miércoles, 8 de febrero de 2012

CUANDO LA AFICIÓN PUEDE MÁS QUE LA CABEZA.


      Aunque no había llovido desde el amanecer, las tierras eran un auténtico fanguetal  y escupían agua por todas partes. Había balsas por todos sitios, pantanos saliéndose, sembrados inundados, regajos y arroyos desbordados..., lo que indicaba que había caído agua a chuzos en los últimos días. Tan es así que el arroyo Malagón a su paso por la mina del Toro –Puebla de Guzmán-, no había quien lo pasase. Por consiguiente, para acceder al Soldado, coto del que era socio por aquellas fechas, había que dar un gran rodeo por Zurita, la finca colindante. Pero, aun yendo por allí, no era tarea fácil, ya que los coches se quedaban atascados cada dos por tres y, máxime, los que no eran todoterrenos, como era mi caso.
            Con estas condiciones climatológicas tan adversas, lo mejor era quedarse en casa, pero nada más lejos de la realidad, puesto que, aunque llevaba lloviendo casi sin parar los meses de noviembre y diciembre, esperábamos el fin de semana como si fuera el maná. Estaba claro que podía más la afición que la cabeza.
            Pues con estas trazas, habíamos llegado el viernes por la tarde al cortijo, pero la mala climatología nos impidió dar el puesto. Por ello, no nos quedaba otra alternativa que mirar y remirar por la ventana y puerta para ver si cambiaba el panorama. Pero nada, no pudo ser.
            La mañana del sábado, aunque se presentó gris y encapotada, con el paso del tiempo empezaron a abrirse grandes claros, por lo que, sobre las diez, decidimos dar el puesto. Así, con la ropa de agua a cuestas, por si las moscas, me dirigí a echar el rato con uno de mis reclamos. Pero, el fuerte viento que había dejado el frente  que acababa de pasar hizo que, al rato, como ni mi pájaro, ni el campo estaban para  sinfonías, volviera al cortijo con la idea de tomar un tente en pie y buscar el sitio del puesto de la tarde.
            Con esta idea, después de un pequeño bocado, me acerqué con mi Renault 14 para ver cómo estaba la pasada de un regajo que tenía que atravesar, ya que, donde quería dar el puesto, estaba en la otra parte de la finca y, para ello, no tenía otra alternativa que la de acceder al otro lado.
            Una vez allí, pude comprobar que aquel arroyuelo iba tan crecido que mi coche  nunca podría pasar al otro lado. Por lo tanto, había que buscar un estrechamiento de su curso para poder saltar a la otra parte. Para ello, busqué corriente abajo, pero no era una empresa fácil, ya que iba desbordado y con una fuerza imponente de sus achocolatadas aguas, Sin embargo, aprovechando las raíces  de una encina que habían quedado al descubierto por la continua erosión del agua, me las ingenié para montar una pasarela con unas tablas y hierros que busqué.  El viento empezaba a desaparecer y el sol, que le había ganado la partida a las nubes, me habían puesto los “dientes largos”.
            Una vez terminada la “obra de ingeniería”, volví al cortijo y, entre bromas de los compañeros al enterase de lo que había fabricado, fuimos comiendo y pasando el rato hasta la hora del puesto de la tarde. De este modo, sobre las cuatro, cargué todos los cacharros y el reclamo en el coche y me dirigí hasta el lugar por donde debía pasar.
            Una vez allí, me cargué a las espaldas todos los trastos y, con excesivo cuidado y bastante miedo metido en el cuerpo, conseguí, no sin grandes esfuerzos, pasar al otro lado del arroyo.
            A continuación, tras liviana caminata, preparé el colgadero y di el puesto que, si no recuerdo mal, fue bueno, ya que conseguí tirar una collera, si la memoria no me falla.
            Más tarde, y otra vez cargado con todos los pertrechos, me encontraba de nuevo a pie de “puente”. Pero ahora, la travesía de aquella rudimentaria pasarela  no iba  a ser fácil, aunque el agua había bajado bastante de nivel. Así, esta vez, aquel puentecete que horas antes había construido, falló. Cedieron las tablas torpemente amarradas y, aunque intenté agarrarme a grandes adelfas que había en una de las orillas, no conseguí llegar a la otra, por lo que, al final, tras romperse una de la ramas a la que me había sujetado, cuerpo y cacharros estaban en medio de la gran corriente de agua.
            Aunque me encontraba impresionado por lo que acaba de ocurrir y con gran friolera por la baja temperatura del agua, desde el primer momento, me di cuenta desde un primer momento que la cosa pintaba bastos. Pero estaba claro que no había llegado mi hora, por lo que “alguien” me debió echar una buena mano ya que, al caer, mi portátil, que lo llevaba en bandolera, se había enganchado en la vegetación, lo que hizo que la corriente no me arrastrara. De todas formas, estaba inmerso en una situación complicada y había que salir de ella lo antes posible. Cosa que conseguí tras ímprobos esfuerzos y un buen rato de lucha contra la fuerza del agua y la imposibilidad de asirme a algo fuerte que me permitiera salir indemne de aquel atolladero. Pero, al final, lo conseguí. La rama de una buena adelfa fue mi salvación.
            Una vez en la orilla, a salvo y chorreando agua por todos partes, empecé a darme cuenta de la gravísima situación que había superado y la gran suerte que me había acompañado. Afortunadamente, el reclamo que me acompañaba aquella tarde, también había salvado el pellejo. Sólo me faltaba la escopeta, el banquillo y la pareja de patirrojas. El arma la recuperé sobre la marcha, el banquillo lo encontré la semana siguiente, enganchado en la maleza, pero, de las perdices abatidas, nunca más se supo.

3 comentarios:

  1. Jose Antonio, con cierta edad hay que pesar muy bien hasta donde podemos llegar, los reflejos, la agilidad y la fuerza, con los años se nos va sin darnos cuenta, así que me alegro de que todo haya sido un susto, pero como bien lo titulas, cuando la afición puede mas que la cabeza, yo ayer mismo nada mas llegar al coto, pare para mirar un puesto, vi que estaba dado y pienso me voy a otro, mi sorpresa que al intentar arrancar mi Renault scenic me dijo que nada de nada sin gota de batería, así que tuvo que venir la grúa a buscarme y para la ciudad así que no di ni un puesto, así que cunado siento como ayer un comentario sobre la caza con RECLAMO, que tirarle a una perdiz parada, lo hace cualquiera. yo me calle y continué mi camino. Un abrazo amigo.
    P.D. Fui muy amigo de Pepe e Ignacio vergel, yo vivia justo encima de su taller en la calle Bonares, en el año 1990- 1991,Hicimos grandes cacerías con la red dentro del camping de mazagón , ami me llamaban el hombre de la niña chica, cuando mi mujer aprobó las oposiciones al inss, le dieron la plaza en la casa roja creo que lo llamaban así, yo pedí una excedencia, en mi trabajo ya que mis hijas eran de 6 años y un añito, no era cuestión de separamos, ni de perder la plaza, así que todos para Huelva, así que tengo muy buenos recuerdos de mi etapa vivida ahí, Pepe me presento a unos amigos suyos con los que mi iba de cazar con la escopeta, así que posiblemente hemos estado juntos alguna vez, yo sigo en contacto aun con la familia, por cierto que Yoli ahora esta apunto tener su bebe, a chico lo tengo agregado al feibooy con Belli estuvo aquí en Almeria de excursión, y fui al hotel a saludarla, y mi chica a jugado contra Rosalia en baloncesto, este mundo es un pañuelo.

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  2. Amigo Baldomero.

    Tanto mi mujer, Maria José, como yo somos bastante amigos de la familia de Belli Leandro. De hecho, la hemana Mari Carmen es uña y carne con mi esposa.

    Yo iba muchas veces al taller de Pepe e Ignacio para ver y hablar de pájaros y entre Casa Lagares y el Bar Buzo, que estaban en la misma acera de la calle Bonares, más de una copa y más de dos nos tomamos.

    En cuanto a la edad, aunque ahora me falta muy poco para los sesenta, la historia es de hace unos 16 ó 17 añosy, entonces, la cosa era diferente.

    Un saludo y feliz cuelga.

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  3. Amigo José Antonio, tu recuerdas a un tal Manolo alto y delgado, y a un chaval que se llama Pedro, también alto, que iba mucho con Ignaciano, cuando montaban alguna antena, o llevar alguna televisión, me "gustaría saber algo de ellos", el chico este llamado Pedro, vivía en la calle perpendicular a la calle bonares, muy cerca del taller, y era de un pueblo que creo que se llama encina sola.
    Mas de una vez cuando pepe iba a tomarse una copa, al Bar el Buzo o Casa lagares, era yo el que se quedaba en el taller, por si venia alguien para tomarle nota, seguramente hemos estado juntos alguna vez. Lo dicho este mundo es un pañuelo. Dentro un rato me voy como decís vosotros, a la cuelga.Un abrazo amigo. Baldomero

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