El simpático y más que conocido mirlo común, huidizo, receloso y esquivo en nuestros campos y bosques, pero sociable y cercano cuando habita en las poblaciones, anda, por estas fechas, como la mayoría de las aves, en “tareas” reproductoras. Curiosamente, esta especie protegida, cada día que pasa, se hace menos rural y mucho más urbana. No hay un rincón poblacional, por lo menos en esta parte de Andalucía, en donde nuestros sentidos no puedan captar a algunos de estos ejemplares. Esta claro que, los muchos factores que han hecho que otras muchas especies animales hayan caído en franca regresión, en este caso no han supuesto el principio de la decadencia, sino todo lo contrario. Así, los parques, jardines, huertos... con arboleda, son lugares ideales y seguros para que las parejas de esta especie encuentren un hábitat adecuado.
Debido a ello, los machos que tienen a la hembra incubando o con pollos de poco tiempo, se supone que sienten la misma soledad que a todos/as nos envuelve cuando la persona amada no está con nosotros/as. Así, puestos a imaginar, el canto debe ser la mejor forma de mitigar las muchas horas que estas aves pasan en soledad para el bien de la perpetuación de la especie y, máxime, cuando las horas de penumbra, empiezan a hacer mella en sus organismos.
Por consiguiente, atalayados en lo más alto de los árboles que embellecen el paisaje urbano o en las muchas antenas que sobresalen de los edificios y, cuando la madrugada marca las cuatro o las cinco, los machos “Rodríguez”, que no deben dormir mucho, como dice para el gallo -una hora- la canción/dicho popular, comienzan a lanzar al aire sus llamativos y penetrantes cantos, sólo interrumpido por el ruido de algún vehículo que se pasa de decibelios o de algún vecino que no dormita a esas horas y sube/baja persianas o enciende luces que terminan molestando a algunos de “nuestros buenos amigos”.
A tan intempestivas horas, lo peor del tema es que, aparte de la belleza de su canto -como se puede apreciar al leer estas líneas-, éste no pasa desapercibido para los oídos de los que tienen el sueño ligero o la edad les va haciendo que con cinco o seis horas de cama, al menor ruidito, lo que queda es “contar borregos” hasta poner los pies fuera del colchón; justamente, lo que me pasa a mí. Pero…, a pesar de que a uno le guste la naturaleza y sus maravillosos regalos, hay cosas que joden y, ésta, es una de ellas.
También es verdad, que cuando salimos a pasear y tropezamos con una bella cría como la viene a continuación, la alegría y el gozo nos reboza, ya que en un hábitat tan complicado como el de la ciudad, afortunadamente, la vida no se para. “Se apagan velas, pero otras muchas, se encienden”.
Jardín de la Avda. de Andalucía. Huelva. |
Lo que si está meridianamente claro, al ver esta última instantánea es que, la primavera, empieza a estar en su apogeo.
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