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uevamente, al igual que en artículos anteriores, quiero comparar y valorar dos
formas de proceder en el quehacer cuquillero. Una de “ayer” y otra de la
actualidad, volviendo a enfatizar que no trato de enaltecer una y desmerecer la
otra, simplemente intento dar mi punto de vista sobre cómo se hacía hace ya algunos años y cómo lo hacemos hoy.
Primeramente, tengo que decir que hace ya
algunas décadas, cuando no se utilizaba el hoy célebre pincho o chuzo, no todos los aficionados
eran unos artistas a la hora de levantar un buen tanto o repostero, principalmente de
monte, pues, obviamente, como en todas
las cosas de la vida, los había quienes eran unos auténticos figuras y quienes
eran unos verdaderos calamidades. Ahora bien, lo que sí es cierto es que, fuera
de una forma u otra, es decir, una obra de arte o una verdadera chapuza, el
llegar al colgadero y levantar un pulpitillo, si ya no existía de antes, no era
asunto fácil, ni dicha tarea se llevaba a cabo en dos minutos, como ocurre en
la actualidad. Lo que pasa es que como he dicho con anterioridad, muchas veces
los matojos estaban levantados de otros años o de hacía algún tiempo y, por lo
tanto, lo que procedía era el arreglar lo que ya estaba construido y tal
circunstancia ya era otra cosa.
Ahora bien, cuando se iba a un cazadero
desconocido y había que hacerlo de nuevo, la situación cambiaba radicalmente,
pues ahí se veía lo que cada cuquillero daba de sí. Mamposteros que daban pena verlos los podíamos encontrar por cualquier parte. Sin embargo, los de
recrearse en ellos por su estética y funcionalidad, ya era otro cantar. Eso sí,
fuere cual fuere no era faena nada fácil su construcción, por lo que había que
tener mucho cuidado con su fabricación y firmeza, pues todo el mundo sabía que
allí, en aquella atalaya, iba a estar colocado su pájaro de jaula durante algún
tiempo (de hecho, hace ya bastantes años, a mí se me cayó un reclamo al suelo
por tener prisas a la hora de construirlo). Es más, pensar en levantarse de un puesto
e irse a otro y, con ello, volver a levantar un farolillo nuevo, era tarea casi
impensable.
El que suscribe, que ha tenido la
suerte de poder contar hoy lo que vio realizar hace ya más de cincuenta años,
puede decir que el fabricar un tanto de monte y colocar un reclamo en un pincho
de metal, como la mayoría de los aficionados hacemos hoy, son circunstancias
que nada tienen que ver la una con la otra. Es más, me atrevo a decir que,
muchos de los que hoy salen al campo, y no me meto yo en ese grupo porque creo
que medio lo sé, si se les olvida el pincho, que también ocurre, lo pasan
fatal, pues no tienen ni idea de por
dónde empezar para colocar el reclamo, si no tienen la suerte de encontrar una
mata de monte que necesite poco esfuerzo e imaginación. Tan es así que, a veces, por no atrevernos a levantar un tanganillo en donde se debiera, ponemos a
nuestro reclamo en lugares donde el acercamiento y entrada en plaza de las
patirrojas camperas resulta complicadísimo. Y es así por no reunir estos las condiciones adecuadas
para ello, pues no se puede olvidar, como dice el doctor Avilés en uno de sus
vídeos, que la situación del repostero es fundamental para la normal entrada de
las perdices en plaza: fijar primero el tanto y, a partir de ahí, el aguardo. Circunstancia que comparto y siempre he tenido en mente, aunque la colocación del farolillo sea otro tema de debate.
Pues bien, siguiendo con el tanto de monte o piedra, aunque éste último lo he tocado poco, y con su sucedáneo el
pincho, tengo que decir que, cuando se utilizaban los primeros, las fincas donde se cazaba el reclamo
no estaban invadidas por todos lados de restos de reposteros, pues no
se daba el puesto en cualquier sitio, sino en lugares estratégicos de oída y
querencia. Por el contrario, con el de quita y pon, en multitud de ocasiones,
se coloca en cualquier lugar, independientemente de las características del
mismo. De hecho, he visto restos de puestos y farolillos en puntos impensables
para cualquier cuquillero que, simplemente, hable, no que presuma, de serlo. Es
más, en cuanto a la terminación de los mismos, también tengo que decir que más
de uno ha llegado al campo, ha hincado el pincho en donde le ha parecido,
incluso en un limpio y, sin más, ni poniéndole una sola mata alrededor, ha
colgado en él a su reclamo. Y eso, y no es que yo sepa más que nadie, pues cada
uno tiene sus ideas en esto del reclamo, no es de recibo, independientemente
que con dicha forma de proceder se puedan hacer puestos de varias patirrojas.
Eso sí, si son autóctonas las que se quieren cazar, ya hablaríamos de otra
cosa, pues, generalmente, no es fácil su entrada en plaza si allí no se dan las condiciones óptimas.
Para finalizar, solo decir que hasta
hace dos o tres décadas, cualquier finca tenía dentro de su acotado diez o doce
puestos con sus correspondientes tantos o pulpitillos y huelga decir que
estaban situados en lugares estratégicos de querencia y buena oída. Hoy, en una cuarta parte
de la misma finca, y por citar un ejemplo, podemos ver incluso más posturas de
las que ante había toda la propiedad. Y tal cambio, se quiera o no, resta en
mucho el número de patirrojas que temporada tras temporada quedan en dichos
parajes tras el cierre del periodo hábil de caza con reclamo. Está claro que hay que estar al lado de los tiempos que corren, pero no podemos olvidar, aunque haya muchos factores que influyen en ello, que cada día hay menos perdices camperas y en dicha regresión ha ayudado muy mucho el portátil y el pincho de quita y pon.
Magnífica reflexión propia solo de los grandes Cuquilleros.
ResponderEliminarEs una pena que el esfuerzo y la generosidad de tan sabia exposición, no tenga el reconocimiento que se merece de un número importante de aficionados, pero desgraciadamente solo unos pocos saben valorar y agradecer los grandes conocimientos de los mejores.
Enhorabuena.
Gracias por sus palabras, pero solo me considero uno más.De los de a pie que quiere compartir lo que pienso.
ResponderEliminarEso sí, rogaría que figurara el nombre aunque se vía anónimo. Se pone al final y punto.
No suelo publivar los que no van con su nombre.
Saludos y fatal otoño. En algunos lugares, ni hierba. Y estamos en "To Santos".