goya no rompía la postura
comencé a acariciarla y a mover las ramas que tenía delante de su su hocico.
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¡"Pichó"...."pichó"...."pichó"!
que melodía tan bonita interpretaron al volar.
Eran dos: una
salió para adelante y le dí corrida pensando en la perra, le disparé y le
acerté de pleno.
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La segunda salió para atrás y oí los
disparos de Luis. Al momento se presentó la perra con la perdiz en la boca.
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Loco de contento se la enseñé a mi
hermano y le pregunté: ¿La tuya qué?
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"También la he tumbado... pero
muy lejos y alicortada. Esa se nos pierde"- me contestó.
Mandé a la
perra en la dirección que me indicó y esperamos unos minutos. No venía y empecé
a llamarla. Cuando pensaba que había perdido la perra ésta se presentó con un
enorme macho en la boca, vivo y con una ala rota.
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Sería muy largo de contar lo que
sentí en aquellos momentos.
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Dos años después (1.970) tuvimos que
emigrar a Cataluña. La Goya no podía acompañarme. Se la dejé a mi tío Juan (un
gran y fino cazador) pero, destinos de la vida, él se tuvo que marchar a vivir
a Madrid y tampoco pudo llevársela. Se la dio a un guardia civil de Castuera
que era cazador. No volví a verla hasta que un verano que fui de vacaciones a
Extremadura pregunté si alguien sabía algo de ella. Me dijeron que había sido
una perra de bandera y que aunque estaba muy vieja y que ya no andaba ni veía
la tenían en unas cuadras que había en el Cuartel de la Guardia Civil.
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Al día siguiente fui a verla. Me
abrieron la puerta de una vieja caballeriza donde la tenían y allí estaba ella.
"Goya"," bonita"-le dije. Ante mi asombro la perra se
levantó y moviendo su rabo se vino hacia mí. La abracé, la llevé a su rincón y
me marché llorando. Luego me enteré que al día siguiente murió.
Estas líneas van dedicadas a ELLA.
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