Decir que cada día hay menos caza menor en las
diferentes zonas de Huelva es una aseveración que no puede ser discutida por
nadie que salga al campo y conozca de qué va el tema. No es una situación
nueva, pues lleva ya años, pero en los últimos tiempos la disminución de las
especies cazables es tan alarmante que da pena pasear por donde no hace mucho
tiempo había un poco de todo, y hoy para tropezarse con algo hay que andar
buenos trechos. Conejos no hay, liebres cada día menos y perdices autóctonas
tal para cual. Eso sí, cigüeñas, aves rapaces, urracas, rabilargos, jabalíes, meloncillos, zorros…, todos los que
hagan falta y, como bien sabemos, desgraciadamente, este personal limpia
cualquier finca. Si a ello unimos los arados y desmontes por esta época, apaga
y vámonos.
Todo comienza hace ya unos años con la
desaparición casi por completo del conejo de monte. No es que haya pocos es que no
hay prácticamente ninguno. El motivo por el que aquí están bajo mínimos y en otros
lugares no muy lejanos los hay al montón es un enigma que cada uno lo descifra de una forma,
pero la triste realidad es que llevamos ya casi una década que en fincas donde
antes se le quitaban miles de ellos, ahora brillan por su ausencia. Ni que decir tiene que
la caza abusiva en otros tiempos, mixomatosis y en mayor grado la neumonía hemorrágica vírica han hecho
estragos por estos lares en sus poblaciones, aunque nadie entiende que los haya
en otros lugares no muy distantes y aquí no. Eso sí, hablo del conejo que nace y
cría en el campo, no del de fincas en donde año tras años se sueltan los que
hagan falta.
Pues bien, con la desaparición del conejo de monte,
la liebre y la perdiz se han transformado en el blanco de los depredadores, con
lo que no hay que ser muy listos para saber que todos los animales tienen que
comer diariamente y ello significa que al no haber conejos, pieza tradicionalmente
preferida por ellos, la liebre en los primeros estadios de su vida tiene poco
cuartel y nuestra perdiz roja salvaje, más hábil y escurridiza, termina también
por sucumbir.
Se puede argumentar que siempre ha habido
depredadores, cosa cierta, pero cuando había mucha caza la incidencia era menor
porque había para todos. Pero ahora que no la hay, lo poco que queda está siempre
en el ojo del huracán. En los tiempos que corren, con el alarmante crecimiento
del jabalí y en algunos lugares del de la cigüeña, más el machaconero trabajo
de los “queridos” zorritos, lo poco que va quedando, si no cae hoy lo hará
mañana. Tan es así que en fincas en donde hace años había un jabalí tal cual,
ahora los hay en cualquier rincón de la misma y si no, en la finca de al lado.
De esta manera, en cuanto haya dos o tres hembras con crías algún que otro
macho y sus “amigos” los raposos, noche tras noche hacen un destrozo enorme.
Pero además y puedo certificarlo, porque lo veo
cada vez que voy a mi coto, las urracas y las cigüeñas -y nadie sabe el daño que causan hasta que no
las tiene en su “corral”-, porque allí las hay de sobra, son pertinaces e
infatigables en la búsqueda de nidos y recién nacidos. Huelga decir que por
estas fechas -más o menos- que ambas tienen que alimentar a sus respectivas
crías no dejan “títere con cabeza”. Así, días tras día, patean todo lo que
tienen que patear y tal circunstancia unida a su prodigiosa vista producen
daños irreparables, mientras los que pagamos religiosamente nuestros cotos solo
nos queda contemplar impotentes tales atropellos, porque unas están protegidas por
la Ley y las otras en esta época no se pueden cazar.
Y, por supuesto, hablo de cotos bien guardados y con buenos dineros empleados en su arrendamiento y gestión.
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