Ahora, cuando nuestros reclamos se encuentran en fase de encelamiento, es una época ideal para que reflexionemos sobre las cosas que hacemos mal y nos propongamos no volver a tropezar en la misma piedra. De ello depende muy mucho el futuro de nuestros reclamos y, en particular, de los más jóvenes.
Aunque todos conocemos
perfectamente el tema, hablamos de él con propiedad y nunca somos de los que
comenten tal error, la dura realidad viene a confirmarnos que, a veces, aunque
sabemos de sobra lo que suele acontecer cuando
no actuamos como deberíamos hacerlo, caemos en la tentación y, en un pispás,
tiramos por tierra lo que cuesta mucho trabajo llegar a conseguir: un buen reclamo.
Aun partiendo de la base de que el que
tiene madera de pájaro puntero, en una gran mayoría de las ocasiones, suele
salir adelante, aunque su dueño le haga más de una perrería, lo normal es que,
durante el periodo de aprendizaje de los pollos, debemos extremar el buen obrar
en nuestras actuaciones, para, con ello,
evitar que lo que tiene muy buena pinta, termine siendo un mochuelo más,
por nuestro mal y torpe proceder en el momento más importante de la faena de un
reclamo: el disparo.
Si bien, muchas veces, la mala suerte
acompaña en un determinado lance: yerro en el disparo, plomo de cabeza y
correspondiente botes del campero ante los ojos del reclamo, ataque de una
rapaz u alimaña, herida por plomo rebotado…, también es verdad, que existen
situaciones en las que el que está en el aguardo, bien por inexperiencia, por nerviosismo, por ansias de llegar al
cortijo con una buena percha de patirrojas…, no obra como debiera hacerlo y, en
un segundo, lo que se tarda en apretar el gatillo, estropea un buena promesa de
pájaro de jaula. Por tanto, si la paciencia es uno de las grandes cualidades que
todo cuquillero que se precie de ello, debe poseer, la celeridad en la suerte
suprema suele ser fatal. Debido a ello, disparar sin que se cumplan las
condiciones que se deben dar en tal primordial momento es sinónimo de fracaso.
Si se dispara, sin que el neófito que está atalayado en el repostero esté cumpliendo
una serie de pautas que se supone que debe llevar a cabo, o nos precipitamos en
el disparo, antes o después, nuestro proyecto de reclamo nos la jugará.
Por todo ello, puedo decir con la mano
en el corazón, que alguna vez me he ido de ligero. Es más, creo que muchos
compañeros también han actuado de dicha forma y, al igual que yo, habrán echado
a perder algún que otro pollo en el que se tenían puestas muchas ilusiones. De
esta forma, el disparar sin que haya recibo o éste no sea de pico, el hacerlo sin
la total certeza de que el novel de turno estuviera viendo perfectamente a la
patirroja que andaba por la plaza, el intentar una carambola sin la seguridad
total de éxito, el disparar cuando las montesinas hayan iniciado la salida de
plaza a toda velocidad por extrañar algo… son situaciones que suelen darse y en
las que más de una vez hemos caído, puesto que, en lugar de quedarnos
quietecitos esperando mejor ocasión, hemos disparado. En una palabra, en pocos
segundos habremos acabado, con casi total seguridad, con lo que se tarda mucho
tiempo en conseguir, si es que se consigue.
Por tal motivo, la falta de paciencia a
la hora del disparo y la avaricia no deben formar parte de nuestro proceder, si
queremos que el pollo que nos está dando un buen puesto pueda llegar a ser un
pájaro puntero en el futuro. Es una máxima que nunca podemos olvidar, aunque la
temporada nos vaya mal y el compañero que da el puesto en los alrededores del
nuestro, situación que a veces es un hecho, haya disparado varias veces. Si no
la cumplimos y optamos por quitar de en medio al que está en plaza, para llegar
al cortijo diciendo que hemos tirado, sin que el del matojo esté dando el do de
pecho o se reúnan las condiciones óptimas, en un instante, acabaremos con lo
que cuesta mucho tiempo y trabajo que llegue a nuestro jaulero, siempre que
tengamos la suerte de tropezar con él.
Es más, casi me atrevería a decir que,
nuestros campos han visto deambular por sus parajes a muchos pájaros de jaula,
que si no hubiera sido por la poca paciencia y la avaricia del perdigonero de
turno, en vez de haber sido presa fácil del más torpe de sus depredadores, hubieran
llegado, al menos, a ser reclamos medianos, de los que uno se divierte con
ellos sin ser pájaros punteros. Y todo ello por el ínfimo tiempo que se tarda
en apretar el gatillo.
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