martes, 7 de enero de 2025

EL VINILLO DE LA TIERRA Y LA CAZA CON RECLAMO DE PERDIZ

 

Ahora que han pasado las Fiestas Navideñas y ya  estamos casi metidos en “faena”, pues pronto estaremos dentro del aguardo y nuestros reclamos en el repostero, el vino, un acompañante tradicional de la mesa y de las charlas en cualquier momento de encuentro entre amigos, no puedo dejarlo atrás en mis artículos, pues forma parte de la convivencia y vida de los pajariteros. Por lo tanto, vayan estas líneas sobre nuestro milenario producto extraído de los viñedos españoles.

                              ------ o0o-------

Aun con excepciones, que las hay, como en cualquier faceta de la vida, la caza de la perdiz con reclamo, desde siempre, ha estado íntimamente ligada a los vinos de la tierra (andaluces, extremeños, murcianos, manchegos, riojanos, aragoneses…), aunque siempre haya habido otras bebidas como “complemento”. Sin embargo, aparte de la mucha variedad de nuestros “caldos”, creo que el vino blanco, mosto/vino joven del año o tinto, desde los albores de esta modalidad cinegética, siempre han tenido un hueco en las despensas de los cortijos, cuando en las tradicionales expediciones para cazar el reclamo, la garrafa de arroba o de media arroba de vino, fuere el que fuere el tipo, no podía faltar. Por supuesto, no hablo de las célebres marcas de riojas o riberas, no. Hablo del vino corriente elaborado artesanalmente en muchas poblaciones de nuestra geografía nacional. Vinos que saben a gloria y, si es hablando del reclamo de perdiz, a mucho más.

A nadie se le escapa que, además de la copita de anís, ponche, aguardiente o coñac… de por las mañanas, antes del puesto, algún que otro cubata de ginebra, ron o whisky… por la tarde/noche y aparte de la tradicional cerveza, el beber vino lugareño siempre ha sido un rito muy arraigado entre los colgadores y al que muy pocos le hemos “vuelto la espalda”.

Efectivamente, nuestro ancestral vasito de vino, una vez terminado el puesto de sol, hasta que llega la hora del almuerzo y después del puesto de tarde, antes de cenar -si se pernocta en los cortijos-, ha sido, ancestralmente, un acompañamiento idóneo en las distendidas charlas pajariteras que, alrededor de una buena lumbre en las chimeneas de los cortijos, nunca faltaron. Por tanto, una buena faena de un reclamo novel, la valentía y arrojo de un montesino que entra en plaza con las alas a rastras, la suspicacia de una hembrilla resabiada, la “mocholada” de un “cantamañanas”, la infinidad de anécdotas por las que se pasa en los colgaderos…, desde siempre han supuesto material más que suficiente para el célebre: “echa otra copa”. Por supuesto, contando siempre que, muchos perdigoneros, al no beber alcohol, por circunstancias varias -que también los hay-, no hayan tenido nunca la posibilidad de percibir en sus carnes el formidable subidón de ánimo que produce unos sorbos de un buen vino español, en este caso, acompañando las charlas reclamistas de amigos y conocidos y, por supuesto, como complemento un buen picoteo de chacinas de la zona como chorizo, morcilla, morcón, jamón, salchichón…

Hasta aquí, todo formidable. Pero no olvidemos que, tradicionalmente, mientras la olla, caldero o perol hierven en la candela o en la hornilla, para llevar a la mesa buenos guisados de la fenomenal y variada cocina española, los compañeros de cotos, alrededor de la reconfortante y acogedora chimenea, comparten sabrosas e interesantes historias sobre buenos y malos lances, todo ello con buen humor y, como no, nunca falta algún que otro vinillo lugareño. Lo que ocurre es que, más de una vez, con lo más que conocido: unos van y otros vienen, yo brindo por ti y tú brindas por mí …, la situación se complica, pues entre risas, chascarrillos, curiosas anécdotas y alguna que otra mentirijilla cuquillera, comienza a subir el célebre “calorcillo” que siempre acompaña al “cristal”.

Más tarde, ya sabemos que cada persona es un mundo en estos casos, pero no será la primera vez que, cuando se llega al colgadero para dar el puesto de tarde, la situación está un poco pasada de rosca. Debido a ello, tras colocar al reclamo en el pulpitillo, algunas veces con cierto trajín y una vez acomodados en el aguardo, no falta la modorra y, como no, unos ronquidos acompañando a una “buena siesta”.

En fin, para finalizar, solo decir que, el tollo o aguardo, -el confesionario cuquillero-, siempre ha sido, es y será notario de, aparte de muchos lances pajariteros de todos los estilos, de otras curiosas situaciones. Por todo ello, si pudieran contar lo que han vivido, más de uno y más de dos nos llevaríamos las manos a la cabeza. De hecho, hace ya muchos años, sobre los ochenta, tras copiosa caldereta de cordero y charla con los compañeros de coto, todo ello acompañado de buenos vasos de mosto de Gibraleón en una finca de Cabezas Rubias, Huelva, luego, una vez en el colgadero para dar el puesto de tarde, me quedé dormido en el aguardo. Es más, en una de las cabezadas, salimos rodando portátil y yo, a la vez que una pareja que, sabe Dios cuánto llevaría en plaza, salió pichoteando con el consiguiente enfado de el de Manué, al que no le gustó mi faenita, circunstancia que demostró con su continuo rajeo/saseo y algún que otro botecito con anterioridad a ponerle la sayuela. Esta anécdota está recogida en las páginas 91 y 92 de mi manual Historias desde el colgadero en su tercera edición.

Y, como siempre, “Doctores tiene la Iglesia”. Yo…, por mi parte, ya he dado mi “homilía”.