Éste es un tema más que tratado y conocido -incluso varias veces en este blog-,
pero nunca está nada mal recordarlo, porque los pajariteros solemos tropezar más de la cuenta en
la misma piedra.
Cuando el otoño empieza a “tomar tierra”, aunque
haya adelantados que no han podido esperar a estas fechas, los aficionados a la
caza de la perdiz con reclamo macho comenzamos a darle vueltas a la cabeza y a las
ruedas de nuestros automóviles en busca de savia nueva que complete las bajas
sufridas desde la temporada anterior, bien porque no tenían suficiente calidad
para poder continuar como inquilinos de nuestros jauleros o, bien, porque algún reclamo ha pasado a mejor
vida. Circunstancia, en principio, más que normal: se produce una falta y se le busca sustituto. Lo
que ocurre es que los meses de octubre/diciembre suponen para buena parte de
los cuquilleros un descalabro total. El completar, en muchas de las ocasiones,
se transforma en acopio de ejemplares de mil y un lugares diferentes con el
objetivo, altamente complicado, de dar con un pájaro de jaula de primer nivel.
De esta manera, el adquirir pollos de las granjas más afamadas o de alguna con
menos postín, pero de la que nos dicen que últimamente están saliendo buenos
reclamos, es el pan nuestro de cada día, Si a esto le unimos la compra de noveles criados en cautividad por particulares, incluso otros de procedencia salvaje, en muchísimos casos las
viviendas de los aficionados al reclamo se transforman en casi verdaderas
granjas. Consecuentemente, aunque a veces nos dé vergüenza referirlo, por el
qué dirán, el juntar decenas de aspirantes a reclamos y otros ya consolidados
no es una barbaridad, sino una realidad, pues no es descabellado decir que veinte,
treinta o incluso cuarenta pájaros no es una quimera. Y lo peor del caso, y ahí me
quiero detener y extender, es que por muchos de ellos se pagan verdaderas burradas,
pues en esto del reclamo, como en la caza en general, se le ha perdido el miedo y el respeto al bolsillo.
En esta línea y sin achacarle nada a los dueños
de las granjas cinegéticas y otros comerciantes del ramo, porque todo el mundo
tiene que ganarse la vida y demasiado hacen por nuestra afición en el momento
que vivimos, se pagan escandalosos dineros por, como solemos decir, “melones
por calar”. Así, si lo normal deberían ser veinte, treinta e incluso cuarenta
euros –unas buenas miles de pesetas- por pollos que simplemente tienen una
buena planta y que no sean excesivamente ariscos, no que nos dejen
boquiabiertos, se pagan cantidades desorbitadas para lo que nos llevamos a casa.
Cien, ciento cincuenta e, incluso, doscientos euros es lo habitual que se abona en cualquiera de las feria cinegéticas que se celebran en nuestra geografía por
estas fechas por un pollanco que apunta maneras en la jaula, pero que no deja de ser, casi
con total seguridad, uno de los tantos mochuelos que llegan a nuestras manos. Y
no es que haya engaño, sino porque por más que quieran los que lidian con ellos,
es muy difícil que todo el “material” que se oferta por esos precios haya
pasado una verdadera criba. No digo, Dios me libre, que no los haya, pero no en cantidad como
podemos comprobar feria tras feria y aun con la mayor seriedad y voluntad de
sus criadores que también los hay y lo sé, existen más compromisos que
realidades. Por lo tanto, gastarse un buen puñado de euros por un aspirante,
que hasta que no llegue a la mata, no nos dirá nada –porque con lo bonito en
esto del reclamo no se come- es una auténtica locura. En una palabra, se le ha
perdido el miedo al dinero. Y, lo peor del caso, es que en infinidad de ocasiones,
aunque cada uno es dueño de sus actos, la economía particular no está muy
boyante, sino todo lo contrario. Es más, incluso diría que, a veces, picamos
aun sabiendo que lo que adquirimos no es lo que buscamos, pero siempre hay un
algo que nos hace aflojar la cartera.
La “veda” del reclamo ya se ha abierto. San
Silvestre de Guzmán (Huelva) y Jaén ya han celebrado sus ferias de la caza y
seguro que ya habrá algunos ilusionados con lo adquirido y otros, por el contrario, echando
demonios por la boca.
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